Читать книгу Cadena de mentiras - Rowan du Louvre - Страница 16

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Julien y yo descansábamos en mi cama. Él acostumbraba a dormir con el torso desnudo cuando nos acostábamos juntos, razón por la que yo aprovechaba para dormir recostada sobre su pecho. Acunada entre sus brazos me sentía más relajada y protegida que nunca. Podía sentir, en lo débil que era su respiración, que no había tardado demasiado en quedarse dormido, y por mi parte debía admitir que no tardaría mucho más que él en conseguirlo. En mis sueños recordé a alguien muy especial.

Podía ver a mi madre, hermosa y joven. Jugaba conmigo en el jardín de la parte delantera de la residencia que poseíamos en Marsella. Recordaba aquel lugar con cariño por ser donde más tiempo disfruté de la compañía de ella.

—¡Corre, mamá! —gritaba emocionada con apenas ocho, o puede que nueve años—. A ver si me ganas…

—Te has vuelto muy rápida, pequeña Rowan.

Todavía recordaba el eco de su risa y lo radiante que lucía su sonrisa en su rostro. Pocas eran las veces que la había visto triste o enfadada. O por lo menos así era como la recordaba hasta poco antes de cumplir los veinticinco años. Cuando regresé de la facultad de medicina tras graduarme. Para entonces el nivel social de Andru había dado un giro radical y, en consecuencia, lo había exprimido en su provecho.

—Mamá, ¿no te das cuenta de que tu marido pasa más tiempo fuera que dentro de casa? —traté de abrirle los ojos.

—Ahora es juez, cariño —le excusaba ella—. Tiene mucho más trabajo…

—Pero mamá…

Su sonrisa había desaparecido por completo. En su lugar la sombra de la desolación se había apoderado de mamá. Mi padre no la acompañaba nunca, ya que estaba demasiado ocupado disfrutando de la compañía de otras mujeres a espaldas de ella. Para colmo, después, como cualquier marido infiel, la colmaba de regalos para tapar sus excentricidades y yo, obviamente, le odiaba por eso, a la par que me enfrentaba a mi madre por negarse a hacerse cargo de la cruda realidad. ¿Por qué no se separaba? La hubiese apoyado en todo lo que me hubiese pedido. Podía haber cuidado de ella si hubiese hecho falta, como hasta entonces había hecho ella conmigo.

Con el paso de los meses, llegó la Navidad. Tenía grabados en mente los villancicos que sonaban de fondo en los pasillos del hospital. En especial Believe, que era el que sonaba cuando me llamó por teléfono para pasar la Nochebuena con ella y yo me tuve que disculpar por no poder asistir a la cena, puesto que, para variar, faltaban especialistas en el hospital.


Believe in what your heart is saying

Hear the melody that’s playing

There´s no time to waste

There’s so much to celebrate…


Escuchaba claramente la letra de aquella canción, que se oía desde la entrada de ambulancias, mientras hablaba por teléfono con mamá:

—Lo siento. Falta personal esta noche y se me están complicando las cosas.

—Tranquila, mi niña. Me conformaré con saber que estarás bien.

Ella, con su voz dulce, me disculpaba como siempre. Pero aquella noche sus palabras parecían más bien una especie de despedida. No me habló de vernos otro día, como en otras ocasiones. Como si supiese de antemano que no la volvería a ver.

Dolida por la sensación de haber fallado a mi madre, opté por enfrentarme al impresentable de mi padre para asegurarme de que por lo menos él se presentaría a la cena y la trataría como a toda una reina, que era lo que ella se merecía.

—Mamá lo ha preparado todo para celebrar esta noche.

—Tu madre te espera a ti —respondió él con severidad.

—¿Cómo puedes hacerle ese feo, Andru? ¡Es Nochebuena y es tu mujer!

—Estoy fuera de la ciudad, Rowan. Me halaga ser yo quien te comunique que tendréis el tremendo honor de cenar solas esta noche.

Después de sus palabras de despecho, todavía me sentí peor. Mi madre ya debía saber de antemano que mi padre tampoco iba a acudir a cenar. No pude evitar imaginarla sola, y eso todavía me entristeció más. Ella no debió querer decirme nada para que no me sintiese mal, para que me quedase tranquila en el hospital y no padeciera. Pero, ¿cómo iba a quedarme tranquila? Sobre todo, cuando era más que consciente de que mi padre mentía. Estaba completamente segura de que Andru seguía en la ciudad, y que probablemente estaba con su nuevo pasatiempo, que para colmo tenía mi misma edad. ¿Acaso pensaba que yo estaba tan ciega como mamá? Pero también era consciente de lo inútil que resultaba discutir con él.

