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Capítulo 4

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Patience abrió los ojos mientras intentaba recuperar el equilibrio. Unos brazos cálidos y fuertes la rodeaban. Justice la acercó tanto a sí que no tuvo más opción que dejarse caer contra él. Había estado en peligro de caer al suelo, pero al segundo ya estaba viendo sus intensos ojos azules. La cabeza le daba vueltas, aunque ahora por una razón muy distinta.

Apoyó las manos sobre sus hombros porque le parecía el lugar más sensato donde posarlas. Vio el sol colándose por las ventanas y diminutas motas de polvo flotando en el aire. Sintió cómo el corazón le latía demasiado deprisa y notó la intensidad de su mirada.

Al momento, él estaba agachando la cabeza y ella solo tuvo un segundo para recuperar el aliento antes de que sus bocas se rozaran.

Los labios de Justice eran firmes; no implacables, pero sí decididos. Él estaba tomando las riendas y, dadas las circunstancias, a ella le pareció bien. Ya había tenido demasiadas responsabilidades en su vida, así que era algo que agradecía.

Él movía la boca lentamente, con suavidad, explorando, probando, como si disfrutara con lo que estaba haciendo, y ella se entregó a esa deliciosa presión.

Hacía mucho tiempo que un hombre no la besaba; años en realidad. Casi había olvidado lo emocionante que era esa cercanía, el cosquilleo en su estómago, pensar que podía haber más; algo más que podría arrebatarle la respiración.

Era consciente de la suavidad de su camisa bajo sus dedos y de sus esculpidos músculos. De que era mucho más alto y fuerte que antes y de cómo se había imaginado a sí misma recostada sobre él de muchas más formas.

Entonces, su boca se movió un poco más, adelante y atrás, como si se estuviera pensando cómo hacerlo. Esos primeros cosquilleos comenzaron en lo más profundo de su ser y, en ese momento, razonar se volvió muy complicado. Ahora solo podía sentir. Sentir sus manos sobre su cintura, su boca sobre la suya. Sentir el acelerado palpitar de su corazón y cómo su sangre parecía fluir más y más deprisa.

Él se movió, le besó una mejilla, y después la otra. Le besó la nariz y la barbilla antes de volver a centrarse en su boca.

Con la primera caricia, Patience tuvo que contener un gemido. Con la segunda, le temblaron las rodillas. Con la tercera, quería suplicar. Su deseo no era nada sutil. Estalló en sus pechos y después salió disparado a cien kilómetros por hora en dirección al centro de su ser. Se excitó tanto y tan deprisa que casi le dolió.

Lo rodeó por el cuello y, sin decir nada, lo animó a aprovecharse de ella, aunque fuera de forma poco apropiada. ¿Es que de verdad no quería tocarle los pechos o colar la mano entre sus muslos? La idea de que la llevara contra la pared y le hiciera el amor ahí la hizo estremecerse de placer. Era una idea tan vívida que empezó a respirar con dificultad.

«Ahora», pensó desesperadamente. Debería actuar ahora.

Él se echó atrás y le sonrió.

—Tal vez debería dejarte ponerte con esto.

«¿Esto?» No tenía ni idea de a qué se refería.

Justice se aclaró la voz.

—Tienes mucho que hacer.

Dio otro paso atrás, fue hacia la puerta y antes de que ella pudiera enterarse de lo que pasaba, ya se había ido. Así, sin más. Un par de besos ardientes y se había largado por la puerta.

Patience tenía la sensación de que debía de parecer tan impactada como se sentía. ¿Cómo podía haberla dejado así? La había besado. Apasionadamente. ¿Es que no quería hacer nada más? ¿Algo más? ¿Algo para lo que tuvieran que desnudarse y sudar?

Allí de pie y sola en el local tenía la respuesta: no.

La decepción reemplazó a la emoción y la excitación. La realidad se había entrometido. Justice era un tío bueno; lo había sido cuando eran niños y eso no había cambiado. Le había gustado por entonces y ahora seguía gustándole, lo cual la hacía más vulnerable.

