Читать книгу El guardián de la capa olvidada - Sara Maher - Страница 8
2 Diario
ОглавлениеÉrika dormitaba sobre el sofá emitiendo un dulce ronroneo, como si fuese un tierno minino que se deleitaba con un merecido descanso después de tantos sobresaltos. Luis la había arropado con una gruesa manta tras entregarle el diario de Esther a su hija. Enseguida, Valeria reparó en que no se encontraba ante un diario cualquiera, como los que estaba acostumbrada a apreciar en las librerías. Este era de un tamaño considerable, parecido a los libros que había curioseado en Silbriar. Lo sujetó entre sus manos con cierta expectación. Deslizó la mano sobre la tapa dura y advirtió los precisos y misteriosos relieves que lo conformaban. Eran jeroglíficos, símbolos que ya había observado en muchos de los ejemplares que lucían dichosos en la estancia circular del gran mago Bibolum Truafel. Lo apoyó sobre sus rodillas y acarició sus páginas envejecidas por un paso del tiempo que había sido grato con ellas. No existían ni manchas ni rotos que hubieran castigado su exquisita composición.
Le sorprendió descubrir que no comenzaba con el relato de su madre, sino con el de su bisabuela, Alma Blázquez, una curiosa artesana a la que le habían regalado unos zapatos rojos rubí y que, poco después, al juntarlos accidentalmente mientras se dirigía a la iglesia, la habían transportado a un mundo de fantasía, de ensueño.
Pensé que había muerto y me encontraba en el cielo. Los pájaros cantaban, las flores danzaban, y un pequeño riachuelo me daba la bienvenida creando diminutas columnas de agua que se alzaban para ofrecerme beber. Entonces, apareció ante mí un sendero con azulejos amarillos que me mostraron el camino a seguir.
—¿Has encontrado algo que pueda servirnos? —Daniel se había sentado a su lado tras devorar una de las famosas tortillas de su padre. Ella desconocía su ingrediente secreto para que quedaran tan ricas, y estiró una de las comisuras de sus labios al percatarse de que no era el único misterio que rodeaba a la familia—. Tal vez tu madre haya reunido pistas que ahora podrían sernos de utilidad.
Ella asintió mientras pasaba las hojas, escritas con una letra estilizada y abigarrada, y llegaba hasta otras, con una caligrafía más diminuta y estrecha. Su abuelo había regentado un pequeño negocio de calzado durante muchos años. Pensó en si su dedicación y fascinación por los diferentes estilos de zapatos tendría algo que ver con que su madre hubiera poseído unos mágicos. Se detuvo ante unas frases que llamaron su atención. Su abuelo estaba tratando de dominar las artes mágicas con un sombrero.
El entrenamiento con Fitz casi acaba con mi vida hoy. Se ha empecinado en que debo también dominar su sombrero, pero para mí es imposible. Yo no soy un mago, sino un artesano. Pero él parece no entenderlo. Está obsesionado con volver a Silbriar. No se conforma con lo que yo le cuento, quiere verlo con sus propios ojos.
Valeria se revolvió en la silla y le preguntó extrañada a su padre, quien regresaba de la cocina con una botella de agua en las manos:
—Papá, ¿quién es Fitz? ¿Era el maestro del abuelo?
—No, no. Fitz era... el hijo de Ela. —Hizo una mueca mientras se rascaba la nuca—. Tu madre lo conoció como su abuelo, pero en realidad llevaba más tiempo en la familia.
—Yo no entiendo nada —intervino Nico antes de darle un gran bocado a su tortilla.
—Ela hizo que su hijo Fitz se refugiara en la Tierra cuando presintió que las cosas iban a ponerse feas en Silbriar. Él viajó hasta aquí con su sombrero. Era un mago de la realeza; pero, bueno, siempre un mago... Por lo que pudimos averiguar tu madre y yo después, él intentó llevar aquí una vida de humano. Se casó, formó una familia, pero se dio cuenta de que la mayoría de sus hijos morían poco tiempo después. Creemos que su esposa se suicidó porque se culpaba por no ser capaz de engendrar un hijo sano. Descubrimos fotos antiguas donde Fitz parecía no envejecer. Ya sabéis que los magos en Silbriar pueden llegar a tener cientos de años, y digamos que, aquí, para Fitz, el tiempo pasaba demasiado despacio. Incluso supusimos que se pintaba las canas para parecer más viejo. Sabemos que tenía una vida errante, y después de años ausente, volvió a casa, dispuesto a entrenar a sus descendientes. Quería volver a Silbriar, su hogar. Pero sabía que solo podría hacerlo cuando los tres dones estuvieran en funcionamiento, así que trató de que tu abuelo y su hermana dominaran las tres artes. Pensaba que podría regresar si lo conseguía, pero eso nunca sucedió.
