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Capítulo 7

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El bar de Jo era uno de esos lugares únicos en Fool’s Gold. Decorado con colores femeninos, con televisores sintonizados en canales de teletiendas y programas de televisión divertidos, era un lugar dirigido a las mujeres del pueblo. En la carta había muchas opciones bajas en calorías, una zona de juegos para niños durante el almuerzo y una ausencia absoluta de solteros merodeando. Aunque los hombres eran bien recibidos, solían evitar el bar de Jo. Si aparecían por allí, se iban a la sala del fondo donde podían encontrar una mesa de billar y televisores más pequeños emitiendo deportes.

Patience entró y vio a sus amigas en una mesa de la pared del fondo. Normalmente se sentaban en uno de los bancos grandes, pero con Annabelle a punto de dar a luz y Heidi de siete meses se había vuelto complicado sentarse en los bancos.

—¿Cómo estáis? —les preguntó al acercarse.

—Yo, enorme —respondió Annabelle.

La menuda pelirroja sí que parecía incómoda con su peso, pensó Patience mientras la abrazaba. Heidi era algo más alta y tenía menos barriga todavía.

—Yo estoy bien —le dijo Heidi con una sonrisa.

—Está tranquila —anunció Charlie—. Y eso resulta algo irritante.

—Estoy en la fase zen de mi embarazo —dijo Heidi riéndose—. El universo y yo somos uno.

Heidi era una preciosa rubia que vivía en el rancho Castle justo a las afueras del pueblo. Charlie era una bombera local. Fuerte, alta y posiblemente la mujer menos femenina que conocía. Era atractiva, pero tenía un aire de suficiencia que ahuyentaba a la mayoría de los hombres.

El año anterior las tres amigas se habían enamorado de los hermanos Stryker. Como amiga suya, Patience había sido espectadora de primera fila de toda la emoción del principio, de los problemas amorosos y, finalmente, de los finales felices.

Se sentó en una silla y colgó su bolso en el respaldo.

—He invitado a una amiga a unirse a nosotras. Espero que no os importe.

Charlie se inclinó hacia ella.

—Sabes que nos parece perfecto. Nos gustan las multitudes. Hace que las conversaciones sean más animadas. ¿Quién es?

—Se llama Isabel Beebe. Su familia ha regentado desde siempre la tienda de novias Paper Moon. Ha vivido en Nueva York los últimos años, pero ahora ha vuelto durante una temporada. Sus padres quieren vender la tienda y ella va a ocuparse mientras tanto para prepararlo todo.

Los ojos de Annabelle se llenaron de lágrimas.

—¿Van a vender Paper Moon? Pero si me iba a hacer allí mi vestido. Es una institución en Fool’s Gold y yo quiero formar parte de una institución.

—Más de lo que necesitas que te encierren en una —murmuró Charlie dándole unas palmaditas en la espalda—. Anda, venga. Respira hondo un par de veces. Estás demasiado sensible. Es por las hormonas. No pasa nada en realidad.

Annabelle se sorbió la nariz.

—No puedo evitarlo. Lloro con todo.

Heidi le dio una palmadita en la mano.

—Charlie tiene razón, prueba a respirar hondo.

—Tengo que recomponerme —dijo con un diminuto sollozo—. No quiero asustar a Isabel, por mucho que vaya a cerrar la tienda.

Patience miró a Charlie, que elevó los ojos al cielo.

—Pero si ni siquiera has entrado nunca en esa tienda. ¿Cómo puedes estar tan triste?

—Tenía pla... planes.

—Estoy deseando que el bebé llegue pronto —murmuró Charlie—. No puedo soportarlo más.

Patience contuvo una sonrisa. No recordaba haber estado tan sensible en su embarazo, pero cada uno era diferente.

Annabelle levantó la mano y se sorbió la nariz.

—Oh, mirad. Es ella. Es muy guapa. Tiene un nombre muy bonito. A lo mejor deberíamos añadirlo a la lista.

—Lo que me faltaba por oír, matadme ahora mismo —dijo Charlie con un suspiro—. No pienso quedarme embarazada nunca. No merece la pena.

—¡Pero si es maravilloso! —le dijo Annabelle con entusiasmo—. Serás una madre genial.

—Y las lágrimas han desaparecido.

