Читать книгу La túnica inconsutil - Santiago Arellano Hernández - Страница 7
ОглавлениеPrólogo
Fue Don Tomás Lamarca quien me asentó mi afición de escribir poesía. Tuve la gran suerte de conocerlo en Schola de Barcelona. En los años 60. Se enteró de que estudiaba Filología Hispánica y se me ofreció como tutor. En su despacho qué sazonadas tertulias, en modo alguno académicas, pero profundas y certeras, adecuadas al joven veinteañero que en tantas cosas tenía que perder el pelo de la dehesa. Guardo profundo agradecimiento. Se enteró de que tenía la afición de escribir poesía. Qué maravilla. Las comentábamos como si fueran textos clásicos. Cómo se reía cuando le contaba los sudores que me había costado tal rima y los apuros cuando al encajar cierta rima se me chafaba la unidad temática que me bullía en mi corazón. No importa que no logres obras inmortales. Escribe que te hará bien a ti y a los tuyos. Y mantuve la afición a lo largo de los años. Estos versos son posibles porque obedecí a Don Tomás, por eso se los dedico en deuda de gratitud.
Como escribí en otra ocasión «nunca he pretendido escribir poesía como incursión competitiva con movimientos y estilos artísticos que mi afición y mi trabajo han puesto con inmenso placer entre mis manos. Soy un lector atento y agradecido, no un creador de la palabra. No he pretendido ser poeta, como sí he pretendido ser un buen profesor, un discreto padre, un enamorado de mi familia y de mi esposa, un apasionado hijo de Navarra, de España y de la Europa cristiana, y que por sobre todo he aspirado a ser un buen hijo de la Iglesia Católica, a quien le debo todo: el fundamento del Amor como razón de vivir, mi visión de la vida y mis Esperanzas, en medio del caos, de las incertidumbres y del barullo contemporáneo».
Poeta no, de ninguna manera. No soy digno de tan excelso privilegio. Sí soy una persona que confiesa que he vivido y que he anotado alguna vez mis emociones. Desde muy joven hice mía la confesión de Don Miguel de Cervantes, el viejo amigo inseparable de mis horas también de soledad y de tristeza, «yo que me afano y me desvelo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo». Él, tan humilde, lo decía con cierta ironía, ante el esplendor de sus contemporáneos. Yo lo digo porque es verdad. Nunca he pretendido hacer arte y menos solemne. Lo que os presento en esta obrilla, tienen raíces antiguas en mis horas de adoración nocturna, y en mis vigilias y horas santas ante el Santísimo, que me han aflorado en estos aciagos tiempos de pandemia, y no por culpa del coronavirus sino de una bacteria que me ha tenido abatido y que me ha brindado la ocasión de encontrarme con la experiencia del dolor físico, prolongado y desesperante. Es desde ese dolor donde ha surgido la creación de este poema. Mayoritariamente lo he escrito entre las tres de la mañana y las seis, a vuela pluma. El dolor me arrojaba de la cama pues no me dejaba dormir. Noches en que no había manera de que surgiera ni una palabra y noches en que de un tirón surgía lo que aparece escrito. Por eso en general no he corregido cuando en ciertos pasajes se perdía la rima asonante de los pares o me surgía un dodecasílabo camuflado. Este poema expresa el consuelo que hace que el dolor tenga sentido y te purifique en la esperanza. Es asombroso lo que supone ponerte en manos de la Virgen cuando atraviesas el sendero de la cruz y más aún cuando descubres una cruz que está sustentada en el amor de todo un Dios. Toda la Pasión de Cristo es el retrato sublime de Jesucristo que muestra su Corazón como expresión cabal de su amor. El poema, como dice el subtítulo, es el Corazón de Jesús en la Pasión de Cristo.
Este poema ha nacido como oración. Cumplirá buen fin si os ayuda a rezar, a contemplar a Dios enamorado de los hombres. Así sea.