—¿Cómo es que no lo conocí? ¿Cómo es que mamá no nombró nunca al abuelo Fitz?
—Valeria, yo tampoco lo conocí —le respondió él, dedicándole una sonrisa tierna—. Fitz volvió a irse años después. Estuvo presente mientras tu madre fue una niña, nada más. Para ella fue otro abuelo más, ¡tu bisabuelo! Puede que ya haya muerto. Los magos tampoco son eternos.
—¿Y mamá nunca sospechó que se tratase del hijo de Ela? ¿Ni siquiera el abuelo?
—Tu madre no supo nada hasta que se reunió con Bibolum. Fue a su regreso cuando empezamos a atar cabos. Pero tanto tu abuelo como ella pensaban que se trataba de otro guardián de la familia. Cuando Fitz se presentó a tu abuelo, lo hizo como un tío lejano que quería ayudarlos.
Valeria negó con la cabeza y volvió a enterrar su rostro entre las páginas escondidas que sus antepasados escribieron esperando que en algún momento sus aventuras fueran leídas, revelando así los secretos que un día decidieron callar. En cuanto sus manos se posaron sobre las letras redondeadas de su madre, su corazón palpitó y una punzada aguda atravesó su estómago, dejándola unos instantes petrificada ante el texto. Sus labios temblaban, y tuvo que humedecerlos para frenar en varias ocasiones su creciente ansiedad. La mano de Daniel se posó sobre la de ella, calmándola, invitándola a continuar, a resolver los intrincados enigmas que había ocultado su familia durante demasiados años. Estaba convencida de que su madre tenía la llave, la pieza fundamental para armar el puzle, y que podría arrojar respuestas para cerrar las brechas que habían rasgado su universo. Tragó saliva, y obviando las primeras páginas, que se centraban en cómo había hallado su objeto mágico, se detuvo en aquellas que relataban sus hazañas en Silbriar.
Comenzó a leer con el alma atragantada, en un silencio discreto, mientras sus amigos disfrutaban de un banquete improvisado por su padre. Estaban famélicos después de la larga travesía por el desierto y de la desesperada huida tras el infructuoso rescate de su hermana. Ella, en cambio, no tenía apetito, y a pesar de encontrarse debilitada, prefirió centrarse en el diario mágico de su familia.
La estancia en los Valles Infinitos, hogar de los magos más prestigiosos y lugar de nacimiento de mi querido maestro, llega a su fin. Zacarías me ha informado de que pronto partiremos hacia Tirme, morada de las grandes sacerdotisas y fuente indiscutible de sabiduría. Después de intensos meses conviviendo con los magos de esta comarca, se me hace difícil la despedida. De ellos he aprendido la eficacia de la disciplina y la concentración, pero también que hay que ser agradecido con los dones que se nos ofrecen. La magia del Valle está muy vinculada a la naturaleza, y por eso su adiestramiento consiste en dominar los elementos. Mi maestro es un reconocido mago del aire. Es capaz de crear torbellinos con su varita o de asestar golpes con el viento racheado. He disfrutado con las demostraciones que han realizado los pupilos de la escuela: la nueva generación de magos de Silbriar. La mayoría de estos prescinden de sus varitas y ejecutan sus hechizos a través del movimiento de las manos, algo que ha indignado a muchos maestros, ya que uno de los emblemas del Valle es la varita como extensión del cuerpo. Para mí ha sido un honor convivir con estos nuevos genios del aire, fuego, tierra y agua. ¡Quién sabe si algún día sus nombres se grabarán en la historia de este mundo! Jersen, Peval y Hanis, gracias por esas noches de campamento.
Valeria dio un respingo y se detuvo en los nombres de los magos que su madre había citado. Había uno que le resultaba familiar.