Patience avisó a Isabel con la mano para que se acercara y después hizo las presentaciones. Isabel se sentó a su lado y miró a las dos mujeres embarazadas.

—Creo que voy a beber mi agua directamente de la botella mientras esté en esta mesa.

Heidi se rio.

—No es contagioso.

—No quiero correr riesgos —se giró hacia Charlie—. ¿Cómo has escapado a su destino?

—Con mucho cuidado.

Heidi se acercó.

—Clay, su prometido, está más preocupado por casarse que por cualquier otra cosa ahora mismo.

—Vamos a casarnos —dijo Charlie—. En cuanto le haga entrar en razón a base de tortazos.

Patience miró a Isabel.

—Clay quiere una gran boda. Charlie no.

—Es una estupidez reunir a un montón de gente para celebrar una gran ceremonia. Deberíamos fugarnos.

Los ojos de Annabelle volvieron a llenarse de lágrimas.

—¿Odias las bodas?

Jo, la propietaria, se acercó.

—Me alegra veros a todas almorzando juntas —miró a Isabel—. Soy Jo.

—Isabel Beebe.

—Paper Moon —dijo Jo—. Es una tienda fantástica. Conozco a tu hermana Maeve. Esa sí que es una mujer comprometida con tener hijos —señaló la pizarra que había junto a la barra—. Hoy tenemos dos especialidades. Una es la ensalada, mucha proteína y verduras para mis clientas embarazadas. Y la otra es un nuevo zumo con yogur. Puedo hacerlos de chocolate o arándanos.

Heidi respiró hondo como si estuviera buscando su centro zen.

—Sí a las dos, por favor. De chocolate.

—Aún estoy angustiada —admitió Annabelle.

—Necesitaremos unos minutos —le dijo Charlie a Jo—. Tráele a la llorona algún té de hierbas. Con hielo y extra de limón.

—Yo un refresco light —dijo Patience.

—Yo lo mismo —añadió Isabel.

—Yo un chupito doble de tequila —le dijo Charlie a Jo antes de levantar la mano—. Estoy de broma, pero me tomaré un batido de chocolate y menta.

Jo asintió.

—Si es demasiado pronto para el alcohol, hay que darle al azúcar —anotó los pedidos—. Os dejaré mirar las cartas.

Cuando Jo se hubo marchado, Annabelle se sorbió la nariz de nuevo y miró a Isabel.

—Entonces tú también te has criado aquí.

—Ajá. Estaba deseando escapar de aquí —respondió arrugando la nariz—. Así que, que quede claro que mi regreso es temporal.

—Estás hablando con las conversas de Fool’s Gold —le dijo Patience—. No lo entenderán.

—Aquí demasiada gente sabe demasiado sobre los demás —apuntó Isabel—. Cuando era pequeña, me sentía como si tuviera quince madres y quince padres.

Patience sonrió.

—Tiene razón. Era así, aunque a mí no me importaba mucho. Isabel tenía grandes sueños.

—¿Dónde has estado viviendo? —preguntó Charlie.

—En Nueva York. Trabajaba en publicidad —respondió con sus ojos azules cargados de emoción.

Patience tenía la sensación de que estaba pensando en el divorcio y todos los cambios que iban con ello.

—A Charlie le pidieron matrimonio en Times Square.

Charlie se recostó en la silla.

—¿Tenemos que hablar de eso?

—Fue maravilloso —dijo Heidi—. El prometido de Charlie es muy ingenioso y está loquísimo por ella.

—Qué bonito —respondió Isabel con tono melancólico.

—Deberías darle la gran boda que quiere —dijo Annabelle.

—No soy de bodas grandes.

Patience se preguntó si su reticencia se debía a que de verdad no le gustaban las bodas grandes o a si se sentía incómoda con lo que todo ello conllevaba: el vestido femenino y ser el centro de atención. Charlie era la persona más competente que conocía, pero al igual que todo el mundo, tenía sus propios miedos.

—Es por el vestido —apuntó Heidi confirmando lo que Patience pensaba.

Isabel la observó.

—Tengo una gran selección de vestidos que te sentarían genial.

Charlie la miró.

—Ya solo la palabra «vestido» me resulta desagradable. Nos acabamos de conocer. ¿Por qué no te estoy intimidando? Asusto a la mayoría de la gente cuando me conoce.

