Читать книгу E-Pack Bianca marzo 2022 - Sharon Kendrick - Страница 11
Capítulo 7
ОглавлениеSus ojos eran de un glorioso tono dorado y su cuerpo era tan pequeño y cálido. Debía tener cuidado y recordar que estaba embarazada, pero era tan difícil recordar eso en aquel momento. Tan difícil cuando tenía a Ivy aprisionada bajo su cuerpo y podía ver lo apasionada que era. Cuando podía ver la emoción escondida bajo esa máscara de furia.
Ella también quería aquello, era evidente.
No debería haberla besado. Había sido un error, pero no había sido capaz de contenerse y ella no lo había detenido, así que sencillamente decidió aprovechar la oportunidad. Y sabía a gloria, ardiente y dulce como todo lo que le estaba prohibido cuando era más joven.
Como todo lo que él se había prohibido a sí mismo cuando se hizo adulto.
¿Por qué no podía tenerlo ahora? se preguntó. Nunca había tenido suficiente afecto, suficiente dulzura. Se había negado todo eso a sí mismo durante demasiado tiempo para no despertar las profundas pasiones que ocultaba en su alma. Las pasiones eran peligrosas, pero él llevaba años controlándolas.
¿Por qué no podía liberarlas ahora? Aquella mujer no era de ningún otro hombre, como lo había sido su madre. Aquella mujer era suya y solo suya.
Era retadora, excitante. Inicialmente la había creído frágil e inadecuada para el desierto, pero tal vez también en eso se había equivocado. Desde luego, tenía una voluntad de hierro, una voluntad que podía ser tan fuerte como la suya, y en aquel momento no se le ocurría ninguna razón para no hacerle el amor.
Especialmente cuando Ivy estaba tan ansiosa como él.
Respiraba con dificultad mientras ponía las manos sobre su torso y sus ojos brillaban con un deseo y una desesperación que provocó una opresión en su pecho. Le gustaría saber de dónde salía esa desesperación y por qué y quién la había dejado tan hambrienta.
–Sí, te deseo –dijo por fin Ivy con voz ronca, agarrándolo por la camiseta–. Por favor, por favor…
¿Sabía lo que estaba pidiendo? ¿Qué era lo que necesitaba tan desesperadamente? El beso había sido inexperto, pero daba igual porque ya había decidido que sería suya. Y si el beso no lo hubiera convencido, ver cómo lo agarraba, cómo suplicaba, ver el ansia en sus ojos era todo lo que necesitaba.
Alguien la había abandonado, pensó. Alguien no había estado a su lado cuando lo necesitaba, así que él la reclamaría como suya y le mostraría qué era lo que necesitaba tan desesperadamente.
«No es solo sexo y tú lo sabes».
Sí, claro que lo sabía. El ansia de Ivy le recordaba su propia infancia, viendo cómo su madre abrazaba a su hermanastro, que había recibido todo su amor mientras no había nada para él.
Él sabía bien lo que era querer algo con todas tus fuerzas y no conseguirlo.
Pero ahora lo tendría.
–¿Quieres que te haga mía? –le preguntó con voz ronca–. ¿Aquí mismo, ahora mismo?
–Sí… no –Ivy tomó aire, intentando acercarse más–. No lo sé… tú eres tan cálido y yo… tengo tanto frío.
De nuevo, Nazir sintió esa opresión en el pecho. ¿Por qué tenía frío? Con el calor que estaban generando, no tenía sentido. Y su piel no estaba fría, al contrario, era como una esquirla del sol del desierto.
–Mi nombre es Nazir. Dilo.
–Nazir.
El cálido sonido de su voz intensificó el deseo de Nazir, que se inclinó para buscar esa boca tan dulce mientras se colocaba entre sus muslos, empujando el rígido miembro contra su húmedo centro. Ella gimió, levantando las caderas y agarrándose a su camiseta mientras él besaba su barbilla y pasaba la lengua por el hueco de su garganta para sentir el frenético latido de su pulso.
Respondía tan bien… abría la boca para dejar que la besase, gimiendo de un modo que lo volvía loco. Él nunca había querido pensar en el sabor de una mujer, pero ahora entendía el atractivo.
Podría desnudarla y lamer cada centímetro de su cuerpo, pero aún no. Ella estaba inquieta y desesperada y él sentía la misma desesperación, de modo que debía tener cuidado. No estaba acostumbrado a ser delicado, pero eso era lo que ella necesitaba. Después de todo, era inexperta y estaba embarazada.
