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Problemas en la evaluación de estudios sobre diferencias sexuales
ОглавлениеLa tesis central de Ciccia es que “la actual producción de conocimiento neurocientífico perpetúa los clásicos sesgos sexistas y androcéntricos que sirvieron para respaldar el régimen jerárquico y binario de los sexos” (2017a). El “discurso científico misógino decimonónico” continuaría vigente en las hipótesis de las que hoy parten las investigaciones neurocientíficas, pero “enmascarado en nuevos estudios”. Puntualmente, acusa a estas investigaciones de promover “la inferioridad de la mujer”, tal como han planteado los que denomina “nuevos feminismos críticos”. Pero una vez establecido este propósito, Ciccia no empieza por cuestionar los estudios a los que hace referencia, sino que sin justificación argumentativa o empírica alguna, los vincula con “un proceso político-cultural históricamente situado” que remite al siglo XVIII, como si el conocimiento científico no hubiera evolucionado en más de dos siglos.
Ciccia menciona muy pocos estudios científicos sobre el tema y concluye que estas investigaciones no son fiables ya que poseen “un bajo y polémico poder estadístico, sin siquiera repetir tales experimentos a fin de comprobar si se obtienen los mismos resultados”. Sostiene que el metaanálisis de Janet Hyde (2005) es una fuente más confiable para la evaluación de afirmaciones sobre predisposiciones en hombres y mujeres, y sobre la influencia relativa de los factores biológicos y socioculturales.
Examinemos primero la afirmación de que dichos estudios tienen “un bajo y polémico poder estadístico”. La poco más de media docena de estudios citados por Ciccia no son ni los únicos ni los principales trabajos realizados hasta el momento sobre el tema, y en el caso de las niñas con hiperplasia adrenal congénita (CAH), en los que correlacionan niveles elevados de testosterona en el útero de la madre y juegos típicamente masculinos durante la infancia, una de las evidencias relevantes de dimorfismo sexual, lo que cita no son estudios específicos sobre el CAH sino uno que los menciona tangencialmente y que está centrado en la identidad y en la orientación sexual (Swaab, García-Falgueras, 2010: 22-23). Entre los estudios sobre hiperplasia adrenal congénita que no menciona cabe destacar el de Wong y otros (Pasterski, 2005; Wong y otros, 2013), con muestras de 117 y 244 personas, el de Berenbaum y otros (1992), con una muestra de 117 personas, y el de Servin y otros (2003), con una muestra de 52 participantes.
En el útero, el cerebro es femenino hasta que, entre la séptima y la duodécima semana después de la concepción, se liberan andrógenos, que son las hormonas masculinas. A medida que estas hormonas se incrementan en el cerebro, lo articulan y organizan. La técnica de la amniocentesis permite conocer ese proceso, ya que si se extrae un poco de fluido de la matriz, los científicos pueden medir el nivel de andrógenos y luego relacionarlo con el comportamiento de los bebés.
Existe evidencia de que es posible encontrar el patrón de diferencias de sexo en culturas muy diferentes (Geary y De Soto, 2001; Peters y otros, 2006). Como sería demasiado extenso mencionar aquí la evidencia sobre predisposiciones psicológicas de hombres y mujeres que no son producto de la socialización, ya que proviene de disciplinas muy diversas como las neurociencias, la psicología evolucionista, la genética conductual, la biología evolucionista y la etología, entre otras, nos concentraremos en primer lugar en algunos de los estudios en los que los niveles de testosterona en útero correlacionan con comportamientos masculinos, ya que Ciccia menciona sólo los relativos a la hiperplasia adrenal congénita pero hay muchos más que han sido realizados tanto con seres humanos como con otras especies. Nos concentraremos en los primeros.