—Oh, lo siento —dijo Isabel con una pícara sonrisa—. La próxima vez temblaré.

Charlie miró a Patience.

—De acuerdo, me cae bien.

—Ya tenemos una nueva amiga —Annabelle las miró y los ojos se le llenaron de lágrimas—. ¡Qué bonito!

Charlie se cubrió la cara con las manos.

—Matadme directamente.

Jo volvió con sus bebidas y la charla pasó a centrarse en lo que estaba pasando en el pueblo.

—¿De verdad vais a vender Paper Moon? —le preguntó Annabelle.

—Sí, pero aún no. Les he prometido a mis padres que lo pondría todo a punto y queremos esperar hasta que pase la temporada de bodas.

—¿Y cuándo es eso? —preguntó Heidi.

—Desde finales de otoño a principios de marzo. Hay muchos compromisos para bodas que se celebrarán en junio y las novias suelen encargar sus vestidos con varios meses de antelación.

Charlie le dio un codazo a Annabelle.

—¿Lo ves? Te estarán esperando.

—Es todo un alivio.

Heidi miró a Patience.

—¿Y tenéis fecha de apertura? Estamos muy emocionadas con el Brew-haha.

—En un mes más o menos —respondió Patience poniéndole una mano en la barriga—. Yo también estoy emocionada y muy nerviosa.

—Vas a hacerlo genial —le dijo Charlie—. La ubicación es excelente y yo misma he visto ese local. Es completamente seguro.

Heidi se inclinó hacia Isabel.

—Charlie está obsesionada con el fuego. Gajes del oficio.

—Te he oído —le dijo Charlie.

—Sí y me queréis de todos modos.

—Sí, sí, a lo mejor.

Heidi se rio y Charlie volvió a centrar su atención en Patience.

—Sabes que todas estamos a tu lado para lo que necesites. ¿Estáis pensando en organizar algún equipo de trabajo?

—Sí, pero primero tenemos que terminar con las reformas.

—Avísame cuando esté terminada y me aseguraré de estar libre para ayudaros. Si hace falta, cambiaré algún turno.

Heidi y Annabelle se miraron.

—Nosotras somos unas inútiles —dijo Annabelle.

—No es que seamos inútiles, es solo que podemos ayudar menos —añadió Heidi.

—No os angustiéis —les dijo Patience—. No podéis estar cerca de pinturas ni limpiadores. Ya ayudaréis la próxima vez.

—¿Estás segura? —preguntó Annabelle.

—Lo juro —le dijo Patience y dirigiéndose a Isabel añadió—: Pero espero que tú te presentes allí temprano.

—¿Un equipo de trabajo? ¿Como cuando éramos pequeñas y todos los vecinos llegaban a ayudar con una mudanza o cosas así? ¿Todavía se hace? ¿En serio?

—Nos gustan las tradiciones —le dijo Patience.

—Se rumorea que van a abrir otro negocio —comentó Charlie—. Un sitio de artículos navideños. Lo ha dicho la alcaldesa.

—¡Me encantaría! —dijo Heidi—. ¿Y ya tiene ubicación?

—He oído que al otro lado del parque y junto a la tienda de artículos de deporte —respondió Isabel—. Doblando la esquina del Brew-haha.

—Todos estamos abriendo negocios al mismo tiempo —dijo Patience—. No hay más que buenas noticias.

Heidi batió las pestañas.

—Y no olvidemos la escuela de guardaespaldas que va a abrir tu guapísimo amigo.

Patience dio un trago de refresco e hizo lo que pudo por adoptar una expresión totalmente inocente.

—Eso he oído.

—Ajá —Annabelle posó las manos sobre su barriga—. Está como un tren. Qué fuerte y protector. Son unas cualidades excelentes en un hombre.

—Somos amigos. Apenas lo conozco.

—Pues tu rubor no dice lo mismo —le dijo Charlie.

Isabel abrió los ojos de par en par.

—¿Estás saliendo con Justice?

—No. Lo he visto por el pueblo y ha venido a cenar a mi casa con mi hija y con mi madre —añadió negándose siquiera a pensar en los besos que habían compartido—. Es muy agradable.

—¿Agradable, eh? —Heidi no parecía muy convencida—. Creo que la historia no se queda ahí.