A partir de ahí me las ingenié de todas las maneras habidas y por haber para lograr pasar, aunque tarde, la noche con mi madre. A fin de cuentas, era su única hija, ya que con su marido estaba claro que no podía contar. Sin embargo, cuando leía la pizarra de operaciones que tenía por delante, me entraban ganas de llorar por la cantidad de intervenciones pendientes que tenía todavía.

—Una, dos… ¡tres! ¡Esto es imposible! ¡Cada vez hay más!

—¡Hola Rowan! —me interrumpió Ethan.

Acto seguido colocó su mano sobre mi hombro, mientras yo secaba unas lágrimas que habían comenzado a formarse en mis ojos.

—¡Hola! —saludé sin demasiado entusiasmo.

—Sé qué te preocupa.

—Sí, bueno. Son estas fechas, supongo —quise restarle importancia.

—Conmigo no necesitas disimular —manifestó contrariado antes de añadir—: Ve con tu madre. Yo me haré cargo de tus operaciones.

—No puedes hacer eso. Tu cuadrante es todavía peor que el mío.

—Tú solo vete, ¿de acuerdo? —insistió conduciéndome hacia los vestuarios—. Para algo están los amigos.

Cuando no me quedó más opción que aceptar su ayuda, casi le besé en los labios. Le abracé con fuerza, al tiempo que me sentía en deuda con él.

Me cambié rápidamente, crucé los pasillos corriendo todo lo que mis fuerzas dieron de sí y, en un visto y no visto, me hallaba en el parking poniendo en marcha mi coche. En el exterior había comenzado a nevar y hacía un frío que acobardaba al más valiente, pero a pesar de ello, mi coche arrancó a la primera.

Llegué a casa de mis padres en menos de media hora. Había tráfico en la carretera, pero era bastante fluido y no me demoró demasiado. Una vez allí toqué al timbre y esperé, pero no contestó nadie y entonces me preocupé. Tan solo algunos segundos después, Noah, un chico de mi misma edad que acostumbraba a jugar conmigo en el jardín de casa cuando éramos más pequeños, me abrió la puerta.

—¿Qué haces tú aquí? —me sorprendí.

—Hola, Rowan… yo… tengo algo que explicarte…

A pesar de que él intentó entablar una conversación conmigo, no le dejé terminar de hablar, pues me había extrañado ver la casa completamente a oscuras. Una vez en el interior, me dirigí al salón, donde esperaba encontrar a mi madre.

—¿Mamá?

Pero ella no estaba allí. En realidad, no había nadie en el salón. Todavía se notaba el calor de la lumbre, detalle por el que terminé por concluir que hasta hace bien poco la chimenea debía haber estado encendida. Cavilando dónde podía haberse metido, encontré un sobre grande de color marrón encima del sofá. No llevaba nada escrito ni en el anverso ni en el reverso. Ni destinatario, ni remitente.

—¿Qué es esto?

Decidí saciar mi curiosidad y lo abrí. No tardé más que unos segundos en arrepentirme de mi aventurado gesto, a la par que me llevé las manos a la boca horrorizada. Dentro de aquel sobre había una serie de fotos que me revolvieron el estómago. Si mi madre había tenido la desgracia de presenciar aquellas mismas imágenes antes que yo, era comprensible que hubiese salido corriendo de casa. Casi podía imaginar su dolor tras abrirlo. ¡Desde luego aquellas fotos eran de muy mal gusto! En las mismas se retrataba a Andru en compañía de otras mujeres. En algunas tan solo aparecía abrazado de manera grotesca, mientras que en otras las besaba con liviandad y lascivia. En las peores se le podía contemplar en posturas más que comprometidas. ¡Todo un trauma para los ojos de cualquiera!

En mitad de mi conmoción, el sobre se desprendió de mis manos para acabar cayendo al suelo, y en consecuencia, todas las fotos quedaron dispersadas de cualquier manera. Al quedar esparcidas por la alfombra roja, de entre ellas salió una tarjeta. Era de un hotel y estaba escrita en el reverso. La inscripción era simple:


“Cadena de Mentiras”

Abre los ojos

Hotel St. Claire (25-XII) 00:30h


Estaba escrita del puño y letra de alguien, pero, ¿quién lo enviaba?, ¿qué significaba?

Imaginaba a mi madre corriendo para llegar a tiempo a aquella cita, por lo que sin dejar pasar un segundo más, hice lo mismo. Pasaban cinco minutos de la hora que figuraba en aquella tarjeta, y tardaría por lo menos quince más en llegar a aquel lugar, pero si mi madre había acudido a ese hotel, debía ir tras ella para protegerla y apoyarla en lo que necesitara.

Antes de salir me percaté de que Noah ya no estaba en la casa. Había desaparecido igual de rápido que había aparecido, pero intenté no darle más importancia de la que tenía. Era consciente de que tampoco había tiempo que perder, por lo que abandoné el hogar y subí nuevamente a mi vehículo.