—¿Peval? ¿No era este el enemigo de Aldin? —soltó, concentrada en los golpecitos que su dedo profería sobre el nombre del mago oscuro.
—Sí, el maestro de los mellizos —precisó Daniel—. ¿Qué has encontrado?
—Nada que sea importante —puntualizó ella, dejando escapar un suspiro de resignación—. Mi madre conoció a ese brujo. Era de los Valles Infinitos, como su maestro Zacarías... ¡Peval! Un mago que dominaba el elemento de la tierra. Por eso me lanzó del tejado usando kilos de arena.
—¿Dice algo sobre el señor Moné? —le preguntó Daniel, clavando su mirada en la página que leía ella—. Aldin nos contó que antes de convertirse en un hechicero oscuro fue su amigo.
—No lo menciona. —Negó con la cabeza—. Puede que porque fuera un mestizo. Las leyes de la época prohibían que estos entrasen en academias de magos. Además, ni siquiera sabemos si el señor Moné es natural de los Valles Infinitos. Aldin no me parece un mago de los elementos.
—No lo es —intervino Nico, categórico—. ¿Acaso lo habéis visto conjurar al fuego o al agua? Es evidente que no nació en ese Valle, y más si las relaciones entre especies estaban prohibidas por aquella época. Pero lo que sí sabemos es que fue un protegido de Bibolum. Tuvo que entrar en una academia, pero quizá fuese en otra. —Bostezó, evidenciando su cansancio—. Lo siento, chicos, necesito dormir. Ahora mismo siento envidia de Érika.
—Sí, sí, descansa. —Valeria arrugó el entrecejo y miró de reojo el libro—. Esto no está llevándonos a nada.
—Val, deberías comer algo —le sugirió su padre—. Esta noche va a ser muy larga, y si no vas a dormir, al menos tendrías que reponer energías. ¿Te preparo un café con leche?
Ella asintió levemente y posó su mirada en los ojos cansados de Jonay. Este se había sentado frente a ella y había recostado la cabeza sobre los brazos, cruzados en la mesa.
—Por mí puedes seguir leyendo —dijo él mientras se acomodaba—. Puedo hacer dos cosas a la vez: descansar y escucharte.
Ella deslizó el dedo índice sobre el texto de su madre y, adelantándose varios párrafos, buscó hechos o nombres que pudieran llamar su atención. No disponían de mucho tiempo, y mantenía la esperanza puesta en algún dato que pudiera revelarle cómo detener a Lorius antes de que se adueñara también de la Tierra.
Junto a mis compañeros guardianes, Teo, Jon y Lía, estoy pasando unos días de ensueño en la gran biblioteca. Las sacerdotisas están siendo muy hospitalarias. Concretamente, Sybila está ayudándonos a comprender la labor que allí desempeñan. Ellas son las custodias de la magia, del conocimiento heredado a través de las distintas culturas. He mostrado interés por las Profecías Blancas, redactadas por las brujas ancestrales hace miles de años, y también por el Libro de los Guardianes, ya que cuenta parte de mi historia, de mi familia.
Sybila ha sido muy generosa al aclararme ciertas dudas. Las Profecías Blancas hablan de que la estirpe de Ela no se ha extinguido y que volverá a reinar algún día, ya que Silona no encontrará la paz mientras dure su gobierno. La sacerdotisa me ha explicado que existe una leyenda que cuenta que Ela, ante el temor de que su hijo fuera capturado durante la Gran Guerra, lo envió a otro mundo y que allí tuvo descendencia. Algunos aventuran que se trata de nuestra tierra, el hogar de los guardianes. Me he quedado sorprendida ante tal revelación.
Valeria leyó las siguientes frases con rapidez. No referían nada trascendental, tan solo continuaban con su observación del trabajo de las sacerdotisas y de su día a día en la biblioteca. Al atardecer, su madre se entrenaba en los vastos campos que rodeaban la ciudad junto con el resto de los guardianes y siempre bajo la atenta mirada de sus respectivos maestros. Soltó una sentida exhalación. Estaba agotada. Sus párpados comenzaban a ceder y cubrir cada vez más sus pupilas. Pero, entonces, algo llamó su atención.
