Читать книгу El guardián de la capa olvidada - Sara Maher - Страница 7

1 Mamá

Оглавление

El cielo crepitaba. Se lamentaba como un árbol acorralado por un infierno voraz al cual habían despojado de sus hojas con crueldad y que trataba de recomponerse tras el vil asalto, sanando sus heridas, devolviéndoles a sus ramas la vida para, de nuevo, florecer. Las estrellas lloraban, y de sus lágrimas nacían estelas afligidas que desaparecían tras un horizonte que se antojaba finito. El universo había empequeñecido ante tal acontecimiento. Parecía más vulnerable, menos incierto, amenazado por esas grietas que rasgaban su equilibrio, su entereza. No había luna en la que ampararse ni nubes que empañaran la funesta visión. El cielo gimoteaba, y no existía lugar en el mundo que no escuchara sus quejidos.

Los aullidos de los perros del vecindario se habían convertido en una improvisada banda sonora, espeluznante y agónica, que acompañaban a una noche eterna. Pronto, el mundo comprendió que no se trataba de un hecho aislado. Todos los rincones del planeta estaban presenciando un acontecimiento insólito: el sol se había apagado en los países donde reinaba el día para que nadie pudiera perderse el espectáculo de un cosmos en llamas.

Lo que al principio los científicos habían explicado como una «cadena de seísmos fortuitos» debido al impacto de varios meteoritos, terminó engrosando la lista de fenómenos desconocidos. Ninguna piedra ardiente había colisionado contra la Tierra. Para mayor desconcierto, algunos volcanes habían entrado en erupción, y en los países cercanos al ártico se había desatado un invierno feroz que helaba las almas de los más atrevidos, de aquellos ansiosos por contemplar el manto de la noche teñido de un naranja inquietante.

Valeria había apagado la televisión, consternada ante las imágenes dantescas que ofrecían las diferentes cadenas de noticias. La influencia de los jinetes ya comenzaba a sentirse hasta en los puntos más recónditos. Contuvo una mueca de espanto. La Tierra desconocía su auténtico poder y los seres humanos no estaban preparados para afrontar tormentas de granizo que congelaban al instante el área afectada, a rayos fulminantes capaces de carbonizar ciudades ni a los devastadores tornados del desierto del sur. Todo esto superaba sus nervios de acero. Acababa de perder a su hermana, y ahora debía descubrir por qué su planeta estaba padeciendo los efectos de una decisión errónea.

Todavía atónita, observaba a su padre tras su reciente revelación. Este caminaba de un lado a otro del salón, con las manos resguardadas en los bolsillos de su bata de levantarse. Luis siempre había sido una persona previsible, amante del orden y del trabajo. No era en absoluto lo que su hija podría calificar como un hombre enérgico o de acción. Era más bien reflexivo, dialogante y, a veces, demasiado parsimonioso. Sin embargo, estaba allí, divagando sobre por qué los jinetes habían conseguido abrir sendas brechas en el cielo y sobre las consecuencias nefastas que eso podría acarrear.

Boquiabierta, seguía sus cavilaciones, sin atreverse a interrumpirlo en su discurso delirante y paranoico, mientras de vez en cuando alguna sacudida leve lo hacía callarse y mirar receloso al techo, temiendo que este pudiera desplomarse sobre él. Era en esos interminables segundos de incertidumbre cuando ella intercambiaba miradas cómplices con el resto del grupo, esperando a que alguno rompiese el silencio con alguna genialidad. Pero todos estaban tan sorprendidos como ella, sin llegar a comprender del todo la implicación de su padre en los asuntos de Silbriar.

Daniel, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, escudriñaba hasta el gesto más imperceptible que pudiera desprenderse de Luis, como si así lograra adelantarse a sus pensamientos. Érika, sentada en el sofá, lo miraba divertida, maravillada ante el hecho de que su padre conociese la existencia de Sibriar. Jonay, con aire más desenfadado, estaba repantigado junto a la niña, como si la noticia no lo hubiese cogido desprevenido. Y, por último, Nico, quien, sin perderlo de vista y prestando mucha atención a sus palabras, retiraba a cada minuto las cortinas para observar las extrañas grietas lumínicas que se habían adueñado de la noche.

