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Capítulo 3

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Patience se juró que jamás volvería a quejarse de su madre. Y no es que lo hiciera mucho, pero a veces era difícil compartir casa. Esa noche, sin embargo, Ava había demostrado ser toda una maestra a la hora de sacarle información a alguien.

Para cuando habían retirado los platos y el postre estaba servido, Justice ya había escupido casi todos sus secretos. Había pasado diez años en el ejército antes de meterse en el sector de la seguridad privada. No se había casado nunca y no tenía hijos. Había estado a punto de comprometerse una vez, había vivido por todo el mundo, pero no tenía ningún sitio al que llamar «hogar», y había pospuesto encontrar una casa o un apartamento en Fool’s Gold al preferir vivir en un hotel hasta que el negocio estuviera en marcha y prosperando.

Patience se había limitado a escuchar. El amable interrogatorio de su madre había sido mejor que una función de teatro y había podido disfrutar tanto del espectáculo como de las vistas.

Desde su previo encuentro en la peluquería, Justice se había cambiado el traje por unos vaqueros y una camisa de manga larga. Le gustaba cómo la llenaba, era puro músculo, pura fuerza, sin duda fruto de una condición física excelente. Imaginaba que el negocio de los guardaespaldas lo requería.

Mientras lo observaba al hablar, se fijó en dos pequeñas arruguillas alrededor de los ojos y en cómo su expresión era más cauta de lo que recordaba. Además, cayó en la cuenta de que el último hombre que había pisado su casa había sido un fontanero y, antes que él, el chico que les había instalado la televisión por cable. Ava no había tenido muchas citas después de que su marido la hubiera abandonado. No tenía intención de seguir los pasos de su madre en ese terreno, pero, aun así, ahí estaba, acercándose a los treinta y soltera crónica.

Justice era la clase de hombre que podía alborotar hasta al más casto de los corazones y Patience debía admitir que, por su parte, la castidad había estado motivada por las circunstancias, no por su propia elección. Así que si su guapísimo y algo peligroso amor de juventud daba el primer paso, ella accedería tan contenta. Justice parecía la clase de hombre que podía curar prácticamente cualquier mal femenino siempre, claro estaba, que ella tuviera el cuidado de no involucrarse demasiado emocionalmente.

Suponía que hoy en día debería estar más que dispuesta a ser ella la que diera el primer paso, que debería actualizarse un poco, pero no era su estilo. Nunca había sido especialmente valiente, y ahora que estaba acompañando a Justice hasta el porche delantero no sentía ninguna ráfaga de valor repentino.

—¿Sigues adorando a mi madre a pesar de todo? —le preguntó al cerrar la puerta por si a él se le ocurría darle un beso de buenas noches. Cosa que debería hacer, por otro lado. Estaba haciendo todo lo posible por mandarle ese mensaje telepáticamente a pesar de no tener ningún poder psíquico.

Justice se sentó en la baranda del porche y asintió.

—Es muy buena. Voy a proponerles a Ford y a Angel que la contratemos para impartir las clases de interrogatorios.

Patience sonrió.

—Es un don y hace uso de él. Creo que la gente se piensa que yo fui una niña buena por naturaleza, pero no es verdad en absoluto. Lo fui porque sabía que mi madre podía hacerme confesar si sospechaba que había hecho algo malo —se apoyó contra el poste y sonrió—. También me sirve para mantener a Lillie a raya.

Justice sonrió.

—Lillie es genial. Eres afortunada de tenerla.

—Estoy de acuerdo.

Su sonrisa se desvaneció.

—¿Puedo preguntarte por su padre?

—Puedes y hasta te responderé —se encogió de hombros—. Ned y yo nos casamos porque me quedé embarazada. Era joven y estúpida.

—¿Lillie tiene diez años?

