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La teoría de la empatía-sistematización

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Cuando Ciccia señala “los altos niveles de testosterona representan un sello de calidad para el desarrollo de aquellas performances cognitivas que requieren una mayor capacidad de abstracción” (2015), aunque en ningún momento lo menciona, probablemente haga referencia a la teoría de la empatía-sistematización de Simon Baron-Cohen (2002; 2004), que surgió a partir de sus estudios sobre autismo, un trastorno que correlaciona con altos niveles de testosterona en el útero materno. Además de tener dificultades con la empatía, el autista tiende a observar patrones muy focalizados, similitudes en cosas desconectadas, a concentrarse en fragmentos o detalles que quizás nadie antes notó, conductas que Baron-Cohen denomina “sistematizadoras”, ya que tienden a identificar las reglas subyacentes de diversos sistemas. No es inusual que el autista sea particularmente talentoso para cuestiones que involucran este tipo de habilidades. La tarea de sistematizar supone el reconocimiento de patrones y también la abstracción, que es extraer los rasgos esenciales de un conjunto de objetos o ideas.

Baron-Cohen hipotetizó que el autismo podía representar rasgos extremos del cerebro masculino típico (Baron-Cohen, 2002). A los hombres en promedio les interesa más que a las mujeres conocer los mecanismos (cómo funcionan las cosas), como cuando un automovilista inspecciona el motor del auto, y también en promedio tienen más interés por las matemáticas que las mujeres.

Los hombres en promedio se interesan más por los objetos y por los procesos que por las personas, que son –también en promedio– de mayor interés para las mujeres, un foco que nace de su mayor predisposición a la empatía, tal como evidencian numerosos estudios, como el realizado con una muestra de 5186 personas en el que se midió el cociente de empatía y el de sistematización, y las mujeres en promedio calificaron mejor en empatía, mientras los varones calificaron mejor en sistematización (Wright y Skagerberg, 2012). En un metaanálisis de empatía cognitiva realizado con 88.056 voluntarios, las mujeres rindieron mejor en el test de “Lectura de emociones en los ojos” (Warrier y otros, 2017).

La teoría de la empatía-sistematización puede ser utilizada para explicar las disimilitudes sexuales en las preferencias de los niños por los juguetes, y en la adultez, las preferencias ocupacionales. La física y la ingeniería son el equivalente de los juegos mecánicos y constructivos de la niñez. La sistematización incluye sistemas técnicos (computadoras, vehículos y otras máquinas), naturales (ecología, geografía, química, física, astronomía o geología) y abstractos (política, economía). La teoría de la empatía-sistematización fue puesta a prueba nuevamente en el estudio más grande que se realizó hasta el momento, con una muestra de medio millón de personas (Greenberg, 2018). Se sumó evidencia en favor de la hipótesis de que las mujeres en promedio son más empáticas, los hombres en promedio están más orientados a los sistemas, y las personas autistas en promedio muestran un perfil “masculinizado”.

Aunque, tal como hemos señalado, Ciccia no menciona la teoría de la empatía-sistematización ni a ninguna otra que postule una mayor propensión masculina a la sistematización, su análisis parece una falacia del hombre de paja de lo que postula Baron-Cohen, es decir, la simplificación y deformación de una teoría. En primer lugar, presuponer que la abstracción representa un “sello de calidad” y la maternidad un estatus inferior resulta cuestionable, puesto que tanto sistematizar y reconocer patrones como ser eficaz en la ardua tarea de criar a un hijo son tareas que requieren de inteligencia y habilidades múltiples y valiosas. Atribuye sin evidencia una intención discriminadora a los investigadores, pero no cita a ningún científico que postule lo que señala. El mero hecho de que un rasgo femenino coincida con un estereotipo le parece discriminatorio, como si los hechos en sí mismos pudieran ser sexistas.

Por otra parte, la preferencia que en promedio manifiestan las mujeres por carreras que focalizan en lo vivo o en personas y no en la sistematización (o abstracción, en palabras de Ciccia), que en promedio son preferidas por los varones, es una elección individual que merece ser respetada y no descalificada estableciendo un régimen jerárquico que no es en absoluto evidente, puesto que ser psicóloga, médica, veterinaria o bióloga, todas carreras con un mayor porcentaje de mujeres, no es menos valioso que ser físico, matemático o ingeniero.