Aunque no podía culparlo por haberse esfumado de su vida tantos años atrás, por otro lado, tampoco había hecho nada por intentar contactar con ella. Se le podían ocurrir cientos de razones que explicaran sus actos, pero no podía evitar la verdad: si hubiera querido verla antes, lo habría hecho, así que quedaba claro que no había querido.

Ahora había vuelto y resultaba más tentador de lo que debería, tan tentador que podría resultar peligroso. Ella ya no era una niña de catorce años, era una madre divorciada con una hija impresionable. Sabía cómo Justice podía terminar rompiendo sus tiernos corazones, y por eso tenía que ser fuerte y resistir. Por su bien, pero también por el de Lillie.

Justice estaba en el centro del viejo almacén en el extremo del pueblo. El edificio era mucho menos bonito que el local que había visitado el día anterior con Patience. Los suelos eran de cemento, no había paredes ni ventanas y las cañerías estaban a la vista, pero era un edificio resistente además de apartado. Levantar tabiques sería fácil. Si le añadían ventanas, reservando la mitad del espacio para distintas salas de entrenamiento, podría funcionar. Fuera tenía terreno también, el suficiente para prácticas de tiro y pistas de obstáculos. La ubicación era buena y el precio aún mejor. Si elegían ese edificio, tendría que encontrar un lugar en las montañas para una pista de obstáculos más avanzada, pero no sería complicado.

Dio una vuelta; la luz solo provenía de los fluorescentes del techo y de las puertas dobles que había dejado abiertas. Sabía que no tenía el entusiasmo de Patience por su nuevo negocio, pero no importaba. No le gustaban los altibajos emocionales. Hacía mucho tiempo había aprendido a aceptar las cosas según iban sucediendo y a seguir adelante.

Él también tenía un plan de negocio junto con el dinero suficiente para hacerlo realidad. Su amiga Felicia le había escrito esa misma mañana preguntándole si ya había tomado alguna decisión. Si se había instalado en Fool’s Gold, tenía que hacérselo saber. Si no, ya era hora de que se buscara otro sitio. Después de todo, no estaba solo él. Tenía socios que querían que se decidiera ya.

En lo que concernía a Felicia, ella iría a cualquier parte que fuera normal. Los pueblos pequeños la atraían, y Fool’s Gold encajaba a la perfección en esa definición. Iría allí a montar el negocio y, si terminaba odiando el pueblo, se mudaría. Pero los demás se quedarían.

Ford Hendrix también le había enviado un correo electrónico dos días antes para decirle que se decantara por Fool’s Gold, sin embargo, el día anterior le había dicho que eligiera cualquier sitio menos ese. La ambivalencia de Ford era fruto de su tan unida familia. Había días en los que el antiguo SEAL quería volver a conectar y otros en los que necesitaba alejarse y que nadie volviera a saber de él. Era la clase de ambivalencia con la que Justice podía identificarse. Con Patience...

Sacudió la cabeza. No había ido allí para pensar en ella.

Su tercer socio, Angel, se encontraba en terreno neutral. Nunca había estado en el pueblo y, cuando había leído la descripción, le había resultado intrigante el hecho de que estuviera tan cerca de las montañas. Le gustaban las actividades al aire libre y alejarse del mundo, y la accidentada topografía del lugar ofrecía mucho de ambas cosas. Así que la decisión recaía en él que, para ser sinceros, no tenía ni la más mínima idea de qué hacer.

Sin embargo, lo cierto era que sí lo sabía. Una parte de él siempre había querido volver allí, al único lugar en el que se había sentido bien recibido.

Sí, admitía que Patience era uno de los principales atractivos, si no el único. Nunca la había olvidado y a menudo se había preguntado dónde estaría y qué estaría haciendo. Con sus recursos, le habría resultado fácil encontrarla, podría haber tenido un informe completo sobre ella en menos de seis horas. Pero nunca lo había hecho.

