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Capítulo 1

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—Recórtame las cejas —dijo Alfred agitando sus blancas y pobladas cejas al hablar—. Quiero estar atractivo.

Patience McGraw contuvo la sonrisa.

—¿Tienes planeada una gran noche con tu señora?

—Y tanto.

Un concepto que resultaría romántico si Alfred y su encantadora esposa tuvieran menos de... pongamos... noventa y cinco. Patience tuvo que contenerse para no decirle que a su edad debían tener cuidado; suponía que la lección más importante que podía sacar era que el amor verdadero y la pasión podían durar toda una vida.

—Estoy celosa —le dijo mientras le recortaba las cejas.

—Elegiste a un hombre pésimo —le contestó Albert encogiéndose de hombros—. Con perdón.

—No puedo quejarme porque me digas la verdad —dijo Patience, preguntándose cómo sería vivir en una ciudad más grande donde nadie supiera cada detalle de tu vida personal. Pero había nacido en Fool’s Gold y había crecido con la idea de que entre amigos y vecinos pocos secretos podía haber.

Lo cual significaba que todo el pueblo sabía que se había quedado embarazada con dieciocho años y que «ese hombre pésimo», que era el padre de su hija, las había abandonado menos de un año después.

—Ya encontrarás a alguien —le dijo Alfred dándole una palmadita en el brazo—. Una chica tan bonita como tú debería tenerlos haciendo cola —le guiñó un ojo.

Pero a pesar de sus cumplidos, resultaba que estaba increíblemente libre de hombres. Por un lado, no es que en Fool’s Gold hubiera mucho donde elegir y, por otro, como madre divorciada, tenía que tener mucho cuidado. Además, estaba el hecho de que a la mayoría de los hombres que conocía no les apetecía tener que cargar con los hijos de otros.

Mientras Patience elegía las tijeras adecuadas para librarse de un par de pelillos rebeldes, no dejaba de decirse que estaba muy a gusto con su vida. Si le dieran a elegir, preferiría poder abrir su propio negocio antes que enamorarse. Pero de vez en cuando se veía anhelando a alguien en quien apoyarse; un hombre al que amar, un hombre que estuviera a su lado.

Dio un paso atrás y observó el reflejo de Albert.

—Estás más guapo todavía que antes —le dijo soltando las tijeras y quitándole la capa.

—Cuesta creerlo —contestó Albert con una sonrisa.

Ella se rio.

—¿Patience?

Se giró sin reconocer la voz que la había llamado. En la puerta del establecimiento había un hombre.

Su mente se percató de varias cosas a la vez. Albert era su último cliente del día. Si ese hombre estaba de paso por allí, no podía saber su nombre. Era alto, con el pelo rubio oscuro y los ojos de un azul intenso. Tenía los hombros anchos y un rostro que bien podía aparecer en una pantalla de cine. Sí, muy guapo, pero no tenía ni idea de quién era...

Al instante, y cuando lo vio avanzar hacia ella, la capa se le cayó de las manos. Era más alto y mucho más musculoso, pero sus ojos... eran exactamente los mismos. ¡Hasta le salieron unas arruguitas cuando le sonrió!

—Hola, Patience.

De pronto, volvía a tener catorce años y estaba en aquella casa vacía, más asustada que en toda su vida. No habían obtenido respuestas, no desde aquel día, ni ninguna solución al misterio. Solo preguntas y la agobiante sensación de que algo terrible había sucedido.

—¿Justice? —preguntó con voz débil—. ¿Justice?

El hombre se encogió de hombros y ese gesto tan familiar le bastó para echar a correr. Se abalanzó sobre él, decidida a no dejarlo escapar en esta ocasión.

Él la abrazó casi con la misma fuerza con la que ella se aferraba a él. Estaba ahí, era real. Patience apoyó la cabeza en su hombro e inhaló su aroma. Un aroma masculino a limpio que no tenía nada que ver con el aroma del chico que recordaba. No podía estar pasando, pensó aún aturdida. Era imposible que Justice hubiera vuelto.

Y, sin embargo, ahí estaba. Pero ese hombre era muy distinto de aquel chico y enseguida la situación se volvió algo incómoda. Se apartó y se apoyó las manos en las caderas.

—¿Qué te pasó? ¡Me dejaste! ¿Adónde demonios fuiste? Estaba aterrada. Todo el pueblo estaba preocupado. Llamé a la policía.

