Читать книгу Cadena de mentiras - Rowan du Louvre - Страница 15

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Detuve el Jeep delante de la puerta del garaje de mi casa. Estaba demasiado cansada para guardarlo dentro, por no decir que no tenía ganas siquiera de hacer ese pequeño esfuerzo. Inmediatamente después de salir del vehículo, me abordó a traición una brisa helada que erizó mi piel sin remedio. Hacía frío en la calle, de eso ya no me cabía la menor duda, y lo peor era que no había encontrado más ropa en el trabajo que la camiseta excesivamente escotada que ahora vestía.

Una vez delante de la puerta abrí el bolso y me propuse encontrar las llaves. Debo admitir que me deprimí cuando llegué a ver la cantidad de cosas inútiles y excentricidades que había dentro. El típico montón de trastos que se acostumbraba a meter y que no servía para nada.

Me pasé tanto tiempo hurgando en el interior, que incluso temí llegar al punto de vaciarlo y no hallarlas, cuando de repente, la puerta se abrió sola. «Pero, ¿qué narices…?», me pregunté incrédula.

Observé mis manos detenidamente para terminar de convencerme de que no había tenido nada que ver en todo aquello. El tema de la magia era algo en lo que no había llegado a creer jamás, por lo que la opción que restaba no era precisamente la más conciliadora.

—Buenas noches, preciosa —saludó entonces Julien desmantelando mi teoría del allanamiento de morada.

—¿Cómo has entrado?

—Bueno, para ser sincero debo admitir que sustraer las llaves de tu bolso no resultó de lo más sencillo —respondió divertido, mientras me sujetaba por la cintura para darme la bienvenida—. Sé que dice muy poco a mi favor como inspector de policía, pero prometí pasar la noche contigo y…

Dejó la frase sin terminar para centrar todos sus sentidos en mi bienestar. No había tardado mucho en percatarse de que mi vestimenta no era quizás la más adecuada para la época del año en la que nos encontrábamos. Su cálido abrazo no se demoró demasiado y eso me halagó.

En el salón de casa, Julien había dispuesto una velada de lo más romántica. No había escatimado en detalles: desde la preparación de la mesa —con un mantel negro, un camino de mesa blanco y algunos pétalos de rosa esparcidos con gusto sobre la misma—, hasta la decoración del resto del salón con velas encendidas por toda la estancia, que cedían una luz cálida y bastante acogedora. Julien tenía el don de cautivarme, y aquella cita tenía pinta de convertirse en una cena inolvidable.

Sorprendida favorablemente por aquellos preparativos, recompensé a Julien con un beso, el mismo con el que él no se había demorado en la entrada de mi casa para recibirme, consciente de que estaba pasando frío en el exterior. Solo que el mío se convirtió en algo más. Me costaba controlar mis impulsos. Sus labios eran tórridos, igual que sus manos; su aroma era dulce como él y su pelo castaño y ondulado se enredaba fácilmente entre mis dedos.

Julien era un hombre alto y bien parecido y acostumbraba a ser meticuloso con la ropa que vestía. Le gustaban las veladas tranquilas, quizás porque en su trabajo como policía ya encontraba a diario la dosis exacta de adrenalina que precisaba. Pero en mi caso, de vez en cuando añoraba un poco de acción en nuestras citas. Por lo demás, estaba prácticamente convencida de que podía llegar a convertirse en el hombre de mi vida. Puede que no existiese el hombre perfecto, pero él, para mí, era lo más parecido.

Nos sentamos a la mesa para degustar el suculento menú que Julien había preparado para ambos. Tenía una pinta estupenda, aunque teniendo en cuenta que no había comido nada en todo el día, hasta el plato menos elaborado me hubiese parecido un manjar esta noche. Pero ese no era el caso. Sinceramente mi cocinero personal se había superado, y lo había hecho con creces.

Descorchó una botella de vino tinto, llenó las copas de ambos y se dispuso a brindar sin más dilación. Mientras alzaba la mía, no pude evitar fijarme en cómo le brillaban los ojos. Estaba especialmente radiante esta noche, y no sabía exactamente el por qué.

—Por una velada insuperable y cargada de sorpresas —manifestó Julien con voz cálida, a la par que nuestras copas de cristal se besaban.