—¿Ya estáis listas para pedir? —les preguntó Jo.

—Yo sí —dijo Patience apresuradamente y ansiosa por cambiar de tema.

Isabel se acercó y bajó la voz.

—Jo te ha salvado, pero no te creas que no voy a pedirte los detalles después.

Patience se encogió de hombros como si no supiera de qué estaba hablando su amiga. En cuanto a lo de compartir detalles, no había muchos. Justice era atractivo, aunque potencialmente peligroso, y lo mejor era evitarlo. De acuerdo, no es que fuera lo mejor, es que era lo más inteligente.

«¿Con que era lo más inteligente, eh?», pensó la tarde siguiente esperando en la que pronto sería su cafetería mientras Justice estudiaba el local. Tenía la cinta adhesiva marcando el suelo y delimitando lo que serían el mostrador principal, la vitrina refrigerada, el mostrador de pasteles, las mesas y las sillas.

Él se movió entre las representaciones bidimensionales de lo que serían objetos reales, se dio la vuelta y la miró.

—Lo tienes todo muy bien planeado. La distribución está muy bien.

—¿Significa eso que es una buena composición para retener a un dictador sudamericano o un mal lugar para hacerlo?

Él le sonrió.

—Podría preparar un secuestro aquí, o evitarlo. La flexibilidad es importante.

Ella intentó como pudo ignorar cómo su sonrisa hizo que se le encogieran los dedos de los pies. Ahora mismo su negocio tenía que ser su prioridad, no ese guapo hombre que merodeaba por su local... por muy guapo que estuviera merodeando a su alrededor. Se le veía competente y decidido. Y mientras un cosquilleo la recorría y le hacía preguntarse: «¿Pero en qué estoy pensando?», se imaginaba rodeada por esos fuertes brazos. Suponía que era bueno saber que en una batalla de fuerza, las hormonas vencían al sentido común. El conocimiento era poder.

Él se giró y enarcó las cejas.

—¿Tienes frío?

—Estoy aterrorizada.

—¿Los nervios de abrir un negocio?

—Básicamente. No dejo de decirme que no puedo asustarme. Quiero decir, dentro de lo que supone toda una vida, ¿qué es abrir un negocio? Mira con lo que tiene que lidiar mi madre cada día con su esclerosis. Debería poder llevar esto con dignidad, ¿no?

Él se acercó.

—No pasa nada por estar asustada. Es natural teniendo en cuenta lo que estás haciendo.

Sus oscuros ojos azules parecían absorberla y ella se sintió como si estuviera perdiendo su voluntad. Pedirle opinión era una cosa, pero anhelar algún rato de diversión era algo totalmente estúpido.

—Esto supone un gran cambio —admitió sabiendo que confesar eso era mucho más seguro que contarle lo que le decía esa voz dentro de su cabeza, la misma que le gritaba «¡Tómame ahora!».

Ella carraspeó.

—He leído los artículos. Sé el porcentaje de nuevos negocios que fracasan.

—Tú no serás uno de ellos. Tienes un gran producto en una ubicación excelente. Serás un negocio local y te apoyarán por ello —la agarró por los brazos—. Todo te irá genial.

—Eso es lo que no dejo de decirme —quería apoyarse contra él, lo cual no era nada bueno. Una distracción, eso era lo que necesitaba—. Oye, y tú estarás matando gente. Eso debe de ser muy estresante.

Él le dirigió una sonrisa sexy y lenta.

—No tenemos pensado matar a nadie en clase.

—Solo después, si llegan tarde a clase o son unos bocazas.

—Es una forma de tratar los problemas —bajó las manos—. Bueno, ¿cuál es el siguiente paso?

—Fontanero, electricista y constructor —fue hasta el mostrador principal—. ¿Ves esos cuadrados grandes? Son las máquinas de espressos. Hay que conectarlas a las tuberías del agua y al sistema eléctrico. Las vitrinas refrigeradas y las expositoras ya están en camino. Las máquinas de espresso llegarán el lunes.

Esos detalles suponían una distracción del hecho de estar tan cerca de Justice y eran una ruta directa a un estómago que no dejaba de dar vueltas. Se llevó la mano a la cintura.

