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Capítulo 8
ОглавлениеNazir miraba a Ivy mientras volaban sobre el último tramo del desierto hacia las montañas al norte de Inaris. No había dicho una palabra desde que salieron de la fortaleza, ni siquiera cuando anunció que irían en helicóptero a su residencia privada, en los famosos manantiales de agua caliente de las montañas.
Lejos de la fortaleza para conocerse el uno al otro, lejos de las distracciones. No había esperado aquel apasionado encuentro sexual, pero eso no había hecho que cambiase de planes. Si acaso, los había hecho más necesarios.
Pero desde el encuentro Ivy se mostraba apagada, sin decir una palabra. Había esperado que protestase o que insistiera en quedarse allí, pero no lo había hecho. Había subido al helicóptero sin decir nada.
Y eso era preocupante. El sexo no había sido planeado, pero inevitable dada la química que había entre ellos. Y ella había sido una participante activa. No, más que eso. Una amante desesperada.
«Si no estuviese embarazada de tu hijo no me habrías mirado dos veces».
Nazir volvió a sentir esa opresión en el pecho mientras Ivy miraba el paisaje por la ventanilla.
Se había mostrado tan frenética entre sus brazos, tan ansiosa. Una mujer apasionada, hambrienta de afecto. Hambrienta de felicidad también, estaba seguro, y con su pasado era comprensible. Una casa de acogida no era el mejor sitio para un niño, por bien que estuviese dirigida.
Ivy necesitaba cariño, eso estaba claro, aunque luchaba contra sus propios deseos.
«Y tú puedes darle eso, a tu manera».
Él era un comandante que no daba cuartel a nadie. Cuando su madre fue desterrada del palacio, la misión de su padre fue convertirlo en un soldado sin emociones y lo había conseguido.
Nazir ya no sentía el intenso anhelo que había sentido de niño, la desesperada necesidad de ver la sonrisa de su madre, de sentir el roce de su mano, de ver el cariñoso brillo de sus ojos en los pocos momentos que tenía con ella, el único gesto de afecto que se permitía darle a su hijo.
Esos instantes de felicidad habían sido muy pocos, pero ese era el problema de la felicidad. Una vez que la habías conocido, lo único que importaba era tener más y más, como un adicto, hasta que no sabías si podrías seguir existiendo si te la arrebataban.
Era mejor no haberla conocido nunca, solía decir su padre amargamente.
Pero Nazir la había conocido y, aunque ya no dejaba que nada de eso lo afectase, sí podía dárselo a Ivy.
No era culpa suya haber crecido en un orfanato, no era culpa suya que su amiga hubiese muerto. No era culpa suya que ese viaje por el desierto para honrar el último deseo de su amiga hubiese terminado con ella en una fortaleza, atraída por el padre del hijo que esperaba.
Sí, él le daría el afecto y la pasión que tanto anhelaba. Él no era un hombre cariñoso, pero podía fingir.
Y si fracasaba, al menos tendrían la pasión que había ardido entre ellos esa noche.
No iba a preguntarse por qué le importaba tanto la felicidad de Ivy. Importaba porque iba a ser su esposa y, además, el bienestar de sus soldados debía ser la prioridad de cualquier comandante.
«Pero ella no es uno de tus soldados».
Nazir pensaba eso mientras el aroma de Ivy lo envolvía. El delicado perfume de jazmín haciéndole recordar lo maravilloso que era tenerla debajo de él, retorciéndose de placer, tirando ansiosamente de su camiseta para tocar su piel.
Él no era extraño al poder y, sin embargo, el poder que sintió mientras entraba en ella había sido algo completamente nuevo y diferente. Ivy lo había mirado con un destello de dolor en esos ojos de color cobre, pero el dolor había dado paso al placer, la sorpresa y la fascinación.
Él estaba acostumbrado a provocar sorpresa o miedo, pero nunca fascinación. Como si fuese un cautivador misterio que ella necesitaba desentrañar. Y no parecía temer que le hiciese daño. Al contrario, parecía más que dispuesta a incitarlo, a desafiarlo para poner a prueba su autocontrol.
