Читать книгу La túnica inconsutil - Santiago Arellano Hernández - Страница 19
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Subiré al altar de Dios
En la Paz de Betania
Colgaba esplendorosa en la penumbra.
La noche complaciente la velaba
y fue la luz quien descubrió el prodigio
de una ropa talar solemne y sacra
que Cristo sacerdote vestiría
como prenda ritual augusta y santa.
Al convertir su Muerte en sacramento
y en el pan y en el vino su morada.
Sedosa y tersa, en su caída plácida
con el candor primero de su lana
anunciaba el misterio de la Iglesia
fanal de santidad, faro de gracia
y su presencia hasta el final del tiempo
en memoria por siempre renovada.
Pero el color, sin duda soberano,
regio y señorial ¿qué presagiaba?
La luz se estremeció sobrecogida
al descubrir en ese rojo el drama
que augura entre trigales la amapola:
¡El dolor de una sangre derramada!
Túnica inconsútil, santasantorum,
aval de salvación, que nos proclama
en un tejido que María urdía
y en toques delicados dibujaba:
El sacerdocio eterno, altar y víctima
que el pan y vino en el altar consagra
Carne y Sangre de Cristo en sacrificio
ofrecido a su Padre sobre el ara.
Preludio prodigioso
Betania reposaba en un silencio
entrecortado por susurros leves
de Marta ponderándole a su hermana
la elegante caída de los pliegues,
la holgura de las mangas de la túnica,
la trama y contextura, consistentes,
la digna sobriedad de su entramado.
María dio un suspiro vehemente.
¿Qué gozo nos anuncia, o qué desgracias
el rojo intenso y el halo refulgente?,
«Tengo de pena un nudo en mis entrañas.
Yo en los ojos de Jesús veo su muerte.»
La madre del Señor escucha el diálogo.
Las contempla en dolor, y complaciente.
Un destello de pena alumbra el rostro
mientras Betania plácida se duerme.
Lázaro inquieto, Jesús en sí metido
se despide de todo lo que quiere.
Mira el verde encañar de los trigales
y en la cepa brotar sarmientos verdes,
la fontana en el huerto refrescante,
la belleza del lirio que un Dios teje,
escucha el canto lírico del mirlo
la audacia del gorrión que a nadie ofende.
La esquila del rebaño hacia el ejido
y el huerto con semilla floreciente,
suspira por la tierra pedregosa
al caer de la tarde hacia poniente,
contempla a su Madre con dulzura
vislumbra a Magdalena penitente
recuerda a su Padre el Carpintero,
y a los niños gozosos e inocentes
y al ver los olivares a lo lejos
siente venir la noche y se estremece.
Es Betania el rincón de sus consuelos.
Mira agradecido entorno y gentes
con intensa emoción de enamorado
y a todo dice adiós calladamente.
Ha llegado la hora del Calvario
de entregarnos su vida hasta la muerte
en obediencia amorosa hacia su Padre
de bondad infinita e indulgente,
por liberar al Hombre del pecado
y abrir, ¡Ultreia! El cielo eternamente.
Hacia el Cenáculo
Cae la tarde airosa,
Cedrón arriba
miro al cielo y ofrezco
mis agonías.
Esta noche se inician
las maravillas
que me anunció el Señor
en mi acogida.
Salen pausadamente
hacia el Cenáculo.
En grupo van los doce
al tabernáculo
donde Cristo mi hijo
hará el milagro
de mostrarse escondido
entre sus manos.
En el pan y en el vino
veréis su muerte
para, transustanciado,
poder comerle.
Viático y alimento
que al cielo os lleva.
Es banquete celeste,
vianda en la tierra.
Memorial del Calvario,
será ofrecido
por santo sacerdote,
alter de Cristo.
Ya subes al altar,
Cedrón arriba
a celebrar solemne
la Eucaristía.
Tu casulla y tu alba
serán tu túnica,
por mí misma tejida
como tu vida.
Hoy será en sacramento,
mañana en sangre.
Hoy morir incruento,
mañana ultrajes.
Ay, carne de mi carne
vástago tierno.
Ay, varón de dolores,
mi sufrimiento.
Curas de Adán y Eva
sus cicatrices.
Tu pecho atravesado
sana sus crímenes.
Corredentora soy
en tu tormento.
Quiero sentir contigo
padecimientos.
Y cuando te me maten,
desvanecida,
veréis qué espada deja
mi alma herida.
Cada generación
agradecida,
me llamará, por siempre,
la bendecida.