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Capítulo 4 MAISIE

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No puedo más. Si trato de seguirle el ritmo creo que voy a desmayarme. Me falta el aire y me arden las piernas por el esfuerzo de las máquinas. Esta noche no sé cómo voy a aguantar los tacones. Aun así, hay algo en la presencia de este chico que me puede. Es una seguridad y una impoluta elegancia en todo lo que hace que me pone de los nervios.

—James… —repito su nombre como una tonta, sin ni tan siquiera darme cuenta.

Creo que he conseguido que no me llegue la sangre al cerebro.

—Bien, sabes pronunciarlo —se burla él con una encantadora sonrisa.

Maldito seas, James. ¿Por qué demonios tienes esta atracción en mí? Antes tuve que cerrar los ojos cuando pronunció mi nombre. Fue como si una corriente eléctrica me recorriese al escucharlo desde sus labios. No sé qué me pasa, pero sea lo que sea, esta sensación va a acabar conmigo. Moriré el mismo día de la boda de mi hermana. ¡Qué trágico!

—Tranquilo, no todo el mundo tiene problemas para llamar a las personas ni se equivoca con sus nombres, como tú al llamarme Mais, por ejemplo.

Veo cómo hay un brillo turbulento en sus ojos y me quedo mirándolo antes de volver a seguir con el ejercicio. Si no paro unos segundos voy a caerme al suelo.

—La que tiene problemas con mi forma de llamarla eres tú, Maisie —enfatiza la última palabra y en cierto modo también acaricia todas las sílabas con altanería, sensual.

De nuevo mi nombre en sus labios. En su voz ronca y aterciopelada. Tengo calor y necesito aire cuando siento todo el peso de su atención concentrada en mí. Jamás me ha gustado tanto ser el centro de atención de alguien, aunque al mismo tiempo me siento sudorosa e incómoda. Es una sensación muy extraña.

—No tengo ningún problema salvo que me estás haciendo perder el tiempo.

Él eleva la barbilla y puedo ver cómo su nuez sube y baja en su garganta durante unos instantes. No sé por qué me sale ser tan borde con él, pero este chico tiene algo que me hace perder los nervios.

Acabo de hacer el ejercicio, poniéndome fea al contraer mi cara por el esfuerzo, y lo miró con toda la autosuficiencia que puedo.

—Ánimo, ya te queda menos —me dice, colocándose en la máquina que yo acabo de dejar y poniéndome una mano en la cadera.

Joder, su tacto hace que todo mi cuerpo responda y se altere a partes iguales. Y de nuevo ese olor que logra marearme y engatusarme, como si todas mis hormonas respondiesen a él. Me percato de que no le pone más peso a la máquina, y no tengo nada mejor que hacer que retarle a ponerlo.

—Eso es muy poco peso para ti.

Él me sonríe, ahora parece tranquilo, pero me sigue mirando con una sombra de preocupación en los ojos que me hace contener el aliento.

—Lo es, pero es suficiente para ti, chica masoquista.

Me dice eso dejándome con la boca abierta y comenzando a hacer el ejercicio. Me miro al espejo de una pasada rápida mientras pienso en qué decirle. No quiere ponerle más peso a las máquinas porque sabe que si lo pone yo no lo bajaré. Ese gesto me enternece un poco, pero también me cabrea. Respiro con fuerza, como si todo mi cuerpo necesitase aire, y no me gusta lo que encuentro en el espejo. Por si no fuese poco el estar sudando a chorros, también estoy colorada a la vez que pálida. Creo que se me va a bajar la tensión como siga así. Mi jefe me está mirando y parece oírme pedir ayuda a gritos, porque se dirige a mí con rapidez y me habla con gesto serio.

—Mais, deberías haberte ido ya hace unos diez minutos. Deja de sacrificarte tanto por la empresa y disfruta de esta tarde.

Quiero llorar de alegría al notar el favor que me está haciendo mi jefe. Aún no es hora de irme, me quedan treinta minutos, pero creo que ha visto que estoy que no puedo hacer ni un solo ejercicio más sin caerme al suelo y viene a socorrerme.

—No te preocupes, Tom, todo va bien —le sonrío, sin embargo él niega con la cabeza y me agarra por los hombros, casi echándome del gimnasio y alejándome de James. Joder, James. James. James. Ojalá pueda dejar de repetir su nombre en mi cabeza como una idiota. James.

Me giro hacia él a modo de despedida e intercambiamos una mirada que logra traspasarme. Creo que nunca he visto una mirada en la que tenga tantas ganas de perderme.

—¿A dónde vas?

Escucho su voz y mi jefe para de empujarme al tiempo que yo me giro.

—Mi turno ya ha acabado. Otro día podremos seguir con el entrenamiento todo lo que quieras.

Me arrepiento de decir esa última frase nada más soltarla por la boca. Él se levanta de la máquina, me mira y sonríe de una forma jactanciosa.

—Estoy seguro de que lo acabaremos —responde, autoritario y sensual, haciendo que me tiemblen inconscientemente las piernas a la par que me enfado de nuevo por lo que su imponente presencia logra en mí.