—Todos los trabajos profesionales estarán terminados en dos semanas y después llega lo divertido. Pintar, limpiar, prepararlo todo. Para eso organizaremos un equipo de trabajo. Después, otra semana para prepararlo todo, entrenar a los empleados que contratemos y ¡a abrir!

—¿Un equipo de trabajo?

—Claro. Solo tenemos que correr la voz de que necesitamos ayuda y la gente empezará a llegar para hacer lo que haga falta —ladeó la cabeza—. He participado en un montón, pero nunca he pedido ayuda. Me resulta raro, pero no puedo ocuparme de todo sola, y pagar al constructor para hacer labores sencillas acabaría con todo mi presupuesto.

—¿Un beneficio más de vivir en un pueblo pequeño?

Ella sonrió.

—Podríamos ayudaros a vosotros también, si queréis. Llenaríamos las estanterías de dardos letales y bolis de tinta invisible.

—Creo que nos apañaremos.

—Si estás tan seguro...

—Lo estoy —la observó—. ¿Nunca has querido vivir en otro sitio?

—Este es mi hogar. ¿Crees que hay algún sitio mejor?

—Para ti no. Este es tu lugar.

Patience no estaba segura de si esas palabras eran buenas o malas, aunque tal vez no tenía que darle vueltas al asunto.

Abrió la boca para decir algo más, y entonces vio su reloj.

—¿Ya es esa hora?

Él extendió el brazo para verlo con más claridad.

—Lo tengo en hora.

—En diez minutos tengo que dar unas mechas.

La llevó hacia la puerta.

—Venga, yo cierro y dejo la llave.

—¿En serio? Gracias.

Y Patience salió corriendo por la puerta.

«Ojalá no fuera tan simpático», pensó mientras corría hacia el salón. Ya era toda una tentación sin tener que ser tan dulce y atento. Con todo lo que estaba pasando, se sentía más vulnerable de lo habitual.

«Sí o no», pensó. Sí a Justice y a un posible desastre, aunque también a una experiencia excitante. O no, que era lo mismo que decir «sí» al sentido común.

Lo quería todo. Al hombre que le provocaba un cosquilleo y la hacía reír, y que además era peligroso y misterioso. Quería la incertidumbre y también quería algo seguro. Una combinación imposible.

Justice hizo lo prometido. Cerró el local y le devolvió la llave a Patience, que estaba ocupada aplicando una mezcla sobre mechones de pelo antes de envolverlos en tiras de papel de aluminio.

«Los misterios de ser una mujer», pensó mientras salía del salón antes de que alguien se fijara en él. Sin embargo, estaba feliz de ayudarla. Estar cerca de ella lo relajaba y se sentía mejor cuando estaban en la misma habitación. La atracción sexual era un problema que no había resuelto. Ceder era la solución más sencilla, pero ¿después qué? ¿Cómo la ayudaba eso? Exceptuando todos los modos en los que había planeado complacerla.

No había sido la clase de hombre que se sumía en relaciones. Entre su trabajo y su pasado, sabía que no era una buena apuesta. Hasta el momento, resistirse a la llamada de una relación estable había sido fácil, pero últimamente...

Se sacó de la cabeza esa idea y salió a la calle. Al llegar a la esquina, vio a un hombre caminando delante de él. Era alto y con el pelo oscuro. Había algo familiar en él, algo que lo puso en alerta. Sabía que el otro hombre no empezaría la pelea, pero él la terminaría.

Cuando el hombre se giró, pudo ponerle nombre a esa cara y saber que no había peligro. Al menos, no todavía.

—Gideon Boyland.

El hombre de pelo oscuro no parecía sorprendido.

—Garrett.

Gideon se parecía a un montón de otros tipos que conocía: con cicatrices, tatuados y pinta de peligrosos. Tenía una cicatriz junto a la ceja, aunque Justice estaba seguro de que tenía más. En su trabajo lo importante no era si te habían herido, sino cuándo.

—Qué curioso verte por aquí —le dijo Justice.

—Había oído que estabas en el pueblo, así que era cuestión de tiempo que nos encontráramos.

—¿Vives aquí?

Gideon asintió.

—Me mudé el año pasado —miró a su alrededor, hacia la tranquila calle y los bonitos escaparates—. Es un lugar genial —volvió a mirar a Justice—. Ford me habló de él. Un día no tenía adónde ir y pensé en pasar por aquí. Al final decidí quedarme.