Sería como desactivar minas en uno de sus campos de entrenamiento, vigilando cada paso. Las minas que no podían evitarse debían ser desactivadas manipulando el mecanismo con mucha paciencia.
Sí, podía hacer eso con Ivy. Salvo que él no quería desactivarla, quería que explotase.
Nazir mordió su cuello hasta hacerla temblar y luego besó la curva de sus pechos por encima de la fina camiseta. Cuando notó que sus pezones se levantaban tomó uno entre los labios y lo chupó a través de la tela. Ella dejó escapar un gemido, retorciéndose de gozo, el roce de su pelvis contra su dolorida entrepierna haciendo que desease tomarla allí mismo.
Pero se contuvo. Ella era una mina sin explotar y necesitaba cuidados y paciencia.
Nazir chupó el pezón con fuerza mientras metía una mano entre sus muslos para acariciarla por encima del pantalón de yoga.
La sintió temblar cuando rozó su zona más sensible y la miró a los ojos para ver su reacción mientras pasaba el pulgar arriba y abajo, dándole la fricción que necesitaba y sintiendo que el pantalón se humedecía.
Ella cerró los ojos, las largas pestañas oscureciendo sus rosadas mejillas.
–Sí, sí… Nazir…
Estaba ardiendo, desesperada. Y él quería darle lo que necesitaba. Quería ser el único que pudiese darle lo que necesitaba.
Tiró del pantalón de yoga y de las bragas al mismo tiempo, desnudándola ante sus ojos. Luego deslizó una mano entre sus muslos y, por fin, acarició su húmeda carne. Ella gritó, agarrándose a sus hombros, retorciéndose de gozo. Nazir quería besarla, saborear esos gritos de placer y, sin embargo, también quería mirarla. Quería ver qué clase de pasión liberaba en ella. Porque había tanta pasión. Y la quería toda para él.
De modo que se quedó así, mirándola, acariciándola con dedos expertos, explorando su húmedo calor mientras ella gemía y se retorcía bajo sus caricias.
No parecía avergonzada, no estaba escondiéndose, no se contenía. Disfrutaba del placer con abandono y era lo más hipnótico que había visto en toda su vida.
Anhelaba sentir el roce de sus manos, la caricia de su boca, pero estaba a punto de perder el control. Eso podría haberlo perturbado, pero decidió no pensar en ello.
Nada era más importante en ese momento que darle placer a Ivy. Nada era más trascendental que satisfacer su ansia como nadie más podía hacerlo.
Deslizó un dedo dentro de ella, y luego otro, sintiendo que la presión cedía. La oyó contener un grito cuando introdujo los dedos profundamente, entrando y saliendo de ella mientras con la otra mano levantaba su camiseta para dejar al descubierto el sencillo sujetador de algodón. Lo apartó a un lado sin miramientos, desnudando sus generosos pechos y sus rosados pezones. Bajando la cabeza, hizo círculos sobre uno de los pezones con la punta de la lengua antes de meterlo en su boca.
La acarició con los dedos y la lengua al mismo tiempo, usando el temblor de su cuerpo y los suaves gemidos como guía, atizando su deseo cada vez más. Ivy se agarraba a él, retorciéndose de gozo, haciendo que el dolor en su entrepierna se volviese insoportable. Haciendo que desease arrancarle la camiseta, separar sus piernas y tomarla allí mismo sin pensarlo dos veces. Y lo haría más adelante.
Pero, por ahora, se tomaría su tiempo. Atizaría su deseo perezosamente porque le gustaba que le suplicase. Le gustaba cómo pronunciaba su nombre mientras se agarraba a él, pidiendo más.
Era bueno tenerla tan desesperada y Nazir quería disfrutarlo durante el tiempo que fuera posible, pero estaba tan excitada que no aguantó tanto como le habría gustado. Cuando pasó el pulgar sobre el húmedo capullo entre sus muslos, sin dejar de penetrarla con los dedos, Ivy arqueó todo el cuerpo y un grito convulso escapó de su garganta mientras se dejaba llevar por un poderoso orgasmo.
Nazir no apartó las manos inmediatamente. Siguió acariciándola hasta que los temblores cesaron y luego, poniendo las manos sobre los almohadones a cada lado de su cara, la miró a los ojos.
