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Capítulo 9

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Nazir no tenía intención de contarle a Ivy lo que pasó con su madre. Había querido responder a sus preguntas sobre Cambridge y luego llevarla bajo la catarata y hacerle el amor, sencillamente.

Pero, por alguna razón, de repente se encontró contándole más de lo que debería, más de lo que le había contado a nadie. No había esperado dejar que el anhelo que había sentido siempre saliera a la superficie, ni la ira. La ira, la pena y los celos de los que creía haberse librado años atrás. Y la vergüenza que nunca había querido reconocer.

No podía dejar que esas emociones nublasen su buen juicio cuando había tanto en juego. Ivy y su hijo debían ser protegidos a toda costa, especialmente de él.

Él, que por su falta de control, había destruido a su familia.

Su madre había sido desterrada del país para el resto de su vida y había muerto en Suiza, sin volver a ver a ninguno de sus hijos ni al hombre del que estaba enamorada.

Por su culpa. Si no hubiese perdido los nervios, si no hubiese atacado a Fahad, todo podría haber sido diferente. Pero lo había hecho y ya no podía cambiar nada, lo único que podía hacer era controlarse y asegurarse de que nunca volviese a ocurrir algo parecido.

Y sería fácil porque en los últimos días Ivy había dejado de pelear. Se había deshecho de su armadura, dejando florecer a la mujer que había debajo.

Y menuda mujer era. Cálida, vital, interesada por todo, curiosa y apasionada.

Como a él, no le gustaba estar sin hacer nada, de modo que habían montado a caballo por el precioso valle, habían nadado en el manantial y luego le había enseñado a darle placer mientras la exploraba de todas las formas posibles.

Cenaban a la luz de las velas en la terraza, hablando de todo, incluido su matrimonio y cómo educarían juntos a su hijo. Estaba claro que ambos pensaban que el bebé necesitaba un padre y una madre, un hogar estable.

–¿Y yo? –le había preguntado Ivy una noche–. Yo necesito algo más de la vida que criar a un hijo. Sé que es un trabajo importantísimo, pero yo necesito algo más.

Esa noche llevaba el pelo suelto, como a él le gustaba, cayendo sobre los hombros, y una túnica de color rojo bordada en oro que había encargado especialmente para ella. El hilo dorado hacía juego con sus ojos y la diáfana seda le permitía entrever su precioso cuerpo.

Al principio ella se mostraba incómoda sin llevar nada debajo, pero se relajó cuando él le demostró cuánto le gustaba verla así y ahora no parecía pensarlo dos veces.

Era tan preciosa y sensual que no podía dejar de sentirse fieramente posesivo. Como si estuviera dispuesto a pelearse con cualquiera que quisiera acercarse a ella, cualquiera que se atreviese a mirarla. Y si alguien se atreviese a tocarla…

Nazir tuvo que hacer un esfuerzo para controlar una repentina oleada de furia.

«Es peligrosa para ti. Te hace sentir demasiado».

No, eso era absurdo. Él era capaz de controlar sus emociones.

Nazir tomó un sorbo de vino, intentando calmarse.

Ivy decía necesitar algo más de la vida y lo entendía. Cuando se conocieron le dijo que su vida había sido muy triste y, aunque no era su intención ser cruel, la verdad era que seguía pensándolo.

Era una mujer muy inteligente, decidida, interesada por todo, y sabía enfocar los problemas. El comandante que había en él reconocía eso como un rasgo valioso.

En muchos sentidos, también ella era un comandante. Al fin y al cabo, dirigía una casa de acogida llena de niños a los que debía educar, controlar y atender.

–¿Qué te gustaría hacer? –le preguntó.

–No lo he pensado. En Inglaterra no tenía muchas opciones, así que…

–Eres una persona inteligente y llena de energía. ¿Por qué te quedaste en la casa? Podrías haber trabajado en cualquier otro sitio.

Ivy miró su zumo de naranja, encogiéndose de hombros.