—Sabes que detesto las sorpresas… —añadí mirándole desconfiada, mientras tomaba un trago de mi copa.

Inmediatamente después comencé a devorar literalmente mi cena. Al principio me dio incluso un poco de apuro por lo bien presentados que había dispuesto Julien los platos, pero como había mencionado con anterioridad, estaba mucho más que hambrienta, y no ayudaba demasiado que todo estuviese tan delicioso.

—Me pareció entender que esta tarde interviniste a un herido de bala —comenzó a hablar Julien de pronto, en tono preocupado.

—Eso es —respondí incapaz de dejar de engullir.

—¿Y sabes cómo se encuentra?

—Su pronóstico es reservado —resolví con la boca llena, tras su pregunta, recelosa por su repentino interés—. ¿Por qué lo preguntas?

—Por nada… —dijo entonces restándole importancia—. Esta noche está prohibido hablar de trabajo.

Tras sus palabras, proseguimos cenando tranquilamente, intercambiando alguna que otra mirada. Julien lo hacía rebosante de cariño, de eso estoy segura, pero en mi caso lo hacía desconfiada, pues seguía preguntándome por qué había abordado el tema de Derek. Hasta la fecha jamás me había preguntado por ningún paciente, y tampoco recordaba haber mencionado el detalle de los disparos.

—¿Has terminado? —preguntó Julien, sacándome de mi debate interno.

—Sí… claro… —respondí baja de reflejos, volviendo a la realidad.

—Hoy pareces estar en otra parte —observó mientras recogía mi plato.

—Supongo que no ha sido mi mejor día.

Después le ayudé a recoger la mesa, pese a que prácticamente él ya lo había hecho todo. Acto seguido nos llevamos nuestras copas de vino y las depositamos sobre la mesa de centro, de madera de roble, y nos acomodamos en el sofá. El salón seguía a media luz. Algunas velas estaban prácticamente sofocadas y otras ya se habían consumido del todo. También permanecía encendida la chimenea, cediendo su lumbre y su calor a toda la estancia, protegiéndonos del frío del exterior.

Por su parte, Julien no había dejado de mirarme desde que ocupamos sendos lugares en el sofá. Había algo en sus ojos que no había logrado comprender durante la cena. Se trataba de ese brillo… ¿Qué le hacía estar tan radiante esta noche? No quería apartar mi vista de él. Profundicé en ellos buscando respuestas, albergando la esperanza de poder descifrar aquella mirada. Sin embargo, lo único que conseguí fue dejarme llevar por la misma cuando descendió de los míos a mis labios, sugiriéndome acortar las distancias que separaban nuestros rostros. Comencé a sentir cómo se estrechaba el recorrido entre su boca y la mía. El preámbulo era su respiración acariciando mi piel, nuestros alientos mezclándose, y el calor que desprendía todo él, a escasos milímetros de la inminente unión.

—Rowan… —susurró antes de culminar en un beso—. Te quiero…

Y entonces me besó. Cerré los ojos para dejarme transportar por aquel delicioso gesto, mientras una de sus manos se enredaba en mi pelo y me apretaba contra sus labios. Con la que le quedaba libre empujó mi espalda hasta tenerme justo sobre él. Me dejé guiar sin intención ninguna de resistirme. Tenía ganas de sentirle contra mi piel a pesar de que en el primer contacto había comenzado a abrasarme. Una oleada de sensaciones me había envuelto, llenándome de un placer incontrolable, hasta que inesperadamente Julien decidió ponerle fin y apartarse de mí. Lo hizo mediante una mueca dulce y de lo más cariñosa; no obstante, tuvo que hacer algo de fuerza para lograr desasirse de mí, puesto que yo me negaba a separarme de la pasión de su abrazo.

—Te he echado tanto de menos… —masculló con la respiración sofocada, tras la efusividad de nuestro beso.

Y entonces, un gesto suyo terminó de descolocarme por completo, logrando hacerme entrar en una crisis de pánico. Dejó ir mi mano para introducir la suya en el bolsillo de su pantalón. Por alguna razón me convencí de que buscaba algo. Un objeto para el que yo todavía no estaba preparada.