Finalmente, Luis clavó los pies en el pavimento y le lanzó una mirada reprobatoria a Valeria.

—¡Has dejado a tu hermana atrás! ¡¿Cómo has podido hacerlo?!

—No ha sido culpa suya —se adelantó a responder Daniel—. Lidia tomó la decisión de no querer volver con nosotros.

—Pero ¿por qué cometió semejante estupidez? Se acerca una gran guerra, debería estar con los suyos.

—Quiso quedarse con el chico oscuro —le aclaró Érika, encogiéndose de hombros.

Luis arqueó las cejas, confuso, y antes de que pudiera reaccionar formulando otra pregunta, Valeria lo aplacó. Había llegado el momento de pedirle explicaciones.

—Papá, ¿quién eres? ¿Un guardián? ¿Un hugui? ¿Por qué no nos habías contado nada de esto?

—¿Eres el guardián de la capa? —Érika abrió los ojos de par en par.

—No, cariño, no. —Lanzó un suspiro, resignado—. ¡Ojalá lo fuera!

—¿Entonces? —insistió Valeria—. ¿Conocías nuestros viajes desde el principio? ¿Sabías que éramos las descendientes de otro mundo? ¿Por qué no nos advertiste cuando esto comenzó? ¿Por qué no dijiste nada cuando entramos en esa tienda?

—¡Porque se lo prometí a vuestra madre! Ella quería alejaros de ese mundo. Descubrió algo horrible, una conspiración que podría poneros a todas en peligro. Así que, en cuanto nació Érika, decidió cortar sus lazos con Silbriar.

—¡No lo entiendo! Nuestro maestro nos contó que mamá no te había dicho nada y que, cuando te conoció, fue cuando dejó de ir a Silbriar.

—Valeria, ella también estaba intentando protegerme. Está terminantemente prohibido que humanos sencillos conozcan la existencia de otros mundos, y por esa razón siempre sostuvo ante el Consejo que yo ignoraba todos sus asuntos. Sobre todo, cuando constató que una sección más dura y oscura estaba organizando incursiones ilegales en la Tierra.

—Pero ¿qué fue lo que averiguó? —Ella intentaba armar un puzle en su mente que se le antojaba cada vez más enrevesado y lleno de vastas lagunas.

Luis tragó saliva varias veces, como si así pudiera despejar la garganta de las dudas que todavía lo atormentaban en las largas noches de insomnio. Debía comenzar a relatar una historia que habría preferido mantener enterrada bajo toneladas de piedras, sumergida en lo más profundo de un mar lejano, con un candado irrompible y una llave ilocalizable.

—Yo... No sé... —Apresurado, limpió sus gafas y se las colocó de nuevo, presionándose el puente de la nariz—. Vuestra madre no murió en un accidente de tráfico.

—¡Dios mío! —Valeria se tapó la boca con la mano, ahogando así un grito desesperado.

—¿Qué fue lo que ocurrió entonces? —intervino Jonay, levantándose de un salto del sofá.

—Tengo que empezar esta historia desde el principio. Se lo debo a ella. —Meditó durante unos segundos, abstrayéndose en sus propias reflexiones interiores. Había llegado la hora de su verdad, de asumir sus errores y de intentar orientar a los chicos como hubiera deseado que hiciera su mujer, Esther—. Yo soy simplemente un abogado; no tengo dones ni pertenezco a un linaje real. Soy humano. A los pocos meses de comenzar a salir con vuestra madre, ella empezó a ausentarse. A veces no la veía durante días, después fueron semanas... Al principio no le di mucha importancia, pues nuestra relación no era ni mucho menos seria. Quedábamos para ir al cine, al baile de algún pueblo o a tomar un helado. Y era evidente que yo estaba más interesado en ella de lo que ella pudiera estarlo de mí. Pero nuestra relación fue creciendo y le pedí matrimonio a los dos años de nuestra primera cita. Y ella, en vez de asentir eufórica como todo novio impaciente habría deseado, se quedó pálida, sin palabras. Se puso nerviosa y comenzó a tartamudear. Yo todavía estaba digiriendo el más que indudable rechazo cuando me contó una historia increíble. Me dijo que necesitaba ser sincera conmigo si iba a dar el gran paso y convertirse en mi esposa.