Ahora sabía que seguía en el pueblo y que estaba soltera, lo cual la convertía en una tentación. Su beso de la mañana anterior no había hecho más que avivar la fantasía y ahora quería más. La quería en su cama, cerca de él, tomándolo con tanta pasión como él quería tomarla a ella.

Y eso significaba que la mejor solución para ambos era que se alejara de allí.

Sabía quién era y la clase de hombre que podía llegar a ser. Patience se merecía alguien mejor. Quería pensar que él podía ser mejor, hacer las cosas mejor que su padre, que el ADN de Bart Hanson no era el destino de su hijo. Sin embargo, no podía estar seguro. Cuando por fin habían atrapado a su padre y lo habían metido en la cárcel, Justice se había sentido con libertad de elegir. Podría haber sido cualquier cosa, haber ido a cualquier parte, y el hecho de que se hubiera alistado en el ejército no era digno de mención. Sí que lo era, en cambio, la ocupación por la que había optado.

Era francotirador. Ni policía ni técnico. El hijo de un asesino había elegido matar a otros. Era la prueba definitiva de la oscuridad de su alma y eso quería decir que marcharse de allí era lo mejor para Patience y su familia. Se merecían a alguien mejor que él, pero el problema era que no quería irse, y eso lo convertía en un absoluto bastardo.

Oyó pisadas y al girarse se encontró a una mujer mayor y bien vestida entrando en el almacén. Al igual que Eddie, tenía el pelo blanco, pero las similitudes se quedaban ahí. Esa mujer llevaba un traje sastre, zapatos de salón y perlas. Sonrió al acercarse y extendió la mano.

—Bienvenido de nuevo, Justice Garrett. Soy la alcaldesa Marsha Tilson. Imagino que no me recordarás.

—No, pero es un placer conocerla... otra vez.

Se estrecharon la mano.

La alcaldesa lo miró fijamente.

—Has crecido mucho. Recuerdo cuando eras un adolescente alto y flacucho. Eras amigo de Patience McGraw y Ford Hendrix. Siempre ibais los tres juntos, pero me daba la sensación de que sentías algo por Patience.

Se quedó mirando a la mujer. Estaba hablando de relaciones que habían tenido lugar quince años atrás y, aunque para él esas relaciones habían sido importantes, no podía imaginar cómo una mujer de cincuenta años podía prestarles atención a las vidas de un grupo de adolescentes.

Ella sonrió ampliamente.

—Veo que te han sorprendido mis observaciones. Confieso que me resultaste intrigante desde el principio. Tus tutores hicieron un excelente trabajo para hacer encajar tu historia, pero había ciertas inconsistencias. Cuando llegaste, estaba claro que habías sufrido algún tipo de trauma.

—¿Sabía que me estaban protegiendo?

—No. Nunca me enteré. Creía que tal vez el hombre que decía ser tu tío no era pariente tuyo y que no queríais que nadie lo supiera. Podía haber muchas razones para esa excusa falsa, así que os vigilé para asegurarme de que no estaban abusando de ti y cuando vi que empezabas a encajar, a asentarte aquí y a hacer amigos, supe que todo iría bien.

Él se movió ligeramente, incómodo ante la idea de que lo hubiera estado vigilando.

—Estaba muy bien.

—Hasta que tuviste que marcharte tan misteriosamente. Todos estábamos preocupados y, sobre todo, Patience. Dadas las circunstancias, tuviste que irte, eso lo sabemos ahora, pero en aquel momento estábamos muy preocupados.

Estaba claro que la alcaldesa estaba al tanto de lo sucedido. Y no debería sorprenderle. En un pueblo tan pequeño como ese, las noticias volaban.

—Ahora has venido a abrir un negocio. Una escuela de guardaespaldas o algo así, ¿verdad?

Él se rio.

—¿Eso van diciendo?

La mujer se rio a carcajadas.

—Sí, aunque admito que tenía mis dudas. ¿Cuál es la verdadera historia?

—El negocio ofrecerá formación avanzada de todo tipo en el ámbito de la seguridad.

—¿No en plan vigilante de centro comercial?