Él miró a su alrededor y Patience no tuvo que seguirle la mirada para saber que eran el centro de atención. Ella estaba acostumbrada, pero Justice podía encontrarlo algo embarazoso.

—¿Cuándo puedes tomarte un descanso?

—En cinco minutos. Alfred es mi último cliente del día.

—Te esperaré fuera.

Se marchó antes de que pudiera detenerlo y lo hizo moviéndose con una combinación de determinación y energía. En cuanto la puerta se cerró tras él, las demás peluqueras y la mitad de las clientas se acercaron.

—¿Quién es? —preguntó Julia, su jefa—. ¡Qué hombre más guapo!

—Ya lo he visto antes por el pueblo —añadió otra mujer—. Con esa bailarina. Era su guardaespaldas.

—¿Se ha mudado aquí?

—¿Es un antiguo novio?

Alfred carraspeó antes de decir:

—Tranquilas, señoras. Dejadle a Patience algo de espacio para respirar.

Patience le sonrió con gesto de gratitud. Él le pagó el corte de pelo y le dio cincuenta centavos de propina. «No me voy a hacer rica trabajando aquí», pensó al acompañar al anciano hasta la puerta y darle un beso en la mejilla.

Después, fue a ordenar su puesto de trabajo bajo la atenta mirada de Julia.

—¿Nos darás detalles mañana?

—Por supuesto.

Compartir lo que a uno le pasaba formaba parte de la cultura de Fool’s Gold, tanto como presentarte en una casa con una cacerola de comida recién hecha cuando se producía algún nacimiento, una muerte o una enfermedad grave. Por mucho que no quisiera revelar cada detalle de su inminente encuentro con un hombre de su pasado, sabía que esa decisión no estaba en sus manos.

Paró brevemente en el lavabo para asegurarse de que no tenía manchada la camiseta negra, se soltó su larga melena castaña de la cola de caballo y por un momento se paró a pensar que debería haberse echado las mechas, haber llevado algo de maquillaje y haberse puesto una ropa algo más llamativa ese día. Pero qué más daba. Era como era, y nada, a excepción de una cirugía plástica o un cambio de imagen total, la cambiaría ya.

Se puso un poco de brillo de labios y se estiró la parte delantera de su camiseta de «Chez Julia» una última vez. Dos minutos más tarde, ya tenía el bolso en la mano y estaba saliendo a la calle.

Justice seguía allí, con su más de metro ochenta. Llevaba un traje oscuro, una camisa blanca e impoluta y una corbata gris humo.

—Hace quince años no tenías tanto estilo.

—Gajes del oficio.

—Lo cual me lleva a hacerte la pregunta. ¿A qué te dedicas? Bueno, eso puede esperar —lo miró intentando relacionar a ese hombre con el adolescente al que había conocido y amado. Bueno, vale, tal vez no lo había amado, pero sí que le había gustado mucho. Había sido el primer chico que le había gustado de verdad; había querido decírselo, había querido ser su novia, pero él se había marchado—. ¿Qué pasó?

Él miró a su alrededor.

—¿Puedo invitarte a una taza de café?

—Claro —respondió ella señalando al final de la calle—. Por allí hay un Starbucks.

Comenzaron a bajar la calle. Miles de preguntas se le agolpaban en la mente, aunque no se sentía capaz de formular ni una sola. Tenía curiosidad, pero también vergüenza, una mezcla que no propiciaba una conversación fluida y natural.

—¿Cuánto tiempo llevas...?

—Creía que...

Hablaron al mismo tiempo.

Ella suspiró.

—Hemos perdido el ritmo; qué pena.

—Ya lo recuperaremos —le aseguró—. Dale un poco de tiempo.

Llegaron al Starbucks y él le sujetó la puerta, pero Patience se detuvo antes de entrar.

—¿Has vuelto para siempre? ¿O al menos para un poco?

—Sí.

—¿No desaparecerás en mitad de la noche?

—No.

Ella asintió.

—No sabía qué pensar. Estaba asustadísima.

Él posó esa intensa mirada azul en su cara.

—Lo siento. Sabía que estarías preocupada. Quise decirte algo, pero no pude.

Patience vio a un par de mujeres mayores acercándose y entró corriendo en el local. Al llegar al mostrador, sacó su tarjeta del Starbucks, pero Justice la apartó.

—Yo invito. Es lo menos que puedo hacer después de lo que pasó.