»Esa fue la primera vez que me habló de Silbriar y de los objetos mágicos. Me confesó que era una guardiana, como lo había sido su padre y, a su vez, su abuela. Que todas esas ausencias estaban justificadas porque viajaba al otro mundo para instruirse en las artes mágicas y... —Presionando sus labios, aguantó la respiración—. Yo me eché a reír.

—Papá, ¿no la creíste? —le preguntó la pequeña, desconcertada.

—Pensé que estaba tomándome el pelo, que estaba dándome calabazas inventándose una excusa absurda para no decírmelo abiertamente o que...

—Estaba loca. —Valeria concluyó la frase con profundo pesar. Hundió su rostro entre las manos y negó con la cabeza.

—Tienes que comprender mi posición. Estaba arrodillado ante los pies de tu madre, y ella me contaba una historia disparatada sobre magos y cuentos de hadas. ¡Estaba petrificado! ¡Asustado! Pensé que había estado saliendo con esa mujer durante dos años seguidos y no la conocía. —Suspiró larga y profundamente. Volvió a hacer una pausa para aunar las fuerzas suficientes que lo empujaran a proseguir. No quería revivir la muerte de Esther, solo quería olvidar aquellos días de angustia en los que la soledad lo abrazaba y le susurraba que iba a ser su nueva compañera—. Me fui de allí y la dejé llorando, maldiciéndose por el error que había cometido al confiar en mí. Yo no dormí durante días. Me sentía culpable por no dejar que se explicara, por haberme burlado de ella de aquella manera tan infantil y porque yo... la amaba. Así que me planté delante de la puerta de su casa dispuesto a escucharla, pero ella siempre fue testaruda y algo orgullosa y no quiso recibirme. Durante tres semanas, cada vez que salía del trabajo, me dirigía a su casa, tocaba el timbre y esperaba horas a que ella abriera, pero no lo hacía. Hasta que un día vuestro abuelo me dijo: «Si tienes el valor de presentarte aquí todos los días a pesar de salir derrotado cada noche, es que eres digno de entrar en nuestra familia».

—Recuerdo que mamá me contó esa historia, pero de otra manera —meditó Valeria, dejando escapar una leve sonrisa de sus labios—. Ella me dijo que, tras una pelea tonta, tú casi dormías bajo su ventana con tal de recuperarla.

—¡Mamá era la mejor del mundo! —exclamó Érika—. Ella sabía que la magia existía pero que los malos querían destruirla.

—Sí, era la mejor... —Él se dejó caer sobre el sofá y colocó a la pequeña sobre su regazo.

Otro temblor los sobresaltó. Érika se abrazó a su padre, asustada, y Valeria cerró los ojos, como si así pudiera ignorar la pesadilla que estaba viviendo. Daniel se apoyó en la pared para evitar perder el equilibrio mientras Nico corría hacia la puerta seguido de Jonay. La abrió, y fue testigo de cómo una marea de vecinos contemplaban atónitos las extrañas luces del cielo. Las sirenas no cesaban. Sonaban en la lejanía sin descanso, acrecentando la confusión en sus rostros.

—Deberíais llamar a vuestros padres —dijo Luis al cese del pequeño sismo—. Tienen que estar muy preocupados.

Daniel y Nico intercambiaron una mirada fugaz en la que el guardián de la espada mostraba su negativa.

—Está bien, lo haré yo —aceptó Nico con resignación.

—Ahora mismo soy la oveja negra de la familia, así que me echarían la culpa de todo. Intenta calmarlos. Tienen que estar muy asustados por lo que está pasando.