Nazir sentía una anticipación difícil de contener y una primitiva necesidad de perseguirla, de cazarla como un león a una gacela y morder su cuello mientras se enterraba en ella hasta el fondo…
Pero no. No iba a dejarse llevar por esos lascivos deseos. Había sometido al hombre apasionado que era y jamás volvería a soltar las riendas.
El helicóptero atravesó las montañas y sobrevoló el manantial. El valle era precioso, mucho mejor para ella que el intenso calor del desierto y una fortaleza medieval llena de soldados.
–Hay nieve –dijo Ivy entonces, señalando las montañas.
–Son unas montañas muy altas, y el valle es particularmente bonito en invierno.
–¿Y por qué vamos allí?
–Ya te lo expliqué –Nazir dejó escapar un suspiro–. ¿No estabas escuchando?
–No.
Parecía estar burlándose de él y eso le gustó. Al parecer, su pequeña furia había dejado de estar malhumorada. O eso esperaba. Aunque la prefería fiera porque al menos entonces sabía qué hacer con ella.
–Para discutir la situación en un sitio más agradable –dijo Nazir por fin.
–El patio de la fortaleza es agradable.
Ivy volvió a mirar por la ventanilla, escondiéndose de nuevo en su armadura, y él tuvo el repentino deseo de romper esa armadura para que la mujer cálida y vital que era pudiese respirar.
–¿Sabes lo que es agradable? Oír que gritas mi nombre mientras llegas al orgasmo.
Ivy se puso colorada hasta la raíz del pelo.
–Eso fue un error.
–No, no lo fue. Al contrario, fue muy agradable.
–Tal vez para ti –murmuró ella, desdeñosa.
«Qué mujer tan cabezota».
¿Cuándo iba a quitarse la armadura y rendirse ante lo que era evidente? ¿Cuál era la clave para hacer que se dejase llevar?
Aunque ya lo sabía. Lo había conseguido cuando la tuvo debajo de él, jadeando desesperadamente. Entonces se había rendido.
–¿Estás diciendo que tú no disfrutaste? Tal vez me hiciste creer algo que no era. ¿Estabas fingiendo, Ivy?
Ella se volvió para mirarlo.
–No, no estaba fingiendo.
–¿Entonces también tú lo pasaste bien?
–Yo… sí, claro que sí –respondió ella, con la desgana de alguien que admitía una dolorosa verdad–. Yo también lo pasé bien.
Nazir experimentó una intensa satisfacción, como si esa admisión fuese fundamental para él.
–Me alegro porque pienso volver a hacerlo… a menudo.
–¿Y si yo no quisiera?
Bueno, no sería Ivy si aceptase sin protestar.
–No tienes que pelearte conmigo a todas horas, pequeña furia –murmuró Nazir–. A veces puedes tomarte un descanso.
–No me llames así.
–Dejaré de llamarte así cuando dejes de ser una pequeña furia.
–No estoy furiosa –insistió Ivy.
Pero tenía los puños apretados y Nazir sintió el absurdo deseo de poner una mano sobre las suyas.
Su madre había hecho eso una vez, cuando su padre fue a buscarlo, robándole las pocas horas que podía pasar con ella. Él había protestado, demasiado joven como para hacer caso de las advertencias de guardar silencio, y su madre había tomado su mano diciendo:
«No llores, pequeño mío. Nos veremos muy pronto, seguro. Hasta la próxima vez, ¿eh?».
Y luego había apretado su mano, como transfiriéndole algo de su calor.
Nazir casi había olvidado cuánto lo había consolado ese gesto, pero tal vez también ayudaría a Ivy, así que levantó la mano para ponerla sobre su puño cerrado y ella dio un respingo, mirándolo con cara de sorpresa.
–Me gusta que te pelees conmigo, pero pelearse sin sentido no sirve de nada. Ahorra energía para cuando las batallas sean importantes.
Ella lo miró en silencio durante unos segundos.
