Читать книгу El guardián de la capa olvidada - Sara Maher - Страница 13

6 Onrom

Оглавление

Sintió un ligero mareo que lo nubló durante unos segundos. Todavía aturdido, siguió los pasos del elfo, que se detuvieron al alcanzar una mesa del rincón. Nico contenía el aire en sus pulmones, evitando que por sus fosas nasales penetrase ese olor nauseabundo y característico que suele desprender alguien poco aseado. Solo que allí, en ese antro abarrotado y escondido en una de las calles más pordioseras que jamás hubiera imaginado, todos parecían estar en las mismas condiciones. Al sentarse, inspiró con rapidez y, de nuevo, una nueva riada de fragancias entremezcladas volvió a martillearle las sienes. Era una mezcla de alcohol y orines que trataba de enmascarar con un desinfectante rancio y de poca utilidad. Entonces, observó la madera donde se había atrevido a apoyar los codos. Estaba agrietada, y en las hendiduras se aposentaban algunas moscas desesperadas por atrapar los restos de lo que fuese que sirviesen en ese tugurio. Asqueado, retiró los brazos de la mesa y resguardó las manos en los bolsillos de su largo manto. Por fin, con una mueca que mostraba su infinita incomodidad, dirigió una sutil mirada al local en el que se encontraba.

En la parte opuesta a la que habían tomado asiento, un grupo de bárbaros se retaban a lanzar una especie de cucarachas gigantes dentro de un cubo colocado sobre una repisa. El que no consiguiera introducir al animalillo en él, debía beberse de un trago una jarra de cerveza mientras el resto lo alentaba a no derramar ni una gota. Entre los participantes, distinguió a un grupo numeroso de mestizos, enanos y algún que otro elfo. Pero lo que más llamó su atención fue la presencia de un hada entre los asistentes. Aunque sus alas membranosas se mantenían replegadas, continuaban emitiendo leves destellos y, además, ocultaba su rostro con un gorro que apenas dejaba admirar sus ojos. Pero Nico presumía que debía ser bello. Era inusualmente alto y estilizado, y sus facciones redondas se suavizaban con una barbilla ligeramente afilada. Después repasó una por una las improvisadas mesas que regaban el bar, pero no logró localizar a Onrom, hasta que por fin se centró en la barra. El enano entablaba una discusión acalorada con un viejo gnomo mientras el alcohol descendía por su garganta como una cascada furiosa.

Coril también había reparado en él, ya que antes de que pudiera abrir la boca para indicarle su posición, el elfo avanzaba hacia Onrom con decisión. A continuación, observó cómo Coril interrumpía la entretenida conversación que ambos hombres mantenían y le murmuraba algo que no llegó a comprender. Entonces, el enano se giró bruscamente hacia ellos y, con mirada férrea, analizó primero a su hermano y luego puso sus ojos oscuros sobre él. Nico se revolvió en el asiento. Siempre había pensado que el enano era intratable y un hueso duro de roer, y esos continuos bufidos que profería lo confirmaban. Se acercó a ellos de mal humor y lo desplazó del asiento con su áspero trasero. Nico no pudo rechistar; se limitó a deslizarse por la barra de madera y se colocó junto a la ventana.

—Espero que no te equivoques, elfo, y eso que tienes que decirme sea más valioso que las tres jarras de cerveza que me debe ese gnomo pulgoso.

Coril se situó frente a él e, inclinando su cuerpo hacia adelante, le susurró unas palabras en élfico que hizo que el enano esbozara una pícara sonrisa. En ese momento, una rolliza camarera con senos prominentes se afanó en limpiar con un paño sucio la mesa mientras les preguntaba qué deseaban tomar.

—Tráenos el mejor licor que tengas —se apresuró a pedir Onrom—. La ocasión lo merece. ¡Hacía tiempo que no veía a mis amigos!

—Yo no bebo —rechazó Nico la generosa oferta.

