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CAPÍTULO 11

El Siervo Despiadado

“Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:

—Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?

—No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces — le contestó Jesús—. Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia conmigo —le rogó—, y se lo pagaré todo.” El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad. Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió. Su compañero se postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —le rogó—, y te lo pagaré.” Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado! —le increpó—. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” Y enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía. Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano.”

Mateo 18:21-35

La Historia

¿Acaso Jesús rechaza al que se vuelve a Él en arrepentimiento y con fe? Por supuesto que no, nunca, sin importar cuán grave sea el pecado que haya cometido. Esa es nuestra respuesta y lo sabemos porque “la Biblia nos lo dice”. Pero, ¿cuántas veces debemos perdonar a nuestro prójimo? Una cosa es que Jesús perdone a quien ha cometido un crimen atroz, pero otra muy diferente es que nosotros perdonemos a nuestro prójimo que cae constantemente en el mismo pecado.

Pedro, entrenado en la Ley y los Profetas así como en la tradición judía, sabía que él tenía que perdonar a su compañero. Él conocía su deber. Pero, ¿cuál es el límite? ¿Hay límites en todo? Pedro pensaba que él debía hacerlo hasta por siete veces. Él pensaba que eso debía ser suficiente y que Jesús probablemente diría: “Sí, Pedro, eso es suficiente.” ¿Una misericordia ilimitada no animaría a una vida de pecado? Jesús no concuerda con Pedro: “¿Suficiente es suficiente?”

Pero la respuesta de Jesús fue: “No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces.” Jesús multiplica los números 7 y 10 (números que simbolizan la plenitud) y agrega otro 7, es decir, absolutamente todas las veces.1 Él transmite la idea de lo infinito. La misericordia de Dios es tan grande que no puede ser medida; así que como usted, Pedro debería igualmente mostrar misericordia a su prójimo.

Para explicar la magnitud del amor perdonador de Dios que debe reflejarse en su pueblo, Jesús enseña la parábola del siervo despiadado y la narra muy bien.

En cierta ocasión, un rey llamó a todos sus oficiales (siervos) para ajustar cuentas.2 Uno de ellos le debía la asombrosa suma de 10.000 talentos, una cantidad equivalente hoy a millones de dólares. De hecho, la palabra para 10.000 tiene un significado básico subyacente de que es algo indescriptible, incontable e infinito.3 Más aún, en aquellos días, el talento era la mayor denominación en el sistema monetario. Por comparación, los ingresos anuales de todo el reino de Herodes el Grande eran de ٩٠٠ talentos. Las áreas de Judea, Idumea y Samaria pagaban anualmente ٦٠٠ talentos en impuestos; Galilea y Perea pagaban ٢٠٠ talentos; y Batanea junto con Traconite y Auranitis pagaban ١٠٠ talentos.4 Un ministro de finanzas responsable de un área mucho más grande que la de Herodes, tendría que pagar la renta de 10.000 talentos.

Claramente, el ministro de finanzas debía a su amo una tremenda suma. No se nos dice lo que él hizo con el dinero; eso no es importante aquí. Él debía la suma de 10.000 talentos y tenía que pagar. Él sabía que nunca tendría todo ese dinero.

Cuando se presentó ante su amo, él oyó el veredicto: él, su esposa, sus hijos y todas sus posesiones serían vendidas para pagar la deuda. Eso era demasiado para él, así que se arrojó a los pies del soberano, clamando por misericordia y gritando: “Tenga paciencia conmigo, y se lo pagaré todo.” Él clamó por misericordia, no por remisión. Él prometió restitución, sabiendo que no podía hacer más que comenzar. En respuesta, él recibió lo que al menos esperaba: absolución. Su amo tuvo lástima de él, canceló la deuda y lo dejó ir.5 ¡Increíble! ¡Qué alegría! ¡Qué gentileza!

Este es sólo el primer acto de la historia.6 El segundo acto es similar al primero: el ministro de finanzas se convirtió en amo y se encontró con otro funcionario del rey.

Al descender los peldaños del palacio real, el funcionario público absuelto encontró a uno de sus compañeros que le debía la suma de cien denarios. Realmente, eso no era nada; unos pocos días de trabajo y él habría podido pagarlo. Pero el funcionario público agarró al hombre por el cuello y exigió el pago inmediato. “¡Págame lo que me debes!”7 El deudor se arrojó a los pies del ministro de finanzas y le rogó: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Él no tuvo que decir, “se lo pagaré todo” pues la cantidad era tan pequeña que era más que evidente que él le pagaría todo. Pero el ministro de finanzas rechazó la súplica de su compañero, enviándolo a prisión, esperando que alguien pagara la fianza para cancelar la deuda.