–¿Entonces el sexo no es importante?
Nazir lo pensó un momento. El sexo nunca le había importado. Era como comer o dormir, esencial para su bienestar físico, pero solo una función corporal. Nunca había tenido importancia hasta ese momento. Con ella importaba. Por qué, no tenía ni idea, pero no podía mentirle.
–Siempre había pensado que no importaba –dijo por fin–. Hasta hace unas horas.
–¿Quieres decir que ahora te importa porque…?
–Por ti, sí –Nazir terminó la frase por ella.
Ivy parpadeó, claramente sorprendida.
–No entiendo. ¿Por qué ahora es diferente?
Podía ver en su expresión que lo preguntaba con genuina curiosidad y le había hecho una pregunta similar en la fortaleza. Quería saber por qué la deseaba, como si no supiera lo apasionada, hermosa y excitante que era.
«Tal vez no lo sabe. Tal vez nadie se lo ha dicho nunca».
De nuevo, Nazir experimentó esa opresión en el pecho y se encontró apretando su mano firmemente, acariciando su piel con el pulgar.
–Porque eres exasperante, cabezota e intensamente apasionada –respondió por fin–. Y también eres valiente e increíblemente guapa.
Ella no sonrió. Al contrario, lo miraba como si sus palabras le doliesen.
–No me crees, ¿verdad?
–Nadie me ha dicho nunca cosas así –respondió Ivy, en voz tan baja que era casi inaudible–. ¿Por qué ibas a ser tú el primero?
Nazir frunció el ceño.
–¿Nadie te ha dicho nunca algo bonito?
Ella negó con la cabeza.
–Da igual.
–No, no da igual. Cuéntamelo.
Ivy suspiró y, por fin, levantó la mirada.
–Crecí en una casa de acogida en la que a nadie le importaban demasiado los niños huérfanos, así que perdóname si me tomo esos cumplido con cierta desconfianza.
Nazir entendía esa desconfianza. No debía ser fácil crecer siendo huérfano, dependiendo de extraños.
–Parece que fue una experiencia muy dolorosa para ti.
Ivy se encogió de hombros.
–No fue tan mala como la de otros.
–¿Qué pasó?
Ella se mantuvo en silencio durante unos segundos, mirando el paisaje por la ventanilla del helicóptero.
–No quiero hablar de ello.
El instinto lo empujaba a presionar, pero Nazir sabía que no era el momento. Tal vez después de satisfacer su ansia, después de otro encuentro apasionado, estaría más relajada y podría contárselo.
Diez minutos después, el helicóptero aterrizaba en el tejado de su villa, una casa de piedra blanca construida en la ladera de la montaña, frente al famoso manantial de agua caliente.
Era un lugar de vacaciones para la aristocracia de Inaris, con un elegante spa para turistas y algunos restaurantes y bares, aparte del palacio de verano del sultán, pero Nazir prefería alejarse de la gente, de modo que la villa estaba algo alejada del pueblo.
Construida alrededor de una pequeña cascada que caía directamente desde el manantial hasta la piscina que él había mandado construir, tenía varias terrazas para disfrutar del fabuloso paisaje.
El ama de llaves los recibió en el fresco vestíbulo y Nazir le dio instrucciones para que preparasen las habitaciones y la cena.
Ivy había salido a la terraza, con los pantalones de yoga y la camiseta azul. No parecía importarle mucho la ropa, y a él le daba igual porque prefería verla desnuda, pero había encargado un vestuario para ella e imaginó que se alegraría de poder ponerse algo diferente.
–¿Han llegado las cosas que encargué?
–Sí, señor Al Rasul, están en la habitación –respondió el ama de llaves.
Ivy estaba de espaldas, su pelo cobrizo brillando bajo los últimos rayos de sol. Cuando se acercó para acariciarlo, ella se quedó inmóvil, conteniendo el aliento. Nazir se inclinó para besar su cuello y la sintió temblar. Emitía tal grado de tensión que era casi una fuerza física.