–¿Estás bien?
–Yo no sabía… –empezó a decir ella, mirándolo con cara de sorpresa–. No sabía que sería así.
Nazir volvió a sentir esa constricción en el pecho a la que no podía poner nombre. Tal vez era simpatía, compasión o remordimientos, no estaba seguro, pero tenía que ver con la sorpresa de Ivy y su apasionada respuesta. Parecía obvio que alguien le había fallado de la peor forma posible.
Sabía que había crecido en una casa de acogida y que no tenía familia. No tenía a nadie salvo a su amiga, para quien se había quedado embarazada, y ahora esa amiga había muerto.
«Está sola, como tú».
Pero no, él no estaba solo. Él dirigía un ejército de hombres, se dijo a sí mismo. Tenía un hermanastro que dependía de su dinero. Tenía poder. No necesitaba nada.
Ya no era el hijo secreto de la sultana.
–Eres virgen, ¿verdad? –le preguntó.
Le gustaba ver su expresión relajada, como cuando hablaba con el jardinero. Quería que fuera así con él.
–¿Cómo lo has adivinado? –bromeó ella.
–Es evidente, pero no quiero hablar de eso ahora –Nazir se colocó sobre ella, apretando su ardiente miembro contra el hueco entre sus muslos–. No hemos terminado.
–Ah.
Era tan bonita. Y el aroma de su cuerpo, a jazmín y delicado almizcle, hacía que tuviese que esforzarse para contener el deseo de enterrarse en ella sin esperar más.
Nazir se inclinó hacia delante para rozar sus labios.
–Voy a tomarte, pequeña furia – murmuró, porque quería que tuviese claro lo que iba a pasar y lo que eso significaría para ella–. Y una vez que lo haga, serás mía para siempre. ¿Lo entiendes?
Sintió que ella se estremecía y le pareció ver una sombra de miedo en su expresión, pero solo estaba diciéndole la verdad.
–¿Por qué quieres que sea tuya? Ni siquiera me conoces. Si no estuviese embarazada de tu hijo, no me habrías mirado dos veces.
Por una vez no había ira en su tono, solo una nota dolorosa que, por alguna razón, se clavó en él como una flecha. Hablaba con toda sinceridad, podía verlo en sus ojos. De verdad no entendía por qué la deseaba.
«Tiene razón, apenas la conoces».
Pero la conocería con el tiempo. Y lo que había visto hasta ese momento, su espíritu y su carácter, lo atraían como no lo había atraído otra mujer. No podía negar que el embarazo despertaba algo en él, pero era ella quien lo cautivaba.
–Si no estuvieras esperando un hijo mío, no estarías aquí –le dijo, tomando su cara entre las manos y cambiando de postura para que ella pudiese sentir la presión de su miembro–. Y si no fueras la mujer más testaruda, irritante y apasionada que he conocido nunca no estarías en este sofá, con las piernas abiertas y conmigo encima de ti.
Ivy se puso colorada.
–No mientas. No digas cosas que no sientes.
–Yo nunca digo cosas que no siento y no miento jamás –dijo él, sosteniendo su mirada–. ¿Por qué crees que haría eso?
Su mirada era tan directa que Ivy se sentía desnuda. Y no solo desnuda físicamente. Algo en sus palabras, en el placer que le daba, le había quitado su armadura emocional y no sabía cómo volver a ponérsela.
No debería haberse expuesto preguntando por qué desearía a una mujer como ella. Como si le importase lo que pensara de ella.
«Como si quisieras que te desease».
Pero no podía mentirse a sí misma, ya no. Quería que la desease y debía ser evidente.
Podía sentir la evidencia de su deseo entre las piernas, donde él la había acariciado, llevándola a un orgasmo increíble, dándole un placer que la había dejado estremecida.
Nunca había sentido nada así y lo único que quería era estar cerca de él, todo lo cerca que fuera posible, para revivir ese intenso y enloquecedor momento. Sus besos la cegaban, sus caricias la abrumaban, el roce de sus dedos la ponía fuera de sí.
El sexo siempre le había parecido algo raro, incómodo y un poco desagradable. Desde luego nada que pudiera interesarle. Y, sin embargo, el jeque… no, Nazir, había hecho que su opinión sobre el sexo cambiase por completo.
Pero no le gustaba sentirse tan emotiva por el simple roce de sus dedos mientras le decía cosas que no podían ser ciertas.