—A mí me gustaría llamar también al restaurante —dijo Jonay, siguiendo los pasos de Nico hasta la cocina—. Tengo que localizar a mi maestro.

Valeria alzó la vista y clavó la mirada en los ojos castaños de su padre. Eran iguales a los de Lidia: rasgados y vivaces. Y aunque la pena había decidido instalarse en ellos, todavía albergaban una chispa incombustible que le revelaba que, aunque no fuera un guardián, poseía un corazón guerrero y que no se rendiría hasta ganar su propia batalla.

—¿Qué ocurrió luego? ¿Cómo acabaste creyendo la historia de mamá? ¿Has estado alguna vez en Silbriar?

—No, aunque me habría gustado. Como te dije antes, yo no podía siquiera conocer su existencia, y menos visitarlo. Está vetado para la mayoría de los humanos, y eso me incluye a mí —reconoció con cierto pesar—. Debo admitir que necesité pruebas para creer toda esa historia. Fue entonces cuando vuestro abuelo me mostró su cincel, el que perteneció a Gepetto, y algunos de los trucos que podía hacer con él. Después, mamá me presentó a su espada, a la que llamaba cariñosamente Silver. No me preguntes por qué, pero para ella era como su mejor amiga. —Rio, recordando la cara de asombro que había puesto al verificar ese nombre grabado sobre la exquisita empuñadura—. Y, bueno, viví con ella unos años maravillosos y llenos de intrigas. Me relataba sus aventuras cuando regresaba de sus viajes. Me describía los preciosos lugares que visitaba y a veces los dibujaba. Ya sabéis que a ella le apasionaba pintar. Así conocí las famosas cataratas del norte, Martel, Gnimiar y al prestigioso mago Bibolum Truafel.

—¿Bibolum era su maestro? —le preguntó Daniel con curiosidad.

—No, no, él era un miembro más del Consejo cuando Esther comenzó a reducir sus viajes y él empezaba a concentrar su energía en la búsqueda de los guardianes. Durante muchos años, fue un asunto al que no le dieron importancia. En Silbriar se vivía bien... Imagino que estaba adelantándose a los acontecimientos futuros. Su maestro se llamaba Zacarías Melling.

Tanto Valeria como Daniel negaron con sus cabezas. Ignoraban de quién podría tratarse.

—Pero cuando estuve delante de Silona, ella me mostró imágenes y vi a mamá junto Bibolum. —Confundida, Valeria se mordió el labio inferior—. Y también vi al abuelo con un gorro mágico. ¿Acaso esas escenas no eran reales? ¿Nunca sucedieron?

—Tu madre conoció a Bibolum mucho más tarde, cuando él, desde el Refugio, viendo el avance de las tropas enemigas, lanzó un hechizo para llamar a las descendientes. Según me contó tu madre, Bibolum recopiló datos durante años y, estudiando las Profecías Blancas, elaboró un complicado conjuro para que las tres libertadoras salieran a la luz. Fue ahí cuando tu madre, engullida por un torbellino, se presentó ante él. En ese momento, comprendió que sus orígenes y sus hijas serían las elegidas para salvar Silbriar. Por aquel entonces, estaba embarazada de Érika. Ella quería protegeros. Había descubierto algunas cosas y no... —Luis insufló aire y lo exhaló, reprimiendo unas lágrimas que comenzaban a bombardear sus ojos—. Antes de su encuentro con Bibolum, Esther ya estaba tratando de desenmascarar a una red de hechiceros que extendían su poder hasta nuestro mundo. Estos habían averiguado que el linaje de Ela no se había extinguido como pensaban y que podría haber descendientes aquí. Esther supo que estaban investigando a todos los guardianes, ya que, entre ellos, debería estar el que poseyese el gen portador de los elegidos. Me contó que estaba asustada porque habían asesinado a algunos guardianes antes incluso de que pisaran Silbriar por primera vez. Buscaban a alguien que tuviera tres hijos o los tuviese en el futuro. Ya sabéis, que poseyeran así los tres dones benditos: el mago, el artesano y el guerrero.

