Читать книгу El guardián de la capa olvidada - Sara Maher - Страница 6

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Érase una vez una pequeña tienda de cuentos que recorría incansable las distintas ciudades del mundo en busca de guardianes: los herederos legítimos de los objetos mágicos, aquellos que una vez fueron arrojados a la Tierra con la esperanza de ser requeridos cuando la magia corriera peligro. Durante siglos, muchos humanos fueron reclutados y adiestrados por grandes maestros, aguardando el momento a que el equilibrio entre el bien y el mal se rompiese de nuevo. Algunos guardianes murieron sin conocer jamás la palabra «guerra» y gozaron de una estancia tranquila en Silbriar, disfrutando de sus bellos paisajes y adquiriendo un conocimiento único e inalcanzable para la mayoría de los humanos; otros participaron en alguna que otra escaramuza sin importancia, donde las reglas de la magia pretendían ser infringidas. Pero una nueva generación estaba destinada a luchar por el futuro del mundo mágico, por los seres que lo habitaban y por su propia supervivencia. Ese momento estaba acercándose.

Prigmar, el viejo duende regente de la tienda, se aburría solemnemente aguardando a que el Libro de los Nacimientos se abriera y, con una letra pincelada en oro, le indicara que un guardián había despertado. Entonces, ponía rumbo a las coordenadas que le señalaba y hacía su aparición magistral en aldeas situadas en valles tortuosos, en playas agradecidas donde la brisa marina acariciaba sus mejillas sonrosadas aliviando su calor, en ciudades grises y lluviosas, o tan caóticas que apenas se atrevía a salir a la calle por miedo a ser atropellado por la avalancha constante de transeúntes. Así vivió durante años, viajando sin cesar a partes opuestas de un mundo que se le antojaba extraño y banal, anhelando que la llamada surtiera efecto y el humano elegido hiciera sonar la campanilla de la puerta anunciando su entrada. En ese momento, él le mostraba su sonrisa más afable y jugaba a anticiparse al objeto que escogería, analizando sus rasgos, sus gestos y su actitud en general. Debía admitir que se había convertido en un experto, ya que acertaba en un noventa y cinco por ciento de los casos.

Esta era la encomiable misión que el Consejo le había encargado: asesorar al nuevo guardián e informar de su presencia al maestro pertinente. Una vida sencilla y sin sobresaltos, sin riesgos que correr y, sobre todo, una labor que ejercía para zanjar una deuda que había adquirido cuando un mago lo había salvado de una muerte segura. Ahora ese era su sino: regentar la tienda y hacer un primer contacto con los futuros guardianes. Sin embargo, pronto se jubilaría y por fin podría regresar a su amado Silbriar. Estaba seguro de que el Consejo encontraría a otro duende torpe al que asignarle esa «gran» tarea.

Pero un día, sin previo aviso, sus aspiraciones se vieron truncadas. El Libro de los Nacimientos comenzó a escribir garabatos descontrolados y su tinta cambió a un color alarmante: rojo escarlata. No tardó en descifrar su significado: Lorius había conquistado Silbriar y el libro hacía grandes esfuerzos por localizar a las elegidas. Prigmar era consciente de que no podría retornar jamás a su hogar hasta que diera con ellas, por lo que, muy a su pesar, activó el escudo de protección que rodeaba la tienda, evitando así que el hechicero diera con su paradero y la destruyera. No tuvo más remedio que resistir confinado en ella sin mantener ningún tipo de correspondencia con su mundo. El viejo duende estaba preparado para esquivar los posibles rastreos mágicos a los que iba a ser sometido, ya que Lorius no tenía aún suficiente poder como para lanzar sus garras al mundo humano. Pero eso no impediría que sí enviase a emisarios para adelantarse en la búsqueda de las descendientes. Y él tenía ahora el cometido más importante de toda su vida, de él dependía la supervivencia de las diferentes razas silbrarianas. Tenía que encontrar a las elegidas.

Nunca olvidaría el instante en el que las tres hermanas entraron en la tienda. Intentó contener su desbordada felicidad, pero su bigote saltaba eufórico sobre su boca y sus ojos cambiaban de color a una velocidad inquietante. ¡Estaban allí, ante él! Y aunque al principio le parecieran humanas corrientes y algo insulsas, percibía la llama de la valentía en sus corazones. ¡Él, un duende común, estaba presenciando un hecho histórico! ¡Las descendientes escogían delante de sus narices sus objetos! ¡Había esperanza para Silbriar!

Sin embargo, un suceso fatídico lo había devuelto a la desgana, y ahora, sentado en su alto taburete, observaba cómo el libro teñía sus anunciaciones de negro. Decenas de guardianes estaban despertando al mismo tiempo, antes de la fecha prevista, sin que nadie pudiera evitarlo. Se acercó a la ventana y contempló desmoralizado un cielo en llamas. Las brechas se acumulaban en el universo y abrían paso a los devastadores jinetes. Lorius lo había conseguido: había trasladado la guerra a los diferentes mundos, y pronto la Tierra conocería su existencia.

Ante la inminente catástrofe, había arriesgado su vida en dar un último salto en el espacio. La tienda no podría viajar en busca de todos esos guardianes perdidos. La magia del hechicero había llegado hasta allí, y cualquier movimiento de su pequeño negocio de cuentos podría ser detectado. Debía permanecer anclada, en silencio, aguardando un milagro que se demoraba.

Resignado, Prigmar suspiró. Se acercaba el final de la historia, y no presentía un feliz desenlace. Aun así, de vez en cuando alzaba la cabeza y contemplaba con nostalgia la puerta de la entrada, deseando con todas sus fuerzas escuchar el último tintineo de la campanilla, aquel que le anunciara que su desesperado e improvisado plan habría funcionado.

Parte 1

La tienda de los cuentos de hadas

El guardián de la capa olvidada

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