A diferencia de lo señalado por Ciccia, que no cita ningún pasaje para brindar evidencia sobre su afirmación, Baron-Cohen en ningún momento refiere a un “sello de calidad” que mediante la testosterona se traduciría en una mayor “capacidad de abstracción” del varón (Ciccia, 2015). El psicólogo refiere a preferencias de las mujeres por las personas y todo lo vivo, y a preferencias por parte de los varones por objetos y sistematización (reconocimiento de patrones). Aunque la sistematización puede ser considerada sinónimo de la abstracción, Baron-Cohen no utiliza esa palabra e incluso si la empleara, tal como hemos señalado, no la vincula con capacidades sino con preferencias (Baron-Cohen, 2005).

Tras enumerar los pocos estudios a los que hace referencia, Ciccia (2015) concluye: “En definitiva, tal como en el siglo XIX, pero enmascaradas por un lenguaje especializado, las conclusiones de las investigaciones neurocientíficas orientadas a estudiar diferencias sexuales respaldan una imagen de hombre que representa el estadio superior dentro de la especie humana (...). A su vez, “los altos niveles de testosterona representan un sello de calidad para el desarrollo de aquellas performances cognitivas que requieren una mayor capacidad de abstracción”. En contraste, el cerebro de la mujer, al que Ciccia sostiene que se le atribuyen conectividades más primitivas y funciones menos especializadas, continuaría reflejando su destino biológico circunscripto a la procreación y a la maternidad. Luego concluye que este pensamiento “legitima el régimen sexual jerárquico y binario, piedra angular del sistema patriarcal-capitalista”, de modo que “el cerebro opera como el garante principal de los estereotipos de género.”

Negar la evidencia en favor de significativas diferencias sexuales o minimizarla, no sólo puede tener costos altísimos al subestimar trastornos mentales como la depresión, la ansiedad, el comportamiento antisocial, el abuso de sustancias, el autismo y diversos problemas del lenguaje, sino que puede tener un impacto negativo en el desarrollo infantil. Si se piensa que lo “femenino” o lo “masculino” no existen, la educación parental, institucional, la ciencia médica y los programas de salud mental pueden verse seriamente perjudicados.

Creer que del hecho de que hombres y mujeres no tengan idénticas preferencias se deriva la inferioridad de la mujer supone confundir igualdad identitaria con igualdad de derechos. Hombres y mujeres no tienen que ser idénticos en sus características para que accedan a derechos humanos y civiles básicos. Daphna Joel se pregunta por qué, si no es correcto evaluar si los negros son iguales a los blancos, lo es preguntarse si los hombres son iguales a las mujeres. “La única razón por la que queremos hacerlo –agrega– es para justificar las diferencias en la sociedad” (Joel, 2012). Incluso llega a proponer que “dejemos de usar los términos hombre y mujer”, que nos crean la ilusión de que somos totalmente diferentes, y declara que “nuestro género es una de las prisiones en las que vivimos (...) Sueño con un mundo sin género en el que seamos libres para elegir todo. Algunos elegirán sólo ser mujer, otros elegirán solo ser varón, algunos elegirán los dos.”

Joel sostiene que todos los humanos son “intersexo” y como evidencia señala que un tercio de los varones tienen pechos con forma femenina. Pero las categorías de hombre y de mujer no son un invento del patriarcado ni niegan la transexualidad, y la heterosexualidad no es un mecanismo opresivo. El mero hecho de que una persona considere que forma parte de un “espectro de género” presupone una gradación entre dos polos, y si un individuo siente que es una mezcla de ambos sexos, esto no implica que sea “neutral de género”. El ideal de Joel de abolir toda categoría sexual presupone que el sexo es autolimitante, algo cuestionable puesto que rasgos que son más frecuentes en un sexo que en otro pueden ser beneficiosos a nivel individual y social.

En “Sex and Gender are Dials, not Switches” (“El sexo y el género son diales, no interruptores”), David P. Schmitt sostiene que la sexualidad humana no es pasible de ser clasificada en categorías claras y completamente distinguibles (“tampoco pueden serlo los átomos”, señala). Existen categorías intersexo (por ejemplo, personas con insensibilidad a los andrógenos suelen tener cromosomas X e Y, lo que usualmente equivale a un hombre), pero en general crecen como mujeres y no advierten que son hombres en el nivel de los cromosomas hasta que la infertilidad los conduce a la revelación genética. Existen desórdenes del desarrollo sexual como la hiperplasia congénita o el Síndrome de Swyer, el de Klinefelter o la deficiencia de 5-alfa reductasa, en el que una persona con cromosoma X o Y tiene un aspecto femenino hasta que alcanza la pubertad, después de lo cual su cuerpo comienza a adquirir una apariencia masculina. Aunque esas personas son educadas por sus padres como mujeres, cuando alcanzan la adolescencia, la mayoría desarrolla una identidad masculina (Phornphutkul y otros, 2000). Esos casos se presentaron en mayor proporción en una isla cercana a la República Dominicana, donde es frecuente la endogamia (unión entre parientes consanguíneos), algo que incrementa el riesgo de contraer enfermedades genéticas. En tiempos en que este mecanismo era ignorado, se denominaba a estos niños “doce huevas”, puesto que a los doce años les bajaban los testículos.

