Читать книгу El patriarcado no existe más - Roxana Kreimer - Страница 27

Diferencias sexuales como resultado de la evolución

Оглавление

El punto en común de los metaanálisis de Janet Hyde, Daphna Joel y Lucía Ciccia es que ignoran sistemáticamente todos los estudios que tienen en cuenta la historia evolutiva de nuestra especie, y en particular la teoría de la selección sexual de Darwin. En ella, tal como consignamos en el capítulo anterior, se explica cómo hombres y mujeres enfrentaron algunos desafíos distintos en contextos ancestrales. Investigadores posteriores que siguieron en esa línea encontraron evidencias de cómo se establecieron ciertas estrategias adaptativas diversas para hombres y mujeres, tales como un mayor interés por las personas en el caso de las mujeres y un mayor interés por los mecanismos de los objetos en el caso de los hombres.

Por otro lado, a partir de este encuadre evolutivo, Ciccia y Joel ignoran el hecho de que hay rasgos que en promedio predominan más en cada sexo. De esta manera, pierden una clave esencial que explica una parte considerable de los comportamientos humanos que interactúan con la cultura.

En principio, la mayor parte de quienes escriben sobre este tema reconocen que somos resultado de la selección natural y sexual, pero en la práctica algunas posturas denotan un dualismo metodológico que hace tiempo fue abandonado por la investigación científica. Si nos referimos al estómago, al intestino, a la vista o a las piernas, no tienen ningún problema en reconocer que somos animales, pero la evolución parecería detenerse en el cuello si hablamos de predisposiciones psicológicas. De este modo, se considera que el cuerpo y la mente son entidades separadas. Para quienes aceptan la teoría de la evolución, es claro que el cerebro humano debe contener adaptaciones que procesan información del medio ambiente. Es el caso, por ejemplo, de las estrategias biológicamente adaptativas que denominamos emociones. Hombres y mujeres se diferencian en cromosomas, genética, hormonas y rasgos neurofisiológicos. Explicar las diferencias de sexo exclusivamente a través de aspectos socioculturales, negando los biológicos, constituye una forma cuestionable de reduccionismo, en este caso sociológico. Es preferible una integración de ambos niveles de análisis.

Mujeres y hombres en todo el planeta tienden a preferir rasgos diferentes en la elección de pareja, aunque también tienen preferencias comunes (Buss, 1989; Schmitt, 2005; Shackelford y otros, 2005; Lippa, 2009). Las mujeres tienden a sentirse más atraídas sexualmente por hombres de mayor estatus por su riqueza económica, inteligencia o poder (Buss, 1989; Townsend, 1990), son más propensas a evitar el daño físico y dan menos señales de estar interesadas en dominar y alcanzar posiciones de estatus (Campbell y otros, 1998; Watson y otros, 1998). Contrariamente a lo que podría suponerse, esta tendencia no desaparece en mujeres económicamente independientes, sino que se incrementa (Townsend, 1998). Hombres y mujeres tienen diferencias de personalidad que en promedio pueden ser encontradas en todo el planeta, tal como da cuenta el estudio de Schmitt y colegas realizado con 17.637 personas en 55 países (2008). Existe una ratio aproximada de diez asesinatos perpetrados por hombres por cada asesinato perpetrado por una mujer (Kellermann y Mercy, 1992). La inmensa mayoría de las víctimas de homicidio de los varones son otros varones.

En su libro Brain Gender (2005), Melissa Hines sugiere que hombres y mujeres no son idénticos, tal como claman los constructivistas sociales, ni completamente distintos, como sugiere John Gray con su divulgada metáfora de que “los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” (1992). Algunas desemejanzas entre hombres y mujeres son moderadas y otras, tales como los estilos de juego o los juguetes elegidos, son grandes y comienzan a los doce meses de edad (Berenbaum y Hines, 1992; Jadva y otros, 2010). Hines también realizó estudios que evidencian que las niñas tienden a preferir seres vivos (muñecas, animales de peluche) y los niños prefieren vehículos, autos, aviones y armas (Alexander y Hines, 1992). Asimismo, las niñas y los niños prefieren jugar con los de su mismo sexo entre el 80 y el 90 % del tiempo (Hines y Kaufman, 1994).

Muchas de las diferencias mencionadas pueden ser vistas en otros mamíferos: mayor agresión en el macho, mayor inversión parental en la hembra, mayor interés en los objetos por parte de los machos y mayor interés en miembros de su misma especie en las hembras. Entre humanos y chimpancés, los niños y las crías macho suelen pasar más tiempo lejos de las madres que las niñas y las crías hembra, lo que podría revelar también una mayor propensión al riesgo (Lonsdorf y otros, 2014). El caso de la hiena es atípico, ya que la hembra tiene más testosterona que el macho, con lo cual su carácter es más agresivo, y suma evidencia en favor de los efectos de la testosterona (Dloniak y otros, 2006).

Las mujeres muestran un mayor interés social y más habilidades para relacionarse socialmente desde muy pequeñas, pero como la socialización podría reforzar ese rol, no quedaría del todo claro su origen. En un estudio de Gerson y otros (2016), se observó si esas diferencias surgieron en 48 crías de primates macacos que crecieron en un medioambiente controlado. Comparado con los machos, las hembras de dos o tres semanas de vida miran más a la cara, específicamente a los ojos, y entre la cuarta y quinta semana de vida establecen más contacto con los cuidadores conocidos y no conocidos.

El patriarcado no existe más

Подняться наверх