Читать книгу La túnica inconsutil - Santiago Arellano Hernández - Страница 16

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III

Subir a Jerusalén

Lo desveló en Cesárea de Filipo.

Desde el principio su Madre lo sabía.

Aquella espada que anunció el anciano

dejó en desvelo siempre su alma ungida.

Ha venido a ofrecerse en sacrificio

restaurar la alianza destruida

rescatar a los hombres de la muerte.

Y en la verdad, huir de la mentira.

Esto enseña Jesús con voz de Hombre

y lo confirma un Dios crucificado.

No anuncia ni ensueños ni embelesos

ni delirios de bien siempre anhelados

no palabras aladas como el viento

ni promesas a expensas de los años

no con abracadabras seductoras

ni con susurros dulces, hechizados

hizo real el reino para el hombre.

El sí son obras de un cielo recobrado.

El fíat sumió a Dios en carne humana

y desveló el camino necesario

para vivir aquí comprometidos

en un quehacer diario esperanzado

que hace del sufrimiento y de la muerte

cuota segura del cielo conquistado.

Adorador

«¡Sube a Jerusalén! Oh Jesús mío

no escuches el consejo envenenado

de quien llama locura ir a la muerte

y necedad morir vilipendiado».

Mundo

¿No es suficiente predicar el reino?

¿Por qué mostrar el pecho traspasado?

Cristo

El mismo Pedro razona humanamente

y a Satanás escucha malhadado.

No piensas como Dios sino como hombre.

Adorador

Gracias Señor, por siempre seas loado

cantaré sin cesar y eternamente

pues lo que a nuestro ser está vedado

lo ha hecho posible tu sangre derramada.

Con la cruz la verdad has rubricado.

Cristo muriendo en obediencia al Padre.

Narrador

«Nacer, crecer, morir. He aquí el destino

de cuanto el orbe desgraciado encierra;

¿Qué importa si al fin de mi camino

voy a aumentar el polvo de la tierra?»1

Dijo el poeta desesperanzado.

«Estáis en un error» dijo el Maestro

sois el don que mi sangre ha conquistado.

Adorador

Oh Madre de bondad, Señora mía

Reina y Madre, de todos los heridos,

no te quedaste al pie por los halagos

sino por ser la madre de tus hijos

previsora de todo, atenta a todo,

siempre al servicio del sagrado Vino

que alegra el corazón de los mortales

y los transforma en hijos adoptivos.

Tu condición de Madre dio su fruto,

fue tu maternidad la que lo hizo.

Consciente de tu ser, que era ser Madre

al engendrar el Hombre en un Dios Vivo,

al comprender que tu misión sagrada

era encarnar al Dios de un sacrificio

que siendo Altar, Pontífice y Cordero

traería el Amor a un corazón perdido

y la Esperanza en el aquí y ahora

al hombre que aún añora el Paraíso.

Desde entonces estas al pie de obra,

intendencia real de todo lo preciso

lo sublime lo tejen vuestras manos

haces que se resuelva lo imprevisto.

1. A. Plaza, Hojas secas en Poesías, (Veracruz 1885), p. 121.

La túnica inconsutil

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