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CAPÍTULO 9

El Tesoro Escondido y la Perla de Gran Valor

“El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo.”

Mateo 13:44

“También se parece el reino de los cielos a un comerciante que andaba buscando perlas finas. Cuando encontró una de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.”

Mateo 13:45-46

En su serie de siete parábolas, Mateo es bastante elaborado en las primeras dos (el sembrador y la mala hierba), dando una interpretación de cada una. Las otras cinco son más cortas y acentuadas en el contenido. Las parábolas del tesoro escondido y de la perla constan de dos frases cada una; y parte de la primera frase de cada parábola es la familiar frase introductoria: “El reino de los cielos es como…” El principal punto de la parábola, por supuesto, se encuentra en la segunda frase.

Estas parábolas aparecen sólo en el Evangelio de Mateo y forman un par. Desconocemos si Jesús enseñó las dos parábolas en secuencia o si Mateo, al organizar su material las puso juntas desde el comienzo, pero el hecho es que las dos van juntas.1

Estrictamente hablando, las frases introductorias de las dos parábolas no están completamente equilibradas. En una, el reino de los cielos es como un tesoro, y en la otra, es como un comerciante. Sin embargo, no deberíamos acercarnos a las dos parábolas con una analítica mente occidental. Por el contrario, deberíamos tratar de captar el significado básico de las parábolas como las entendieron los discípulos que primero las oyeron.

Escenario

Jesús narró la parábola de un hombre que encontró un tesoro escondido en un campo. Él rápidamente lo enterró de nuevo y lleno de alegría se fue a su casa a vender todo lo que poseía para comprar el terreno.

Los niños a veces fantasean que en algún lugar o un viejo edificio o granero, encontrarán un tesoro que ha escapado de la atención de todos los demás. En nuestra sofisticada sociedad, esto es algo irreal; pensamos que tales cosas ya no suceden, aunque de vez en cuando hay descubrimientos: un joven pastor cerca del Mar Muerto encontró unos rollos de dos mil años de antigüedad; un buzo en la costa de la Florida localizó un buque español del siglo diecisiete hundido y lleno de plata y oro; y un agricultor al arar su campo en Suffolk, Inglaterra, golpeó un artefacto que contenía hermosos platos de plata de la época de los romanos.2

Un tesoro ha sido escondido en un campo. Quién lo puso allí y hace cuánto, son preguntas que no pueden ser respondidas. Sabemos que en la antigua Palestina, un país frecuentemente asolado por la guerra, la gente a menudo escondía su tesoro o parte de él en un campo más que en la casa. En una casa, los ladrones podrían encontrarlo; en un campo, el tesoro estaría más seguro. Pero si el propietario era asesinado en una guerra, él se llevaría su secreto a la tumba y nadie sabría jamás dónde habría escondido el tesoro.

El hombre que encontró ese tesoro puede haber sido un contratista o un arrendatario. Él puede haber estado arando el campo, cavando una zanja o plantando un árbol. Cualquiera que haya sido el caso, él golpeó algo enterrado que era duro y no sonaba como una roca. Él lo sacó y encontró un tesoro. No se nos dice en qué consistía el tesoro, pero el hombre estaba estupefacto. Él nunca había visto antes un tesoro tan valioso. Este podía ser suyo si él adquiría el campo.

En segundos, él hizo un plan. Rápidamente regresó el tesoro a su lugar, lo cubrió y se fue a su casa. Él sabía que el actual propietario del campo no había puesto el tesoro allí. Por lo tanto, si el propietario le vendía el campo, él tendría el tesoro en su propiedad y sería legítimamente suyo.3 Él necesitaba recursos y estaba dispuesto a vender todo lo que tenía. La gente tal vez sacudía su cabeza ante tal temeridad, pero el hombre sabía lo que estaba haciendo. Con el dinero, él compraría el campo para obtener el tesoro.

Con unos pocos trazos de su pincel verbal, Mateo pinta la parábola de la perla que Jesús narró. Un comerciante está buscando perlas y encuentra una de excepcional valor. Él va, vende todo lo que tiene y compra la perla.

En sí mismo, el relato es un paralelo cercano a la del hombre que encontró un tesoro. La misma dedicación se encuentra en las dos parábolas. Cada hombre debe tener el objeto de su deseo aun si eso le cuesta su medio de vida. Ambos hombres literalmente venden todo lo que tienen para obtener el tesoro o la perla.