Lía ha entrado a hurtadillas en mi habitación. Estaba asustada, y me ha contado una historia que todavía me cuesta creer. Me ha dicho que tenemos que irnos de Tirme inmediatamente, que las sacerdotisas no tratan de instruirnos en la historia de la magia ni en el cuidado de su legado, sino que pretenden averiguar qué guardián porta la sangre de Ela, que están colaborando con un grupo de hechiceros con ideas supremacistas y que quieren eliminar a todo el que sea diferente. Yo he tratado de calmarla, pero ella ha insistido en que estamos en peligro. Según Lía, llevan meses examinando a grupos diferentes de guardianes con el pretexto de indagar más sobre ellos en el Libro de los Descendientes y localizar la extirpe perdida de Ela con un único propósito: acabar con ella.
Cuando le he preguntado de dónde ha sacado toda esa información, me ha confesado que mantiene una relación con Hanis, el mago del agua, y que este, escuchando una conversación entre su padre y un grupo de afines, ha descubierto que está gestándose una rebelión y que acabarán con todos los impuros de Silbriar.
—¿Y qué tiene eso qué ver con nosotras? —le he preguntado confusa.
Y me ha respondido que todo. Porque, según una de las Profecías Blancas, los libertadores de ese régimen tiránico pertenecen al linaje de Ela, portando cada uno de ellos los tres dones mágicos.
Yo la he mirado con dudas que han debido ser más que evidentes en mi rostro, porque me ha suplicado que la ayude a escapar. Le he sugerido que podríamos hablar con nuestros maestros para verificar esa información, pero ella ha negado con la cabeza y me ha dicho que cualquiera de ellos podría estar apoyando esa rebelión oscura. Yo no me imagino a Zacarías planeando una conspiración de ese tipo. Él no es un hombre sencillo. Es cierto que es algo vanidoso y su retórica no es nada discreta, pero jamás albergaría tales pensamientos.
—Si esa gentuza descubre que he mantenido una relación secreta con Hanis, me matarán sin dudarlo. Él ha cruzado los Bosques Altos a caballo para advertirme... Esther, ¡por Dios, tienes que creerme! —me ha suplicado.
—¿Y cómo pretenden averiguar si somos hijos de Ela? ¿Con el Libro de los Descendientes?
—Están reuniendo datos. La mayoría de los objetos mágicos son heredados, o al menos la facultad de poseer uno de ellos. Primero descartan a aquellos guardianes que no hayan heredado los dones a través de su línea genética. Ya sabes que puede romperse la cadena cuando no existe un descendiente digno, y entonces el objeto busca a un nuevo portador. En este caso, es imposible que la persona sea un descendiente de Ela, ya que estos siempre ostentarán la condición de puros para recibir el objeto. Yo procedo de una familia que, hasta donde conozco, siempre ha poseído un objeto, aunque no haya sido el mismo. Ha habido magos, artesanos y guerreros en mis antepasados.
—Y en la mía igual, pero en la mayoría de las familias sucede así. A veces se salta una generación, pero el don latente despierta en la siguiente.
—¡Por eso están investigándonos! Si descubren una línea de sangre mágica en nuestro ADN, estamos acabadas.
—Pero ¿por qué estás convencida de que serías una buena candidata?
—Porque he infringido las reglas dos veces. Mantengo una relación prohibida y, además, creo que estoy embarazada.
A Valeria se le aceleró el pulso y continuó leyendo las páginas con rapidez, intuyendo que algo importante estaba acercándose.
Al final, conseguí apaciguar los nervios de Lía. Le dije que si escapaba ahora, resultaría sospechoso. La he cubierto durante varios días, mintiendo, diciendo que no se encontraba bien.
He aprovechado para indagar más sobre las Profecías Blancas y estudiar con más ahínco el Libro de los Guardianes, concretamente el tomo de los Descendientes, donde se enumera quién ha poseído un objeto concreto y por cuáles manos ha pasado. Esto es algo muy difícil. No me encuentro cómoda no contándoselo a mi maestro.
También he hablado con Sybila hoy. Me parece una mujer sensata. Es la suma sacerdotisa, y no veo oscuridad en sus ojos. Le he preguntado si alguna vez han recurrido a la magia para localizar esa supuesta extirpe perdida de Ela. Ella me ha sonreído y me ha contestado que no hay necesidad de eso, que Silbriar vive en paz, que debemos confiar en el destino y que ya aparecerán cuando sean requeridos. Entonces, me ha dicho que no hay que darle tanta importancia a las Profecías Oscuras, que muchas de ellas ni siquiera se han cumplido. Pero antes de que pudiera preguntar más por esas profecías, ha venido su hermana Moira a buscarla.