—¡Sí, claro! Con que intentas disculparte y crees que te va a bastar con un café en lugar de invitarme a un solomillo.

Él le sonrió y esa sonrisa le resultó tan familiar que se le encogió el corazón al mismo tiempo que experimentó un cosquilleo muy claro debajo de su vientre. «¡Guau, qué guapo!». Había pasado tanto tiempo que le llevó un segundo reconocer la presencia de la atracción sexual.

«Eres patética», pensó al pedir lo de siempre: su latte de vainilla grande light. Eso era lo más parecido a una cita que había tenido en los últimos cinco o seis años. Estaba claro que necesitaba salir más y, en cuanto tuviera un poco de tiempo libre, se pondría a ello.

—En jarra grande —le dijo Justice a la chica.

Patience puso los ojos en blanco.

—Muy masculino. Ni siquiera me sorprende.

Él le lanzó otra sonrisa.

—No te veo pidiéndote un latte de soja.

—No, pero pagaría por ver tu cara mientras te bebes uno.

—No hay suficiente dinero en el mundo para eso.

Se apartaron para esperar a que preparan su pedido y después lo llevaron a una mesa de una esquina.

—Imagino que querrás sentarte de espaldas a la pared, ¿verdad? —preguntó ella al sentarse.

—¿Y por qué lo dices?

—Alguien me ha dicho que eres guardaespaldas, ¿no?

Estaba frente a ella, con esos hombros tan anchos y ese cuerpo que parecía estar desafiando al espacio que los separaba.

—Trabajo para una empresa que proporciona protección.

Ella dio un trago de café.

—¿No puedes responder que sí, sin más?

—¿Qué?

—La respuesta es «sí». No sería más fácil que decirme que trabajas para una empresa que proporciona protección?

Él se inclinó hacia ella.

—¿Cuando éramos pequeños eras tan fastidiosa?

Ella sonrió.

—He mejorado con la edad —levantó su vaso—. Bienvenido, Justice.

Los ojos marrones de Patience parecían danzar de diversión, tal como él recordaba. Estaba un poco más alta y había desarrollado unas curvas fascinantemente femeninas, pero por lo demás seguía siendo la misma. «Atrevida», pensó. No era una palabra que habría utilizado para referirse a una adolescente, pero sí que encajaba a la perfección ahora. La Patience que recordaba había sido todo carácter y franqueza, y parecía que eso no había cambiado.

Ella miró a su alrededor y suspiró.

—¿Qué habrá? ¿Unos cinco millones como este en todo el país? Necesitamos algo distinto.

—¿No te gusta el Starbucks?

—No —respondió antes de dar otro trago—. Adoro Starbucks, pero ¿no crees que un pueblo como Fool’s Gold debería tener un establecimiento local? Me encantaría abrir mi propia cafetería. Qué tontería, ¿no?

—¿Por qué va a ser una tontería?

—No es un gran sueño. ¿No deberían ser grandes los sueños? ¿Como, por ejemplo, acabar con el hambre en el mundo?

—Tienes derecho a soñar lo que quieras.

Ella lo observó.

—¿Con qué sueñas tú?

Él no era un gran soñador. Quería lo que el resto de la gente no valoraba: la oportunidad de ser como los demás. Pero eso no lo podía tener.

—Acabar con el hambre en el mundo.

Ella se rio, y ese alegre sonido lo hizo retroceder en el tiempo hasta aquella época en la que eran niños. Lo habían obligado a mentir cada segundo del día. Lo habían intentado disuadir de que se hiciera amigos y se relacionara demasiado, pero los había desafiado a todos al decir que Patience era su amiga. Incluso, entonces, había sabido que era distinto, pero, aun así, había querido sentir que ese era su sitio. Ser su amigo había sido lo único «normal» de su vida. La había necesitado para sobrevivir.

Había hecho una elección egoísta y ella había pagado el precio. Cuando había tenido que marcharse, ni siquiera había podido decirle por qué, y más adelante había sabido que ponerse en contacto con ella la introduciría en su mundo y la apreciaba demasiado como para hacerle eso.

Pero entonces, ¿cuál era su excusa ahora? Mientras la miraba a los ojos sabía que de nuevo había optado por lo que quería en lugar de lo que era correcto para ella. Sin embargo, no había podido resistirse a la llamada de su pasado. Tal vez, en el fondo, había estado esperando que no fuera tan maravillosa como la recordaba y ahora tenía que lidiar con el hecho de que era aún mejor.