Lo deseaba, quería que la tocase. Quería rendirse, pero luchaba con todas sus fuerzas para no hacerlo.
Su pequeña furia. Tanta resistencia debía dejarla agotada.
–Ven –murmuró–. Voy a enseñarte la piscina.
–¿La piscina?
–En el pueblo hay un famoso spa, pero no tienes que ir allí porque yo tengo el mío particular aquí mismo.
–No, gracias, no me apetece –dijo ella–. Creo que necesito estar sola un rato.
Pero ya no estaban en el helicóptero y Nazir no pensaba dejar que volviese a encerrarse en sí misma, de modo que la tomó por los hombros, obligándola a mirarlo.
–¿Qué ocurre, Ivy?
En sus ojos vio un destello de esa desesperación, del ansia que vivía dentro de ella. Intentaba esconderlo, tal vez porque podía ver al predador que había en él y no quería mostrar debilidad.
Pero era demasiado tarde.
–¿Tiene algo que ver con lo que has dicho en el helicóptero? –le preguntó–. ¿Sobre tu vida en la casa de acogida?
–Nazir…
–Cuéntamelo. ¿Cómo voy a ayudarte si sigues apartándome?
Ivy suspiró, mirándolo con gesto desafiante.
–Crecí en una casa de acogida donde no le importaba a nadie, la única niña que no fue adoptada. Uno por uno, todos los demás niños fueron adoptados, incluyendo mi amiga Connie, pero a mí no –le contó, con un brillo de ira y dolor en los ojos–. Para algunos era demasiado callada, para otro demasiado ruidosa. Tenía problemas de comportamiento o era demasiado mayor. Nada de lo que hiciera pudo cambiar eso. Y ahora tú me dices todas esas cosas, cosas que no he sido nunca para nadie y yo… –Ivy tomó aire–. No puedo creerte porque me he hecho ilusiones muchas veces y uno no supera esa clase de decepción. No se supera nunca.
No podía leer la expresión en las facciones de granito. Era algo fiero, pero no sabía qué significaba.
Seguramente había desvelado demasiado. No debería haber abierto la boca porque todo lo que dijese revelaría más sobre las rotas piezas de sí misma que intentaba guardar en secreto. Piezas rotas que no quería enseñarle a nadie y menos a él.
Pero había algo en Nazir que parecía hacerla hablar sin que pudiese evitarlo. Algo en su tono autoritario, en su penetrante mirada, en la firmeza de su mano, que no dejaba que siguiera escondiéndose, que no la dejaba escapar.
Le exigía cosas que jamás le había dado a otra persona y ella se las daba sin poder evitarlo, como le había entregado su virginidad.
Despertaba una ardiente pasión en ella, un fuego que siempre había intentado esconder porque era parte de su desesperación. La profunda necesidad de ser algo para alguien de la que no podía librarse por mucho que lo intentase. La necesidad de ser aceptada y querida. De ser elegida.
Pero nunca había sido elegida y pensar que él, Nazir Al Rasul, pudiese elegirla a ella… en fin, no podía creerlo.
Una vez hubo una pareja interesada en ella. Habían hecho un esfuerzo por conocerla, la habían llevado de excursión y después a su casa para mostrarle la que sería su habitación, que habían decorado especialmente para ella. Ivy se había permitido a sí misma soñar que, por fin, iba a tener la familia que tanto anhelaba, pero al final la pareja cambió de opinión.
Nadie le explicó la razón, pero Ivy sabía por qué: era ella. Siempre era ella. Había algo malo en ella.
Estaba a punto de darse la vuelta para entrar en la casa, pero Nazir se lo impidió.
–Deja que te enseñe la piscina.
Ivy sabía que no era una petición sino una orden.
–Pero yo…
Él le ofreció su mano, dejando claro que esperaba que la tomase, e Ivy lo hizo, el calor de sus dedos liberando una tensión interna que se había vuelto insoportable.