—No. Nos interesan las fuerzas de seguridad que viajan a zonas del mundo peligrosas. Cubriremos técnicas básicas de evasión, combate mano a mano, además de manipulación de armas. También entrenaremos a fuerzas de seguridad para que conozcan las formas más seguras de viajar y cruzar zonas conflictivas. Gran parte de eso se centra en la planificación.

Además iban a ofrecer talleres para enfrentarse a terroristas locales y para negociaciones de rehenes, aunque dudaba que la alcaldesa quisiera conocer los detalles al respecto.

—También ofreceremos actividades de incentivo para empresas. Unas instalaciones donde puedan poner en práctica la creación de un equipo.

Ella asintió.

—Parece una buena y constante fuente de ingresos —se detuvo—. ¿Ya ha decidido Ford si quiere volver a Fool’s Gold?

Justice se le quedó mirando. ¿Cómo demonios sabía en qué estaba pensando Ford?

—Aún no.

Ella asintió.

—Ha estado fuera mucho tiempo. La transición a la vida de civil debe de ser complicada para cualquier soldado, pero con lo que Ford ha visto... —suspiró—. Aquí tiene familia, y supongo que eso lo considera tanto una bendición como una maldición. No puedo evitar pensar que va a necesitar su apoyo. Pero también hay otras cosas en las que pensar, ¿qué hay del señor Whittaker?

—¿Conoce a Angel?

—He oído algunas cosas. Aún no nos hemos conocido, aunque lo estoy deseando.

Fue hacia la puerta. Y, sin saber por qué, él la siguió.

—¿Tendréis instalaciones para practicar fitness?

—Sí. Y una pista de obstáculos al aire libre.

—Estáis muy cerca de la escuela de ciclismo de Josh Golden —le dio una tarjeta de visita—. Puede que quieras hablar con él para utilizar las instalaciones. El ciclismo es un ejercicio muy bueno para una buena condición física general.

Él tomó la tarjeta.

—Ha venido preparada.

—Yo siempre estoy preparada, Justice. Este es mi pueblo y me preocupo por mis vecinos.

Él captó el mensaje y la advertencia. Se dijo que no era más que una señora inteligente, pero no lo creía. Esa mujer sabía cosas y eso significaba que fácilmente podía haber descubierto sus asuntos. Estaba advirtiéndolo y él no podía culparla por ello.

—Verás cómo el pueblo te respalda en tu aventura. Si necesitas algo, ponte en contacto conmigo directamente y yo contactaré con la persona adecuada. Este es tu sitio, Justice. Tengo esa sensación.

Lo habían capturado en una ocasión mientras cumplía una misión. Lo habían retenido y golpeado durante horas. Acababa de empezar a prepararse para el calvario que lo esperaba cuando su equipo había irrumpido y lo había rescatado. En aquel momento se había quedado tan impactado con su llegada como lo estaba ahora con las palabras de la alcaldesa.

—A lo mejor quieres ofrecer algún servicio a la comunidad, como clases de defensa personal o algo para los niños. Te recibirán bien aquí de cualquier modo, pero siempre es agradable devolver el favor. Te sentirás mejor contigo mismo y la transición será más sencilla para todos tus empleados.

La mujer volvió a sonreír.

—Dudo que tus empleados sean unos tipos corrientes, ¿no?

—La verdad es que no.

—Eso pensaba. Necesitarán encontrar su sitio aquí y establecerse. A algunos les parecerá imposible, pero tú y yo sabemos que no lo es. Está en nuestras manos mostrarles todo lo que Fool’s Gold tiene que ofrecer.

—No había pensado en clases para la comunidad —admitió.

—Para eso estoy yo aquí, para ofrecerte posibilidades —le tocó el brazo ligeramente—. Bienvenido a casa, Justice. Me alegra que hayas encontrado tu camino.

Quería decirle que no estaba seguro de que fuera a quedarse, pero incluso mientras lo pensaba, sabía que no era verdad porque había tomado la decisión en cuanto había regresado. Ver a Patience había sido el detonante. Aunque no pudiera llegar a tener con ella lo que quería, tampoco se veía con fuerzas para alejarse. Se encontraba en un dilema bastante incómodo.

