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El pasado dentro del pasado

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—Llegó sin vida. —Pálido, macilento, en los ojos de Nacho señales de haber llorado.

—Traté de seguirte. Marina, la chica que me acompañaba, pensó que no era prudente —mentí, una costra oscura se atascaba en la garganta.

—No me dejan verlo ni sé si me permitirán llevarlo para unas exequias —dice. También él tiene algo clavado en la garganta—. Un entierro decoroso. Estaba preparado para recibir la noticia, era mayor, pero ahora me parece demasiado pronto, cruel, estar hablando en pasado.

Curioso, Nacho habla con el sentimiento que debiera expresar yo, si se tratara realmente de mi padre. Mi padre, unas palabras que en la boca de cualquier humano resuena con hechura de realidades, abrazos, o al menos presencia.

—Te voy a ayudar con los trámites —digo, escuchando mis palabras como si fueran de otro, las de ese desconocido, tal vez.

Busco en Google la página de funerarias. Un listado de empresas agrega al servicio de sepelio, resolver el trámite de “fallecidos por causa de la pandemia”; la página adjunta la nómina de obras sociales con las que tienen acuerdo.

Le muestro la pantalla con la nómina a Nacho.

—Todo resuelto, solo tenés que llamar a alguno de estos lugares.

Nacho mira como si escuchara un eco desde el paso del valle hacia una montaña; una expresión de vacío que se me fijó de las películas; me refugiaba en el calorcito de las salas de los cines para secarme de la lluvia o sacudir la modorra en el calor de la siesta en verano, en algunos los acomodadores me conocían y me dejaban pasar, a cambio me pedían que les consiguiera alguna chuchería para los cumpleaños de la esposa o la madre; les gustaba que los saludara al encontrármelos en los colectivos, en realidad los reconocía por el olor a moho, a encierro, que les quedaba prendido a la ropa.

Uno de ellos se inició en el comercio con un proveedor que le presenté, no lo he visto en mucho tiempo, es probable que ya no trabaje en las salas de cine, sé que progresó por las noticias que me trasmitió aquel comerciante en importados.

Qué hago en ese lugar. No sé qué contestar a las preguntas de Nacho. Releo mensajes para no dormirme.

Recibo una tira de los recientes, Marina no deja de fastidiar.

—Contestá una línea al menos, que estás bien.

Si está tan segura de que me siento bien para que necesita que le conteste. Ha pasado del conejo al análisis; ganas de apagar el teléfono, pero tengo que esperar la respuesta de la funeraria.

—Una pared —dice Nacho—, una dura pared entre la vida y la muerte. Angustia pasar esa pared; puedo imaginarlo tratando de tocar una pared dura y fría; los muros no reconocen la tibieza de la mano. Cuánta soledad, tío Eneas, no sé qué duele más, si mi impotencia o su partida, el estar yéndose sin que pudiera tomarlo de la mano para que no sea tan duro saltar la orilla.

Caminar sobre su sombra

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