—¡Por supuesto que sí! ¡Cuatro vasos sin falta! —exclamó de nuevo el enano mientras lo atraía hacia él sujetándolo por el cuello—. Escucha, mocoso remilgado, no sé qué leyes imperan en tu tierra, pero en este sitio tan acogedor, si no bebes, te echan a patadas, ¿lo has entendido?

Nico asentía a la vez que la saliva se le atragantaba en el gaznate. Por fin lo liberó y Onrom soltó una carcajada estrepitosa que se disipó en el alboroto que reinaba en la sala.

—¿Te interesaría unirte a nuestra expedición? —le preguntó el elfo sin alzar demasiado la voz—. ¿Una que podría ayudar a Bibolum y además acabar con Lorius? Estamos buscando la capa mágica. Están garantizados los riesgos y, sin duda, las peleas.

El enano arrugó el rostro mientras se frotaba la andrajosa barba. Sí, estaba algo desaliñado, pero ¿a quién le apetecía ducharse con las malas noticias que lo azotaban a diario? Había rehusado dirigir a las tropas enanas para el nuevo Consejo, había incluso discutido con Galvian por ello. El jefe de la comunidad enana insistía en que, aunque no estaba de acuerdo con las nuevas órdenes, siempre era mejor luchar contra las tropas de Lorius que permanecer sentado esperando la tan temida invasión. Aun así, Onrom se negó a trabajar para los nuevos pardillos de la junta y prefirió desahogar su frustración entre el alcohol y los juegos. Ya no lo dejaban visitar al gran mago, ni siquiera acercarse a los muros del Refugio, y prefería esperar a que el jorobado de Lorius se atreviera a pisar la ciudad para descabezarlo de un hachazo. ¡Muerta la serpiente, aniquilado el veneno!

Pero esa invitación fue música para sus oídos. Se aburría como un triste títere sin función, y por mucho que quisiera negarlo, él era un hombre de acción.

—Siempre supe que no te atraparían, orejotas. Te imaginaba saltando de rama en rama en el bosque, huyendo de esa pandilla de memos que se hacen llamar soldados. —Carraspeó varias veces para despejar las cuerdas vocales, que parecían estar adormiladas. Puede que la cerveza empezara a hacerle efecto—. ¡Y mírate aquí, desafiando al Consejo en sus propias narices! ¡Este cuerpo entumecido necesita algo de ejercicio! ¡Claro que me apunto! ¿Qué tengo qué hacer?

—Llevarnos hasta las Islas Sin Nombre —se apresuró a desvelar Daniel, llevado por el entusiasmo.

—¡¡¿Qué?!! —Se levantó de un salto—. ¿Acaso habéis enloquecido? ¡Ni hablar!

Antes de que escurriera el bulto, Coril lo sujetó por el brazo.

—Deberías al menos valorarlo. No has escuchado todo lo que tenemos que decirte.

La camarera se aproximó con una botella de licor y cuatro vasos que dispuso en la mesa.

—¿No quieres probar ni un sorbito? Me han dicho que aquí echan a patadas a quien no acepta una invitación —se atrevió a desafiarlo Nico, con una risa nerviosa.

El enano volvió a su sitio, mostrando una sonrisa de oreja a oreja, y se dispuso a servir el alcohol. Llenó un primer vaso que le entregó sin dilación al sonrojado muchacho.

—¡Prueba, prueba! Te va a encantar. —Clavó la mirada en el elfo mientras observaba de reojo los cambios de color en el rostro de Nico—. Dicen que el que surca esos mares, no regresa nunca.

—¡Tú regresaste!

—¡Oh, por las barbas de los enanos muertos! ¡Era un crío! Mi padre me llevó hasta los confines de ese océano argumentando que corría sangre valiente por mis venas. Y yo se lo demostré orinándome encima en cuanto divisé otro barco, negro como la espesura, ondeando sus velas de hollín hacia nosotros. Os contaré un secreto. Los ignorantes hablan de monstruos para que nadie se atreva a adentrarse en sus mares, pero no son las bestias lo que más temo, sino esos malditos barcos.

—Después de todo lo que he pasado en Silbriar, no me asustan unos cuantos piratas —manifestó Daniel, aliviado.