Patience se inclinó hacia él.

—Has estado fuera demasiado tiempo, Justice. ¿Qué ha pasado todos estos años? Primero estabas ahí y al segundo habías desaparecido.

Aún llevaba el pelo largo y él podía recordar esas suaves ondas y cómo se le había agitado el cabello al caminar. Muy sexy.

Por entonces, había sido demasiado mayor para ella. Al menos, eso se había dicho cada vez que se había visto tentado a besarla. Un chico de dieciocho años haciéndose pasar por uno de dieciséis para engañar al hombre que quería verlo muerto.

—Estaba en el programa de protección de testigos.

Ella abrió los ojos de par en par y se quedó boquiabierta.

Justice esperó a que asimilara esas palabras y se tomó un momento para mirar el dibujo de una peluquera que tenía en la parte delantera de su camiseta de «Chez Julia». La muñeca dibujada estaba empuñando unas tijeras con actitud muy cómica.

—¿Estás de broma? ¿En serio? ¿Aquí?

—¿Y dónde mejor que en Fool’s Gold?

—No puede ser verdad. Parece cosa de película.

—Fue real —dio un trago de café y pensó en su pasado.

Rara vez hablaba del tema y ni siquiera sus amigos más íntimos estaban al tanto de los detalles.

—Mi padre era un criminal reincidente —dijo lentamente—. Un hombre que se creía que el mundo le debía algo. Iba de crimen en crimen. Si hubiera puesto la mitad de esfuerzo en tener un trabajo estable, podría haber hecho una fortuna, pero eso a él no le iba.

Patience seguía con los ojos de par en par mientras sostenía su taza.

—Por favor, no me hagas llorar con tu historia.

Él levantó un hombro.

—Haré lo que pueda por ceñirme a los hechos.

—¿Porque eso no me hará llorar? —respiró hondo y añadió—: De acuerdo, así que fue un mal padre. ¿Y después qué?

—Cuando tenía diecisiete años, él y un par de colegas atracaron un supermercado. El dueño y un cajero murieron y fue mi padre el que apretó el gatillo. La policía pilló a sus amigos y ellos delataron a mi padre. Bart. Se llamaba Bart Hanson —al nacer, a él le habían puesto el nombre de Bart Hanson Junior, pero lo había rechazado hacía años y se lo había cambiado legalmente. No había querido nada que hubiera pertenecido a su padre—. Los SWAT fueron a buscarlo, pero mi padre no tenía intención de entregarse sin luchar. Lo había planeado todo y tenía pensado cargarse a tantos polis como pudiera. Yo descubrí lo que iba a hacer y salté sobre su espalda. Lo distraje lo suficiente para que la policía pudiera atraparlo y no le hizo ninguna gracia.

Bueno... eso era decir poco. En realidad, su padre lo había maldecido, había jurado que lo castigaría costara lo que costara. Y todo aquel que había conocido a Bart Hanson sabía que era más que capaz de asesinar a su único hijo.

—Es horrible. ¿Y dónde estaba tu madre?

—Había muerto años antes. Un accidente de coche.

No se molestó en mencionar que le habían cortado los frenos del coche. Las autoridades locales habían sospechado de Bart, pero no habían conseguido pruebas suficientes para poder condenarlo.

—Cuando testifiqué contra mi padre, su rabia se volvió en ira. Y justo después de que lo condenaran, se escapó de la cárcel y fue a por mí. Me metieron en el programa de protección de testigos y me trajeron aquí. Y ahí es cuando nos conocimos.

Ella sacudió la cabeza.

—Es increíble y aterrador. No me puedo creer que hayas pasado por todo eso. Nunca dijiste... —se detuvo y lo miró—. ¿Diecisiete? ¿Tenías diecisiete años? Creía que tenías quince cuando llegaste aquí. Celebramos tu cumpleaños cuando cumpliste dieciséis.

—Mentí.

—¿Sobre tu edad?

—Formaba parte del programa. Era dos años mayor de lo que pensabas. Y sigo siéndolo.

Pudo ver que a ella no le hizo gracia el chiste.

—Yo tenía catorce.

—Lo sé. Por eso nunca... —agarró su café—. Bueno, el caso es que vieron a mi padre por la zona. En aquel momento, yo estaba viviendo con un federal del programa de protección e inmediatamente decidieron sacarme del pueblo. Quería decírtelo, Patience, pero no pude. Pasó mucho tiempo hasta que detuvieron a mi padre y lo encerraron, y, después, ya no estaba seguro de que fueras a acordarte de mí.

