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Capítulo 8

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Patience se sentó en el sofá del salón e ignoró la carpeta que Justice le había puesto delante.

—¿Estás seguro?

—Pareces decepcionada.

—Esperaba que me dijeras que el abuelo de Lillie es un criminal famoso al que buscan en quince estados. Eso me habría facilitado mucho la decisión.

—Lo siento, pero no tiene antecedentes penales. Un par de multas de tráfico en muchos años. No parece que tenga éxito con sus relaciones personales, pero por lo demás, ha pagado sus impuestos a tiempo y ha dirigido un negocio bastante próspero. Lo vendió hace un año, hizo algunas inversiones seguras y se mudó aquí hace unos cuatro meses.

Patience se estremeció.

—¿Tan cerca está?

—Tiene una casa alquilada a las afueras del pueblo —Justice se sentó en el sofá y la miró—. No sé nada de su personalidad, pero en cuanto a todo lo demás, es un tipo muy normal.

—Lo cual significa que no tengo ninguna razón para mantenerlo alejado de Lillie.

—No es la respuesta que querías.

Ella se encogió de hombros.

—Sé que me hace parecer una persona terrible, pero estoy dispuesta a vivir con esa opinión.

—Solo intentas proteger a tu hija.

Patience deseaba poder aceptar el cumplido, pero no estaba siendo del todo sincera.

—Puede que tenga algún otro motivo. Admito que una parte de mí no quiere que mi relación con mi hija cambie. No quiero compartirla con Steve. Y también me preocupa que, si se conocen, Ned se entere y tenga alguna especie de despertar espiritual.

Justice se acercó un poco y le agarró la mano.

Ella le dejó, le gustó ese contacto físico y el apoyo que transmitía. Tenía las manos grandes, pensó antes de tener que aclararse la voz cuando la parte más descarada de su mente le susurró ese mito que se decía sobre los hombres con manos grandes...

«Tonterías», se dijo. Además, no venía al caso.

—También he investigado a Ned. Es un cretino. Y no creo que tengas que preocuparte de que de pronto le entren remordimientos de conciencia. Por lo que sé, no tiene ninguna.

—Lo cual me convierte en una estúpida por haber tenido una relación con él —levantó la mano que tenía libre—. Me estoy yendo del tema. Lo importante es que Steve no es un mal tipo y que probablemente debería darle una oportunidad.

—¿Y qué dice tu madre de él?

—Está de su lado, lo cual me sorprende. Habría pensado que le preocuparía, pero está a favor de que Lillie conozca a su abuelo —se mordió el labio—. Y eso me preocupa también. El hecho de que esté de acuerdo. Últimamente la he notado muy rara. La llaman y contesta en privado sin decirme quién es. No espero que comparta conmigo cada detalle de su vida, pero algo está pasando.

Justice la miraba fijamente.

—¿Crees que se trata de su salud?

Él acababa de ponerle voz a su mayor temor.

—Espero que no, pero me preocupa. ¿Y si está más enferma de lo que hace aparentar? A lo mejor quiere que Lillie tenga más familia porque ella no va a estar aquí tanto como le gustaría.

Un gran nudo se le formó en la garganta y los ojos se le empezaron a llenar de lágrimas. Parpadeó y tragó saliva al no querer estallar en sollozos histéricos en ese preciso momento.

Justice le agarró la otra mano.

—Ey, mírame.

Y lo miró.

—Tu madre no se está muriendo. La has visto por aquí. Se mueve genial. Hace lo mismo que hacía antes y además está completamente volcada en el Brew-haha. ¿A que sí?

—Sí.

—Así que sea lo que sea lo que está pasando, no creo que tenga nada que ver con su salud. Pero si sigues preocupada, pregúntale.

Él entrelazó sus dedos.

—Venga, pregúntale.

—Lo haré. Después de la inauguración. No quiero que sienta que la estoy espiando y ahora mismo las dos estamos muy estresadas.

Además, lo que había apuntado Justice sobre cómo Ava seguía desempeñando sin problemas sus actividades era cierto. No había habido ningún cambio en su estado, exceptuando las misteriosas llamadas. Ava seguía saliendo con sus amigas y trabajando las mismas horas de siempre.

Respiró hondo.

—Supongo que tengo que llamar a Steve para decirle que puede ver a Lillie.

—¿Quieres que esté con vosotras en la primera visita?