La alcaldesa Tilson le deseó lo mejor y salió del almacén. Justice se metió la mano en el bolsillo y sacó el móvil.

—¿Es Fool’s Gold? —le contestó Felicity a modo de saludo.

—Sí.

—Genial. Voy a tardar un par de semanas en prepararlo todo, tal vez tres. Te avisaré cuando salga para allá. Mientras tanto avisaré a Ford y a Angel y nos pondremos a organizar las cosas. Envíame fotos del edificio y de la zona circundante. Hablaré con el abogado sobre la compra e investigaré opciones de alquiler también.

Felicia no era de cumplidos ni de comentarios de rigor. Ella iba directa al problema y en cuestión de segundos encontraba dieciséis soluciones y las listaba en orden de margen de éxito, peligro o coste. Era la persona más inteligente que conocía y probablemente una de las diez más inteligentes de todo el mundo. A veces resultaba todo un desafío trabajar con ella, pero nunca resultaba una persona aburrida.

—¿Cómo estás? —le preguntó él, básicamente, para meterse con ella.

Felicity suspiró.

—¿En serio? ¿Tenemos que hacer eso cada vez que hablamos? —hubo una pausa—. Estoy muy bien, Justice. Muchas gracias por preguntar. ¿Qué tal por Fool’s Gold? ¿Lo estás pasando bien?

—Es muy agradable —sonrió—. ¿A que estás calculando cuánto más podrías haber trabajado si no hubiéramos perdido tiempo con esta conversación?

—No. Estoy intentando ser más sociable. Voy a vivir en un pueblo pequeño y quiero ser como todos los demás.

No tuvo valor de decirle que eso jamás pasaría. Ella era muchas cosas, pero no «como todos los demás».

—¿La has visto? ¿A tu amiga?

Le había hablado un poco de Patience, le había contado que se habían conocido en el instituto, pero no que no había podido olvidarla desde entonces.

—Sí.

—¿Y es tal cual recordabas?

Él pensó en cómo se sintió al tenerla en sus brazos, en cómo la había besado. Recordó su risa y cómo había dado vueltas en mitad de un local vacío.

—Es mejor aún.

Julia extendió los brazos.

—¡Felicidades, Patience! Es todo lo que querías.

Patience abrazó a su jefa.

—Lo sé. Estoy muy ilusionada —Josh había accedido a alquilarle el local, y ella había llevado el documento al abogado esa misma mañana. Lo siguiente que había tenido que hacer era decirle a la mujer para la que trabajaba que se marcharía.

—¿En cuánto tiempo abrirás? —le preguntó Julia soltándola.

—En seis semanas. Tal vez ocho. He pensado que durante un tiempo podría trabajar media jornada, si te parece bien —alzó las manos—. Me siento como si te estuviera dejando en la estacada.

—Y así es, pero qué más da. Esto es como ganar la lotería. No puedes darle la espalda a esta oportunidad. Ya veremos a quién podemos pasarles a tus clientes y después podrás llamarlos para contarles lo que va a pasar —el buen humor de Julia se disipó ligeramente—. Pero no dejes que se marchen a la peluquería de Bella.

—Sí, señora —murmuró Patience ansiosa por evitar esa conversación en particular.

Bella y Julia eran hermanas. Hermanas separadas. Sus peluquerías se hacían la competencia en el pueblo y eso requería que los buenos habitantes de Fool’s Gold tuvieran mucho cuidado si querían mantener la paz.

Patience prometió contactar con sus clientes en un par de días y se salió de su despacho. Había ido a hablar con Julia aprovechando su día libre y ahora tenía miles de cosas por hacer y ni idea de por dónde empezar.

