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Capítulo 15 JAMES

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Maisie no para de mirarme y yo me doy cuenta, pero no estoy de humor para responder a sus miradas, así que me limito a mirar al frente y a comerme todo lo que me ponen delante, incluso si no me gusta. No quiero molestar más a los novios y estoy seguro de que a Jessica le encantará buscar cualquier situación para tratar de poner a mi hermano en mi contra. Supongo que todo sería mucho más fácil si me hubiese acostado con ella aquella noche, cuando la conocí en un club y me la llevé a mi casa. Ambos nos conocimos medio borrachos y con la música retumbando en nuestras cabezas tan fuerte que apenas pudimos hablar. Quizás por eso me resultó atractiva, porque no la oí abrir la maldita boca. Le propuse venir a mi apartamento más o menos después de pasarnos unos cuarenta minutos bailando y de invitarla a una copa. Por ese tiempo creía que cuarenta minutos eran suficientes para saber si una persona estaba loca o si quería acostarme con ella. No, no lo eran. Aprendí del error.

El problema fue que no la escuché hablar en el club, pero sí lo hice de camino a mi apartamento en el coche, y creo que jamás he conocido a una tía tan cerrada y con las ideas tan retrógradas sobre la vida en general como Jessica. Me habló de tantas cosas que para mí no tenían sentido que una vez dentro de mi apartamento no fui capaz de tirármela. Una fuerza sobrehumana se impuso y me quitó las ganas de estar con ella, de modo que se lo dije y me ofrecí a llevarla a casa o a pedirle un taxi, cosa a la que se negó y salió casi corriendo de mi piso. ¿Adivináis a quien se encontró en la entrada del edificio? Sí, a Mike. Si me la hubiese tirado ni tan siquiera se habrían conocido por mi culpa, ni ella me odiaría ni yo le estaría ocultando eso a mi hermano después de que me dijese que jamás se había sentido tan vivo ni feliz por conocer a una chica.

Tomo un trago de aire y me miro las manos. Me aferro con fuerza a la silla para tratar de controlar mi rabia. Dirijo la mirada hacia Daniel. He intercambiado ya dos o tres cruces en los que le insto a irse, por lo que estoy seguro de que no tardará en hacerlo. No lo quiero cerca de ella. No de esa chica masoquista. Sé que Maisie no me quita ojo de encima, y me hace gracia recordar que la única vez que la he mirado ha comenzado a ponerse colorada. No debí besarla, pero creo que nunca me ha gustado tanto dar un beso.

El banquete transcurre con normalidad y en un momento determinado ambos nos quedamos solos en la mesa. Nuestros padres han ido a hacer una ronda por todas las mesas para asegurarse de que todos los invitados estén a gusto. Mi hermano y Jessica han hecho lo mismo y han comenzado a hacerse miles y miles de fotos. Creo que no voy a aparecer en ninguna de ellas. Y no por elección propia.

De pronto necesito aire, así que me levanto sin ni tan siquiera observar a Maisie ni dirigirle una mirada de disculpa y me voy al jardín. Trato de esquivar a todos los grupos de personas y me apoyo en uno de los árboles más solitarios y oscuros. Miro a las estrellas, tratando de relajarme, y cierro los ojos.

—¿Te encuentras bien?

La voz de Maisie se me cuela entre los oídos y no puedo evitar que el aire se escape entre mis labios. No la he escuchado llegar, probablemente porque la música de la boda llega hasta donde estoy con gran amplitud.

—¿Por qué no iba a estarlo? —le pregunto, quizás un poco a la defensiva.

—Apenas me has mirado durante el banquete y tampoco te has acabado tu postre.

Elevo una ceja y veo que ella parece tranquila. Vaya, es la imagen de la tranquilidad en persona. Ya no parece enfadada ni molesta, ni tampoco estar a la defensiva, y eso hace que por ende yo también me relaje.

—Ahora, a parte de seguirme, ¿también me espías?

Ella suelta una carcajada y yo la observo. Su sonrisa es tan bonita que no puedo evitar mirarla. Los rayos de luna se reflejan en su rostro creando un entramado de sombras y algo se remueve en mi interior.

—Ya te gustaría a ti que yo te siguiese —me dice con sorna, volviendo al ataque y haciendo que yo vuelva a sacar las garras.

—Era una broma —me defiendo, algo molesto, para qué mentir.

Ella se vuelve a cruzar de brazos y me reta con la mirada.

—Lo mío no.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Y por qué estás aquí entonces, masoquista?

Ella se muerde el labio inferior y ese gesto provoca que me entren ganas de volver a besarla.