—¿Piratas? ¿Quién ha hablado de piratas? Yo hablo de fantasmas de carne y hueso.

—Eso no puede ser —objetó Nico—. Si son fantasmas, no pueden tener carne ni...

—¡Oye, chaval! Yo sé lo que vi. ¡¿Estás llamándome mentiroso?! —Apurado, Nico negó con la cabeza—. Pues bebe otro trago y cierra tu educada boca.

—Esas brechas de ahí arriba —prosiguió Daniel— acabarán con todos los mundos existentes. La única forma que tenemos de destruir a los jinetes es liberando la capa. Necesitamos que te unas a nosotros, por Silbriar, por la Tierra y por el universo entero.

El enano lanzó un sentido suspiro, para luego desatar su lengua profiriendo varias maldiciones entre dientes. Odiaba esas islas caprichosas y detestaba aún más el mar; demasiada agua reunida en un mismo lugar, con olas embravecidas y pescados más grandes que él. Encañonó su mirada guerrera en el rostro del elfo, quien disimulaba una sonrisa apretando sus labios.

—De acuerdo, no soy un cobarde ni un llorón. Vale la pena intentarlo. Y mejor muerto con las botas puestas que enterrado con el rabo entre las piernas.

La noche sobrecogedora y silenciosa inundaba con sus fantasmagóricos colores el escondrijo del elfo. Tan solo con un candil, trataban de defenderse de la inquietante oscuridad, la cual, salpicada por unos tétricos destellos, reflejaba el dolor de una guerra inminente. Pensativa, Érika descansaba sobre el camastro mientras Valeria deambulaba por la estancia revelando su acrecentada agitación. De vez en cuando, esta se acercaba a las ventanas tapiadas y trataba de atisbar el exterior a través de las escasas aberturas. Pero apenas veía nada, más que sombras extrañas que la hacían estremecerse y retirarse de inmediato. Entonces, cabizbaja, giraba en círculos para procurar disipar los miedos que de nuevo la torturaban.

Le había hecho un juramento al gran mago: si Lidia mostraba algún interés, aunque fuera mínimo, en romper el tercer sello y acabar así con la vida del señor Moné, ella debería impedirlo como fuera. Y esto le abría un boquete en el estómago como jamás había sentido. De solo pensarlo, las arcadas hacían su aparición, y el malestar era tan grande que debía apoyarse en la pared para evitar caer. Sin control sobre sus piernas y con las manos temblando, trataba de contener el llanto que le oprimía el pecho. ¿Cómo habían llegado a esa situación? ¿Y por qué ni siquiera había dudado ante tal proposición? ¿Por qué no fue capaz de prometerle que encontraría la manera de hacer regresar a su hermana?

Por fin, escuchó el chirrido de la puerta y, aliviada, se dejó caer sobre uno de los taburetes. Sus amigos habían regresado y traían consigo al enano más osado de Silbriar.

—¿Así que era aquí donde te escondías? Un buen sitio para calmar el espíritu. ¿Has visto si queda alguna botella decente detrás de la barra?

—Por esta noche, se acabó el alcohol. Debemos estar lúcidos para la misión —le reprochó el elfo—. No sabemos con lo que nos toparemos durante la travesía.

—Yo... no me encuentro muy bien... —Nico se llevó las manos a la barriga y, tambaleándose, llegó hasta el camastro, donde Érika le hizo un hueco para que se tumbara—. Me da vueltas la cabeza... ¿Qué clase de licores sirven aquí?

—No querrás saberlo —le soltó el enano tras una carcajada.

Daniel ignoró la absurda conversación entre ambos y posó su mirada en Valeria. Estaba más pálida de lo habitual y parecía estar ausente, sumida en sus propias batallas interiores. La chica intrépida, esa que no dudaba jamás en iniciar una cruzada si la causa era justa, la que tomaba decisiones guiándose por su corazón, se ahogaba por dentro. Y como siempre, no era capaz de pedir auxilio. Se sentó a su lado y la rodeó con sus brazos, esperando que al menos así sintiera que, cuando lo deseara, había una mano dispuesta a sacarla del agua.

