Читать книгу La túnica inconsutil - Santiago Arellano Hernández - Страница 19

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II

Subiré al altar de Dios

En la Paz de Betania

Colgaba esplendorosa en la penumbra.

La noche complaciente la velaba

y fue la luz quien descubrió el prodigio

de una ropa talar solemne y sacra

que Cristo sacerdote vestiría

como prenda ritual augusta y santa.

Al convertir su Muerte en sacramento

y en el pan y en el vino su morada.

Sedosa y tersa, en su caída plácida

con el candor primero de su lana

anunciaba el misterio de la Iglesia

fanal de santidad, faro de gracia

y su presencia hasta el final del tiempo

en memoria por siempre renovada.

Pero el color, sin duda soberano,

regio y señorial ¿qué presagiaba?

La luz se estremeció sobrecogida

al descubrir en ese rojo el drama

que augura entre trigales la amapola:

¡El dolor de una sangre derramada!

Túnica inconsútil, santasantorum,

aval de salvación, que nos proclama

en un tejido que María urdía

y en toques delicados dibujaba:

El sacerdocio eterno, altar y víctima

que el pan y vino en el altar consagra

Carne y Sangre de Cristo en sacrificio

ofrecido a su Padre sobre el ara.

Preludio prodigioso

Betania reposaba en un silencio

entrecortado por susurros leves

de Marta ponderándole a su hermana

la elegante caída de los pliegues,

la holgura de las mangas de la túnica,

la trama y contextura, consistentes,

la digna sobriedad de su entramado.

María dio un suspiro vehemente.

¿Qué gozo nos anuncia, o qué desgracias

el rojo intenso y el halo refulgente?,

«Tengo de pena un nudo en mis entrañas.

Yo en los ojos de Jesús veo su muerte.»

La madre del Señor escucha el diálogo.

Las contempla en dolor, y complaciente.

Un destello de pena alumbra el rostro

mientras Betania plácida se duerme.

Lázaro inquieto, Jesús en sí metido

se despide de todo lo que quiere.

Mira el verde encañar de los trigales

y en la cepa brotar sarmientos verdes,

la fontana en el huerto refrescante,

la belleza del lirio que un Dios teje,

escucha el canto lírico del mirlo

la audacia del gorrión que a nadie ofende.

La esquila del rebaño hacia el ejido

y el huerto con semilla floreciente,

suspira por la tierra pedregosa

al caer de la tarde hacia poniente,

contempla a su Madre con dulzura

vislumbra a Magdalena penitente

recuerda a su Padre el Carpintero,

y a los niños gozosos e inocentes

y al ver los olivares a lo lejos

siente venir la noche y se estremece.

Es Betania el rincón de sus consuelos.

Mira agradecido entorno y gentes

con intensa emoción de enamorado

y a todo dice adiós calladamente.

Ha llegado la hora del Calvario

de entregarnos su vida hasta la muerte

en obediencia amorosa hacia su Padre

de bondad infinita e indulgente,

por liberar al Hombre del pecado

y abrir, ¡Ultreia! El cielo eternamente.

Hacia el Cenáculo

Cae la tarde airosa,

Cedrón arriba

miro al cielo y ofrezco

mis agonías.

Esta noche se inician

las maravillas

que me anunció el Señor

en mi acogida.

Salen pausadamente

hacia el Cenáculo.

En grupo van los doce

al tabernáculo

donde Cristo mi hijo

hará el milagro

de mostrarse escondido

entre sus manos.

En el pan y en el vino

veréis su muerte

para, transustanciado,

poder comerle.

Viático y alimento

que al cielo os lleva.

Es banquete celeste,

vianda en la tierra.

Memorial del Calvario,

será ofrecido

por santo sacerdote,

alter de Cristo.

Ya subes al altar,

Cedrón arriba

a celebrar solemne

la Eucaristía.

Tu casulla y tu alba

serán tu túnica,

por mí misma tejida

como tu vida.

Hoy será en sacramento,

mañana en sangre.

Hoy morir incruento,

mañana ultrajes.

Ay, carne de mi carne

vástago tierno.

Ay, varón de dolores,

mi sufrimiento.

Curas de Adán y Eva

sus cicatrices.

Tu pecho atravesado

sana sus crímenes.

Corredentora soy

en tu tormento.

Quiero sentir contigo

padecimientos.

Y cuando te me maten,

desvanecida,

veréis qué espada deja

mi alma herida.

Cada generación

agradecida,

me llamará, por siempre,

la bendecida.

La túnica inconsutil

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