Valeria se mordió el labio inferior con insistencia. ¿Moira? ¿Por qué le sonaba tanto ese nombre? ¿Dónde lo había escuchado antes? Estrujó su cerebro hasta casi creer que iba a reventarle. ¡Dios mío! ¡Claro!
—¡Tengo algo! Sí, sí... Creo que es importante. —Se levantó de un brinco y, con los brazos en jarra, observó a sus amigos, que cabeceaban sobre la mesa—. ¡Dani! ¡Jonay!
—Estoy escuchándote —respondió el guardián de Pan, quien continuaba con la barbilla apoyada en la madera—. ¿Qué es eso que has averiguado?
—¡Moira! —exclamó exaltada—. Es el nombre que dijo mi hermana antes de saltar de la balsa.
—¡¿Qué?! ¿Quién es esa? —preguntó Daniel, estirando los brazos y ocultando un bostezo bajo su mano.
—Lidia la nombró, dijo que Kirko tendría problemas con ella si volvía al castillo. ¿No lo entendéis? ¡Moira es la bruja! Mi madre la conoció durante su estancia en Tirme. Era una sacerdotisa, y si recordamos las sospechas de Samara, siempre pensó que la bruja era una tirmiana traidora.
—¿Tu madre conoció a la bruja? —Daniel la miraba atónito.
—Descubrió que estaban haciéndoles pruebas a los guardianes para tratar de eliminar a los posibles descendientes de Ela antes de iniciar la rebelión.
—Pero si las sacerdotisas colaboraban con Lorius, ¿para qué molestarse en quemar su propia ciudad? —Jonay se había enderezado y le prestaba atención.
—No todas estaban en el ajo, es evidente —respondió entre dientes—. Y siempre cabe la posibilidad de que no fuera Lorius quien prendiera la llama.
—Tienes razón. Lo más lógico es pensar que a las sacerdotisas las cogieran por sorpresa y que fuera la propia Moira quien encendiera la mecha —añadió Daniel—. ¡Es la bruja!
Valeria se dejó caer de nuevo en la silla, abatida. Su madre estaba conociendo a los principales protagonistas de la conspiración que pronto terminaría con el reinado de la casa de Sión y con Silona apresada. Su padre le mostró su apoyo descansando la mano sobre su hombro. También estaba siendo duro para él. Había perdido a su mujer y ahora a una hija.
—Papá, ¿llegaste a conocer a esa tal Lía que mamá menciona en el diario?
—No, pero en los últimos meses hablaba todas las semanas con ella. Era una guardiana de Argentina, creo, no estoy muy seguro. Mamá estaba muy preocupada por ella. Estaba teniendo un embarazo difícil.
—¿Sabías que el padre de ese niño era un mago?
—No tenía ni idea. —Suspiró lentamente, pensando en toda la información que Esther le habría ocultado para protegerlo. De sus últimos viajes apenas le habló—. Pero no era de un niño. Esa mujer estaba esperando trillizos, si no recuerdo mal.
—¿Trillizos? ¡Los tres dones en uno! Lía debió pensar que ella era la madre de los elegidos... ¿Y qué pasó con ella? ¿Sabes algo?
—No. Llegó un día en que no respondió a las llamadas de tu madre. Esther estaba convencida de que algo malo le había sucedido.
—Estaban intentando descubrir la ascendencia de todos los guardianes con un libro.
—El Libro de los Descendientes es uno de los tomos que forman parte del Libro de los Guardianes —escupió Jonay, como si estuviera impartiendo una clase de Historia—. El segundo corresponde al Libro del Destino, que narra las hazañas pasadas y futuras de los objetos. Y el último es el Libro de los Nacimientos, que tiene en su poder Prigmar, el duende de la tienda de los cuentos.
—Es decir, si he entendido bien, en el Libro del Destino figuraría la capa y las peripecias de esta, incluso podría llegar hasta las elegidas si fuera necesario. —Daniel reflexionaba sobre las implicaciones de su propia afirmación—. En el de los Descendientes, quién la ha poseído hasta ahora, y en el de los Nacimientos, la ubicación de quién la tendrá.