—¿No te importaría? Me ayudaría mucho —esbozó una débil sonrisa—. Sé que si las cosas se complican, puedes intervenir.

Además, Justice sería una buena distracción para su hija. Y si encima un guardaespaldas profesional ponía un poco nervioso a Steve, mejor que mejor. Tuvo que admitir que su plan de mantener alejados a Justice y a Lillie se había ido por el retrete, pero ahora mismo Steve era la mayor amenaza.

—No me habría ofrecido si no quisiera hacerlo. Lillie es una niña fantástica. Me alegra poder asegurarme de que no le pase nada malo.

—Gracias. Como pronto tienes que irte a cumplir con tu misión secreta de guardaespaldas, organizaré la visita para antes de eso —se rio—. ¿A que es una estrella de rock? Son una banda y te da vergüenza, y por eso estás fingiendo que es peligroso.

Los ojos de él se llenaron de una emoción que Patience no pudo identificar del todo.

—Me has pillado.

—Lo sabía.

—Eres muy lista... para ser chica.

Ella se puso recta.

—¿En serio? No me puedo creer que me hayas dicho eso.

—Me gusta que seas una chica.

—No intentes hacerte el simpático ahora. Me siento insultada.

Empezó a levantarse, pero él la agarró por la cintura y la llevó hacia sí. Patience no había pretendido detenerlo, pero aunque lo hubiera hecho, era él el que llevaba las riendas de la situación. Un par de movimientos y ya la tenía sentada sobre su regazo y con su rostro a escasos centímetros del suyo.

Sus muslos parecían roca bajo sus nalgas. Sus brazos la rodeaban haciéndola cautiva. Podía inhalar su aroma, a jabón, a limpio y algo más sensual y masculino.

—¿Estás tomando el control de la situación? —le preguntó ella en voz baja.

—Sí.

Sabía que había cosas que le preocupaban. Sabía que él no era el mismo que había sido antes. Estaba dando por hecho que aquel chico se había convertido en la misma clase de hombre. Su instinto le decía que confiara en él, pero no era su instinto lo que le preocupaba. Ni siquiera su cuerpo. Era su corazón.

Justice era el caballero de ojos azules que iba a su rescate. Después de años de cuidar de sí misma era complicado resistirse a lo que le estaba ofreciendo, pero tenía preguntas. Y aun a riesgo de parecer un padre de una novela del siglo XVIII, tenía que saber «¿qué intenciones tenía?» No era buen momento para que le partieran el corazón.

Pero cuando él se acercó y la besó, no logró resistirse. Ese hombre era ardiente y ella llevaba casi toda una vida sin disfrutar de una ardiente pasión.

De buen grado recibió el calor y la presión de su boca y separó los labios al instante. Él deslizó la lengua dentro y ella se perdió en la erótica danza mientras un escalofrío la recorría. Lo rodeó por el cuello y se inclinó para sentir su cuerpo contra el suyo.

Más cerca, pensó, ladeando la cabeza y besándolo con intensidad. Necesitaba acercarse más.

Por suerte, parecía que Justice podía leer la mente y, así, la agarró y la sentó a horcajadas sobre él. Ahora ya estaban lo suficientemente cerca para hacer un montón de cosas excitantes.

Abrió los ojos y lo miró a la cara. Lentamente, sin querer precipitar el momento, le acarició la mejilla y después dibujó la línea de su mandíbula.

—Eres un chico duro —murmuró.

Él esbozó una media sonrisa.

—Así soy yo. Duro.

Patience suponía que «letal» era una palabra mejor, aunque no para lo que ella tenía pensado. Posó los dedos sobre sus hombros y se perdió en su mirada.

—¿Estás seguro de esto?

—¿De vivir en Fool’s Gold y abrir el negocio o de estar contigo?

—De todo, supongo.

—Me consideras mejor de lo que soy.

Eso sí que era esquivar bien una pregunta.

—¿Y no debería eso hacerte feliz?

Él posó las manos en su cintura.

—No quiero decepcionarte.

—¿Es posible?

—En la vida, no en la cama.

—¡Oh, vamos! Qué comentario tan típico de chico.

—Culpable. Pero te deseo —le dijo en voz baja—. Bésame, Patience.

Ella se acercó más para cumplir su petición y cuando sus bocas se tocaron sintió las manos de Justice sobre sus pechos, rodeándolos con sus palmas. Unos largos dedos acariciaban sus pezones y lanzaban sacudidas de deseo a todo su ser. Se hundió en él, queriendo eso y más.