Testaruda, irritante y apasionada la había llamado. Y, sin embargo, todos esos rasgos no sonaban como defectos. Ser apasionada no podía ser un defecto. Además, Nazir lo había dicho como si fueran rasgos de su personalidad que le gustaban, rasgos que encontraba deseables. Y luego había parecido sorprendido cuando lo acusó de estar mintiendo.
No debería haber dicho eso porque darle a entender la verdad, que nadie la había deseado nunca, que solo él la había encontrado deseable, era como quitarse la armadura protectora y abrirle su corazón.
No sabía por qué le importaba tanto que Nazir la desease. Nada de aquello debería afectarla de ese modo y, sin embargo, así era.
Quería su calor, quería la intensidad de esas sensaciones y el increíble placer que le daba. Lo que no quería era seguir discutiendo.
«Voy a tomarte, pequeña furia. Y una vez que lo haga, serás mía para siempre».
Eso la había asustado, no podía negarlo. Y no porque no quisiera ser suya sino porque tenía la horrible impresión de que eso era lo que más deseaba en el mundo. Que podía decirse a sí misma que había dado igual que nadie la adoptase, pero la verdad era que, en su corazón, siempre había querido pertenecer a alguien. Que nadie la hubiese elegido era una herida que no había curado nunca.
Pero Nazir la había elegido y ella quería rendirse, quería ser suya. Aunque sabía que, en realidad, no la quería a ella sino al hijo que esperaba. Quería protegerla porque estaba embarazada, se sentía posesivo porque era un hombre territorial y la deseaba porque era un hombre.
Nada de eso era por ella.
«¿De verdad habías pensado que te desearía por ti misma?».
No, pero tampoco quería seguir pensando en ello y no quería agravar el error respondiendo a su pregunta.
No quería hablar en absoluto.
–No, no creo que mientas –le dijo, levantando las caderas y apretándose contra el tentador bulto entre sus piernas.
Él dejó escapar el aliento, echando fuego por los ojos.
–¿Qué estás haciendo?
La presión del poderoso cuerpo masculino aprisionando el suyo era enloquecedora, pero Ivy se dio cuenta de que, aunque ella estaba medio desnuda, Nazir seguía vestido. Y ella quería tocarlo como la había tocado él, explorar los contornos de ese ancho torso… y todo lo demás.
–Querías hacerme tuya, pues hazme tuya –le dijo, intentando tirar de su camiseta–. No quiero perder el tiempo hablando de ello.
El fuego que ardía en los ojos azules le hizo sentir un delicioso escalofrío. Nunca habría imaginado que el deseo pudiera ser tan poderoso, que ella pudiera usar su poder femenino sobre un hombre como él, pero estaba claro que así era.
Las llamas que brillaban en sus ojos lo delataban tanto como la tensión de sus brazos y, de repente, Ivy sintió el deseo de provocarlo, de ejercer ese poder y ver dónde los llevaba.
–Pequeña furia –dijo Nazir, con los dientes apretados–. Si no dejas de hacer eso, no seré responsable de lo que pase.
–¿Dejar de hacer qué? –le preguntó Ivy, levantando la camiseta para rozar su estómago plano con la punta de los dedos–. Ya me has dicho lo que va a pasar y me parece bien.
Nazir murmuró algo que parecía una maldición y luego tomó sus brazos con mano de hierro para levantarlos sobre su cabeza.
Sentirse dominada era extrañamente excitante y quería empujar sus pechos hacia él, pero no podía moverse. Y eso también era excitante.
–No –dijo Nazir con voz ronca–. No te muevas.
–¿Por qué no?
El roce del rígido miembro contra su húmeda carne provocaba intensas chispas de placer por todo su cuerpo.
No podía creer que siguiera hambrienta después de aquel orgasmo, pero así era. Nazir era duro donde ella era blanda y el contraste la intrigaba. Quería ser abrumada por las sensaciones de nuevo, perderse en el calor y en el aroma del cuerpo masculino. Quería perderse en él.
–Porque eres virgen –dijo Nazir, impaciente–. Y no quiero hacerte daño.
Bueno, el sexo dolía la primera vez, o eso le había dicho Connie. Pero enseguida dejaba de doler, de modo que no podía ser un gran problema.
–No vas a hacerme daño –le dijo, acalorada–. Además, da igual. Siempre duele la primera vez.