—¡Exacto! —exclamó Jonay—. Pero su localización no aparecerá en el libro hasta que su portador despierte.
—Nos sería de gran utilidad ahora poder echarle un vistazo a alguno de esos libros —añadió Daniel, maldiciendo su mala suerte—. Podríamos tener más información sobre la dichosa capa.
—Pero has dicho antes que todos los guardianes estaban despertando ahora, al mismo tiempo, aunque no estuviese escrito que fuese su momento —dedujo Luis con aire triunfal—. Tenemos que volver a la tienda. Ese duende que has nombrado antes debería saber algo.
—Es una buena idea, papá, pero la capa es un objeto que está perdido en el tiempo. —Valeria resopló al encontrarse con otro callejón sin salida—. Tenemos que encontrarla primero, liberarla y lanzarla al mundo, como nos indicó Samara. Entonces, las coordenadas exactas del guardián aparecerán en el Libro de los Nacimientos. ¿Qué fue lo que consiguió averiguar mamá de la capa?
—Cuando nació Érika, esa dichosa capa pasó a ser su prioridad. Probablemente, trataba de evitar todo esto que está pasando ahora. —Se encaminó hacia su despacho con paso apresurado y regresó con una inmensa carpeta—. Todavía conservo todos los dibujos de tu madre. Se obsesionó con ella.
Luis esparció sobre la mesa algunos de los bocetos realizados con carboncillo en los que su mujer estuvo trabajando. En muchos podía apreciarse la enigmática prenda de vestir con toda claridad. Era un manto corto que no alcanzaba las rodillas del fornido modelo y con un sutil cuello que permanecía levantado cubriendo la nuca del hipotético guardián. Valeria advirtió que su madre la había dibujado desde diferentes perspectivas y que en su frente se sujetaba con un broche que contenía una frase ilegible.
—¿Hizo más de estos? —Valeria miró a su padre con gran expectación.
—Sí, se entretenía pintando paisajes de Silbriar y a algunos de sus conocidos. —Extrajo todas las ilustraciones de la carpeta y las puso en la mesa sin ningún orden—. A estas les dio color, vida. Así me hacía una idea más clara de los lugares sobre los que me hablaba.
Daniel cogió una de ellas y esbozó una sonrisa al reconocer el poblado de Martel, con sus casas coloridas y sus adoquines azules. Después sujetó otra de las pinturas que le fue mucho más difícil de rememorar.
—Son los Bosques Altos, pertenecientes a los elfos —lo ayudó Jonay al ver que titubeaba—. Tenía grandes manantiales y era un vergel inigualable. Claro que tú lo conoces como el Bosque de las Almas Perdidas. Cuando llegaste, Lorius ya había arrasado con él.
—¿Y qué es esto? —preguntó Valeria mientras desplegaba un enorme plano sobre la superficie de madera. Todos clavaron sus ojos fascinados en él.
—¡Es un mapa antiguo de Silbriar! —exclamó el guardián de Pan, maravillado—. Mantiene los antiguos límites del mundo mágico. ¡Clases de Geografía!
—Tu madre fue trazándolo poco a poco mientras visitaba aldeas, montes, llanuras... ¡Es su obra maestra! —interrumpió Luis, dejando apreciar su orgullo contenido.
—Esta región del centro norte con esta forma que casi imita a la de un diamante es Lumia —continuó explicando Jonay—, hogar de los mestizos y que todo mago evitó pisar jamás. Ahora podemos decir que es la capital. Fue donde Bibolum construyó su refugio secreto, convirtiéndose en el estandarte de la Resistencia. Ya nadie lo llama Lumia, sino Silbriar, por ser el único lugar de todo el mundo al que Lorius no consiguió acceder. El único pedazo de tierra silbrariana que no fue infestado por la oscuridad... Al norte de Lumia están los Bosques Altos, que están serpenteados por el Sendero de las Especias y que nos lleva a lugares como Martel, Gnimiar, las Cataratas de Yazu y los Acantilados de los Gigantes.
—Donde se encontraba la Fortaleza de Lorius. —Valeria seguía absorta en los puntos que él iba señalando en el mapa. Su madre había citado a la mayoría con la vieja nomenclatura, con la que ella debió conocer a los pueblos durante su estancia en Silbriar.
