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No cambiamos de casa, pero cambiamos el suelo por uno más cálido donde mi pequeño salvaje corretee descalzo. El Escritor dice que es bueno para él y yo le creo. Llegan hombres que arrastran, mueven y plastifican nuestra vida. Nos expulsan y tardaremos más, sí, sin duda, tardaremos más. Nos agazapamos por los rincones, comemos en los pasillos. Y tardaremos más. El salvajito está contento, no podemos escondernos de él, duerme en nuestra cama y amanece sobre nosotros; para mí las piernas, para el padre los brazos y la cabeza; el vientre vuela.

Me levanto y camino sobre el suelo sucio. Salgo de casa antes de tiempo, con mis botas en la mano, y sólo cuando me monto en el coche estoy a salvo. Frente a la oficina, escucho una canción tras otra. Amanece del todo, comienzan a aparecer los otros coches, los otros empleados; ya ni siquiera saludo, apuro el momento de salir, de ser engullida por el hombre de cemento. La joven Pantera se para junto a mi coche, pero ella no me saca, ella abre la puerta del copiloto y se mete en mi guarida. Sube el volumen de la radio y me pregunta cuántas canciones llevo hoy. Nunca dejo que terminen, le contesto. Le preocupa que tenga miedo a los espacios abiertos. La tranquilizo: simplemente disfruto de estos minutos aquí, siempre llevo prisa por llegar a algún sitio al que, normalmente, ni siquiera deseo ir; mi coche es lo más parecido a una habitación propia que he tenido nunca. Ella insiste y me hace un pequeño test: cuando ves un autobús, ¿te gustaría tirarte delante de él? Me río a carcajadas al ritmo del bajo de la canción, ja ja ja, ja ja ja.

Entramos juntas, a ella no le gusta llegar tarde.

Me siento y mi jefe me comenta el peinado, pareces más joven, y así me convierte en una de esas señoras que parecen más jóvenes. Me pregunta por mis entregas, por los avances y la planificación. Contesto muy segura, no importa si digo la verdad o miento, nadie rectificará. También ellos, atrincherados en sus despachos, tienen miedo a equivocarse, los que más, y ya no quiero darles nada. Me quedo quieta y no contesto correos, no hago informes, no respondo llamadas.

Paso días así, espero en mi silla, nerviosa, excitada. Preparo el golpe para cuando alguno venga a recriminarme mi actitud, me grite o me amenace. Pero nadie viene, aquí nunca pasa nada. Y toda esa furia dentro sin explotar. Me escondo en el baño hasta que oigo un llanto. Salgo y, en el lavabo, la joven Pantera llora. Lo hace delante del espejo, se observa; está tan bella que yo también quiero llorar. Alguien le gritó. Pobre Pantera, aún no entiende de esta selva, aquí su poder no es poder, aquí el poder lo asignan ellos, los cobardes; tendrá que aprender las reglas, tendrá que aprender a camuflarse. Me desplomo sobre su espalda y la abrazo desde atrás, como hago con el Escritor, sin quedarme atrapada en un nudo del que no sabría salir.

Yo, mentira

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