Mientras tanto, Coril, ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor, depositó el carcaj sobre la barra polvorienta, se desprendió del manto negro bajo el que se ocultaba y desapareció tras una puerta que lo condujo a un viejo almacén. Con una mueca de disgusto, observó los pocos víveres con los que contaban. No llegarían demasiado lejos. Si no los mataban esos piratas fantasmales de los que hablaba el enano, lo haría el hambre. No era lo mismo alimentar una boca que seis, y todavía debía hacer otra visita antes de partir. Introdujo en un saco todo lo que podían aprovechar y regresó a la estancia, donde sus compañeros de viaje trataban de reposar.

—Bien, comamos algo antes de descansar. —Apoyó el saco en el suelo al tiempo que extraía algunas frutas maduras y una barra de pan—. Esto no podemos llevárnoslo, así que mejor aprovecharlo. De camino, podéis contarme cómo ha ido vuestra visita al viejo mago.

—Pero ¿cómo no me habías dicho que habías visto a Bibolum? —se quejó el enano—. ¿Estaba bien?

Daniel acercó su mochila, rebuscó en ella con esmero y después mostró un paquete de galletas de chocolate.

—¡Dulces de la Tierra!

Se las ofreció a Omron en primer lugar, quien dudó unos segundos. Ese aspecto marrón de su interior lo hacía desconfiar. Pero no quiso ofender al humano con su desprecio, así que cogió una y, antes de llevársela a la boca, la olisqueó. Después la masticó con lentitud, tratando de discernir qué clase de especia era esa que lo hacía salivar sin cesar.

—¡Deliciosos! Libélula hace una exquisita tarta de especias —dijo mientras saboreaba las galletas—. Pero no tiene nada que ver con esto.

—¿Te refieres a su famosa tarta de chocolate? —Confuso, Nico lo miró desde el camastro.

—¡Qué chocolate, mentecato! Ni siquiera sé qué es eso. Ella tritura varias raíces. Nadie conoce su receta secreta.

El color de la piel de Nico se tornó en un ligero amarillo fantasmal. Se levantó a duras penas, y tras divisar un cubo que había sobre la barra, se dirigió a él y terminó vomitando ante los rostros asqueados de sus amigos.

—Bibolum está bien —dijo por fin Érika, ignorando los continuos lamentos de Nico—. No está en una cárcel, sino en una habitación del sótano.

—Seguro que confinado con alguna clase de hechizo que le impide abandonarla —lamentó el elfo.

—Libélula lo visita de vez en cuando para que no se sienta tan solo —continuó ella, apagando la voz—. ¡Pero Aldin está vivo! ¡Nos lo ha dicho el gran mago!

Estupefactos, todos clavaron sus ojos en el rostro de Valeria. Esta sonrió tímidamente y asintió con un leve movimiento de su barbilla.

—¿En serio? ¿El señor Moné sigue vivo? Es una gran noticia —exclamó Daniel, quien no entendía por qué Valeria no se lo había comunicado nada más entrar—. ¿Lo tienen prisionero en el castillo de la bruja o te ha dicho si lo han llevado a otra parte? Puede que también Samara se encuentre bien.

Coril observó cómo el brillo en los ojos de la guerrera se desvanecía y comprendió que esa buena noticia venía acompañada de otra más nefasta. Contrariado, arrugó el rostro.

—No podemos iniciar una misión de rescate. Otra vez no, en ese condenado desierto. ¡Casi no sobrevivimos a él! Aunque sienta decir esto, Aldin tiene que esperar e ingeniárselas solo por el momento. ¡Tenemos que dirigirnos a las Islas Sin Nombre!

—Hay más. —Valeria examinó a todos los presentes, que la miraban con curiosidad. Nico era el único que permanecía alejado del círculo que habían formado con los taburetes. De vez en cuando emitía algún lamento, haciéndolos partícipes de su malestar—. En el Refugio, Érika descubrió al traidor. Se trata de un mago llamado Máximus Belemis.