–Solo tenía experiencia cuidando niños. Además, quería que estuviesen bien atendidos y Connie vivía cerca. No sé, supongo que era lo único que conocía.

Nazir sabía que eso no habría retenido allí a una mujer que había atravesado un desierto para buscarlo, a pesar de los terribles rumores que corrían sobre él, para honrar el último deseo de una amiga. Si hubiese querido dejar la casa, lo habría hecho.

–¿No querías hacer nada más, no tenías grandes sueños?

–No, era más fácil no tenerlos. Era más fácil conformarme con lo que tenía que soñar con algo que no iba a lograr nunca.

Nazir torció el gesto.

«Como tú has aceptado tu vida y lo que tienes. Como tú cuando te dices a ti mismo que no quieres más».

No, no era lo mismo. Él había sido educado para ser soldado. Era lo único que conocía y estaba satisfecho. La necesidad de proteger, de defender, era parte de él, la llevaba en la sangre. Tras la muerte de su padre, como no podía volver al palacio, creo un ejército propio para poder seguir protegiendo y defendiendo.

«Pero nunca has pensado que podría haber algo para ti aparte de esa vida de violencia».

Ese pensamiento era demasiado turbador, de modo que se concentró en Ivy.

–¿Y qué es lo que pensabas que nunca podrías conseguir? –le preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

Por fin, ella levantó la mirada.

–Una familia, Nazir.

Había tal honestidad en su mirada, sin armadura, sin evasivas. Estaba mostrándole ese precioso corazón suyo.

«Crecí en una casa de acogida donde no le importaba a nadie, la única niña que no fue adoptada. Uno por uno, todos los demás niños fueron adoptados, incluyendo mi amiga Connie, pero a mí no».

–No hay nada malo en ti, Ivy –le dijo en voz baja–. No sé por qué nunca te adoptaron, pero no era un fallo por tu parte. Lo sabes, ¿no?

–No, no lo sé –murmuró ella–. Una pareja estuvo a punto de adoptarme. Me llevaron a su casa y me enseñaron la habitación que habían preparado para mí. Me dijeron que estaban deseando que me fuese allí con ellos, que fuera su hija, pero en el último minuto se echaron atrás. El director de la casa me dijo que habían cambiado de opinión, pero nadie me dijo por qué.

Nazir experimentó una dolorosa sensación en el pecho. Habían dejado que una niña solitaria se hiciera ilusiones para aplastarlas después. Qué vileza, pensó, imaginando las dudas que eso había provocado, que seguía provocando.

La intensidad de su ira parecía absurdamente desproporcionada, pero era evidente el daño que eso le había hecho a Ivy.

–¿De verdad crees que fue culpa tuya?

–No sé qué otra cosa podía ser. Y no fue solo esa pareja, Nazir. Hubo otras. Nunca supe por qué y eso es lo peor de todo, no saber. Porque no podía hacer nada para solucionarlo. No podía hacer nada para ser más… no sé, más aceptable.

Nazir tuvo que apretar los puños al pensar en esa gente que tanto daño le había hecho.

«¿Por qué dejas que te afecte tanto?».

Sí, estaba dejando que lo afectase. Estaba dejando que sus sentimientos le importasen, que ella le importase.

Y no podía ser.

«Tal vez no tienes tanto autocontrol como crees».

Ese dolor en el pecho se volvió casi como una soga al cuello y tuvo que apartar la mirada, conteniéndose para no saltar del asiento y lanzarse sobre sus enemigos. O mejor aún, lanzarse sobre Ivy, tumbarla sobre la mesa, quitarle la túnica y mostrarle cuánto la deseaba. Hacerle el amor hasta dejar un sello en su piel para que supiera que era deseada, que era querida.

–Eras aceptable, Ivy. Eras una niña como las demás. Eran ellos los que tenían el problema, no tú.

–¿De verdad crees eso?

Había tal esperanza en esa pregunta que iba a tener que desvelar sus sentimientos. Aunque el sentido común le advirtiese que no debía hacerlo.