—Al sur de Lumia se encuentra el Bosque Plateado y antiguo Reino de las Hadas, el cual se extiende hasta la costa oeste. Aquí existía otra región donde habitaban los elfos del sur, Ipsia. No quedó nada de ella, pero creo que están tratando de reconstruirla. Si bajamos aún más siguiendo el Sendero de las Piedras Silentes, llegamos a nuestro querido desierto.
—Es decir, que si Lorius intenta una reconquista —comenzó a elucubrar Daniel—, se haría primero con esta vía principal, y así mantendría contenidos a los nuevos elfos, a las hadas y... ¿Esto es Tirme? —Jonay asintió, mostrando una mueca de desagrado—. Y llegaría hasta las sacerdotisas que intentan restaurar la biblioteca por el este y hasta una comunidad de duendes que decidieron asentarse en Doria, una enigmática región dorada donde abundan los arcoíris.
—¿Y qué son estos puntos negros fuera del continente? —preguntó Luis, deseoso de participar en la conversación.
—Son islas; la mayoría, inexploradas. Hay muchas leyendas sobre los seres que habitan en las profundidades de los océanos.
—Sobre estas hay unas siglas —señaló Valeria—. ¡ISN!
—Ni idea —respondió el muchacho, encogiéndose de hombros—. Tal vez pertenezcan a la región de los Lagos Enanos, ya que están frente a sus costas. Aunque ahora los enanos están diseminados por todo Silbriar, sus dominios se extendían al oeste de Lumia. Y al norte de los Lagos Enanos se encuentran los famosos Valles Infinitos, delimitados por esta colosal cordillera, las Montañas Sagradas. Tu madre dibujó las principales regiones de Silbriar por aquel entonces. Ahora, todo es un caos. Pero si te fijas bien, hay también algunas áreas más pequeñas, como Cernia, Draghia o Nius.
—Gracias por la clase de Geografía, pero no creo que nos sirva de mucho. —Daniel se cruzó de brazos y se recostó en el espaldar de la silla—. ¡No tenemos ni idea de por dónde demonios empezar a buscar esa maldita capa!
Valeria hundió la cabeza entre sus manos y negó varias veces. Daniel tenía razón. Llevaban horas allí y ni siquiera habían avanzado lo necesario para trazar un plan que los llevase hasta la capa. Era como buscar una aguja en un pajar. De reojo, observó a Nico, quien, a pesar de mantener una postura incómoda, dormía a pierna suelta sobre el sillón. Tal vez debería descansar. Puede que así su mente fuera más ágil, quizá pudiera ver lo que sus ojos no hallaban. Se incorporó, estirando el cuello, y escuchó el sonido inconfundible de sus huesos al recolocarse. Aunque deseaba entornar los párpados, escapar de esa pesadilla, no podía. Un día en la Tierra podrían suponer quince en el otro mundo, y no podían permitirse aterrizar en Silbriar y que la oscuridad se hubiese propagado hasta un punto en que el daño ocasionado fuese irreversible. Se masajeó la nuca, buscando un alivio que no encontraba, mientras Daniel y Jonay se enzarzaban en una discusión sobre cuál era la mejor forma de proceder. Se levantó, se acercó a la ventana y se atrevió a mirar el cielo. El sol trataba de alzarse para recuperar sus dominios, pero la noche parecía burlarse de él desprendiendo unos rayos naranjas que lo eclipsaban. Apenas se apreciaban ya las estrellas. Su brillo había sido mitigado por las brechas que centelleaban orgullosas ante su indiscutible poderío.
De repente, un haz de luz azafranado la obligó a cerrar los ojos unos segundos, los suficientes para que sus oídos escuchasen el estallido de las alarmas de los coches casi al unísono y apreciasen los gritos de confusión de las personas que continuaban en la calle. Con el corazón desbocado y la respiración agitada, anduvo unos pasos a tientas, hasta que poco a poco fue recuperando el control de sí misma. Al entreabrir de nuevo los párpados, apreció la silueta de su hermana, que se enroscaba como una serpiente alrededor del cuerpo enjuto de su padre. Después observó a Nico, desorientado, quien caminaba a cuatro patas por la sala. Finalmente, se acercó a los dos guardianes, que custodiaban la mesa como si de un tesoro se tratase. Mantenían sus manos clavadas sobre los dibujos de su madre, temiendo que alguno pudiera desvanecerse tras el fogonazo.
