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Ilusión

—¿Amadou...?

Era mi turno, por fin la oportunidad que tanto tiempo había estado esperando, estaba a punto de afrontar mi primera entrevista de trabajo. Tragué saliva y carraspeé un instante. Me puse en pie y entré al despacho desde donde me llamaban, allí encontré a un hombre menudo, con unas gafas que no llevaba ceñidas, sino que se le sujetaban en el borde de la nariz. Un olor a humo impregnaba la sala y de un cenicero, casi a rebosar, se veía el humear del último cigarro mal apagado. El hombre me estrechó la mano y me dijo su nombre, el cual olvidé de inmediato. «¡Mierda!, primer error», pensé. Gerardo, durante los ensayos, insistió en que recordase ese tipo de detalles. No sé si fue por vergüenza o por nervios, pero no me atreví a preguntárselo de nuevo durante el tiempo que duró la entrevista.

Aquel tipo me escudriñó de arriba abajo, no sé qué tipo de persona esperaba encontrarse con el nombre de Amadou Koulibaly; pero, a juzgar por su mirada, no contaba con un africano. Una vez terminó de estudiarme, me soltó sin rodeos:

—¿Por qué quiere trabajar con nosotros?

Esa pregunta la había practicado miles de veces en el despacho con Gerardo, pero no me la esperaba tan pronto, sin haber roto el hielo antes. Me costó unos segundos responder y, durante ese tiempo, creo que el entrevistador pensó que no dominaba bien el idioma. Justo antes de que me repitiese la pregunta, le contesté:

—Me gusta mucho el trabajo con las frutas y verduras, creo que se me da bien. En mi país las frutas son distintas a las de España, pero gracias a las prácticas que he hecho en su empresa me he familiarizado con todas y las domino a la perfección. —Con esta respuesta le dejaba claro que dominaba el idioma y que conocía el género—. Además —continué diciendo—, necesito trabajar ahora que por fin tengo los papeles en regla y ayudar a mi familia económicamente, ya que están pasando una mala situación en Mali. Creo que puedo hacer un gran trabajo en su empresa y, si me da la oportunidad, no voy a defraudarle, señor.

El hombre se quedó descolocado ante mi educación y dominio de la situación. En todo momento le miré fijamente a los ojos, tal y como me había repetido una y mil veces Gerardo en las simulaciones de entrevista.

Continuó diciendo que le habían dado muy buenas referencias sobre mí. Al tiempo que encendía otro cigarro, me dijo que había hecho unas prácticas muy buenas y que mi perfil podría encajar, pero que tanto Andrés como Guadalupe, los dos chicos que habían hecho la entrevista antes que yo, también tenían buenas referencias. Me preguntó por qué pensaba que debían darme el puesto a mí.

Yo sabía que había realizado las prácticas mejor que Andrés, a Guadalupe no la conocía y no podía opinar, ni comparar. Andrés era mi amigo y no quise hablar mal de él. Le contesté que yo necesitaba ese trabajo más que nada en el mundo y que mi compromiso sería total. Noté que la respuesta fue de su agrado.

La entrevista continuó, enumeró las que serían mis responsabilidades, mis horarios y el sueldo que percibiría. A mí me parecieron unas condiciones buenísimas, aunque cuando se las comuniqué a mis educadores al llegar al piso, empezaron a blasfemar y a insultar al entrevistador con palabras que prefiero no repetir aquí. Resumiendo, las condiciones eran un trabajo de nueve horas al día, de martes a domingo, de 8.00 h a 14:00 h y de 17:00 h a 20:00 h, con los lunes libres; no así los festivos, que los tendría que trabajar. El contrato que me harían sería de media jornada, es decir, de veinte horas a la semana, aunque en realidad trabajaría cincuenta y cuatro en caso de ser contratado, más alguna hora extra en caso de que fuese necesario. El contrato inicial sería de tres meses, considerado de prueba, y en caso de estar contentos conmigo, me harían otro contrato de otros tres meses, tras los cuales decidirían si hacerme fijo en la plantilla o prescindir de mis servicios.

El sueldo que me correspondería por este trabajo sería de 680 euros al mes, aunque en la nómina aparecería bastante menos. El resto me lo entregarían en un sobre al que llamó «dinero en b».

Cuando el entrevistador me preguntó si estaba de acuerdo con las condiciones, no lo dudé ni un momento y le dije que estaba conforme. Cuando los educadores se enteraron de estas condiciones, que calificaron de semiesclavitud, pusieron el grito en el cielo, pero no me reprocharon que yo aceptase. Sabían de mi necesidad, aunque me consta que esto les generó un polémico debate entre ellos, ya que lo consideraban una aberración, y me pareció escuchar la palabra denuncia en la boca de Gerardo cuando cerraron la puerta de su despacho.

La entrevista finalizó con un apretón de manos y me informó que antes de que acabara la semana —estábamos a miércoles— me llamarían para darme una respuesta final, tanto si había sido el elegido como si no. También me agradeció que hubiese acudido a la entrevista, a la vez que me deseó suerte.

Yo le di las gracias y salí de aquella habitación que hedía a humo, con una sonrisa dibujada en los labios, pues tenía la corazonada de que el trabajo sería para mí.

El viaje más grande del mundo

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