Las más importantes expresiones de diversidad sexual no pueden ser entendidas unidimensionalmente. Aunque las categorías femenino y masculino son útiles como heurísticos, puede haber más variación bajo las etiquetas. Schmitt sugiere pensar al sexo como diales interconectados y multidimensionales, más que como unas pocas categorías de interruptores. “Diales que dependen de la genética –escribe–, y de los niveles hormonales, los efectos organizacionales en el útero, los activacionales en la pubertad y un amplio rango de factores sociales, históricos y culturales” (Schmitt, 2016).

Ignorar investigaciones o desestimarlas porque no responden al preconcepto de que hombres y mujeres deben ser idénticos, no hará más que retrasar el progreso de la ciencia, asignar presupuestos a investigaciones basadas en premisas sin evidencia que podrían hacer desestimar otras que estén basadas en premisas con apoyo empírico, y demorar la resolución de problemas de las situaciones que puedan resultar más problemáticas para cada género. La bióloga Heather E. Heying argumenta: “Te puedes ofender porque las mujeres amamantan, te puedes ofender por la realidad, pero ofenderse por la realidad es una respuesta que evidencia que rechazas la realidad. Hombres y mujeres son diferentes en altura, en músculos, en los lugares en los que se acumula la grasa en el cuerpo: nuestros cerebros son también diferentes” (Heying, 2018). Ofenderse o acusar de discriminatoria a la puntualización de factores biológicos es un malentendido de lo que significa que algo sea biológico. No se trata de un destino, sino de predisposiciones que interactúan con el medio ambiente, y no implican una excusa para la promoción de inequidades e injusticias. Caso contrario, como señalamos párrafos atrás, se cometería la falacia naturalista, que resulta de derivar lo que debe ser de lo que es o se supone que es. Los anteojos, la agricultura, las sillas de ruedas y los métodos anticonceptivos no son naturales y son valorados, y el Alzheimer y la malaria son naturales y se consideran disvaliosos.

No se sostiene la tesis central de Lucía Ciccia según la cual “la actual producción de conocimiento neurocientífico perpetúa los clásicos sesgos sexistas y androcéntricos que sirvieron para respaldar el régimen jerárquico y binario de los sexos” (2017a). Si, tal como señalamos, en promedio las mujeres son más empáticas que los hombres y un estereotipo identifica a la empatía con las mujeres, esto puede obedecer a la adecuación de un estereotipo a la realidad, y no a la posiblidad de que se trate de un factor causal. Pareciera que colocar las cosas en categorías fuera racional y nos hiciera inteligentes, salvo que hablemos de cuestiones de género. Es la generalización inadecuada lo que es necesario cuestionar, y el prejuicio sobre individuos basado en su pertenencia a colectivos. Diversos estudios desafiaron la idea convencional de que los estereotipos son siempre inexactos, exagerados y destructivos, analizándolos empíricamente, mostrando cómo gran cantidad son adecuados, revelando una estadística intuitiva que si bien puede fallar, en muchísimos casos es acertada (Ver Stereotype accuracy: Toward Appreciating Group Differences, Jussim y McCauley, 1995). Volveremos sobre el tema de los estereotipos más adelante.

Usualmente no hay una correspondencia simple entre conjeturas empíricas y agendas políticas, y no creo que sea adecuado discutir suponiendo que tal correspondencia existe. Por ejemplo, hay quienes plantean una explicación biológica de la identidad trans o de los deseos homosexuales y tienen como agenda política la aceptación de la diversidad sexual y de género, y suponen que la evidencia biológica justifica considerarlos “opciones naturales”, y hay quienes plantean una explicación biológica y tienen como agenda política el rechazo a la diversidad sexual y de género, y suponen que el conocimiento de las causas biológicas justifica considerarlos “trastornos” y buscar “curas”. Este es sólo un ejemplo de esta falta de correspondencia. Por lo tanto, suponer que porque alguien afirma una conjetura empírica, eso implica una determinada agenda política puede llevar a realizar acusaciones injustas y generar malentendidos respecto a las intenciones del autor. Podría ser relevante evaluar la agenda política de los investigadores, pero de una manera menos simplista.

El patriarcado no existe más

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