Читать книгу Yo, mentira - Silvia Hidalgo - Страница 9

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Cada mañana y cada tarde atravieso un ejército de guardianas en la puerta del colegio. Madres y abuelas dejan a sus críos o los esperan mientras hablan de ellos con sonrisas cansadas, de su talla de pie, de las clases de inglés. Artesanas que sacan agujas de punto, una revista o juegan al Candy Crush.

Hoy espero blindada dentro del coche. Veo una cabecita buscándome desde la cancela, el pelo descuidado, demasiado rubio en las puntas, quemadas desde el último verano. Mi cuellilargo se asoma para verme, tiene ganas de crecer y yo también de que lo haga; me angustia que no conteste su nombre cuando se lo preguntan, que se salte el siete cuando cuenta hasta diez, que aún se orine alguna madrugada. No entiende que debe valerse por sí mismo, saber pedir ayuda si su madre falla, si su madre se olvida de él en el coche o lo pierde de vista en el agua.

Ha dibujado un dinosaurio, ¿sabes cuál es?, me pregunta. Tu madre no sabe nada de animales. ¿Cuándo deja uno de ser una criatura y se convierte en una persona?

Lo llevo al parque, me siento junto a las otras madres. Todas se conocen entre ellas, aunque sea la primera vez que se ven; reclutas novatas que fueron enviadas al frente con una botellita de agua y la misma misión: que coma fruta, que se duerma temprano, que vaya limpio, que no sea el peor. Saco un libro que me recomendó el Escritor, releo el mismo párrafo intentando adivinar si el autor pretende hacerme reír o llorar. El pequeño corre y explora, sólo le pido que vuelva a mí cuando grite su nombre. No lo hace, huye sin mirar atrás. Alguna veterana me cuenta que hay una distancia máxima a la que sí se dará la vuelta. Él no lo sabe o no calcula bien. Espero, valoro el terreno y evalúo el tiempo que yo tardaría en llegar hasta donde él está, pero nunca aguanto lo suficiente. Me rindo y corro hasta alcanzarlo. Le explico y protesta. Lo dejo suelto de nuevo y lo llamo. Nada. Así pasamos la tarde, sin entendernos, en una cacería donde los dos somos presas exhaustas. Oscurece y pongo fin a la instrucción. Se resiste a la retirada y le ofrezco una recompensa; entonces vuelve a mí. Le pregunto a quién quiere más, si a mamá o a la chocolatina que devora. Responde «mami loca». Me lo dice enfadado. No sé dónde ha escuchado eso, y reduzco la lista de sospechosos al Escritor, la abuela y el farmacéutico.

Cierro el libro y lo guardo sin haber salido del dichoso párrafo.

Yo, mentira

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