Salgo del gimnasio dirigiendo una sonrisa de despedida a Micaela, la recepcionista, quien me mira preocupada por mi estado.

—¿Estás bien, Mais?

Asiento con la cabeza y le sonrío quitándole importancia.

—Por supuesto que sí —aseguro, aunque me arden las piernas con tanta intensidad que siento que en un rato no voy a ser capaz de dar ni un solo paso de las agujetas que tendré.

Ella eleva una ceja como si no se lo creyese y me vuelve a llamar cuando estoy abriendo la puerta de la calle. ¡¿Dios, cómo puede costarme tanto abrir una puerta?! Así me ha dejado el entrenamiento…

—Mais.

Me giro hacia ella e inquiero con la mirada, no tengo fuerza ni para hablar.

—Toma, te sentará bien —me dice entregándome un caramelo con azúcar.

En otro momento de mi vida habría rechazado ese caramelo por orgullo, pero ahora soy incapaz.

—Dame otro más, por favor —pido sintiendo que me falta el aire mientras me meto el caramelo en la boca.

Ella me da otro con una sonrisa y me pide que tenga cuidado. Salgo del gimnasio y tiro con fuerza de la puerta de entrada que ya de por sí pesa bastante, con rabia porque no quiero que nadie vea que me cuesta abrirla. Una mano me ayuda empujándola y me giro hacia su dueño.

No, por favor. Él otra vez no.

James me sostiene la puerta y me indica que pase con un movimiento de cabeza. Yo lo hago sin rechistar porque creedme que me siento fatal.

—¿A dónde vas?

Vuelve a preguntarme lo mismo que hace unos minutos, esta vez en la puerta de la calle. El aire fresco me sienta tan bien que no puedo evitar respirar profundamente. Y de paso, ese gesto me sirve para calmarme.

—Voy a mi casa, a ducharme.

Normalmente me ducharía antes de salir del gimnasio, pero hoy no es un día normal. Miro de arriba abajo a James. Su figura varonil y sudada me ponen nerviosa.

—¿Qué quieres? —prosigo con rabia.

Vuelvo a sonar brusca, y él parece que se está mordiendo la lengua para no replicarme. Espero que diga alguna tontería, pero en su lugar se mantiene tan serio que creo que está enfadado.

—Está bien —dice—. En ese caso, déjame llevarte.

Bufo nada más oírlo.

—No, gracias —respondo automáticamente.

No necesito que nadie me lleve. Aunque estoy a punto de desplomarme en el suelo sin fuerzas, estoy segura de que me repondré tan pronto me aleje de él. Lo observo sin saber cómo reaccionar. Es alto y fuerte y no sé por qué no me he dado cuenta antes de lo alto que es. Tiene algo más de una cabeza y media de altura por encima de la mía. Quizá un poco más. James parece disgustado, como si no estuviese acostumbrado a que le contradijesen.

—Entonces, voy a escoltarte.

¿Qué acaba de decir? ¿Qué va a hacer qué? Me quedo plantada en el sitio y lo miro como si fuese idiota.

—Ajá, claro que sí —le respondo con algo de sorna sin poder evitar quedarme mirando otra vez la curva de sus labios.

Los tiene apretados, como si volviese a callarse algo que no le gusta.

—Créeme, Maisie, no suelo acompañar a ninguna mujer a casa, pero estás así porque has entrenado conmigo y porque te has pasado. Probablemente tengas el azúcar o la tensión baja y eso no va a pasársete de un momento a otro. Puedes desmayarte de camino al coche o de camino a casa, así que te lo pondré fácil: o me dejas escoltarte con mi propio coche hasta tu casa o te llevo yo.

Su voz suena tan segura de sí misma que estoy a punto de soltar una burrada por la boca.

—Sé volver solita a casa —le digo con el ceño fruncido y poniendo mis dos manos en mis caderas.

Él parece estar perdiendo los nervios y eso solo hace que me parezca más atractivo. Se le forman unas pequeñas líneas en los ojos cuando los achica para mirarme con detenimiento.

—Estoy seguro de que sabes llegar solita a casa, pero no de que puedas llegar en tu circunstancia actual.

Nada más decir eso, siento que me estoy mareando. El maldito de James tiene razón. He de dejar de ser tan cabezota. ¿A quién se le ocurre sobreentrenar el día de la boda de su hermana? En serio, siento sonar repetitiva, pero no sé cómo voy a aguantar los tacones tan inmensos que voy a llevar hoy. Se nota que no soy una de esas chicas que adoran los tacones. En mi caso, tengo más deportivas y zapatillas que tacones.

Me fallan las piernas y él me agarra antes de que me caiga al suelo. De nuevo su tacto despierta algo en mí que me hace sentir escalofríos en mi interior. Me arde la piel donde sus manos me tocan. Ambos estamos muy cerca el uno del otro, y nuestros rostros apenas están a unos meros centímetros. Sus labios. Joder. Sus labios son tan atrayentes que…

—¿Estás bien? —me pregunta incorporándome.

Yo me tambaleó un poco aún en sus brazos. Me tiene agarrada por la parte baja de la espalda, muy cerca de mis glúteos. Demasiado cerca para mi gusto. Con una de mis manos agarro las suyas y las subo un poco más en mi espalda, alejándolas de mi trasero.