—Ajá. Te haré las cuentas. Yo tenía diecinueve cuando nació. Ned era un chico con el que salía. Estaba aburrida y no sabía lo que quería en la vida, y una cosa llevó a la otra. Me quedé embarazada y él hizo lo correcto y se casó conmigo. Seis meses después, se largó con una pelirroja cuarentona que tenía más dinero que sensatez. Lillie tenía tres semanas.

La expresión de Justice se endureció.

—¿Te pasa la manutención?

Se concedió la ilusión de creer que Justice iría a por Ned si le decía que no le pagaba y resultó una fantasía muy gratificante.

—No tiene que hacerlo. Renunció a sus derechos a cambio de no tener que mantenerla. Creo que yo salí ganando. No habría sido constante y eso le habría hecho mucho daño a Lillie.

—El dinero te habría venido bien.

—Tal vez, pero vamos tirando. Nunca podré ahorrar lo suficiente para abrir el Brew-haha, pero podré soportarlo.

Él se puso derecho.

—¿Qué?

Patience se rio.

—Brew-haha. Así llamaría a mi cafetería. Hasta he diseñado el logo. Es una taza de café con corazoncitos y «Brew-haha, Ooh la-la» escrito.

Él contuvo la risa y ella se llevó las manos a las caderas.

—Disculpa, pero ¿te estás riendo de mi negocio?

—Yo no.

—Te parece un nombre ridículo.

—Creo que es perfecto.

—No estoy segura de poder creerte. Juego a la lotería casi todas las semanas y cuando gane vas a ver lo genial que es ese nombre.

—Espero que ganes.

Tal vez era cosa de su imaginación, pero juraría que Justice estaba acercándose. Su intensa mirada azul se clavó en la suya. La noche era tranquila y de pronto notó que le costaba respirar.

«Bésame», pensó todo lo alto que pudo.

Pero Justice no la besó. Simplemente se quedó mirándola, lo cual la puso nerviosa. Y cuando estaba nerviosa, hablaba mucho.

—Me alegra que hayas vuelto —murmuró—. Que hayas vuelto a Fool’s Gold.

¡Arg! ¿En serio había dicho eso? ¡Estaba claro que había vuelto a Fool’s Gold!

—Y a mí me alegra estar de vuelta. Tu amistad significó mucho para mí.

—Para mí también significó mucho.

Él se acercaba más y más... hasta que se levantó.

—Debería volver al hotel —dijo echándose a un lado y empezando a bajar las escaleras—. Gracias por la cena.

Patience lo vio marchar. Tal vez tendría que haberle respondido, haber pronunciado alguna frase socialmente correcta, pero lo único en lo que podía pensar era en que Justice Garrett le debía un beso y en que tenía que encontrar el modo de reclamárselo.

La noche siguiente Patience estaba subiendo las escaleras de casa. Le había tocado trabajar hasta tarde y por eso ya eran casi las siete. En esos casos, su madre se ocupaba de prepararle la cena a Lillie y de ayudarla con los deberes, lo cual hacía que ese turno no le resultara muy complicado. Sabía que era afortunada y que muchas madres divorciadas no tenían ese apoyo.

Abrió la puerta principal y estaba a punto de decir que había llegado cuando vio a su madre hablando por teléfono. Ava parecía seria y preocupada y ninguna de esas cosas era buena. Patience soltó el bolso sobre la mesa junto a la puerta y subió a la habitación de su hija.

Lillie estaba acurrucada y leyendo en la cama.

—Ey, cielo —le dijo al entrar y sentarse en la cama.

—¡Mamá! —Lillie soltó el libro y se echó a sus brazos—. Ya estás en casa.

—Sí, aquí estoy. ¿Cómo te ha ido el día?

—Bien. El examen de Matemáticas era fácil. Mañana vamos a ver un vídeo sobre gorilas y hemos cenado tacos.

Patience la besó en la frente y se la quedó mirando a los ojos.

—Veo que has hablado muy por encima del examen de mates.

Lillie sonrió.