Sin decir una palabra, Nazir tiró de ella por el pasillo. Las paredes eran de color claro, con vigas en el techo y una selección de fabulosas alfombras de seda. El pasillo llevaba a otra terraza de piedra frente a las majestuosas montañas que terminaba en una piscina intensamente azul. El agua de una cascada caía directamente a la piscina desde la montaña y los depósitos minerales daban a las paredes de la roca tonos azules, blancos y rosas.
Había anochecido y la luz de los braseros que iluminaban la terraza hacía que pareciese un lugar mágico.
Era el sitio más bonito que había visto en toda su vida.
Nazir soltó su mano y empezó a quitarse la ropa, tirándola sobre una hamaca.
Ivy parpadeó mientras admiraba la masculina belleza. Era tan atlético, tan poderoso. Su piel era como el bronce y la luz de los braseros destacaba los marcados abdominales, los anchos hombros, la cintura estrecha, las piernas largas y poderosas. Aquí y allá, su maravillosa piel estaba marcada por cicatrices blancas, signos claros de una vida de violencia.
Porque era un guerrero, un soldado.
Cuando estuvo desnudo se dirigió a la piscina y se lanzó de cabeza con la gracia de un atleta. Un segundo después, sacó la cabeza del agua y la sacudió para apartar el pelo de su cara. Luego alargó los brazos hacia ella, esperando.
Quería que se reuniese con él y era demasiado tentador como para resistirse, de modo que empezó a desnudarse mientras él la miraba desde el agua, el brillo de sus ojos haciendo que le ardiesen las mejillas.
Conteniendo el deseo de cubrirse con los brazos, se acercó al borde de la piscina mientras Nazir seguía todos sus movimientos con abierto deseo masculino. Le gustaba lo que veía y no intentaba esconderlo.
Le gustaría poder tirarse de cabeza como había hecho él, pero no sabía hacerlo, de modo que se metió en el agua por la escalerilla.
Nazir se acercó a la orilla entonces y levantó los brazos hacia ella.
–Ven conmigo.
Ivy no sabía qué quería que hiciese, pero dejó que la tomase por la cintura. Estaba un poco asustada porque no hacía pie y no había nada a lo que agarrarse salvo Nazir, pero él la rodeó con sus brazos, apretándola contra ese torso de hierro.
No sabía qué quería y el instinto le decía que se apartase, pero no era posible. Nazir la emocionaba y, al mismo tiempo, la turbaba, pero se sentía segura con él.
Era tan fuerte. Sentía como si pudiera sujetarla así para siempre.
–No te preocupes, el agua está caliente.
–No estoy preocupada. Es un sitio precioso.
–Sí, lo es –asintió él–. Hace mucho tiempo que no venía por aquí.
–¿Por qué? ¿Estás muy ocupado?
–Siempre estoy ocupado. Además, no me gusta estar sentado sin hacer nada.
–¿Qué haces entonces, guerrear con ese ejército tuyo?
–¿De verdad te interesa o solo lo preguntas por hablar de algo?
–Tal vez estoy cansada de hablar de mí. Además, has dicho que querías que nos conociésemos.
–Sí, es cierto –respondió él–. Y no me dedico a hacer la guerra, mi ejército existe para proteger.
–¿A quién?
–Algunos gobiernos nos contratan para proteger colegios electorales, hospitales o médicos en zonas problemáticas. Otras veces para proteger infraestructuras vitales. Y las empresas privadas para proteger a sus empleados en situaciones de peligro, pero yo decido qué contratos acepto y cuáles no. No permito que se use a mis hombres en guerras territoriales. Somos gente de paz, no somos asesinos.
Ivy acarició la piel de sus hombros mientras lo estudiaba con gesto serio.
–Eso suena muy altruista cuando se trata de hombres entrenados específicamente para matar a otros hombres.
Nazir sonrió, divertido.
–Eres escéptica y supongo que es normal, pero yo empecé como soldado en el palacio y el propósito de un guardia de palacio es defender, no atacar.
–¿Siempre has querido una carrera en el ejército? ¿Siguiendo los pasos de tu padre?