El tercer acto involucra a los testigos del segundo acto y es la segunda y última confrontación del rey y el funcionario público.

Nada fue hecho de manera encubierta; los secretos del palacio eran difíciles de mantener. Otros vieron lo que había pasado y no pudieron guardarlo para ellos mismos. Ellos tenían que contárselo al rey, quien al escuchar la historia, se puso furioso e hizo llamar al funcionario público y lo reprendió. “¡Siervo malvado! Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” Con eso, el rey lo entregó de nuevo a los carceleros para que lo torturaran hasta que toda la deuda fuera cancelada.8

La conclusión es que cada persona que ha experimentado el perdón debe estar lista para perdonar a cualquiera que esté en deuda con él y hacerlo de todo corazón.

La Lección

Esta impresionante historia, narrada con colorido detalle, acentúa el contraste entre el infinito amor y misericordia de Dios y el mezquino comportamiento del hombre que intenta justificarse basado en la ley. Jesús usa esta parábola para decirle a Pedro algo acerca del amor perdonador de Dios hacia el hombre pecador. El pecado del hombre es tan grande, que Él tiene que perdonarlo infinitamente más de setenta veces. La inmensa misericordia de Dios simplemente no puede ser medida. Sólo la puede imaginar vagamente al oír la historia del funcionario público que le debía a su amo una suma que rondaba los millones.

Aunque la palabra justicia no se encuentra en la parábola, los conceptos expresados son los de misericordia y justicia. Estos son conceptos bíblicos debido a que repetidamente se expresan en el Antiguo Testamento, especialmente por los salmistas y los profetas.9

“La misericordia y la justicia cantaré;

a Ti, oh Señor, cantaré alabanzas.”

Salmo 101:1

Los judíos sabían muy bien que ellos tenían que ejercitarse en la misericordia y la compasión. Dios les dijo expresamente: “Si uno de ustedes presta dinero a algún necesitado de mi pueblo, no deberá tratarlo como los prestamistas ni le cobrará intereses. Si alguien toma en prenda el manto de su prójimo, deberá devolvérselo al caer la noche. Ese manto es lo único que tiene para abrigarse; no tiene otra cosa sobre la cual dormir. Si se queja ante mí, yo atenderé a su clamor, pues soy un Dios compasivo” (Éxodo ٢٢:٢٥-٢٧).10 Y la justicia era expresada en variadas maneras. Por ejemplo, las exigencias del Año del Jubileo eran impresionantes, pues durante ese año, la tierra perteneciente a los dispersados era devuelta a su propietario original. Incluso quienes habían sido vendidos como esclavos recibían su libertad.11 En resumen, los judíos de los tiempos de Jesús sabían que la misericordia y la justicia no podían ser tratadas separadamente, pues están interrelacionadas.

Es por esta misma razón que Jesús narra la parábola del siervo despiadado. Él enseña que el ejercicio de la misericordia no es un escenario ocasional apartado de la justicia. Jesús muestra que la misericordia y la justicia van juntas. Muy a menudo percibimos la justicia como la norma que debe ser aplicada rigurosamente y la misericordia, como un abandono ocasional de esa norma. Ejercemos esta opción como un “derecho”, y frecuentemente somos elogiados por mostrar indulgencia.12 Reconocemos que la justicia tiene una predisposición a la misericordia, pero generalmente, esta no se muestra con frecuencia.

Sin embargo, en tiempos del Antiguo Testamento, Dios instruyó a su pueblo para considerar la misericordia y la justicia como normas iguales. Ambas deben ser operativas y funcionales, pues reflejan cómo Dios trata a su pueblo. Sin embargo, con el tiempo, el énfasis cambió. Los escritos del período intertestamentario proclaman que en el día del juicio, la justicia prevalecerá y la misericordia cesará. “Luego el Altísimo será visto en el trono del juicio, y no habrá misericordia y paciencia. Sólo el juicio permanecerá” (2 Esdras 7:33-34, Apócrifo).

Aplicación

En nuestra sociedad, en ocasiones hemos insistido en la misericordia a expensas de la justicia. El cuidado del criminal ha llegado a tal punto que los “derechos” del ofensor son observados escrupulosamente, mientras que los derechos del ofendido son completamente ignorados. La Escritura no enseña que la misericordia elimina la justicia o que la justicia anula la misericordia. Las dos son normas igualmente válidas.