—Quería hablar contigo esta noche —susurró reteniendo mi mirada—. Sobre nosotros…

Mi corazón parecía querer saltar de mi pecho. No podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. ¿Realmente había un nosotros? Sabía de un él y un yo, pero desconocía en qué momento aquello se había transformado en un nosotros. Si ni siquiera habíamos probado de vivir juntos. Y no es que Julien no me gustase, pues saltaba a la vista que sí, pero…

—Julien, yo… —intenté hablar, pero las palabras se negaban a subir por mi garganta.

Puede que durante la cena hubiese podido estar segura de que Julien era perfecto para mí, pero evidentemente cuando lo pensé no fue porque creyera que debía firmarlo en un documento tan pronto… También podría ser que me estuviese precipitando, y que no fuese una propuesta de matrimonio lo que él quería ofrecerme. También podía ser que intentase convencerme para vivir juntos, o que hubiese planeado un viaje, o que simplemente quisiera terminar con todo aquello, pero entonces, no habría insinuado que me había echado de menos, ¿no?

En estos momentos de tortuosa incertidumbre, deseaba más que nunca que comenzase a sonar el molesto busca, que anteriormente no había habido manera de silenciar. También sabía de antemano que, probablemente, él había desconectado su móvil. Y fue entonces cuando caí en la cuenta de algo más. Durante la búsqueda de las llaves en mi bolso no había visto ese aparato, por lo que sentencié que seguramente Julien se debió hacer con él cuando cogió las llaves de mi casa, para garantizarse de que esta noche no habría interrupciones.

«¡Que tramposo!», pensé contrariada.

Sin embargo, otro sonido afín me salvó de aquella encerrona. Se trataba del teléfono de casa. Aunque me extrañó que se le pasase por alto desconectar algo tan obvio, sabía que en adelante no debía subestimarle. En parte, casi me sabía mal sentirme tan aliviada por aquella inoportuna llamada, pero yo era así de desnaturalizada en algunas ocasiones.

—Debo contestar… —mentí apresurándome para levantarme.

—Déjalo sonar —imploró él.

Sus palabras de desaliento fueron como una puñalada a traición, y su mirada rebosante de compasión me desarmó sin remedio. No contento con ello, todavía me sujetó de la mano y la acercó con ternura a su rostro.

—Tengo que ir —intenté convencerle, incapaz de seguir contemplando su mirada de niño abandonado.

—Por favor…

—Vuelvo enseguida, Julien —resolví finalmente, fingiendo ser valiente.

Me desprendí de su mano sin fuerzas, y me incliné levemente para besar sus labios. Fue un beso corto y rápido, pero a fin de cuentas un beso que, a pesar de todo, Julien me devolvió. Acto seguido le di la espalda sin mirarle, para no tener que enfrentarme a su tremenda decepción. La cuestión era que en el fondo me sentía tan mal…

Un hombre maravilloso había tomado la difícil decisión de compartir su vida con un desastre de mujer como yo, y lo más sensato que se me ocurría era salir corriendo. ¿Por qué era tan cobarde? ¿De qué tenía tanto miedo?

Me acerqué al teléfono del recibidor, ya que el de la habitación había quedado fulminado por la mañana, durante la discusión con mi padre. Como era costumbre en mí, antes de descolgar el aparato observé en la pantalla el número de la llamada entrante y me di cuenta del tremendo error que acababa de cometer al creer que sería mejor opción responder al teléfono que tratar de conversar con Julien. ¿Quién me iba a decir que para salvarme de un gatito inofensivo iba a tener que enfrentarme a las garras de un león?

—¡Hola, Andru! —saludé decepcionada.

Pude escuchar como Julien, tras sentir el nombre de mi progenitor, se levantaba del sofá para quedarse apoyado en el marco de la puerta que separaba el salón del recibidor, para seguir el hilo de la conversación. Sabía de sobras que tras aquella llamada necesitaría refuerzos. Después de todo, seguía preocupándose por mí.

—Rowan, cariño —saludó mi padre con la voz forzada, como si me estuviese preparando un nuevo melodrama—. Espero no haberte despertado, pero es que acabo de ver las noticias y he escuchado lo del tiroteo en esa cafetería…

—Lamento comunicarte que he sobrevivido, si es lo que quieres saber —le corté tajante, incapaz de seguir con el guion de la película que él mismo se había montado.