—¡Maldita lagartija! —Onrom se levantó de un salto y asió con brío su hacha de dos cabezas—. Ahora mismo voy a entrar en el Refugio y descabezarlo.

—Cálmate, amigo mío. —El elfo lo invitó de nuevo a sentarse—. No podemos actuar de forma impulsiva, ya que nos delataríamos en menos de un segundo. Tenemos que aprovechar las ventajas que poseemos. De momento, ignoran que las descendientes han regresado. También, hacia dónde nos dirigimos y qué pretendemos hacer. Si Belemis es el traidor, pagará por ello, os lo prometo.

—¡Sí que lo es! —afirmó Érika, tajante—. Lo vi en la fiesta de la bruja, cuando buscaba a mi hermana.

—Y mi madre ya hablaba en su diario de él, aunque no mencionaba su nombre. ¡Es el padre de Hanis, el novio de Lía! —sentenció Valeria.

Durante unos minutos, el silencio se instaló en la sala, abrazándolos bajo un incierto halo de zozobra. La llama del candil crepitaba temerosa, anunciando que pronto dejaría de existir y que la oscuridad camparía a sus anchas en el edificio en el que se ocultaban. Ya circulaban rumores sobre la muerte de Hanis cuando Coril fue aceptado como pupilo del gran mago. Muchos decían que su padre, roto por el dolor, se había escondido en algún lugar del Valle. No tenía fuerzas para combatir contra el ejército imparable de Lorius y había preferido llorar su pérdida en la soledad más absoluta.

Meditabundo, el elfo frunció el ceño, tratando de recordar algún dato más sobre la historia del supuesto traidor, pero no encontró nada en su memoria que pudiera arrojar más luz. ¿Por qué luchar al lado del hechicero responsable de la muerte de su propio hijo? ¿Acaso Lorius le había prometido riquezas, tierras o un cargo que pudiera compensar la muerte de su hijo?

—Belemis lo ha organizado todo —continuó Valeria—: el alzamiento de los guardianes, la destitución de Bibolum... Y ahora le ha dejado el camino libre a Lorius para que entre en el Refugio. Bibolum está convencido de que el mago oscuro no trata de reconquistar el norte, ni siquiera hacerse con el castillo de Silona. ¡Quiere el Refugio!

—¡Por las hadas petulantes y mariposonas! —El enano dejó caer su labio inferior hasta mostrar su dentadura amarillenta—. Si eso es verdad, el destacamento de Galvian que circunda el Sendero de las Piedras Silentes está en grave peligro. Zacarías ha ordenado el despliegue de los magos por el norte para impedir que las tropas de Lorius se hagan con la Ruta de las Especias. ¡Y pulgas endemoniadas! Ha colocado a los gnomos de Nims cerca del río que atraviesa los bosques del sur.

—Pues es evidente por qué ha hecho eso —exclamó Daniel, visiblemente enfadado—. Lorius acabará con los gnomos de un plumazo y conseguirá llegar hasta aquí. No va a atacarnos por el norte, él está en el castillo del desierto. ¿Es que a nadie se le ocurrió pensar lo más lógico? ¡¿Que se acerca por el sur?!

—¡Pues claro, carita relamida! —le espetó Onrom—. ¡Por eso los mejores enanos están protegiendo las tierras del sur!

—¿Solos? —le preguntó Coril, preocupado—. ¿Dónde están los elfos? ¿Y las hadas? También escuché decir que cientos de mestizos fornidos se habían alistado. ¿Por qué Zacarías los ha dispersado por todo Silbriar?

—Tengo que advertir a Galvian. Ha enviado a mi pueblo a una muerte segura —se lamentó el enano mientras recogía su arma—. No puedo embarcarme hacia esas condenadas islas sin antes contarle a mi jefe los planes de ese traidor. ¡Juro por mi honor que acabaré con ese mago calvo y estirado! —Antes de salir, giró sobre sus talones y se dirigió de nuevo a ellos con voz grave—: Voy a reunir a un equipo de leales y conseguiré un barco. Todavía tengo algunos contactos. ¡Elfo, nos vemos en los Lagos Enanos!