—Si estudio, los exámenes me resultan más fáciles que si no lo hago.

—Ajá. Y eso significa que yo tenía...

—Razón —farfulló su hija—. Tenías razón.

Patience la abrazó de nuevo.

—Eso siempre será verdad.

—Te encanta llevar la razón.

—Y me encanta más todavía cuando lo dices —miró hacia las escaleras—. ¿Sabes con quién está hablando la abuela?

—No.

Bueno, suponía que ya se enteraría cuando su madre colgara.

—Voy a prepararme una ensalada. ¿Quieres algo?

—No, gracias —respondió la niña agarrando de nuevo el libro.

Patience volvió a bajar y entró en la cocina. Podía oír la voz de su madre, pero no la conversación. Abrió la nevera y sacó la carne de los tacos que había sobrado. Para cuando su madre había colgado, ya se había preparado una ensalada y estaba llevándola a la mesa.

—Lo siento —dijo Ava al entrar en la cocina—. Era mi prima Margaret —se sentó frente a su hija.

Patience pinchó la ensalada y masticó.

—Vive en Illinois, ¿no? —preguntó al tragar.

Su madre tenía parte de familia en el Medio Oeste. Patience apenas los recordaba de cuando habían ido de visita siendo ella niña, pero en los últimos años no habían tenido mucho contacto. Intercambiaban las felicitaciones de rigor en Navidad y cumpleaños, pero no mucho más.

—Sí. Margaret y mi «tiastra», su madre. Es complicado.

Patience la miró, consciente de que había sucedido algo. Ava estaba sonrojada y no podía dejar de mover las manos.

—¿Estás bien?

—Muy bien —empezó a sonreír y después sacudió la cabeza. Hizo ademán de levantarse, pero volvió a sentarse de golpe—. La tía abuela Becky ha muerto.

—¿Quién?

—La tía abuela Becky. La madre de mi «tiastra». No era teóricamente pariente mía, o al menos no que yo sepa. Nos escribíamos de vez en cuando. La conociste una vez. Tenías cuatro años.

Patience soltó el tenedor.

—Siento que haya muerto. ¿Estás bien?

—Estoy triste, por supuesto. Pero no la vi muchas veces. Nos visitó cuando eras pequeña —sonrió—. A ti te encantaba. Desde el segundo en que la viste no pudiste apartarte de ella. Querías que te llevara en brazos, querías sentarte en su regazo. Cuando se levantaba, la seguías de habitación en habitación. Era muy dulce verte.

—O irritante, si a la tía abuela Becky no le gustaban los niños.

Ava se rio.

—Resultaba que estaba tan encandilada contigo como tú con ella. Prolongó su visita y las dos llorasteis cuando finalmente se marchó. Siempre decía que volvería, pero nunca pudo ser.

—Ojalá pudiera recordarla —tenía vagos recuerdos de una mujer alta, aunque podría haber sido cualquiera—. ¿Quieres que les envíe una tarjeta de condolencias?

—Si quieres... La cuestión es que la tía Becky te ha dejado algo de dinero. Una herencia.

—¡Oh! —eso sí que era inesperado—. ¿Es que no tenía hijos?

—Una hija. Ya te he dicho que era la madre de mi «tiastra». La tía abuela Becky era muy rica, así que sus familiares más directos están muy bien acomodados. No tienes que preocuparte por eso —se inclinó hacia delante y le agarró las manos—. Te ha dejado cien mil dólares.

Patience se quedó mirando a su madre. Oyó como un zumbido y, de haber estado de pie, se habría caído redonda al suelo. Sintió como si la habitación se moviera ligeramente a la izquierda.

—Cien...

—Mil dólares. Has oído bien.

Era una cifra demasiado grande. No. ¡Era enorme! Imposible de asimilar. Para ella era como todo el dinero del mundo.