Nazir la miró a los ojos, dejando que viese en ellos la verdad, porque su honestidad era un regalo y él no podía hacer menos.

–Sí, lo creo de verdad –respondió, con total convicción–. Todo en ti es perfecto, tu pasión, tu inteligencia, tu curiosidad, tu voluntad de hierro, incluso tu rabia. Todo en ti es maravilloso.

En la mirada de Ivy había un millón de emociones que él no podía descifrar, pero la soga que parecía llevar al cuello apretaba cada vez más.

«Si sientes tanto por ella, ¿qué pasará con tu hijo?».

La pregunta añadió otra hebra a la imaginaria soga.

«Sentirás la misma pasión, la misma necesidad de proteger a tu hijo. Sentirás los mismos celos y querrás más y más, pero nunca será suficiente».

La sensación de ahogo era tan intensa que tuvo que dejar la copa sobre la mesa y ponerse en pie.

Ivy lo miró, sorprendida.

–¿Qué ocurre, Nazir?

La luz de los braseros iluminaba su precioso rostro y la deliciosa silueta de su cuerpo bajo la túnica. Y, de repente, él sentía un ansia incontenible. No solo de sexo sino de algo más profundo, de algo más.

Algo que, en el fondo, sabía que no lo merecía.

–No pasa nada –respondió, con tono cortante–. Es que tengo que solucionar un asunto.

–¿Es por mí? ¿He dicho algo que no debería?

–No, no es por ti –respondió Nazir–. Es que tengo que solucionar un par de asuntos sobre… nuestra boda.

Luego se dio la vuelta, alejándose de la mesa y de la preciosa y cálida mujer que pronto sería su esposa.

–¿Nazir?

Pero él no respondió. No podía hacerlo. Tenía que irse para librarse de aquellos sentimientos. Y, por suerte, sabía qué lo ayudaría a hacerlo.

Ivy miró la puerta, sintiendo una ansiedad familiar en su corazón.

¿Qué había pasado? ¿Por qué se había ido de repente, como si estuviera enfadado?

Acababa de decirle que era maravillosa y eso era lo que siempre había anhelado escuchar, que no había nada malo en ella porque nadie la hubiese adoptado.

Esa duda se la había comido por dentro durante años, aunque odiaba reconocerlo, y el brillo de convicción en los ojos de Nazir había sido como un bálsamo para una herida. Como si toda esa gente hubiese dejado de importar por fin, sus opiniones sobre ella totalmente irrelevantes.

Nazir la creía perfecta y eso era lo único que importaba. No debería necesitar su aprobación, pero no podía negar que era importante para ella. De hecho, empezaba a pensar que Nazir era importante para ella, especialmente durante los últimos días.

Nadie había pensado nunca en sus necesidades. Ni siquiera algo tan simple como comprar su marca de té favorita. Nadie se había interesado nunca por su opinión…

No, eso no era cierto. Había tenido a Connie, cuya amistad había sido siempre su refugio.

Y con Nazir había algo más profundo que el sexo o el hecho de esperar un hijo suyo. Un hijo en el que había empezado a pensar últimamente como hijo de los dos. No quería dejar de pensar en Connie como la madre del bebé porque Connie era la razón de su existencia, pero su amiga ya no estaba allí y era ella quien iba a ser madre.

Ivy se llevó una mano al vientre, experimentando una extraña sensación de paz, como si hubiese llegado a un acuerdo consigo misma. Sí, sería la madre de ese bebé y Nazir sería su padre. Serían una familia.

Era lo que siempre había querido, lo que los dos querían si lo que Nazir decía era cierto.

Pero…

Ivy miró hacia la puerta con el ceño fruncido. Algo lo había afectado, pero no sabía qué.

«Eres tú. Tú eres siempre el problema».

Pero no era cierto. En esa ocasión no lo era.

Nazir le había dicho que era perfecta, que no había nada malo en ella. Entonces ¿por qué se había alejado así, de repente?