Según lo acordado, el abogado de la tía abuela Becky le había enviado el cheque de un día para otro y el dinero ya estaba en su cuenta. Ava ya había investigado dónde ingresar los fondos para la universidad de Lillie y a finales de semana saldarían la hipoteca. Una vez firmaran el alquiler, empezarían a encargar todo lo que necesitaban y hablarían con un constructor para la reforma del local.

Estaba entrando en la sala de la peluquería para recoger su bolso y seguir con sus quehaceres cuando una rubia alta la detuvo.

—Tu madre me ha dicho que te encontraría aquí.

Patience vio a su amiga Isabel y se rio.

—¡No me lo puedo creer! ¿Cuándo has vuelto?

—Ayer.

Se abrazaron.

—¿Me habías dicho que teníais previsto venir? —le preguntó Patience emocionada de ver a su amiga.

—No, ha sido algo inesperado.

Isabel vivía en Nueva York y trabajaba en publicidad. Al igual que Patience, había crecido en Fool’s Gold y su familia seguía allí.

Patience miró el reloj de la pared. Eran casi las once y media.

—¿Quieres que vayamos a comer algo y nos ponemos al día?

—Estaba deseando que me lo propusieras. Tengo muchas cosas que contarte.

—Pues estoy deseando oírlas.

Fueron paseando hasta Margaritaville y se sentaron en una tranquila mesa junto a la ventana. Después de pedir un refresco y guacamole, retiraron las cartas y se miraron.

—Tú primero —dijo Patience.

Isabel se colocó un mechón de su larga melena rubia detrás de la oreja y se encogió de hombros.

—No estoy segura de por dónde empezar.

Patience la conocía de toda la vida. Isabel era un par de años más pequeña, así que nunca habían salido juntas en el instituto, pero poco después de que Ned la hubiera abandonado con su hija recién nacida, a Isabel la habían expulsado de la Universidad de California y había vuelto a Fool’s Gold. Les hacía gracia decir que sus desgracias las habían unido, y desde entonces habían sido amigas.

—Antes de contarte mi triste historia —le dijo Isabel—, quiero ver fotos.

Patience se rio y le pasó el teléfono. Isabel fue pasando las imágenes.

—Crece por minutos. Está preciosa. Dile a Lillie que estoy deseando verla.

—Se lo diré.

Le devolvió el teléfono justo cuando la camarera llegó con sus bebidas, patatas, salsa y guacamole. Isabel esperó hasta que se quedaron solas y al instante puso la mano izquierda sobre la mesa y sacudió los dedos.

—Me voy a divorciar.

Patience se quedó mirando su dedo desnudo.

—¡No! ¿Qué ha pasado?

—Nada dramático —respondió con sus enormes ojos azules llenos de pena, aunque sin lágrimas—. Eric y yo seguimos siendo amigos, lo cual es muy triste. Creo que la verdad es que siempre hemos sido amigos. Nos llevábamos tan bien que queríamos creer que con la amistad bastaba, pero no era así.

—Lo siento —dijo Patience mirándola. Pero había más, algo que Isabel no le había contado. Sin embargo, no quería presionarla. Cuando su amiga estuviera lista, ya se lo contaría.

—Yo también. Me siento estúpida y perdida. Mis padres llevan casados como ciento cincuenta años —esbozó una compungida sonrisa—. Bueno, vale, unos treinta y cinco, pero aun así... Maeve lleva doce años casada y no deja de tener bebés. Soy el fracaso de la familia.

Patience le acercó el guacamole.

—¿Por eso has venido de visita? ¿Por el divorcio?

—Más o menos. Mis padres han decidido que les ha llegado la hora de seguir sus sueños. Maeve y yo ya somos mayores y ellos no quieren esperar demasiado para poder viajar. Así que han sacado sus ahorros para rachas malas y se han comprado billetes para hacer un crucero por todo el mundo.

—¿En serio?

—Sí. Se marchan en un par de semanas. Y también quieren vender Paper Moon.

Patience se la quedó mirando con una patata a medio camino de la boca.

—¡No! —Paper Moon era la tienda de novias del pueblo, toda una institución desde que la abuela de Isabel había abierto el establecimiento.