–Como si tú supieras algo de eso –replicó Nazir, exasperado–. Deja de moverte, Ivy.
Pero esa orden solo sirvió para excitarla más. Sabía que él estaba a punto de perder el control y eso era tan emocionante.
Era ella quien le hacía eso, ¿no? Ivy Dean, la chica a la que no había querido nadie, la chica a la que nadie había elegido, estaba haciendo que aquel hombre tan poderoso perdiese la cabeza. Y le encantaba.
–Oblígame –susurró.
Nazir sujetó los brazos sobre su cabeza con una mano mientras con la otra tiraba de la cremallera de su pantalón y, un segundo después, Ivy sintió la gruesa cabeza de su sexo deslizándose entre sus húmedos pliegues.
Dejó escapar un gemido, retorciéndose mientras él dejaba claro quién tenía el poder ahora, pero que fuera así no era menos excitante porque Ivy sabía quién lo había empujado a dejarse llevar: ella.
Nazir entró en ella sin vacilación, manteniéndola cautiva mientras ensanchaba su carne. Le dolía, pero él no se detuvo y ella no le pidió que lo hiciese.
El dolor desapareció unos segundos después, dejando a su paso una sensación de plenitud, de estar completa, y un anhelo tan profundo que la hacía temblar.
Nazir no decía una palabra, clavando los ojos en ella mientras introducía su sexo, la tensión de su cuerpo dejando claro que tenía que hacer un gran esfuerzo para contenerse.
Pero Ivy no quería que se contuviese y lo urgió a empujar más rápido, llenándola una y otra vez. Era eso o dejarse abrumar por su calor, por el placer que le daba. Porque le gustaba estar cerca de él, le gustaba dejar que su calor la rodease. Su viril energía la hacía sentir protegida, segura.
Pero le gustaba demasiado y sabía lo que pasaba cuando anhelaba algo con tanta pasión.
Ivy apartó la mirada para que no pudiese ver las lágrimas que habían asomado a sus ojos.
–Ivy, mírame –dijo él entonces, con un tono autoritario que no tuvo más remedio que obedecer.
Nazir se apartó lentamente, arrastrando su largo miembro antes de volver a enterrarse en ella con una profunda embestida.
Un gemido de impotencia escapó de su garganta, la tracción enviando escalofríos de placer por todo su cuerpo.
Intentó moverse porque quería más, quería que no se contuviese, pero él la mantenía cautiva con el peso de su cuerpo, marcando un ritmo de embestidas lentas y profundas y retirándose después, haciendo que el deseo de Ivy se convirtiese en un desvarío.
Se retorcía debajo de él, impotente contra el orgasmo que se acercaba de modo inexorable, y por fin tuvo que rendirse.
Y eso hizo, dejar que el placer llenase el vacío que había dentro de ella, ese vacío que siempre había estado ahí, pero que no había aceptado hasta ese momento.
Pero tenía que aceptarlo porque ahora que él estaba allí podía sentir lo profundo que era ese vacío, un vacío que Nazir llenaba completamente con la dura presión de su cuerpo, con su voz ronca, con su aroma a almizcle y con el incesante empuje de su sexo.
Él borraba la soledad que se había instalado en su alma y que ella había creído estaría allí toda su vida.
Nazir se movía cada vez más rápido, pero aún llevaba el control mientras ella estaba deshaciéndose. Aun así, luchó porque no quería que terminase. Quería quedarse así para siempre. Unida a él, conectada con él porque de ese modo la soledad de su vida no era nada más que un vago recuerdo.
Pero entonces él ajustó el ángulo de sus embestidas, frotando su miembro contra el sensible capullo escondido entre el triángulo de rizos y fue entonces cuando Ivy perdió la cabeza del todo. El placer era demasiado intenso y saber eso le dolía porque no quería que aquello terminase nunca.
Dejó de pensar en ese momento. Solo existía Nazir, sus arremetidas y el movimiento de sus caderas haciendo que todo se convirtiese en un incendio imparable.
Gritó cuando llegó al orgasmo de nuevo, sintiendo que se rompía en pedazos y temiendo no saber recomponerlos.
Estaba tan perdida en ese momento de gozo que no se dio cuenta de que Nazir se movía cada vez más rápido, buscando su propio alivio hasta que, por fin, dejando escapar un gruñido ronco, se unió a ella en la cúspide de la tormenta.