Una semana antes habría intentado olvidarse de él para esconderse de su propia angustia, pero ahora era una mujer diferente. La nueva Ivy había descubierto que cuando sonreía era hipnotizador y que tenía un delicioso lado juguetón. Que era un hombre interesante y bien informado, que había viajado por todo el mundo y no le importaba que le hiciese montones de preguntas.

La nueva Ivy podía hacerlo rugir de deseo y esa Ivy no iba a dejar que se alejase de ella sin dar explicaciones.

De modo que se levantó y entró en la casa, la sedosa tela de la túnica acariciando su cuerpo desnudo.

Lo buscó en el salón y la biblioteca, pero no estaba allí. Tampoco en el dormitorio, de modo que debía estar en su lugar favorito, el gimnasio en el sótano de la casa.

Era un gimnasio totalmente moderno, una sala amplia con espejos en una pared y multitud de aparatos. Nazir estaba tumbado en un banco de musculación, desnudo de cintura para arriba, levantando la pesada barra sobre su cabeza y dejándola suspendida durante unos segundos. Luego, con movimientos puramente masculinos, empezó a hacer una serie de pull ups.

Ivy se apoyó en el quicio de la puerta, observándolo. Había algo brutal en el ejercicio y era hipnotizador. Las luces del gimnasio destacaban el brillo de sus poderosos músculos, la contracción de los bíceps y los abdominales marcados de un guerrero.

Tenía un aspecto tan formidable que Ivy tuvo que tragar saliva, sintiendo un torrente de humedad entre las piernas. Era un guerrero, hecho para proteger, para defender.

Pero no era solo eso. Intentaba esconder su compasión, su generosidad. Lo había visto en cómo hablaba con sus hombres y en cómo dirigía su ejército.

Y en cómo cuidaba de ella.

¿Qué más podía ser? ¿Qué más podía ofrecerle al mundo aparte de esconderse en el desierto con su ejército? ¿Qué esperaba conseguir con eso? ¿Qué intentaba demostrar?

¿Era por ser una espina en el costado de su odiado hermanastro o se trataba de algo más? ¿Creía Nazir, como ella, que en el fondo eso era lo único de lo que era capaz?

«Tal vez piensa que es lo único que merece».

Pues si ella podía aspirar a algo más que la vida que se había forjado para sí misma, y que él mismo había llamado triste, tal vez también él podía hacerlo. Tal vez la compulsión de defender y proteger podría convertirse en algo que cambiase el mundo.

Nazir dejó la barra y se levantó del banco, sin mirarla.

–Sugiero que hagas otra cosa, Ivy. Yo voy a estar aquí un rato.

–¿Por qué te has ido?

–Ya te lo dije, tenía que solucionar un asunto.

–Sí, ya veo que estás muy ocupado solucionando «asuntos».

Nazir se volvió entonces para mirarla con una expresión indescifrable. Aunque su mirada no lo era. El brillo de sus ojos azules no era frío sino ardiente como el fuego.

Ivy dio un paso adelante, atraída de modo irrevocable por la ferocidad de ese fuego.

Sabía lo que era: deseo.

–Para, Ivy –dijo él entonces–. Quédate donde estás.

–¿Por qué?

–Será mejor para ti no estar conmigo en este momento.

–¿Qué quieres decir? ¿Por qué no puedo estar contigo?

–Es mejor que no lo sepas.

El corazón de Ivy se aceleró. Tenía un aspecto peligroso, como un leopardo que llevase demasiado tiempo sin comer. Y tenía la sensación de que ella era la presa que acababa de ponerse en su punto de mira.

«No te quiere cerca porque eres una amenaza para su autocontrol».

Lo entendió entonces con toda claridad. Sí, era eso. El autocontrol era algo muy preciado para Nazir y ella lo ponía en peligro.

«Así que deberías dejarlo estar».

«¿Por qué lo presionas?».

Pero esa era una pregunta para la mujer que había sido cuando apareció en la fortaleza, no para la nueva Ivy. Porque la mujer que era ahora no estaba dispuesta a dar marcha atrás por unas simples excusas.

