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IV. UNA “TERCERA VÍA” ESPIRITUAL

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A finales del siglo XIX, la Iglesia Católica, y en particular el Papa León XIII, no pretendía una vuelta a una utópica Edad Media, sino que deseaban un proyecto cristiano de cara a la industrialización de una sociedad, una nueva actitud de cara al materialismo y al individualismo que afectaban de forma especialmente dramática a las clases más desfavorecidas; una especie de “tercera vía” espiritual entre el capitalismo y el socialismo a través de un humanismo teocéntrico, respetuoso de la diversidad y de la riqueza del cuerpo social20.

La encíclica Humanum Genus (1884) precisaba: “Mas como no pueden ser iguales las capacidades de los hombres, y distan mucho uno de otro por razón de las fuerzas corporales o del espíritu, y son tantas las diferencias de costumbres, voluntades y temperamentos, nada más repugnante a la razón que el pretender abarcarlo y confundirlo todo y llevar a las leyes de la vida civil tan rigurosa igualdad. Así como la perfecta constitución del cuerpo humano resulta de la juntura y composición de miembros diversos, que, diferentes en forma y funciones, atados y puestos en sus propios lugares, constituyen un organismo hermoso a la vista, vigoroso y apto para bien funcionar, así en la humana sociedad son casi infinitas las diferencias de los individuos que la forman; y si todos fueran iguales y cada uno se rigiera a su arbitrio, nada habría más deforme que semejante sociedad; mientras que si todos, en distinto grado de dignidad, oficios y aptitudes, armoniosamente conspiran al bien común, retratarán la imagen de una ciudad bien constituida y según pide la naturaleza”.21

La Doctrina social cristiana, desde los inicios de la revolución industrial, propuso y promovió el principio de subsidiariedad hasta hoy en día, según el cual, en palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, “una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencia, sino que más bien debe sostenerle y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes del cuerpo social, en orden al bien común”22.

El principio fue y es objeto de un desarrollo progresivo. Primero, León XIII reconoció las estructuras sociales intermedias basadas en la subsidiariedad de la función atribuible al Estado para promover el bien común en el orden temporal, reconociendo el derecho de asociación como un dere-cho natural y propio de la persona23. Cuarenta años después, se amplió el concepto de subsidiariedad no sólo como justificación social de los cuerpos intermedios, sino también como respuesta al intervencionismo estatalista procedente del hegelianismo, que se imponía por entonces en Italia, rechazando así el totalitarismo fascista.

Juan XXIII por su parte elevó el principio de subsidiariedad a “principio inamovible e inmutable” en defensa de “las comunidades menores e inferiores”24. Dos años después, proyectó el principio de subsidiariedad en el plano mundial25. En esta misma línea, el Concilio Vaticano II aludió al mantenimiento del principio de subsidiariedad, tanto en las relaciones internas del Estado, como en el ámbito internacional26.

Juan Pablo II reafirmó que la sociabilidad de la persona no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por los grupos económicos, sociales, políticos y culturales, los cuales, como provienen de la misma naturaleza humana, tienen su propia autonomía27. El papel que tuvo el Papa polaco en la caída de la URSS ha sido reconocido casi unánimemente, lo cual refuerza la autoridad de sus enseñanzas en temas sociales.

Benedicto XVI ha resaltado la actualidad de este principio: lo que hace falta no es un estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio. La Iglesia es una de estas fuerzas vivas28.

Por último, el Papa Francisco ha vuelto a reivindicar el principio de subsidariedad como uno de los modos de mejorar la política, llegando a pedir la reforma de la ONU, que está sometida a intereses económicos para que se convierta en una entidad que tienda puentes, trabaje por la equidad y procure crear el concepto de una “familia de naciones”29.

El principio de subsidiariedad volverá a la esfera política en el siglo XX gracias al protagonismo dentro de su cuerpo doctrinal que le asignarán los grupos militantes por una nueva Europa democrática. Este término ya era familiar en los Estados dotados de estatutos de tipo federal o confederal como Alemania (los famosos Länder), Suiza (Cantones) o España (Comunidades Autónomas). Hoy en día este principio reaparece correlativamente a la construcción del espacio europeo y con la cuestión de la repartición de las competencias entre las Comunidades y sus Estados miembros (especialmente en el célebre artículo 3b del Tratado de Maastricht)30 y viene bien recordarlo en la actual encrucijada europea, donde abundan los “euroescépticos” quizá asustados por la deriva centralizadora y burocrática de Bruselas.

Participación política y derecho a la objeción de conciencia al aborto

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