–Así es. Aunque en realidad no pude elegir. Como tú sabes, me enviaron a la universidad de Cambridge durante unos años, pero aparte de eso, siempre se esperó de mí que fuera un soldado.
–¿Y por qué Cambridge?
–Para que tuviese una educación decente.
Ivy frunció el ceño al notar cierta tristeza en su tono.
–¿Por qué tengo la impresión de que hay algo más?
–Esa no es la única razón por la que me enviaron fuera del país.
–¿Y cuál es esa otra razón?
–Mi madre –respondió Nazir, acercándose a la cascada–. Me crio mi padre, pero de vez en cuando me permitían ver a mi madre, la sultana. Nadie podía vernos juntos, claro. Yo era el hijo del comandante del sultán y la gente empezaría a murmurar, pero esos encuentros nunca duraban mucho y nunca era suficiente. Yo siempre quería más.
Ivy detectó un trasfondo de amargura en sus palabras. No sabía por qué, pero estaba segura de haber notado rabia, ira, en su tono. Su expresión era serena, pero estaba enfadado y entendía por qué. También ella había querido más y nunca lo había tenido.
Nazir no había tenido una madre, pero sí había tenido un padre. ¿Tener una madre a la que solo podía ver de vez en cuando era mejor o peor que no tener ninguna?
No lo sabía, pero la hizo pensar en el hijo que esperaba. Al menos ese bebé tendría una madre y un padre, aunque su madre no supiera lo que estaba haciendo.
–Háblame de ella –dijo en voz baja, echándole los brazos al cuello.
El atardecer iluminaba los ángulos de su rostro con una luz dorada y las gotitas de agua en sus largas pestañas parecían de cristal.
–Era una mujer encantadora y yo la quería mucho. Bueno, lo quería todo –respondió él–. Quería ser su hijo abiertamente, que todo el mundo lo supiera. Quería lo que le daba a mi hermanastro, su tiempo, sus atenciones, sus caricias, su amor. Pero mi padre temía que pasara demasiado tiempo con ella. Cuando era niño no era tan preocupante porque todo el mundo sabía que la sultana adoraba a los niños y sus atenciones hacia mí no llamarían demasiado la atención, pero cuando empecé a hacerme mayor mi padre decidió alejarme de ella. Por eso me envió a Cambridge.
Ivy no se equivocaba: Nazir estaba muy enfadado, pero bajo el tono amargo podía intuir su angustia por el amor que había ansiado desesperadamente y nunca había tenido.
Ella sabía lo que era anhelar algo desesperadamente. Lo sabía muy bien.
–¿Tú no querías irte?
–No –respondió él, agarrando su trasero, clavando los dedos en su carne–. Pero no tuve alternativa. Esos tres años en Inglaterra me dieron tiempo para obsesionarme por lo que no podía tener. Mi madre quería a mi padre y era infeliz con el sultán. Y yo no entendía por qué tenía que vivir una vida que la hacía tan infeliz, así que volví a Inaris y fui a verla inmediatamente. Le dije que mi padre y ella deberían marcharse del país, que yo los ayudaría, que podíamos ser una familia… –Nazir tragó saliva–. Pero ella se negó. No quería dejar a su hijo, mi hermanastro. Y yo me puse furioso, empecé a gritar… y entonces la habitación se llenó de soldados. Fahad, mi hermanastro, había estado escuchando la conversación y había descubierto nuestro secreto.
–Oh, Nazir…
–Hubo una confrontación y yo ataqué a Fahad. Mi madre intentó detenerme, pero no le hice caso. Estaba demasiado furioso, demasiado celoso. Fahad tenía todo lo que yo había anhelado siempre… pero no se puede atacar al heredero del trono sin que haya consecuencias y me metieron en la cárcel. Por suerte, mi madre consiguió que el sultán me perdonase la vida.
–¿Qué pasó entonces?