—Margaret quería que supiera que el abogado que está llevando el tema de la herencia te llamará por la mañana. Tiene el cheque firmado y listo para entregártelo.

Patience se llevó una mano al pecho.

—Creo que no puedo respirar.

—Lo sé.

—Podremos saldar la hipoteca.

—No quiero que te preocupes por eso.

Patience sacudió la cabeza.

—Mamá, has estado cuidando de mí toda mi vida. Quiero saldar la hipoteca. Y después meteré dinero en la cuenta de la universidad de Lillie —se mordió el labio.

Y aun después de todo eso, le quedaría dinero de sobra. Tal vez unos veinticinco mil dólares. Y contando con guardar un poco para imprevistos y malas rachas, seguiría teniendo suficiente para...

Ava asintió.

—Lo sé. Yo también he pensado en eso.

—La cafetería.

—Sí. Podríamos hacerlo.

Patience se levantó y corrió arriba. Cuando llegó a su dormitorio, abrió el último cajón de su pequeño escritorio situado bajo la ventana y sacó una carpeta. Era su plan de negocio, el mismo en el que llevaba años trabajando.

Volvió a la cocina y extendió los papeles.

Todo estaba ahí. El coste del alquiler, el presupuesto para alguna que otra reforma, para suministros y para publicidad. Tenía proyecciones de costes, estimaciones de ingresos y un estado de ganancias y pérdidas.

—Podríamos hacerlo —dijo con la respiración entrecortada—. Aunque iríamos un poco justas.

—Yo tengo algunos ahorros y me gustaría invertir en el negocio. Así seríamos socias.

—Lo somos pase lo que pase.

—Quiero hacerlo, Patience. Quiero que abras ese negocio y quiero ayudarte.

Patience volvió a su silla.

—Estoy aterrorizada. Tendría que dejar mi trabajo con Julia para hacerlo —lo que implicaba renunciar a la seguridad de un sueldo regular. También tendría que hacerse cargo del alquiler y de contratar empleados.

El estómago le daba vueltas. Soñar era mucho más sencillo que enfrentarse a la posibilidad de intentarlo y fracasar. Pero a la vez que se preguntaba si podría hacerlo, sabía que no tenía elección. Le habían dado la oportunidad de su vida y el obsequio de la tía Becky se merecía mucho más que tener miedo.

—¿Quieres hacerlo? —le preguntó a su madre.

—Totalmente.

—Pues entonces lo haremos —respiró hondo—. Llamaré a Josh para ir a ver lo antes posible el local al que le había echado el ojo. Una vez sepamos si es el lugar adecuado, podremos seguir adelante con esto.

Se levantó y su madre hizo lo mismo. Se miraron.

—¡De verdad vamos a hacerlo! —dijo riéndose.

—¡Sí!

Se abrazaron y empezaron a dar saltos. Lillie apareció en las escaleras.

—¿Qué pasa?

—Vamos a abrir la cafetería —dijo Patience alargando el brazo para que su hija se uniera a ellas.

—¿En serio? ¿Vas a llamarlo el Brew-haha?

—¡Sí!

—¿Y puedo ayudar?

—¡Sí!

Se abrazaron, saltaron, gritaron y bailaron. Y cuando estaban agotadas, pero seguían sonriendo, Ava les indicó que la siguieran.

—Esto se merece un helado. Vamos a por unos helados con chocolate caliente.

Patience se rio.

—Siempre he admirado tu estilo, mamá.

—¿Justice?

Se giró al oír su nombre. Patience estaba al otro lado de la calle saludándolo.

Verla, ver esos vaqueros ciñéndose a sus curvas, esa camiseta de un gato con un martini en una pezuña, y esa melena larga y ondulada sacudiéndose con el viento hizo que un cosquilleo le recorriera el estómago. Y un poco más abajo. Su sonrisa lo hizo sonreír y su entusiasmo lo alcanzó.

