Читать книгу La túnica inconsutil - Santiago Arellano Hernández - Страница 16
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Subir a Jerusalén
Lo desveló en Cesárea de Filipo.
Desde el principio su Madre lo sabía.
Aquella espada que anunció el anciano
dejó en desvelo siempre su alma ungida.
Ha venido a ofrecerse en sacrificio
restaurar la alianza destruida
rescatar a los hombres de la muerte.
Y en la verdad, huir de la mentira.
Esto enseña Jesús con voz de Hombre
y lo confirma un Dios crucificado.
No anuncia ni ensueños ni embelesos
ni delirios de bien siempre anhelados
no palabras aladas como el viento
ni promesas a expensas de los años
no con abracadabras seductoras
ni con susurros dulces, hechizados
hizo real el reino para el hombre.
El sí son obras de un cielo recobrado.
El fíat sumió a Dios en carne humana
y desveló el camino necesario
para vivir aquí comprometidos
en un quehacer diario esperanzado
que hace del sufrimiento y de la muerte
cuota segura del cielo conquistado.
Adorador
«¡Sube a Jerusalén! Oh Jesús mío
no escuches el consejo envenenado
de quien llama locura ir a la muerte
y necedad morir vilipendiado».
Mundo
¿No es suficiente predicar el reino?
¿Por qué mostrar el pecho traspasado?
Cristo
El mismo Pedro razona humanamente
y a Satanás escucha malhadado.
No piensas como Dios sino como hombre.
Adorador
Gracias Señor, por siempre seas loado
cantaré sin cesar y eternamente
pues lo que a nuestro ser está vedado
lo ha hecho posible tu sangre derramada.
Con la cruz la verdad has rubricado.
Cristo muriendo en obediencia al Padre.
Narrador
«Nacer, crecer, morir. He aquí el destino
de cuanto el orbe desgraciado encierra;
¿Qué importa si al fin de mi camino
voy a aumentar el polvo de la tierra?»1
Dijo el poeta desesperanzado.
«Estáis en un error» dijo el Maestro
sois el don que mi sangre ha conquistado.
Adorador
Oh Madre de bondad, Señora mía
Reina y Madre, de todos los heridos,
no te quedaste al pie por los halagos
sino por ser la madre de tus hijos
previsora de todo, atenta a todo,
siempre al servicio del sagrado Vino
que alegra el corazón de los mortales
y los transforma en hijos adoptivos.
Tu condición de Madre dio su fruto,
fue tu maternidad la que lo hizo.
Consciente de tu ser, que era ser Madre
al engendrar el Hombre en un Dios Vivo,
al comprender que tu misión sagrada
era encarnar al Dios de un sacrificio
que siendo Altar, Pontífice y Cordero
traería el Amor a un corazón perdido
y la Esperanza en el aquí y ahora
al hombre que aún añora el Paraíso.
Desde entonces estas al pie de obra,
intendencia real de todo lo preciso
lo sublime lo tejen vuestras manos
haces que se resuelva lo imprevisto.
1. A. Plaza, Hojas secas en Poesías, (Veracruz 1885), p. 121.