En tiempos del Antiguo Testamento, aparentemente las perlas no eran conocidas, pero para el primer siglo de la era cristiana, estas se habían convertido en un símbolo de gente rica.4 Jesús le dijo a su audiencia: “no echen sus perlas a los cerdos” (Mateo 7:6), y Pablo quería que las mujeres de su tiempo se vistieran de manera modesta, “sin peinados ostentosos, ni oro, ni perlas ni vestidos costosos” (1 Timoteo 2:9). En el Libro de Apocalipsis, una voz desde el cielo dice: “Los comerciantes de la tierra llorarán y harán duelo por ella, porque ya no habrá quien les compre sus mercaderías: artículos de oro, plata, piedras preciosas y perlas” (Apocalipsis 18:11-12).

En los tiempos de Jesús y los apóstoles, las perlas tenían gran demanda. Los comerciantes tenían que ir al Mar Rojo, al Golfo Pérsico e incluso hasta la India para encontrarlas. Las perlas inferiores venían del Mar Rojo; las mejores venían del Golfo Pérsico y de las costas de Ceilán e India.5 Un comerciante tenía que viajar en su búsqueda de las perlas más grandes y mejores.

El hombre descrito por Jesús estaba buscando perlas finas. No sabemos qué tan lejos ha viajado, pero cierto día él encuentra una perla en particular y de gran valor. Para él, esta es la oportunidad de su vida. Él no estará feliz hasta que la perla sea suya. Él la observa por encima, hace toda clase de cálculos, evalúa sus activos y decide vender todas sus pertenencias para comprar esa perla perfecta.

Observemos que el comerciante no va de un pescador de perlas a otro en la búsqueda deliberada de una perla excepcional. Mientras busca perlas en el curso de sus negocios normales, él encuentra la perla más fina que jamás ha visto. Como el hombre que descubre el tesoro, el comerciante de repente ve la perla. Es una propuesta de ahora o nunca: ¡vender todo y comprar! Un típico comerciante oriental mantiene un rostro serio mientras hace la transacción. Cuando él adquiere la perla, es tiempo de celebrar.

“«¡No sirve, no sirve!», dice el comprador, pero luego va y se jacta de su compra.”

Proverbios 20:14

Aplicación

Los amigos y conocidos de los dos hombres en las parábolas deben haber sacudido sus cabezas cuando vieron que vendían todo lo que tenían. Ellos deben haberse sorprendido cuando poco después supieron cuánto los hombres habían ganado. Tenían que respetarlos, pues estos dos hombres sabían lo que estaban haciendo.

Sin embargo, los dos hombres no especulaban. No había riesgo en la compra del campo o de la perla, pues los artículos comprados mantendrían su valor. Lo que hicieron fue más sensible. Ellos habían tropezado con estos objetos sin intención e ignorarlos sería tonto. Las oportunidades se les habían presentado y todo lo que ellos tenían que hacer era adquirir el tesoro y la perla.

En la compra del campo y la perla, los dos hombres no hicieron un sacrificio, aun cuando vendieron todo lo que tenían. “Hay una diferencia básica entre el valor de una compra y un sacrificio. La compra está dirigida a adquirir un objeto de un valor equivalente. Por su parte, el sacrificio es algo que se hace sin esperar recompensa.”6 Tanto el hombre que encontró el tesoro como el que halló la perla pagaron el precio pleno de los bienes adquiridos. Ellos oyeron a la oportunidad tocar a su puerta y estaban listos para pagar el precio. Ellos dieron todo lo que tenían para obtener lo único que deseaban.

Entonces, ¿qué enseñan las dos parábolas? Padres de la iglesia como Ireneo y Agustín identificaron el tesoro y la perla con Cristo. Eso es correcto. El recién convertido en cristiano dice exactamente lo mismo: “Encontré a Cristo.” Lleno de alegría, regresa a su propio entorno, deja su estilo de vida y se consagra completamente a su Señor. Algunas personas venden sus negocios para tomar una educación teológica, buscar ser ordenados y ser comisionados como ministros o misioneros del evangelio de Cristo.

Es Cristo quien ofrece el tesoro y la perla a quienes viajan por la autopista de la vida.7 Algunos de estos viajeros están buscando. Algunos están deambulando. De repente, ellos encuentran a Jesús y hallan en Él un tesoro invaluable. Su respuesta a Jesús es de total entrega. Llenos de gozo, ellos venden todo lo que tienen para tener a Jesús. Por supuesto, la salvación es completa y gratis y no puede ser comprada. Es un don. Lo que esto significa es que Jesús exige el corazón del creyente. En palabras de un himno:

A Jesús lo rindo todo,

A Él le entrego todo;

Le amaré y en Él siempre confiaré,

Y en su presencia a diario viviré.

Lo rindo todo, yo lo rindo todo.

Todo a Él, mi bendito Salvador,

Yo lo rindo todo.

Las Parábolas de Jesús

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