—¿Qué demonios ha sido eso? —dejó escapar Daniel entre dientes.
—La señal que nos advierte de que no contamos con mucho tiempo —le contestó el guardián de Pan, sin relajar ninguno de sus músculos.
—¿Todos bien? —escuchó preguntar a su padre.
Valeria se apoyó en la madera y, sin percatarse, tiró de uno de los dibujos de su madre, el cual cayó al suelo con rapidez. Se agachó para recogerlo, y entonces reparó en unas diminutas letras que apenas sobresalían del borde inferior de la capa retratada. Atrajo hacia ella el bosquejo y, entrecerrando los ojos, se detuvo en esa misteriosa inscripción.
—ISN —leyó en voz alta al mismo tiempo que todo el vello de su piel se erizaba—. ¡Oh, Dios mío! ¡ISN! ¡Las manchas negras del mapa!
—¿Las islas de los enanos? —Jonay la miró extrañado y sin comprender.
Daniel le arrebató la ilustración de las manos y constató por sí mismo la veracidad de la anotación.
—Puede que sea la pista más fiable que tengamos —concluyó, todavía atónito—. Podemos equivocarnos y lanzarnos a una misión suicida. Pero tal vez tu madre haya escondido la ubicación de la capa en este dibujo.
—¡Es una locura! —exclamó Jonay, agrandando sus ojos verdes.
—¿Qué ha pasado? —Nico se aproximó tambaleándose—. ¿Ha llegado ya el apocalipsis?
Daniel lo recriminó con la mirada.
—Los jinetes se hacen más fuertes —lanzó Luis, dejando escapar una profunda exhalación—. En cualquier momento pueden atravesar las últimas barreras.
—Es hora de que nos pongamos en marcha —anunció Valeria, decidida—. Esta vez nos las arreglaremos con las provisiones que podamos coger: agua, frutos secos, galletas, linternas, pilas...
—¡Qué bien! De guardianes a boys scouts —ironizó Jonay.
—Voy a buscar algo más cómodo —dijo ella, ignorando el comentario del chico—. ¡A saber lo que nos encontramos esta vez!
—¿Y adónde vamos? ¿A la tienda? —le preguntó Daniel, otorgándole la autoridad de un líder.
—Es la mejor opción —contestó Jonay en su lugar—. La última vez que Lorius inició una guerra, todos los portales mágicos se sellaron automáticamente al sentir que la magia negra crecía. No sabemos en qué estado se encuentra Silbriar ahora mismo, pero los portales pueden cerrarse en cualquier momento. ¡Ni mi gorra sería capaz de atravesarlos!
—¿Es por eso por lo que Lorius quería el espejo de Silona? ¿Por los portales? —le preguntó Nico, despistado.
—¿En qué mundo vives? —le reprochó Jonay con enojo—. Silona era la llave. Ella podía abrir esos portales que lo habrían traído derechito a este mundo y a saber a cuántos más.
—Vaya, me alegra saber que los magos no nos engañaron cuando nos enviaron a su rescate, ya que, según tú, los portales estaban cerrados.
—¡Claro que lo estaban! ¿O crees que el resto de nosotros no habríamos ido a salvarte el culo?
—¡O a clavarme un puñal por la espada! Dado que los guardianes nos odian ahora mismo.
Valeria no quiso entrar en la discusión de ambos muchachos y subió las escaleras de dos en dos, evitando pensar en las implicaciones de un nuevo viaje a Silbriar. Pero su mente jugaba con ella al despiste, y cuando conseguía hacerla callar, de nuevo vociferaba para que todos sus demonios internos explotaran, sumergiendo su cerebro en una vorágine de sentimientos encontrados. Tenía que regresar. Y esta vez no podían dejar que Lorius escapase. Sus jinetes revoloteaban en el firmamento, esperando el momento oportuno para lanzarse sobre la Tierra sin miramientos. Este mundo, su mundo, corría peligro. Y eso la abocaba hacia un nuevo precipicio: Lidia. No podía ser blanda con ella. No esta vez. Era hora de enfrentarse a la decisión más dura que jamás se había visto obligada a tomar. No le había dejado otra opción. Eran galaxias invadidas por la oscuridad o la supervivencia de su mundo. Era el mal o el bien. Era su hermana o ella.