Justice sabía que detrás de esa historia había mucho más. Gideon había trabajado en operaciones encubiertas, de esas que hacen que un hombre se adentre tanto en ellas que luego no sabe encontrar su camino de vuelta. Por lo que le habían contado, a Gideon lo habían capturado, pero ya que la naturaleza de su misión implicaba que no estuviera autorizado, no podían darlo por desaparecido. Y si no te daban por desaparecido, nadie iba a buscarte.

Por lo que Justice había sabido, Ford y Angel habían tardado casi dos años en encontrarlo. Y después de haberse visto sometido a torturas y cautiverio, el hombre había aparecido más muerto que vivo.

No había duda de que se había recuperado. Al menos por fuera, porque no había forma de saber nada sobre las cicatrices internas. La gente pensaba que el verdadero peligro al que se exponían los soldados era físico, pero lo cierto era que el peor daño que recibían solía ser en el corazón y en la mente; lo peor era cuánto y cómo te cambiaba todo lo que veías en la guerra. Eso sí que no tenía solución.

—¿Y qué haces aquí?

—He comprado un par de emisoras de radio y soy el pinchadiscos de Viejos Éxitos por la noche. También hablo un poco. No sé si alguien me escucha, pero hasta el momento no me han echado del pueblo —esbozó una sonrisa que no llegó a reflejarse en sus ojos.

La sonrisa se desvaneció.

—No me habría imaginado que te iba un sitio como Fool’s Gold.

—Pasé alrededor de un año aquí cuando era pequeño. Ford no dejaba de recordármelo y un día decidí volver —se sacó una tarjeta de visita del bolsillo de la camisa y se la pasó.

Gideon la agarró.

—SDC. Sector de Defensa Cerbero —volvió a sonreír—. ¿El perro de tres cabezas que guarda las puertas del infierno? Eso sí que son delirios de grandeza.

Justice se rio.

—Me parecía muy apropiado. Somos Ford, Angel y yo.

—¿Angel también se va a mudar aquí? ¿En serio? ¿Y crees que va a encajar?

—Creo que Fool’s Gold podrá soportarlo.

—Ya veremos —respondió Gideon devolviéndole la tarjeta.

—Quédatela. A lo mejor quieres unirte a nosotros.

—Ya tengo mi trabajo.

—Podrías dar algunas clases. Así no perderías la práctica.

Gideon se guardó la tarjeta en el bolsillo de sus vaqueros.

—No lo creo. ¿Para que querría no perder la práctica? ¿Has visto este lugar? Estamos muy seguros.

Eso podía ser verdad, pero Justice sabía que el peligro siempre acechaba. Que durante el resto de su vida, Gideon seguiría alerta y en guardia, al menos, contra la oscuridad.

—Puede que cambies de idea. Si lo haces, llámame. Nos vendría muy bien un tipo como tú.

Gideon alzó las manos.

—Ahora soy un civil y me dedico a mis cosas.

—¿Estás casado?

—No. No he sentado cabeza hasta ese punto.

Lo cual podía ser un problema, pensó Justice.

—He visto el gesto que has puesto. ¿Por qué te importa si...? —maldijo—. No. ¿Va a venir aquí?

Los dos sabían a quién se referían. Felicia.

—Sí y te mantendrás alejado de ella.

Gideon se tensó.

—¿Vas a obligarme?

—Es importante para mí. Es como una hermana.

Gideon esbozó una mueca de disgusto.

—Pues peor todavía.

—Sí. Quiere decir que siempre me preocuparé por ella. Es mi familia, Gideon, y si le haces daño, te mataré.

Los dos sabían a qué se refería Justice, y también sabían que Gideon no se alejaría tan fácilmente.

—Seguro que me ha olvidado. Pasó hace mucho tiempo.

—Yo también estoy seguro.

Pero cuando los dos se separaron, Justice se vio preguntándose si ambos habían mentido o solo él. Porque para él Felicia era de su familia, y eso significaba que sabía que ella jamás había olvidado nada. Ni a Gideon ni la noche que habían pasado juntos. Y cuando la joven se enterara de que estaba en el pueblo, tenía muy claro lo que pasaría.

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