En ese mismo instante, intuí también de qué manera había llegado a enterarse Julien de que mi paciente de esta tarde había sido un herido de bala. Sí, al final se ponía en evidencia lo exageradamente desconfiada que llegaba a ser. Entonces comencé a sentirme mal por cómo le había respondido a Andru; a fin de cuentas, él era mi padre y podía ser que su tono de preocupación fuese real.

—Comprendo que estés enfadada conmigo después de cómo ha trascendido nuestra conversación de esta mañana —continuó en tono conciliador—. Pero solo con que me respondas al teléfono hoy, tengo suficiente.

—Lo siento —me disculpé arrepentida—. No he tenido un buen día.

—Tengo entendido que el inspector le Viel ha vuelto a la ciudad —dijo entonces, haciendo caso omiso de mis palabras—. Imagino que debe estar ahí contigo, y pese a que no pretendo molestar ni mucho menos, me encantaría hacerte una pregunta.

—¿Qué quieres saber?

—¿Cómo están las cosas entre vosotros? —inquirió derrochando dramatismo—. Deja que me explique. En las noticias dijeron que el motivo por el que ese hombre salvó la vida fue porque tú estabas allí en el momento de los disparos…

—Sigo sin comprender qué tiene eso que ver con Julien o conmigo.

—Es muy sencillo, hija —continuó, haciendo especial hincapié en nuestro parentesco—: debe haber problemas en el paraíso para que tú, que tanto has criticado mis escarceos, te pasees por Saint Cyprien en compañía de otro hombre.

—¿De qué estás hablando? —increpé molesta, consciente de que había subestimado las ganas de hacer daño de mi padre—. ¡No pretendas justificarte conmigo!

—No lo hago —respondió con voz queda—. Es solo que me preocupa la repercusión que puedan tener tus devaneos sexuales en mi carrera.

—¡Eres un ser despreciable! —exclamé entonces, furiosa.

Julien, después de escuchar el tono de mi voz, se acercó a mí por la espalda para ponerme sus manos sobre los hombros, con gesto protector. Sentí que me infundía fuerzas para que no me derrumbase y para que, sobre todo, mi eterno rival no se concienciase de su inminente victoria.

—Sé lo que soy y lo asumo, pequeña entrometida —alegó Andru con entereza—. ¿Puedes hacer tú lo mismo?

—¡Por un momento había llegado a pensar que te preocupabas realmente por mí! Pero ahora veo que no he podido estar más ciega. ¡Deja de hurgar en mi vida! ¡Que tú engañases a mamá no te da derecho a hacer comparaciones! ¡Nunca seremos iguales!

—De eso no me cabe la menor duda.

Julien me quitó el teléfono de las manos antes de que Andru terminase de decir lo que tuviese que explicarme, y lo colgó sin miramientos. Si no fuese por él, seguramente hubiese continuado gritando a mi padre hasta quedarme afónica. Pero logró calmar mis nervios con su carácter conciliador, cuando me recompensó con un abrazo y un cariñoso beso en la frente.

—Te preguntarás por qué le cojo el teléfono después de todo… —dije empezando a llorar, consumida por la impotencia.

—En realidad lo que no entiendo es por qué le escuchas —respondió limpiando mis lágrimas—. En cuanto la conversación se sale de contexto tienes motivos más que suficientes para dar el tema por zanjado, razón por la cual no alcanzo a comprender por qué no eres tú misma quien cuelga.

A pesar de tanta amabilidad, proseguí sin lograr calmar mi llanto. Podía imaginar a mi padre sentado en su butaca de piel marrón, en su lustroso despacho, encendiéndose un puro Montecristo para celebrar su victoria, mientras su sarcástica sonrisa cruzaba su soberbio rostro.

Menos mal que podía sentir las manos cálidas de Julien acariciando mi pelo y mi mejilla. Él comprendía perfectamente cómo me sentía en aquellos instantes, puesto que no era la primera vez que trataba de consolarme tras una conversación telefónica con Andru. Me aferré con fuerza a su abrazo, pese a que las lágrimas continuaron brotando de mis ojos sin cesar, para romper contra la mano que Julien tenía depositada en mi mejilla.

—Rowan… —susurró—. Tienes tanto que aprender…

Cadena de mentiras

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