—Lorius estaba preparándose para su revuelta y él conocía las Profecías Blancas —continuó Daniel—. Es muy posible que quisiera acabar con el progenitor antes de que pudieran nacer incluso sus hijos. Sabía que algún día sería derrotado con la ayuda de las tres elegidas.

—Por eso habíamos decidido no aumentar la familia y quedarnos únicamente con nuestras dos niñas. Y cuando inesperadamente se quedó embarazada de Érika, decidió no regresar jamás, pero el hechizo de Bibolum hizo que volviera a Silbriar. El mago comprendió al momento que estaba ante una de las hijas de Ela y que no se trataba de una leyenda, pero también que se había anticipado a la llamada. Los tres dones todavía no coexistían en una misma generación. Alarmada por lo que el gran mago le contó, Esther se empeñó en cambiar vuestro destino. Se obsesionó con encontrar al guardián de la capa. Si él acudía y liberaba Silbriar, vosotras no tendríais que participar en una guerra. Pero todo fue en vano... Aun así, cambiamos de domicilio y ocultamos el nacimiento de Érika. Tu abuela fue la encargada de asistirla en el parto junto con varias vecinas de la sierra. No la inscribimos en ningún documento oficial hasta que llegó el momento de escolarizarla. —Entornó los párpados unos instantes y se deleitó con el rostro emergente de Esther, que asaltaba su mente y lo animaba a continuar—: Discutimos. Yo insistía en que deberíamos disfrutar de una vida normal, que Érika debía tener las mismas oportunidades. Y, bueno..., disfrutamos de casi dos años más de absoluta normalidad, hasta que descubrimos que estaban vigilándonos y...

—Papá, lo siento mucho. —Valeria se arrodilló junto a él mientras Érika sollozaba con la cabeza apoyada en su pecho.

—Usted no podía saber que eso sucedería. No es culpa suya —trató de confortarlo Daniel.

—Aquel día discutí con ella antes de que saliera de casa, ya que no estaba de acuerdo con su plan. Pero aun así cogió su espada y condujo lejos de aquí. Sabía que la seguían, y aprovechó esa ventaja para llevar a su asesino a la sierra. Allí se encaró con él. Le había tendido una trampa en un terreno que conocía al dedillo. —Su pulso se había acelerado. Sentía un ligero temblor en sus manos, por lo que las entrelazó con fuerza para que sus hijas no apreciaran su creciente nerviosismo—. Me llamó y me dijo que todo había acabado, que se había deshecho del mago que había estado acosándola y que iba a regresar a casa. Pero nunca llegó. —Se le quebró la voz y desvió la mirada hacia el patio, donde el pequeño sauce sacudía sus ramas agitado.

Érika abrazó aún más a su padre, queriendo mitigar su dolor. Valeria clavó la vista en la alfombra, comprendiendo su sufrimiento. El vacío que había dejado su madre era desgarrador; se había sacrificado por ellas. Y su padre se había visto abocado a continuar con su labor, sin poseer ningún conocimiento sobre la magia.

—Tenías razón. —Con una mueca contrariada pegada a su rostro, Nico entró de nuevo en la sala—. Dicen que eres una mala influencia y que me has llevado por el mal camino. He intentado convencerlos de que no era así, pero no me escuchaban. Querían sonsacarme dónde me encontraba. —Daniel abrió la boca, confundido—. Antes de que digas nada, he ocultado el número, así que no pueden rastrearnos. Además, no creo que les queden muchas ganas de venir a buscarnos.

—¿Qué quieres decir? —Daniel arrugó el entrecejo.

—Bueno, estaba por contarles que habíamos sido abducidos por extraterrestres y así aprovechar que el cielo sea ahora mismo una barbacoa, pero pensé que no se lo tragarían. Y aunque me moría de ganas de confesarles que soy un guardián y que vamos a solucionarlo todo, pues... Les he dicho que unos mafiosos nos persiguen porque fuimos testigos de un crimen y que, como hay policías implicados, hemos huido hasta que se aclare todo.