Empujó su lengua contra la suya a la vez que él rozaba sus pezones un poco más rápido y con más fuerza, haciendo que le costara respirar. Cuando bajó las manos a sus caderas, a punto estuvo de protestar, pero entonces se dio cuenta de que solo estaba acercándola más. Llevándola hacia su erección.

Estaba muy excitado y ella deseó que no estuvieran separados por capas de ropa. Se moría por lo que le estaba ofreciendo, estaba desesperada por tenerlo.

Él coló las manos debajo de su camiseta de los rinocerontes bailarines y, con un ágil movimiento de dos dedos, le soltó el sujetador; al momento ya estaba tocando sus pechos, piel con piel, y ella se puso derecha para dejarle más espacio.

Se movía contra él incluso mientras estaba subiéndole la camiseta, quitándole el sujetador y posando la boca en uno de sus pechos.

El suave y húmedo contacto la hizo gemir. Él le lamió un pezón antes de cerrar los labios a su alrededor y succionar con delicadeza. Ella hundió las manos entre su pelo y se acercó más, deseando todo lo que tenía que ofrecer.

Justice pasó al otro pecho y repitió el proceso. Cuando se apartó, sus ojos estaban muy oscuros, sus pupilas dilatadas y ambos tenían la respiración entrecortada.

—Deberíamos...

«Ir arriba. Hacerlo ahora. Desnudarnos». Patience no estaba segura de qué iba a decir a continuación, aunque sí que tenía cierta idea del contexto. Pero en lugar de terminar la frase, oyó una risa familiar desde fuera.

Lillie.

—¡Mierda! —gritó levantándose de su regazo y buscando su sujetador—. Estamos en mi salón en mitad de la tarde. No podemos hacer esto aquí.

Él miró hacia la puerta, se levantó y fue hacia la butaca que había junto al sillón. Ella tardó un segundo en darse cuenta de que estaba colocándose tras ella para que su «estado» no fuera tan obvio.

—Tienes razón. Este no es el lugar. Puedo disculparme si quieres, aunque técnicamente no lo siento.

Ella se abrochó el sujetador y se bajó la camiseta. Después de asegurarse de que todo estaba en su sitio, lo miró y sonrió.

—Yo tampoco lo siento, pero la última vez que me enrollé en el sofá aún estaba en el instituto.

La mirada de Justice se quedó clavada en la suya. No habló, pero ella juraría haber oído las palabras. «Debería haber sido yo».

En ese segundo estuvo de acuerdo. Debería haber sido él. Su primer beso, su primera vez. Porque lo que fuera que había sentido por Justice antes había permanecido con ella todo ese tiempo. No era amor y probablemente no era lo más inteligente, pero ahí seguía. Una sensación de conexión que implicaba que alejarse fuera imposible de imaginar.

Justice no había sabido qué esperarse del equipo de trabajo en el Brew-haha y, aun así, ver allí a casi cincuenta voluntarios le supuso una sorpresa. Durante las últimas dos semanas, Patience había elaborado una lista de las cosas que había que hacer y de los suministros que había que reunir. La había visto algún rato, pero nunca sola ni en una situación en la que pudiera aprovecharse de que estuvieran a solas.

No podía recordar la última vez que había pasado tanto tiempo esperando algo que no podía tener. Incluso de adolescente, había estado más centrado en ocuparse de la situación con su padre que en conseguir a la chica. Había tenido sentimientos hacia Patience, pero ella había sido tan pequeña que había sabido que no tenían ningún derecho a estar juntos.

Con el paso de los años había aprendido a perderse en su trabajo, y cuando había querido o necesitado estar con una mujer, siempre había tenido muchas donde elegir. Pero haber querido a una en concreto y no poder tenerla era algo nuevo para él.

Esa brillante y cálida mañana de primavera estaba junto al resto de la multitud escuchando las explicaciones de Patience.

—Hay una lista general pegada en la puerta —dijo ella señalando al papel de color chillón—. Los suministros están en el centro de la sala, sobre la lona. Una vez se haya completado una tarea, por favor, tachadla para que los demás sepamos que está terminada.

Se había recogido su larga y ondulada melena en una cola de caballo y llevaba una camiseta roja con un gato dibujado por delante. Parecía una chica de diecisiete años. Una chica llena de energía y guapísima.