A partir de ahí, los recuerdos eran sumamente confusos en mi cabeza, además de muy dolorosos. No sabía exactamente el tiempo que había invertido en llegar a aquel lugar, ni siquiera el tiempo que dediqué a estacionar el vehículo. Lo único que todavía no había logrado olvidar era cómo el mundo se derrumbó bajo mis pies cuando salí del coche.

La zona cercana a aquel hotel estaba acordonada. Había muchos policías, una ambulancia y una dotación de bomberos, además de mucha gente alrededor. Al presenciar aquello, mi corazón comenzó a palpitar desbocado. Quería correr para comprobar qué era lo que había sucedido, pero mis piernas se negaron a obedecerme.

Las imágenes pasaron por delante de mis ojos como una sucesión imparable de diapositivas. Logré ver a mi madre tirada de cualquier manera sobre la calzada, con el cuerpo totalmente contracturado sobre la nieve manchada por su propia sangre.

Los policías hablaban por las emisoras y apartaban a los morbosos, que se habían acercado demasiado para tener imágenes de primera mano de la trágica escena. Mientras, los bomberos retiraban de en medio de la misma calzada el amasijo de hierros en que se habían transformado un semáforo y una farola cerca del cuerpo de mi madre.

Los sanitarios se movían a toda velocidad en el intento desesperado por reanimarla, mientras su corazón se debatía entre la vida y la muerte.

—¡No puede traspasar el cordón policial! —me avisó un policía.

Al parecer, sin darme cuenta había cruzado la zona acordonada, y a pesar de que escuché la voz de aquel agente, la ignoré y seguí mi camino.

—¡Señorita, no puede seguir avanzando! —me advirtió de nuevo.

Pero yo proseguí a lo mío, como si aquellas palabras no fuesen conmigo.

—¿Señorita? ¿Se encuentra bien? —dijo entonces sosteniéndome de un brazo.

—No… no estoy bien… —respondí compungida sin mirarle siquiera—. ¿Qué ha ocurrido?... ¿Por qué está mi madre herida en el suelo?... ¿Dónde está Andru?...

Tras asociar y comprobar que yo era la hija de la mujer que ahora estaban atendiendo los paramédicos de la ambulancia, el agente se identificó. Su nombre era le Viel. Julien le Viel. Me sometió a un bombardeo de preguntas antes de permitir que me acercara al lugar del accidente. También creyó conveniente ponerme en sobre aviso de lo que había sucedido:

—Parece algo premeditado —comenzó a explicarme—. Quienquiera que sea el culpable, primero la embistió brutalmente y después se dio a la fuga. La halló un transeúnte casual, agonizando entre el amasijo de hierros en que se había convertido el semáforo arrancado y la farola que también se llevó por delante…

Después de aquella terrible narración, rompí a llorar exhausta. No lograba dar crédito a aquellas palabras. Julien pasó su brazo sobre mis hombros tratando de consolarme, mientras me acompañaba al lugar de los hechos. La escena era evidentemente atroz, ya no me cabía la menor duda. Pese a que había intentado mentalizarme, cuando llegué frente a ella me di verdadera cuenta de que no estaba preparada para lo que finalmente vi.

—¡Oh!... ¡Dios Santo!... ¿Qué clase de animal…? —comencé a sollozar totalmente compungida—. ¡Mamá!… Mamá…

De pronto, abrió los ojos escasamente unos segundos para contemplarme.

—Rowan… —susurró con mucho esfuerzo, poco antes de cerrarlos nuevamente.

—¡Mamá! —Me asusté entonces—. ¡Mamá!


Tras mis gritos, Julien despertó sobresaltado. Casi al mismo tiempo yo me incorporaba bruscamente en la cama con el corazón acelerado y las lágrimas ahogadas que pugnaban por salir de mis ojos.

—Rowan, ¿qué te ocurre?

—Julien… —sollocé abatida—. He vuelto a soñar…

Él se incorporó a mi lado en la cama, y consciente de lo desamparada que me sentía, me pasó un brazo por la espalda para acunarme en su pecho. Tenía grabadas en su memoria las mismas imágenes que yo, pero jamás sabría el dolor que las mismas me causaban. Llevaba intentando ayudarme a superarlas desde que nos conocimos, el día de la tragedia, pero las pesadillas eran cada día más reales.

Por mi parte aproveché para apretarme fuertemente contra él. La sensación de vacío que sentía dentro me daba verdadero vértigo, sobre todo teniendo en cuenta que el asesinato de mi madre todavía no se había resuelto. A estas alturas, todas las investigaciones seguían siendo tan solo conjeturas.

El no tener a quien culpar me hacía mucho daño y me mortificaba enormemente. Ese energúmeno vivía en libertad después del crimen que había cometido, y el único consuelo que me quedaba era que debía aprender a vivir con ello y sobrellevarlo.