—¡¡¿Qué?!! ¡¿Y eso te ha parecido más lógico?! ¡¿Estás loco?!

—¡Oye, haberte puesto tú al teléfono! He tenido que aguantar los gritos de papá y los continuos «¿Qué he hecho yo para merecer estos hijos?» de mamá. —Molesto, lanzó un resoplido—. Y, para colmo, me han dicho que Ruth no para de llamarlos. Se le ha metido la estúpida idea en la cabeza de que yo... me he fugado con Lidia. ¡Con Lidia! ¿Lo entendéis? ¡Yo con Lidia! Estoy acabado. —Calmó sus nervios desatando una risa nerviosa—. Al menos no me han llamado idiota, como a Jonay. Su madre se huele algo porque le ha dicho que para qué le han servido tantos campamentos de verano, y le ha recalcado que viven en una isla volcánica. Lo he dejado cuando ha llamado a ese restaurante y se ha puesto a hablar en chino. Así que, si no te gusta mi idea, pues invéntate tú una excusa mejor.

—No os preocupéis, ya hablaré yo con ellos si es necesario —se ofreció el señor Ramos, apaciguando una discusión inminente.

—Papá, ¿qué vamos a hacer ahora?

—Tenemos que prepararnos para una guerra —dijo, poniéndose de pie—, pero antes vas a tener que explicarme qué está pasando con Lidia exactamente.

Valeria agachó la cabeza. ¿Cómo iba a contarle a su padre que su hija se había enamorado de un mellizo oscuro? ¿Cómo decirle, después de todo lo que su madre había hecho por ellas, que Lidia había decidido luchar en el otro bando? ¿Cómo explicarle que ella misma se había rendido y había soltado su mano en la balsa que los transportaba a casa? ¡La fe en recuperar a su hermana se había esfumado en cuanto ella había escogido a Kirko!

Con grandes zancadas, Jonay entró de nuevo en el salón. Su semblante mostraba una enorme preocupación.

—Tenemos un grave problema —anunció con voz afectada—. Todos los guardianes están despertando y Lorius ha enviado un destacamento de hechiceros para eliminarlos.

—¿Cómo sabes eso? —Daniel se acercó a él.

—La mujer de mi maestro me ha puesto en contacto con él. Está oculto en un refugio mágico al sur de Inglaterra junto con otros tres amigos que están en contra de las órdenes del nuevo Consejo. Los nuevos guardianes están quedando expuestos, y si no se unen a sus filas, los asesinan... Hay algo que me huele mal en todo esto. ¿Cómo es que el Consejo no actúa para defender a los suyos? Deberían proteger a esos guardianes. Están despertándose antes de tiempo, indefensos, sin que nadie los guíe.

—Quizá no les interese intervenir. —Daniel se encogió de hombros—. Recuerda que tanto Aldin como Coril hablaban de un traidor en el Consejo que trabaja para Lorius, por eso se rebelaron los guardianes contra nosotros. ¡Están manipulándolos!

—Mi maestro me ha dicho que han nombrado a un tal Zacarías como el nuevo presidente.

—¡Dios mío! ¡¿El maestro de mamá es el traidor?! —Valeria se llevó las manos a la cabeza, aturdida por la nueva información.

—Creo que es hora de que recibas tu herencia —intervino su padre—. Tu madre me dijo que si las cosas se torcían demasiado, debía entregarle a la guerrera su diario. Y creo que esa eres tú, Valeria.

—¡Papá! —El hombre se detuvo y giró sobre sus talones—. Deberías saber que he visto a mamá en Silbriar. De alguna manera, su espíritu vive allí y nos acompaña.

—Yo también la vi —confesó Érika, entusiasmada—. Vivía entre las flores y la brisa del oasis. ¡Ella está allí!

Con un nudo en la garganta y decenas de lágrimas empañando sus ojos, Luis abrazó a sus hijas con fuerza. Estaba visiblemente emocionado, y quería creer que, en un mundo mágico, Esther todavía podría vivir, aunque fuese en el aire de los bosques encantados.

El guardián de la capa olvidada

Подняться наверх