—Porque… —comienza la frase, pero se detiene y eso hace que mi intriga quiera volver a preguntar.

—¿Por qué?

Ella me mira a los ojos y veo que sea lo que sea lo que vaya a decirme a continuación es algo que no le gusta.

—Porque sé que mi hermana puede ser imbécil y no me ha parecido bien lo que te ha dicho sobre que no deberían de haberte invitado a la boda.

Espera. ¿Qué?

—¿Has dicho tu hermana?

Me quedo sin palabras. Ella me observa como si no entendiese qué ocurre.

—Sí… Jessica y yo somos hermanas.

Cierro los ojos. Maldita sea. Me he tenido que poner hasta pálido y tardo unos instantes en ser capaz de conectar más de una palabra.

—Pensaba que su hermana era la otra dama de honor. —Aún queda la posibilidad de que sea una broma—. ¿Te estás quedando conmigo, verdad?

Hago la última pregunta con una pizca de esperanza en el pecho. Ella niega con la cabeza y con rotundidad.

—No, ojalá lo hiciese, pero no. Eso solo significa que vamos a tener que vernos en más de una ocasión.

Me llevo una mano a la cabeza.

—No, por favor —farfullo inconscientemente sacando lo que acabo de gritar en mi cabeza.

Veo cómo su expresión cambia al enfado y abre la boca.

—¿No, por favor? ¿Me besas y dices «no, por favor» a vernos más?

Y ahí está. Ya ha tardado bastante en sacar el tema. Me quedo quieto en el sitio sin saber qué responder.

—¿Es que acaso me has pedido que nos veamos alguna vez más para que yo te haya dicho que no?

La escucho soltar un sonido mostrándome que está irritada.

—¿Siempre eres así de creído?

De verdad que no entiendo esta situación. ¿Qué demonios acabo de decir con mi última frase para que me llame creído?

—¿Disculpa? ¿A qué viene lo de creído?

Mi educación la enerva y lo disfruto. Casi soy capaz de ver cómo sus ojos relampaguean. De pronto algo se me cruza por la cabeza. Es la hermana. ¡La hermana! ¿Y si Jessica le ha contado lo que pasó entre nosotros? No, no creo que le haya dicho que la rechacé cuando estaba semidesnuda. Niego con la cabeza para mí mismo, tratando de alejar esos pensamientos. Es imposible que lo sepa. Ella misma me prohibió contárselo a nadie para que fuese algo que quedase entre ambos. Solo Julieta lo sabe y nadie más.

—Denotas chulería por cada poro de tu piel. Es como si te creyeses que puedes tener a cualquier chica y eso te hace quedar como un imbécil ante mis ojos.

¿Cómo demonios hemos llegado hasta esto? No me importa, pero solo tengo una cosa clara: nadie llama imbécil a James Hamler y esta chica ya me ha insultado demasiado por hoy.

—Oye, no tengo ni puta idea de qué vas, pero deja de actuar así conmigo, ¿me entiendes?

Le dirijo una mirada dura y me acerco a ella.

—¿O qué? ¿Voy a herir tu ego de chico duro si te digo que a mí tampoco me interesa en absoluto volver a verte?

Esas palabras no deberían herirme en absoluto. De hecho, jamás ninguna chica ha sido capaz de herirme salvo Julieta, pero no sé por qué no me son indiferentes. Sé que ella está recordando las palabras que le dije justo antes de dejarla en su propio coche.

—¿Acaso te crees importante para ser capaz de herirme? ¿A mí?

Veo cómo sus ojos se llenan de ira y su voz se vuelve rasposa.

—Eres un…

Le tapó la boca con una mano incluso antes de que acabe la frase. No voy a permitirle que vuelva a insultarme. Tampoco voy a hacerle daño, solo hago un poco de presión.

—Voy a lavarte la boca con lejía como vuelvas a insultarme, Mais.

Le digo su nombre buscando enfadarla y casi soy capaz de ver cómo me fulmina con la mirada. Ella eleva una mano hacia mi cara y trata de pegarme, pero yo se la aguanto de la misma forma que sujeto su cuerpo cuando hace presión contra el mío tratando de empujarme.

—Tranquila, Mais, si no fueses por ahí insultando a la gente no tendría que taparte nada ni estaríamos en esta situación. —Me estoy cabreando más de la cuenta y lo sé cuando le echo en cara lo siguiente—: De hecho, si no me hubieses tirado a la piscina, esta boda habría salido mucho mejor.

Nosotros sobre las estrellas

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