Apenas faltaba un mes para el primer aniversario de su repentino fallecimiento, y seguía echándola tanto de menos como el primer día. Me había sometido a varias terapias con psicólogos de reconocido prestigio, y lo único que había sacado en claro es que los seres queridos tan solo mueren cuando dejas de recordarlos, pero ¿quién demonios quería vivir de recuerdos? En mi caso necesitaba abrazarla, sentirla, escucharla…

Julien acariciaba mi cabello en un vano intento por sosegar mi llanto desconsolado, pero todo era inútil. No había nada que hacer. Mi madre había muerto y por más que me torturase aceptar la cruda realidad, jamás la volvería a ver. Julien se apartó a escasos centímetros de mí, mientras con su mano alzó mi rostro para poder hablarme mirándome a los ojos.

—Resolveré el caso, ¿de acuerdo? —me dijo a media voz—. Confía en mí.

Tan solo dejó de hablar el tiempo estrictamente necesario para secar mis lágrimas con las yemas de sus dedos, luego me besó con ternura, mientras me susurraba a modo de promesa:

—Nadie más volverá a hacerte daño jamás.

Volvió a besarme, pero ahora profundizó mucho más en mis labios, convirtiéndolo en algo mucho más intenso. Como agravante, podía sentir su cuerpo semidesnudo rozando el mío. Su olor me embriagaba y su calor me abrasaba, al mismo tiempo que sus besos descendían sedientos por el resto de mi piel.

Todas mis terminaciones nerviosas se activaron de repente, estimulando sin remedio mi cuerpo. Sus manos me incitaban a desearle, pero él no iba a conformarse solo con eso. Deslizó sus labios por la envergadura de mi cuello, logrando erizar mi piel con sus caricias. Yo había comenzado a clavar mis manos en su espalda entre pequeños jadeos apenas audibles, y en represalia él comenzó a apretarme contra su cuerpo de tal forma que parecía que pudiésemos fundirnos en uno en cualquier momento. Acto seguido mi respiración se convirtió en gemidos espontáneos y mi piel ardía con cada caricia suya, al igual que con cada beso.

Mis manos seguían clavándose con fuerza en su ancha espalda hasta que, con un movimiento ágil, Julien me tumbó en la cama para colocarse justo encima de mí. Para ser sincera, no sentí su peso, y deduje que era debido al nivel de excitación que había alcanzado.

Las cosas mejoraron mucho más cuando además logré sentir cómo su deseo había conseguido endurecerse bajo las sábanas.

Fue abriéndose paso por mi cuerpo con sus labios, y tan solo detuvo su camino cuando topó con mis pechos. Ahí se demoró algunos instantes para acariciarlos con sus dedos y para besarlos con la misma dulzura con la que había comenzado. Resultaba excesivamente placentero sentir su lengua ardiente y húmeda en ellos.

Sin perder el tiempo, deslizó sus manos gráciles como una serpiente por mi vientre, para pasar luego a mis caderas, y no se detuvo hasta terminar por fin entre mis piernas. Me acarició primero por encima de la ropa interior. Para entonces yo ya estaba en pleno apogeo; comenzaba a faltarme el aire y casi pierdo el sentido cuando tomó la decisión de apartar la poca ropa interior que vestía para proseguir con sus caricias. El roce de sus dedos se me planteaba como algo delicioso, mientras mi respiración comenzaba a sonar sofocada. Luego se lamió un dedo y lo introdujo dentro de mí con movimientos suaves, mientras yo no hacía más que sentir como su excitación terminaba de endurecerse contra mis muslos. Para entonces, su respiración era casi salvaje.

En un impulso incontrolado, apartó de golpe las sábanas para que no se entrometieran en su camino. Ya no eran sus manos las que entraban a jugar, las había cambiado inesperadamente por sus labios y me besaba con ardiente pasión los pechos, el vientre, los muslos y entre ellos. Pero aquello ya fue demasiado para los dos. Llegados a aquel extremo, Julien separó mis piernas, se colocó encima y seguidamente entró en mí. Primero lo hizo con movimientos acompasados y suaves, para segundos después alcanzar el clímax, acelerándose con movimientos algo más bruscos mientras se dejaba arrastrar por el deseo. Se aferró entonces con fuerza a mi cuerpo, mientras yo clavaba mis uñas en su espalda hasta que, finalmente, nuestros cuerpos se relajaron.

Minutos más tarde me hice un hueco de nuevo entre los brazos de Julien. Él me recibió con mucho gusto, para variar, e inmediatamente después comenzó a deleitarse con mis rizos. Para entonces, su mirada hacia mí volvía a ser de nuevo dulce, y sus palabras también.

—Te quiero, preciosa.

Cadena de mentiras

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