—Lo sé. Yo también me quedé impactada, pero mi madre está cansada de llevar la tienda y a Maeve no le interesa. Y, aunque le interesara, tiene demasiados bebés que cuidar.

—No puedo imaginarme la plaza sin la tienda de vestidos de novia Paper Moon.

—Seguirá donde está. Seguro que encontramos un comprador.

—Pero no será lo mismo.

Isabel miró por la ventana.

—Todo cambia, incluso cuando no queremos —agarró una patata—. Bueno, el caso es que esa es la razón por la que he vuelto. Voy a trabajar en la tienda los próximos ocho meses para prepararla antes de venderla, y a cambio me llevo una tajada de las ventas. Es una gran noticia porque voy a necesitar el dinero.

Se inclinó hacia delante con gesto más animado.

—Tengo una amiga en Nueva York, Sonia. Es una diseñadora magnífica. Vamos a meternos juntas en el negocio, así que trabajar en la tienda de mis padres unos meses me dará la experiencia en la venta de cara al público que necesito y algo de dinero extra para los gastos del principio.

—Se te ve muy ilusionada.

—Lo estoy, y creo que podré soportar quedarme aquí un tiempo.

—No se está tan mal aquí. Estarás genial.

—No me puedo creer que nunca te hayas marchado.

—Nunca he querido hacerlo. Me gusta el pueblo.

—A mí también, pero ¡venga!, ahí fuera hay todo un mundo.

Patience sabía que era verdad, aunque nunca le había interesado conocerlo.

—Bueno, solo he hablado yo. ¿Qué novedades tienes?

—Por una vez tengo noticias —le contó lo de la tía abuela Becky, lo del dinero y lo de la cafetería que su madre y ella iban a abrir.

Isabel se rio.

—¡Es fantástico! —levantó su vaso de refresco—. ¡Por que todos tus sueños se hagan realidad!

Brindaron.

—Estoy aterrorizada —admitió Patience—. No sé nada sobre atender al público. He dado algunas clases, pero no es lo mismo.

—Sé a qué te refieres. Yo trabajé en la tienda de novias mientras estuve en el instituto y la universidad, pero solo lo hice por el dinero. No le estaba prestando atención a cómo funcionaban las cosas. Si no me va bien, no podremos venderla por la cantidad suficiente y me quedaré sin el dinero extra.

—Aprenderemos juntas.

—Me gusta cómo suena eso. Nos apoyaremos —tomó otra patata—. ¿Sabes algo sobre Ford Hendrix?

La pregunta tenía un tono de indiferencia, y para alguien que no conociera el pasado de Isabel no habría sido más que un comentario, pero Patience conocía toda la historia. En lugar de responder, enarcó las cejas.

—¿En serio?

Isabel puso los ojos en blanco.

—No me mires así. Es solo por curiosidad.

—¿Porque te vas a divorciar?

—No, por supuesto que no. He vuelto y eso me está haciendo pensar en el pasado.

—¿Y en que fue tu «único y verdadero amor»?

Isabel hizo una mueca de disgusto.

—Por favor, no lo digas así. Me hace parecer una loca obsesiva.

—Eras una niña de catorce años encaprichada con un chico. No creo que haya mucha diferencia —sonrió—. Estabas loquita por él.

—¡Mira quién fue a hablar! Tú estabas coladísima por ese chico que se marchó. ¿Cómo se llamaba?

—Justice.

—Eso. Fue todo muy misterioso. ¿Llegaste a descubrir qué le pasó?

—Sí.

—¿En serio? ¿Cuándo?

—Hace unos días. Ha vuelto.

Isabel se la quedó mirando.

—¿Y no me lo habías contado? ¿Has dejado que siguiera hablando sobre mi aburrida vida cuando tenías una noticia así? ¿Has hablado con él? ¿Cómo está? ¿Adónde fue? ¿Por qué ha venido?

Patience dio un trago a su refresco.