O de que debiera ponerse en contacto con ella. Incluso ahora, mientras le contaba la versión saneada de su pasado, veía que estaba siendo demasiado para ella. Parecía impactada. Él mismo lo había vivido y aún le costaba creer lo sucedido.

—¿Y qué pasó con tu padre? ¿Aún sigue entre rejas?

—Está muerto. Murió en un incendio en la cárcel.

«Murió y quedó irreconocible», pensó. Lo habían identificado mediante informes dentales. Pero Justice no sentía nada por ese hombre, lo único que sintió cuando murió fue alivio.

Y la pregunta sobre cuánto había de su padre en él no era algo que quisiera discutir con ella. Patience no formaba parte de todo eso; era la luz para su oscuridad y no quería que eso cambiara.

—La cabeza me da vueltas —admitió Patience y soltó el café—. ¿Sabes qué es lo más retorcido? Que lo que más me sorprende es que tuvieras dieciocho años cuando yo creía que tenías dieciséis; me sorprende más que el hecho de que estuvieras en un programa de protección de testigos porque tu padre te quería ver muerto. Creo que eso significa que algo no me funciona bien y me disculpo por ello.

Él le sonrió.

—Al menos tienes prioridades.

Se quedó observándolo un segundo y después agachó la cabeza.

—No puedo imaginarme todo por lo que has pasado. ¡Y yo aquí compadeciéndome de mí misma porque estaba loquita por ti! Quería contártelo. Es más, iba a contártelo aquel día, pero apareció Ford.

Él se dijo que esa información era interesante, aunque no importante. Aun así, sintió cierta satisfacción seguida rápidamente por una sensación de pérdida. A menudo se había preguntado qué habría pasado si hubiera sido un chico normal que vivía en Fool’s Gold, pero, por desgracia, nunca había tenido tan buena suerte.

Sabía que si fuera un tipo medianamente decente, se marcharía de inmediato. Que un hombre como él no tenía cabida en su vida. Pero no podía marcharse, al igual que no había sido capaz de olvidar.

—Recuerdo aquel día —admitió—. Actuabas como si estuvieras pensando en algo.

—Y así era. Pensaba en ti. Con catorce años, mi corazón de chiquilla temblaba cada vez que estabas cerca.

Le gustó cómo sonó eso.

—Qué mal, ¿eh?

Ella asintió.

—Me daba esperanzas que no parecieras interesado en nadie, pero me preocupaba que solo me vieras como amiga. Estaba decidida a contarte la verdad, aunque también estaba aterrorizada. ¿Y si yo no te gustaba?

—Sí que me gustabas. Pero era demasiado mayor para ti.

—Eso lo veo ahora –sonrió—. Dieciocho. ¿Cómo puede ser? Estoy totalmente alucinada. Me recuperaré, pero necesitaré un momento —su sonrisa se desvaneció—. Justice, cuando te marchaste... Bueno, todos te echamos de menos y nos preocupamos por ti.

Él alargó la mano por encima de la mesa y le acarició el dorso de la mano.

—Lo sé. Y lo siento.

—Fue como si nunca hubieras estado allí. Solía pasar por tu casa esperando que aparecieras tan misteriosamente como te marchaste.

Y él, por su parte, había esperado que ella lo hiciera. A menudo había pensado en Patience, se había preguntado si se acordaría de él. En algunos momentos, pensar en ella había sido lo que le había ayudado a seguir adelante.

—¿De verdad estuviste aquí el otoño pasado?

—Un poco. Tenía una clienta.

—Dominique Guérin. Lo sé. Soy amiga de su hija —Patience ladeó la cabeza—. ¿Por qué no fuiste a buscarme?

Antes de que él pudiera pensar en una excusa que sonara mejor que decir que había tenido miedo, una niña entró en el establecimiento. Debía de tener diez u once años, tenía el pelo largo y unos ojos marrones que le resultaban familiares. Miró a su alrededor y corrió hacia su mesa.

—Hola, mamá.

Patience se giró y sonrió.

—Hola, cielo. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Julia me ha dicho que ibas a tomar un café —miró a Justice—. Con un hombre.

Patience suspiró.

—A este pueblo le encanta cotillear —rodeó a su hija con el brazo—. Lillie, te presento a Justice Garrett. Es amigo mío. Justice, te presento a mi hija, Lillie.

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