Niego con la cabeza, dejando el orgullo al lado y lo miro directamente a los ojos. Sus cejas castañas están alzadas.

—Creo que será una buena idea que me acompañes al coche.

Él asiente con la cabeza al tiempo que le indico por dónde lo tengo aparcado. Aún estoy a tiempo de llamar al chófer de mi padre para que me recoja, pero no quiero preocupar a nadie y me encuentro bien para conducir. El coche es automático así que tampoco tengo que mover mucho las piernas.

Avanzamos en silencio por el parque donde nos chocamos hace unas horas y no se me ocurre absolutamente nada que decirle. Es como si mis neuronas se hubiesen puesto todas en huelga y no funcionasen correctamente. Lo miro de reojo y veo que él mantiene la vista al frente, aparentemente indiferente, aunque una de sus manos sigue en mi cadera y la aprieta con fuerza, como si le diese miedo que me cayese al suelo.

De hecho, estoy convencida de que tengo un aspecto horrible. Hace un rato varios transeúntes se han quedado mirándome mientras avanzábamos y un hombre me ha preguntado si estoy bien.

He asentido y he dado las gracias. A mi lado, James se mantiene serio, tanto que parece que está enfadado.

—Creo que puedo seguir sola —le digo tratando de separarme de él.

Odio estar tan sudada. Me suda hasta el pelo y me parece algo asqueroso. Cada vez me arrepiento más de haber entrenado con él en este día. Voy a necesitar como unos cuatro días para recuperarme de lo que hemos hecho. ¡Qué exagerada! Pensaréis. Pues no, probad a ir al gimnasio y coger cuatro veces más de peso del que estáis acostumbradas. Al final sí que voy a ser masoquista. Cojo aire y siento cómo sus dedos aprietan más mi cadera, autoritario.

—No tengo ganas de volver a recogerte del suelo —me responde él, con lo que creo que es algo de desprecio, que me hace detenerme en seco.

—Que yo sepa, no me he caído al suelo —le corrijo.

Creo que he tenido que imaginarme eso del desprecio. Él me dedica una media sonrisa encantadora y vuelve a elevar la cabeza.

—De nada.

Me dice aquello quedándose tan ancho y tira de mi cuerpo otra vez. Muevo la cabeza para aclarar mis ideas y le doy la razón internamente.

—Aquel de allí es mi coche —le respondo ignorando su comentario y señalando un Mustang en negro.

Él se le queda mirando y luego me mira a mí.

—¿Tú sabes conducir ese coche?

Pero bueno, ¿y este chico quién se cree que soy? Me yergo a su lado y en esta ocasión soy yo quien lo miro de forma altiva. O al menos lo intento.

—Claro que sí. ¿Quieres probarlo?

Él sonríe y niega con la cabeza. Mejor, porque no pensaba dejárselo.

—Tal vez otro día —responde sensual dando por hecho que vamos a volver a vernos—. Por ahora, me conformo con conducir el mío.

Añade la última frase señalando el coche que hay aparcado justo detrás del mío. Un Ferrari en color rojo. ¿En serio tiene un Ferrari? Me encanta esa marca de coche. De hecho, me encantan todos los coches, y entiendo de motores.

—¿Sabes conducirlo? —imito su pregunta y los dos nos reímos por lo ridícula que es en ambas direcciones.

Asiento con la cabeza y ambos apretamos casi al unísono el botón que abre las puertas de nuestros respectivos coches. Él se acerca aún agarrándome y abre la puerta de mi Mustang de forma caballerosa. Siento sus suaves dedos en la piel como pequeñas descargas eléctricas.

—Conduce con cuidado, pequeña. Voy detrás de ti hasta que me indiques que estás en tu calle —me dice mientras me cierra la puerta y me guiña un ojo.

Me quedo en el asiento y abro la ventanilla rápidamente. Debería callarme, pero las emociones tan contradictorias que provoca en mi interior me lo impiden.

—¿Esa es tu forma de averiguar dónde viven las mujeres a las que acosas?

Veo que la pregunta le molesta y le hiere en su orgullo, a pesar de que se acerca a mi ventanilla y me sonríe de una forma tan atractiva que me vuelve a entrar la rabia.

—En primer lugar, no me hace falta acosar a ninguna mujer, normalmente ocurre al revés, y, en segundo lugar, no tengo ningún interés en ti ni mucho menos en acosarte. Tan solo quiero mantener la conciencia tranquila.

El aire sale de sus labios en un suspiro exasperado. No puedo evitar abrir la boca mientras se aleja a grandes zancadas sin darme tiempo a responder. Eso me lo merecía por decir las cosas sin pensar, pero vaya, no entiendo por qué me ha puesto tan triste que me diga que no tiene ningún interés en mí. En poco tiempo la tristeza pasa al enfado y lo veo montarse en su coche, el cual ahora me pregunto si es robado, y veo que espera que yo arranque. Pulso el botón que arranca el coche y respiro tratando de calmar todo lo que siento en este momento.

Nosotros sobre las estrellas

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