En los quince años que llevaban separados nunca la había olvidado, ni siquiera a pesar de haberse preguntado si estaba recordando más de lo que había existido en realidad. Y ahora que la veía prácticamente bailando en la acera, mientras él cruzaba para acercarse, supo que había pasado por alto el detalle principal: que en la vida real, Patience era mucho más apasionante que en cualquiera de sus recuerdos.

—¿Sabes qué? —le preguntó cuando él llegó a su lado. Lo agarró del brazo y literalmente empezó a saltar—. ¡Adivina! ¡Adivina! —le agarraba con fuerza los bíceps y sonreía—. Jamás lo adivinarías, así que te lo voy a decir.

Sus ojos marrones resplandecían de emoción y tenía la piel sonrojada. Parecía alguien a quien acababa de tocarle la lotería... o a quien habían besado apasionadamente. De pronto, se vio deseando lo primero y pensando que, si era lo último, tendría que hablar muy seriamente con alguien.

—¡Mi tía abuela Becky ha muerto!

—¿Y eso es bueno?

—Oh —dejó de saltar—. Tienes razón. Está claro que no me alegro de su muerte. Al parecer, vivió una vida larga y muy feliz.

—¿No la conocías?

—La conocí cuando tenía cuatro años. No la recuerdo, pero al parecer la quería mucho. Y ella a mí también y era una mujer tremendamente generosa —se detuvo expectante—. ¡Me ha dejado cien mil dólares!

Él sonrió.

—¿Así que de eso se trata?

Ella empezó a saltar de nuevo.

—¿Te lo puedes creer? ¡Cien mil dólares! Es mucho dinero. Mi madre y yo estuvimos hablando anoche. Puedo saldar la hipoteca y reservar dinero para la universidad de Lillie.

Se inclinó hacia él y su aroma a vainilla y a flores lo alcanzó.

—Soy peluquera. Adoro a mis clientes, pero hay tipos que me dan cincuenta centavos de propina. Así me era imposible ahorrar para los estudios de Lillie. A mi madre le va bien como programadora de software, pero su seguro médico es muy caro y no cubre algunos de sus medicamentos. Me ayuda, pero también tiene que mantenerse. Este dinero supone seguridad para las tres. Jamás pensé que pudiera llegar a tenerlo.

Le soltó el brazo y dio una vuelta sobre sí misma.

—¿Y sabes lo mejor?

Él sacudió la cabeza, agradecido de no tener que hablar porque, teniendo a Patience bailando a su alrededor, su cerebro no funcionaba bien y otras partes de su cuerpo estaban empezando a tomar el control. El deseo comenzó a palpitar al ritmo de su corazón, y de no haber estado en un lugar público en mitad de Fool’s Gold, la habría tomado en sus brazos y la habría besado. Después... habría hecho mucho más.

—Me va a quedar dinero.

Él tardó un segundo en seguir la conversación.

—¿De la herencia?

Patience asintió enérgicamente.

—Mira.

Señaló al otro lado de la calle donde se veía un escaparate de un local vacío.

—¿No es perfecto?

El edificio no era demasiado especial; una puerta, ventanas y espacio dentro, pero sabía que esa no era la cuestión. Para Patience era su sueño.

Él también iba a abrir un negocio porque le parecía que era el siguiente paso que debía dar; sin embargo, por mucho que pensara que iba a tener éxito y por mucho que fuera a disfrutar con ese trabajo, no era ningún sueño. No se permitía soñar.

—Es perfecto —le respondió, disfrutando de ver cómo ella contemplaba el local como si se tratara de algo mágico.

—Sé exactamente cómo va a quedar. Ya tengo mi plan de negocio diseñado. Me he esforzado mucho por prepararlo todo y por ahorrar, pero lo cierto es que nunca pensé que fuera a tener la oportunidad.

Él alargó el brazo y le apretó la mano.

—Me alegro muchísimo por ti. Felicidades.