—Por muy increíble que parezca, estaba en un programa de protección de testigos —le resumió los detalles—. Vino a Fool’s Gold el año pasado como guardaespaldas y decidió que quería volver. Así que va a abrir un negocio aquí con un par de amigos. Lo pintan como si fuera otra cosa, pero básicamente será una escuela de guardaespaldas.

—Un hombre peligroso. ¿Está guapo?

Patience hizo lo que pudo por no sonrojarse.

—Sí.

—Entonces lo has visto.

—Vino... a cenar la otra noche a casa. Ya sabes, para ver a mi madre y esas cosas.

Isabel apretó los labios.

—Lo que me interesa más son «esas cosas». Aún te gusta.

—No. Bueno, a lo mejor —no dejaba de moverse en su asiento—. De acuerdo, sí. Es el chico ideal y ahora ha crecido, y cuando estoy con él me cuesta respirar.

Algo se encendió en los ojos de Isabel por un instante antes de disiparse.

—Es una descripción impresionante. Aunque me parece que ahora viene un «pero».

Patience asintió.

—¿Pero por qué ahora? Mientras estaba en el programa de protección de testigos no podía decirme quién era, pero después arrestaron a su padre y lo metieron en la cárcel, lo cual significaba que Justice podía hacer lo que quisiera. Sin embargo, está claro que no quería ponerse en contacto conmigo.

—Vaya —Isabel se puso derecha—. Muy bien pensado.

—Con Ford sí que contactó. Son amigos. Y ahora ha vuelto y mis hormonas se han revolucionado, aunque no dejo de decirme que he de tener cuidado.

—Sí, tenlo. Los hombres no siempre son lo que parecen —agarró otra patata—. Nunca es fácil, ¿verdad?

—No. Intento estar calmada y comportarme como una adulta —pensó en el beso y en cómo le habían temblado las rodillas—. Si va a abrir un negocio, no creo que vaya a desaparecer otra vez, ¿no? —porque eso sí que no lo soportaría. Todos los hombres por los que había sentido algo habían terminado marchándose.

—Es una muy buena señal.

Patience respiró hondo.

—Eso espero. Y hablando de esperanzas, tengo algo que contarte sobre Ford.

Isabel la miró.

—¿Qué?

—Pronto vendrá. Al parecer, va a dejar el ejército y va a volver a Fool’s Gold.

Isabel abrió la boca y la cerró.

—¿Vendrá al pueblo?

—Eso se rumorea. No tengo ni detalles ni fechas.

—Oh, Dios mío, no. No puedo mirarlo a la cara. Me pasé años escribiéndole. No estoy segura de si recibió mis cartas o si las ha leído, pero aun así.

—Le habrían gustado tus cartas.

—Eso no lo podemos saber. Seguro que piensa que soy una acosadora —se cubrió la cara con las manos—. Sabía que volver a casa sería complicado, pero no pensaba que tuviera que ver a Ford —posó las manos sobre la mesa—. ¿Está casado?

—No lo sé.

—Probablemente esté casado y con seis hijos, ¿verdad? Y un perro. Así que no tengo que preocuparme, porque ni siquiera se acordará de mí.

Patience agarró otra patata.

—Me gustaría burlarme de ti, pero no puedo porque sé exactamente por lo que estás pasando.

—Eso me hace sentir mejor. ¿Si te enteras de algo me lo dirás?

—Con todo detalle.

—Yo haré lo mismo por ti. Aunque no es que esté esperando oír toda clase de cotilleos. Cuando la gente viene a la tienda, suelen obviar la racha dramática de su relación —dio un trago al refresco—. ¿Crees que Ford está casado? —le preguntó sonando tanto aterrada como esperanzada.

—Podría estarlo. Y estoy segura de que ya no está tan guapo como antes.

—Es verdad. Ahora estará viejo y habrá perdido todo su atractivo —se detuvo—. Has dicho que Justice está como un tren.

Patience contuvo el aliento.

—Más que eso.

—Bien. Una de las dos debería conseguir a un chico genial.

—Es muy pronto para saber si es genial o no —quería creer que lo era, por supuesto, pero no tenía pruebas.

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