El sonido de la puerta al cerrarse los sumió de nuevo en un candente desasosiego. Ya no había luz bajo la que ampararse, ya que la vela había menguado hasta desaparecer por completo. Daniel extrajo un mechero de su bolsillo y una llama débil floreció entre sus dedos. Coril observaba el objeto con cierta reticencia, pero aceptó de buen grado los extraños utensilios de los humanos. No contaban con esferas lumínicas, ni siquiera con las curativas. Apenas le quedaban dos cantimploras con agua del oasis y debían recorrer un largo camino plagado de soldados antes de llegar a los Lagos Enanos. Él seguía siendo un fugitivo.

Valeria observó que su hermana se había quedado dormida junto a Nico. Siempre había envidiado la capacidad de Érika para adormentarse en cualquier sitio, fuera incómodo o a plena luz del día. Si se encontraba cansada, todo lugar se convertía en agradable con tal de que pudiera cerrar los ojos. También el guardián de las botas parecía exhausto. Entrecerraba los párpados y presionaba con ambas manos su barriga.

—¿Nico está enfermo? —preguntó intranquila.

—No te preocupes —le contestó Daniel—. Mañana estará listo para la misión. Tendrá un dolor de cabeza horrible, pero se sentirá mejor.

—Deberíamos descansar nosotros también —sugirió el elfo—. Nos espera una larga jornada.

—Antes de darnos las buenas noches, tengo que comentaros algo. —Valeria soltó una profunda exhalación—. Es verdad que el señor Moné sigue con vida, pero... no es porque Lorius se haya apiadado de él. Bibolum me explicó que Lidia, para romper el tercer sello y que su alma se vuelva definitivamente oscura, debe asesinar a su maestro.

—¡¿Qué?! —Daniel entrelazó los dedos de ambas manos detrás de su nuca.

Coril entrecerró los ojos y clavó su intensa mirada en el rostro desamparado de la muchacha.

—No voy a preguntarte si tu hermana sería capaz de cometer un acto tan deleznable, ni siquiera si tiene las suficientes agallas para dirigir un ejército de sombras contra el Refugio. Solo dime que no cometerás una estupidez para intentar salvarla, arriesgando tu vida o la de tus compañeros.

—No voy a ir a ese castillo —afirmó tajante—. Lo primero es lo primero. Yo también le hice una promesa a Aldin en ese oasis, por mucho que me duela.

—¿De verdad estáis valorando la posibilidad de que Lidia rompa ese jodido sello? ¿Matar a Aldin? ¿En serio?

Ninguno de los dos respondió a las preguntas de Daniel, pues estaban inmersos en un duelo de miradas en el que, finalmente, el elfo cedió y retiró la suya para volver a examinar el extraño fuego que nacía del minúsculo tubo.

—Sé que nos desviaremos de la ruta, pero mañana quisiera ir al Bosque de las Almas Perdidas —anunció Coril sin más—. Tenemos un amigo al que reclutar.

—Me parece bien —celebró Valeria, mostrando una gran sonrisa—, ya que, tomando el camino del norte, podemos hacer otra paradita. ¡Vamos a hablar con Zacarías!

La luz se extinguió de los dedos del guardián de la espada y la oscuridad pasó a ser la dueña indiscutible de la noche. La guardia tomaba las calles de la capital, abordando a todo aquel que no tuviera permiso para deambular a esas horas. Cuando el crepúsculo ahogaba los últimos latidos amarillos del día, la ciudad se convertía en una ratonera para infieles, traidores o simples ladrones. Nadie estaba a salvo al alzarse las tinieblas, las cuales recorrían las arterias de Silbriar nutriéndose de sus víctimas indefensas. Estas eran marcadas como la peste, y algunas de ellas, enviadas a los calabozos. Y muchas, obligadas a alistarse en el pelotón que defendía el camino del sur.

El guardián de la capa olvidada

Подняться наверх