—Gracias —respondió ella entrelazando sus dedos—. Ven conmigo. He quedado con Eddie ahora mismo. Va a dejarme pasar para que pueda ver el local por dentro.

Sus resplandecientes ojos marrones lo animaron a asentir.

—Claro.

Patience respiró hondo y se acercó.

—Intentaré controlarme para no soltar los típicos grititos agudos de chica. Vivo con una niña de diez años y sé lo estridentes que pueden resultar.

—Puedes chillar todo lo que quieras. Esto es algo emocionante.

—Lo sé.

Le agarró la mano con las dos suyas, pero Justice ni se inmutó, al suponer que si le decía algo, ella se apartaría avergonzada, y eso era lo último que él quería. Su entusiasmo le recordaba que en el mundo aún quedaba mucha alegría y esa era una lección que necesitaba.

Patience iba tirando de él mientras cruzaban la calle.

—Está claro que la ubicación es fabulosa —le dijo prácticamente vibrando de entusiasmo—. Mira. Estamos justo al otro lado del parque y en la zona por donde pasan los desfiles cuando hay fiestas, lo que significa que estamos accesibles para los turistas y para los locales. Me encantaría estar cerca de la librería de Morgan, pero está justo al otro lado de la esquina de ya sabes dónde.

—¿Ya sabes dónde?

Patience miró a su alrededor como asegurándose de que no había nadie cerca que pudiera oír su conversación.

—La otra cafetería —susurró—. Los quiero y me siento un poco culpable por lo que estoy a punto de hacer.

—La otra cafetería... ¿Te refieres al Starbucks?

—Shhh —dijo agitando la mano que tenía libre—. No lo digas.

—¿Por qué no?

—No lo sé. No quiero herir sus sentimientos.

—¿Crees que ese establecimiento está triste por esto? —preguntó suavizando el tono—. Ya sabes que son una empresa multimillonaria. Seguro que no les pasa nada.

Ella se detuvo un segundo y asintió.

—Tienes razón. ¡Adiós a mi sentimiento de culpa! —tocó uno de los ventanales—. ¿Qué te parece?

—Es muy bonito.

Ella se rio.

—Ya lo sé, no es más que un local vacío, ¿verdad? Pero aquí hay mucho más. En cuanto Eddie nos deje entrar, te lo enseñaré.

—¿Eddie?

Antes de que Patience pudiera darle los detalles, una mujer más mayor dobló la esquina. Tendría unos setenta años y el pelo corto, blanco y rizado. Llevaba un chándal de velvetón color chillón y unas deportivas.

—Me alegra que no me hayas hecho esperar —dijo mientras sacaba la llave del gran bolso de mano que llevaba y la introducía en el cerrojo—. Tengo que ayudar a Josh a hacer entrevistas. Ese hombre no es capaz de conservar a sus empleados. No deja de hablar de sueños y de hacer lo que es correcto, y entonces les llena la cabeza de ideas sobre unirse a los cuerpos de paz o trabajar para organizaciones benéficas. Sí, sin duda están salvando el mundo, pero yo no dejo de formar a gente nueva.

Se detuvo y lo miró.

—No nos han presentado.

—Justice Garrett —dijo él apartándose de Patience y estrechándole la mano.

La mujer batió las pestañas al responder:

—Eddie Carberry. Eres muy guapo.

—Gracias.

—¿Soltero?

Esa mujer era incapaz de guardarse lo que pensaba y antes de que él pudiera procesar la pregunta, Patience se situó entre los dos.

—Lo siento, Eddie, está conmigo.

Eddie suspiró.

—Los buenos siempre están pillados —giró la llave y abrió la puerta.

—Tómate tu tiempo para echar un vistazo. Yo voy a volver a la oficina. Llámame cuando hayas terminado de verlo todo. Volveré y cerraré —lo miró—. Si cambias de opinión...

Él se aclaró la voz.

—Ha sido un placer conocerla, señora.

