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MENTE, SOL Y ALIMENTACIÓN

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Durante tres décadas me he dedicado intensamente a estudiar el efecto del equilibrio mental sobre la salud y he escrito libros como La enfermedad como símbolo, una obra de consulta sobre los síntomas de las enfermedades. Este libro, por sí solo, ha contribuido a que mucha gente tendiera el puente que une el cuerpo y el espíritu. En una sociedad basada en el materialismo y con una medicina dedicada exclusivamente al cuerpo, se aprecian especialmente los influjos materiales y, por el contrario, se infravaloran los espirituales. Un ejemplo nos puede ayudar a entenderlo: hoy en día, casi todo el mundo sabe que el tabaco perjudica la salud. De cien carcinomas bronquiales, el tipo más frecuente de cáncer de pulmón, noventa de ellos se dan en fumadores. Y nadie se sorprende. Pero, entre cien fumadores habituales, ¿cuántos de ellos van a sufrir un cáncer de pulmón a lo largo de su vida? ¡Solo dos!, lo cual parece desconcertante. Y es que ambos resultados pueden presentarse de forma muy distinta. El 90 % es algo conocido por casi todas las personas, mientras que ese 2 % permanece escondido en la sombra, pues se trata de algo desconocido que no se ajusta al concepto del espíritu de la época actual, que subraya mucho lo material y no contempla lo espiritual.

Hoy sabemos lo siguiente: de cada cien personas que en la segunda mitad de su vida pierden a su pareja de muchos años, más del 60 % desarrolla un cáncer al cabo de un año de la pérdida. La conclusión es evidente: las influencias materiales (como podrían ser los productos condensados que exhalan los cigarrillos) siempre han existido, pero no son tan importantes como las espirituales. En mis libros dedicados a la interpretación de los cuadros clínicos se muestran los significados de los síntomas físicos y psíquicos junto a las funciones de aprendizaje y evolución que se basan en ellos.

De un modo sorprendente e inesperado para muchos científicos, un estudio mostró la diferencia entre los factores físicos y de otro tipo en la aparición de ciertas enfermedades. En Suecia se estudió a los padres biológicos de niños adoptados y se investigó la influencia de la aparición de eventuales afecciones cancerosas comunes entre padres e hijos: se estudió la probabilidad de que los niños adoptados padecieran las enfermedades genéticas transmitidas por sus padres biológicos. ¡Era inexistente!

Sin embargo, sí existía una conexión entre el cáncer de padres adoptivos y de niños adoptados con los que genéticamente no tenían ninguna relación. El cáncer en los padres adoptivos multiplicaba por cinco la probabilidad de que lo padecieran los niños adoptados.

Al parecer, es mucho más decisivo el entorno en el que vivimos que los genes que portamos. Y ese entorno viene dado tanto por el punto de vista mental como social, así como, desde luego, por la influencia de la alimentación y el medio ambiente. Ya en el año 1981 los investigadores ingleses Doll y Peto, de la Universidad de Oxford, mostraron que solo del 2 al 3 % de los casos de cáncer estaban relacionados con la herencia.2

También resulta muy sorprendente lo que hoy por hoy indican las nuevas orientaciones de la epigenética:3 los genes se pueden conectar y desconectar a fuerza de experiencias mentales, de las influencias del medio ambiente, de las condiciones sociales de vida, de la alimentación y del clima, como podría ser la radiación solar. Por lo tanto, el entorno es mucho más decisivo de lo que pudiéramos creer hace un tiempo. Si antes los investigadores pensaban que los genes controlaban las células y, a través de ellas, los tejidos y los órganos, hoy en día debemos aceptar que ocurre justamente lo contrario: el medio ambiente controla de forma decisiva las células y, en ellas, los genes.

Los numerosos trabajos sobre la vitamina D (que se ha clasificado como hormona, lo que hace que la piel sea un órgano endocrino con carácter de glándula) reflejan, por ejemplo, unos efectos sorprendentes del sol sobre nuestra salud. Está demostrado que el sol ayuda a que nuestra piel active la vitamina D, puesto que es capaz de llegar a las células en las que, según sabemos desde hace relativamente poco, están situados casi todos los receptores especiales de vitamina D. Allí, la vitamina puede influir (en el sentido de estabilizar) de forma muy precisa en el ADN, nuestro bagaje hereditario, y evitar de esa forma tanto el cáncer como otras enfermedades crónicas; incluso se ocupa de que, una vez que se ha declarado el mal, su evolución sea más benigna. Más adelante ofreceremos información abundante sobre el sol y la vitamina D (página 36).

Tanto las influencias mentales como las nutricionales, junto con la radiación solar, pueden tener una enorme influencia en la salud, circunstancia que, hasta la fecha, nadie podía o quería imaginar. Podría pensarse que la medicina convencional ha ignorado de forma consciente y durante siglos la mente, el sol y la alimentación, los tres factores más importantes para la conexión y desconexión de los genes.

Es probable que las sustancias que desencadenan o favorecen el cáncer también sigan el mismo camino. El conocimiento de que el desencadenante del cáncer son las modificaciones producidas en el ADN es algo que se sabe desde hace mucho tiempo.

Resulta evidente que nuestro organismo no funciona como la maquinaria de un reloj, tal y como pensó Descartes, sino que es una verdadera maravilla en cuanto a su complejidad, en la que los niveles biomecánicos colaboran estrechamente con los fisiológicos y mentales. Por lo tanto, no existe un único motivo desencadenante de un cáncer, sino que intervienen otros muchos factores.

Alimentación vegana

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