¿Cómo Jesús le muestra a Pedro que debe perdonar a su prójimo las veces que sean necesarias? Él narró la historia del hombre cuya deuda era abrumadoramente grande y que cuando se le estaba administrando justicia, pidió misericordia. Su amo canceló la deuda y mostró una misericordia infinita. El hombre fue puesto en libertad y pudo retener a su esposa, a sus hijos y sus posesiones.13 ¡Él estaba libre de deudas!

Jesús no narró la historia de un hombre que continuamente, día tras día, se aparece delante de su amo a pedir perdón por los pecados que él comete repetidamente. En lugar de eso, para expresar nuestra deuda con Dios, Él enseña la historia del hombre que tenía una tremenda deuda con su amo. “Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente? Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido” (Salmo 130:3-4). La desesperación del hombre se revela cuando se presenta ante su Dios.14 Su pecado es abrumador porque él ha transgredido la Ley de Dios. Él merece la muerte, pero sabe que Dios es un Dios de misericordia. Cuando David desobedeció a Dios al realizar el censo en Israel y Judá, Dios le dio tres opciones: tres años de hambruna, tres meses de persecución o tres días de pestilencia. David respondió: “¡Estoy entre la espada y la pared! —respondió David—. Pero es mejor que caigamos en las manos del SEÑOR, porque su amor es grande, y no que yo caiga en las manos de los hombres” (2 Samuel 24:14; 1 Crónicas 21:13). Dios le reveló a David su pecado, le entregó el veredicto, esperó su respuesta y mostró misericordia.

En el segundo acto de la historia, Jesús muestra que el hombre perdonado debe reflejar la misericordia y la compasión de Dios. Si Jesús no hubiera descrito al funcionario público de rodillas clamando por misericordia y sólo hubiera contado la segunda mitad de la historia, en la que el hombre forcejeaba con su compañero para que le pagara su deuda, habría dicho que la justicia prevalecería aunque la medida puede parecer severa.15 Pero al hombre se le había perdonado una enorme deuda y ahora él enfrentaba a un compañero que, debiéndole una minucia, pidió misericordia. ¿Lo perdonaría?

Corrie ten Boom, reconocida conferencista y autora estuvo prisionera en un campo de concentración alemán durante la II Guerra Mundial, donde sufrió mucho por causa de uno de los guardias alemanes. Años más tarde, ella dio testimonio de su gozo en el Señor un día, en un encuentro en la Alemania de la post-guerra. Después del encuentro, mientras la gente estaba hablando con ella, ese mismo guardia alemán se le acercó y le pidió que lo perdonara. En un instante ella lo reconoció y recordó el dolor y la angustia que le había infligido ese guardia de la prisión. Ahora él estaba parado frente a ella buscando misericordia. Y él, que no lo merecía, recibió el perdón. ¡La misericordia triunfó!

El funcionario público descrito en la parábola, no perdonó, sino que aplicó el principio de justicia sin misericordia. En lugar de dejar que la misericordia triunfara, él escogió el triunfo de la justicia. Ese fue su error. Santiago escribe: “porque habrá un juicio sin compasión para el que actúe sin compasión” (2:13). El funcionario rehusó a reflejar la misericordia que su amo había tenido con él. Como él no tuvo misericordia con su compañero sino que demandó justicia, tuvo que enfrentar a su amo el rey una vez más. Al demandar justicia, el funcionario se apartó de su amo y de su compañero.16

En el último acto de este drama, el funcionario no perdonado enfrenta a un amo enojado. Lo que el sirviente había hecho a su deudor, el amo ahora se lo hace a él: la justicia es administrada sin misericordia. El funcionario se había condenado a sí mismo a una miseria eterna.

Dios no puede pasar por alto un rechazo a mostrar misericordia, pues esto es contrario a su naturaleza, su Palabra y su testimonio. Dios perdona al aceptar al pecador como si él nunca hubiera pecado. Dios perdona la deuda del pecador y no recuerda más su pecado (Salmo 103:12; Jeremías 31:34). Y Dios espera que el pecador perdonado haga lo mismo. Por tanto, él representa a Dios al mostrar la divina característica de la gracia perdonadora.

La conclusión de la parábola no se expresa en palabras desconocidas. Cuando Jesús enseñó la Oración del Señor, Él dijo: “Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas” (Mateo 6:14-15).17

Las Parábolas de Jesús

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