Si Nazir había liberado su pasión, ¿por qué no podía ella liberar la suya?

De modo que dio un paso adelante y luego otro, el fino material de la túnica bailando alrededor de sus tobillos.

–Ivy…

Su tono, por crudo que fuese, no la habría detenido una semana antes y menos ahora, cuando estaba hipnotizada por el brillo de sus ojos, por el hambre de predador que veía en ellos. Sí, era un leopardo dispuesto a saltar sobre su presa.

Pero ella no era su presa. Era pequeña y estaba embarazada, pero no le tenía miedo y tal vez era hora de que él lo supiera. Tal vez era su turno de demostrarle que no tenía que ser considerado con ella todo el tiempo y darle unas cuantas lecciones sobre el poder de las mujeres.

Estaba en tensión, irradiando un poder y un peligro que no la asustaba. Al contrario, la excitaba aún más. Olía a sudor limpio, viril, y ella lo deseaba. Lo quería así, ansioso, desesperado, porque también ella estaba ansiosa y desesperada. Y solo por él.

«Siempre será solo por él».

Aceptar eso fue como descubrir la piedra filosofal. Era una base sobre la que construir una vida. Porque nunca habría nadie más para ella. Ningún otro hombre la excitaba, la desafiaba o la fascinaba como Nazir. Y, aunque era cierto que su experiencia con los hombres era muy limitada, no quería buscar a ningún otro.

Todo lo que siempre había querido estaba allí.

«Estás enamorada de él».

Tenía que ser eso porque aquel era el único hombre para ella. ¿Era eso el amor? Nunca había estado enamorada, pero lo que sentía por él era tan poderoso, tan extraordinario.

Ivy levantó una mano y la puso sobre el hueco de su garganta, notando el firme y seguro latido de su pulso. El fuego que había en sus ojos provocó una descarga eléctrica por su cuerpo.

–No te tengo miedo –dijo, mirándolo a los ojos–. Así que dime, ¿por qué debo mantener las distancias? ¿Qué es lo que no quieres que sepa?

Él levantó una mano para enredar sus largos dedos con los suyos.

–Deberías tener miedo –dijo con voz ronca–. Puedo ser peligroso si me ponen a prueba y tú me estás poniendo a prueba, Ivy. Y yo no quiero…

–¿Hacerme daño? No seas tonto, no vas a hacerme daño. Sé que no te gusta perder el control y eso es lo que te pone nervioso, ¿verdad?

–Soy un soldado, no un muñeco de peluche –le advirtió él–. Dirijo a otros hombres dispuestos a matar si yo doy la orden. Tú no querrías que un hombre como yo perdiese el control.

–Pero tú no eres solo eso –Ivy puso la otra mano sobre su torso para sentir los latidos de su corazón–. Tú no eres solo un soldado. Dentro de ti hay compasión, emoción, generosidad. Intentaron arrancarlo de ti, ¿verdad?

Nazir apretó su mano y ella sintió que su pulso se aceleraba.

–Soy un animal, Ivy. Y si no te apartas, te arrancaré esa túnica y te haré mía como quiera. Y tú no podrás detenerme.

Ella se limitó a levantar la barbilla.

–Tal vez yo quiero que seas un animal. Tal vez también yo soy un animal, ¿no se te ha ocurrido pensarlo?

Él murmuró algo en árabe, inspirando con fuerza.

–Tú no lo entiendes, Ivy. Necesito controlarme…

–¿Por qué? Yo no quiero que lo hagas.

–Por mi culpa exiliaron a mi madre y mi padre perdió al amor de su vida. Destruí a mi familia y no quiero destruirte a ti también.

Ella levantó la cabeza para sostener su fiera mirada.

–Ponme a prueba, Nazir. Soy más dura de lo que tú crees.

Poniéndose de puntillas, Ivy besó su garganta, saboreando la sal y el terciopelo de su piel.

E-Pack Bianca marzo 2022

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