La mujer le tocó el brazo ligeramente.

—Llámame «Eddie» —se giró hacia Patience—. Josh quiere que te quedes con el local. Te dejará un buen alquiler, ya sabes lo mucho que apoya los nuevos negocios en el pueblo. Es un buenazo; me parece un milagro que pudiera llegar a hacerse tan rico —se acercó a Patience—. ¿Has comprobado su...?

—Sí —le susurró Patience interrumpiéndola—. Tal vez deberías volver a la oficina.

—Sí que debería. Llámame cuando termines.

—Lo haré.

Justice vio a la mujer marcharse. No había muchas situaciones en las que llegara a sentirse incómoda, pero esa había sido una de ellas.

—¿Estaba intentando...?

—¿Sugerirte que no le importaría tener un rollo contigo? —le preguntó Patience con los ojos brillantes de diversión—. ¡Claro! Eddie y su amiga Gladys se creen grandes entendidas en hombres guapos. Sobre todo en hombres guapos y desconocidos. Así que si te interesa, dímelo y te doy su número.

—Muy graciosa.

Ella sonrió.

—Antes he actuado sin pensar. Ya sabes, cuando he dicho que estábamos juntos. Porque puedo decirle que solo somos amigos. Eddie es muy dulce. Lleva años trabajando para Josh.

Justice supuso que ese hombre desconocido para él sería un tema de conversación más seguro.

—¿Josh?

—Josh Golden. Es un antiguo ciclista. Muy famoso.

—He oído hablar de él. Ganó el Tour de Francia varias veces.

—Entre otras carreras. Es un tipo genial y vive aquí en el pueblo.

De pronto, Justice vio que los demás hombres empezaban a caerle mal.

—¿Lo conoces?

—Todo el mundo lo conoce. Es un miembro muy importante de la comunidad. Se casó hace tres años, y Charity y él han tenido su segundo hijo hace un par de meses. Un niño —se giró hacia el espacio abierto—. Bueno, aquí está, ¿qué te parece?

Él centró su atención en el local. La sala principal tendría unos ciento cuarenta metros cuadrados y suponía que habría algo más atrás como almacén. Estanterías que iban de suelo a techo dominaban toda una pared y grandes ventanales dejaban entrar mucha luz.

—Me encanta el suelo —dijo Patience señalando los listones de madera noble—. Está en muy buen estado. No lo cambiaría y está claro que las estanterías se quedan. He pensado poner unas puertas en la parte baja para guardar cosas.

—Tendrás que cambiar las cerraduras.

Ella arrugó la nariz.

—Probablemente —y fue hacia el fondo del local—. En esta pared obraré mi magia. Tendremos un mostrador largo y ancho con tres pilas. El lavaplatos irá atrás.

Se giró y avanzó tres pasos.

—El mostrador principal estará aquí y habrá vitrinas con pasteles, sándwiches y cosas así. Mamá y yo hemos elegido una vitrina refrigerada genial—estiró las manos como señalándole dónde iría—. Llevamos meses mirándolas por Internet y ya sabemos qué electrodomésticos vamos a querer —su sonrisa aumentó—. Me he pasado la mañana mirando lo que tienen en oferta. ¡Es todo tan surrealista! Cuando termine aquí, voy a ir a hablar con un abogado sobre el tema del alquiler.

Juntó las manos y dio una vuelta.

—No me lo puedo creer. ¡Vamos a hacerlo! ¡Vamos a abrir el Brew-haha!

Todo su cuerpo era la viva imagen de la felicidad. Su pelo se sacudió cuando se movió y cerró los ojos. Se la veía absolutamente emocionada, esperanzada y sexy.

Cuando rozó una caja con el pie, tropezó e, instintivamente, Justice fue a sujetarla. En cuanto sus dedos se cerraron alrededor de su brazo, supo que estaba perdido y que solo había un modo de volver a encontrarse.

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