–Mi padre y yo fuimos desterrados del palacio. El sultán quería ejecutarlo, pero mi padre era demasiado poderoso en Inaris, de modo que en lugar de perder la vida perdió su puesto como comandante del ejército y jamás volvimos a ver a mi madre. También ella fue desterrada y murió años después fuera del país.
–Qué horror.
–Mi padre jamás me perdonó por lo que pasó. Siempre había sido su secreta vergüenza y después, la causa de su dolor por perder a la mujer a la que amaba… En fin, debería haberme conformado con lo que tenía –Nazir hizo una pausa, mirándola fijamente–. Y ya hemos hablado de mí más que suficiente por hoy.
La llevó bajo la cascada y el agua caliente empapó su pelo y sus hombros, cegándola. Aunque era maravilloso.
Iba a decírselo, pero Nazir se apoderó de sus labios en un beso lento y dulce.
Ivy tenía tantas preguntas. No había sido capaz de procesar todo lo que acababa de contarle, pero le dolía el corazón por él.
Nazir deslizó una mano por su espalda, sujetándola mientras introducía la lengua en su boca para explorarla a placer y, de repente, Ivy tuvo claro lo que quería. Quisiera reconocerlo o no, quería una familia. Por eso la retenía allí. Quería lo que había anhelado de niño y lo que, al final, había perdido.
¿Y por qué no iba a dárselo? No había ninguna razón para no hacerlo. Al parecer, los dos buscaban lo mismo y lo habían encontrado juntos. ¿Entonces por qué seguir luchando?
Nazir le había dicho que era suya y tal vez debería aceptarlo de buen grado. Después de todo, nadie más la había reclamado nunca.
Ivy tomó esa decisión mientras enredaba las piernas en su cintura porque, aunque él la reclamaba, también ella quería reclamarlo a él. Así que le devolvió el beso con toda pasión, notando cómo su miembro se volvía rígido entre sus muslos.
Pero él no parecía tener prisa e ignoró sus deseos. Siguió besándola perezosamente, sujetando su cabeza para poder explorar su boca a placer.
El deseo clavaba sus afilados dientes en ella, pero en esa ocasión no se sentía tan desesperada.
La caricia de la cascada era tan relajante como el lento beso de Nazir y la decisión de aceptar lo que le ofrecía era tan firme que se sentía absolutamente tranquila mientras le devolvía el beso con la misma ternura.
Él estaba totalmente excitado y, levantándola ligeramente, rozó sus pliegues con la cabeza de su miembro. Ivy abrió las piernas un poco más, pero Nazir se quedó así durante unos segundos, haciéndola temblar, antes de sujetar sus caderas con manos firmes para empalarla sobre su miembro una y otra vez con una lentitud que la hizo gruñir de impaciencia.
–Acéptame, pequeña furia –susurró él sobre su boca–. Todos esos que no te quisieron eran tontos. Yo te deseo y quiero toda tu pasión. La quiero toda para mí.
Ivy pensaba que ya habría olvidado lo que le había contado antes, pero al parecer no era así y eso hizo que una pieza de su corazón largamente perdida se colocase en su sitio.
Quería darle toda su pasión porque era un hombre duro que la abrazaba con dulzura, el líder de un ejército que tenía un patio lleno de flores y árboles en medio del desierto, un hombre para quien el placer parecía ser un concepto desconocido y, sin embargo, tenía una villa de vacaciones la que no iba nunca porque no le gustaba estar sentado sin hacer nada. Un duro guerrero que se había encargado de que ella estuviese cómoda en la fortaleza.
Era un hombre lleno de contrastes fascinantes. Era como si quisiera muchas cosas, pero no se permitiera a sí mismo tenerlas, tal vez como castigo por lo que había pasado tantos años atrás.
La madre a la que no había vuelto a ver, el padre cuya vida había quedado destruida por sus actos. La familia que él había destruido sin querer.
Pero aún quería una familia y ese anhelo era tan familiar para ella que decidió no pensar más. Le echó los brazos al cuello y enredó las piernas en su cintura, liberando toda su contenida pasión hasta que el éxtasis los ahogó a los dos.