Sabía que Lillie pasaría el día con sus amigas y que Ava había tenido algunos problemas últimamente, por lo que estaría usando la silla de ruedas. Sabía el color que había dentro de los botes de pintura y lo que había que hacer, pero seguía un poco al margen de lo que estaban haciendo. Estaba observando más que participando.

Así prefería hacer las cosas. El problema era que con Patience estaba más involucrado de lo que hubiera querido. Aun así, echarse atrás no lo contemplaba como opción.

—Ethan y Nevada han traído herramientas —continuó Patience—. Ella está al mando de las labores de construcción. Si alguien tiene la necesidad de aporrear un martillo, que vaya a verla.

Un hombre gruñó y Justice supuso que sería Ethan. Un tipo alto y rubio le dio un golpe en el brazo.

—Tu hermana está al mando, tío. Qué humillante.

Ethan se giró hacia su amigo.

—¿Te has fijado en que no ha dicho que tú tuvieras herramientas, Josh? ¿Sabes lo que significa eso?

Josh se rio.

—Gracias otra vez por venir —dijo Patience—. Os lo agradezco muchísimo.

—¡Todos estamos aquí por vosotras! —gritó alguien.

Se oyeron murmullos asintiendo y después la multitud se dividió y la gente se puso manos a la obra.

Una rubia alta y delgada se acercó a Justice y se lo quedó mirando.

—Bueno —le dijo con una sonrisa—. Me rindo. No puedo recordar tu nombre. Soy Evie Stryker. Me mudé aquí el año pasado y aún sigo investigando quién es quién —alargó la mano—. Soy profesora de danza, por si tienes hijas.

Se estrecharon la mano.

—Ninguna hija. Pero sí que conozco a Lillie, la hija de Patience.

—Es una de mis alumnas. Qué niña tan dulce —Evie miró a su alrededor—. Bueno, ese de allí es Dante, mi prometido. Y esos tres que están forcejeando por ver quién se lleva la brocha más grande son mis hermanos —sacudió la cabeza—. En fin, qué más da. Este pueblo es demasiado. La gente es demasiado simpática y lo saben todo sobre la vida de los demás. Es una locura. En serio, márchate mientras puedas.

—Pues no veo que tú te hayas marchado.

—Me pillaron en un momento de debilidad y ahora no me puedo imaginar viviendo en ningún otro sitio. Te absorben.

—Yo viví aquí un tiempo cuando era pequeño.

—Y volviste, lo cual demuestra lo que estoy diciendo.

—¡Ahí estás!

Justice se giró y se vio frente a frente con Denise Hendrix, que lo abrazó y le lanzó una amplia sonrisa.

—¡Qué alegría me da que sigas aquí, Justice, y que Ford vaya a volver! ¿Aún no te he invitado a cenar? Tienes que venir en cuanto llegue Ford. Así tendremos a toda la familia reunida.

—Recuerdo esas cenas —dijo él, pensando en esos buenos momentos—. Eran muy escandalosas.

Con seis hijos, más los amigos que llevaban a casa a cenar, siempre había habido mucha conversación y jaleo. La casa de los Hendrix había sido uno de los pocos lugares que había podido visitar. La casa de Patience también había estado en la lista y por eso había querido ir lo más a menudo posible. Estar con otras familias le había permitido olvidar por qué estaba huyendo, ya que a su lado podía fingir que era un niño como otro cualquiera.

—Seguimos pasándolo de maravilla —le dijo Denise—. Ahora estamos más apretados porque la familia ha aumentado, pero eso solo hace que lo pasemos aún mejor.

Él se agachó y la besó en la mejilla.

—Estoy deseándolo.

—Bien.

Y con eso se excusó y se marchó.

Justice estaba a punto de unirse a un grupo de trabajo cuando vio a Ava entrar con la silla de ruedas en el abarrotado lugar. Su silla se movía fácilmente por los suelos de madera. Al verla mirar a su alrededor como si no supiera qué hacer, corrió hacia ella.

—¿Estás ocupándote de todo?

Ella le sonrió agradecida.

—Creo que Patience ya lo está haciendo muy bien. Solo quería pasar y ver al pueblo volcarse con mi hija.

—Hay mucha gente.

Patience se acercó.

—Hola, mamá. ¿Estás bien?

—Sí, muy bien.

Pero Patience no se quedó muy convencida y Justice miró a Ava.

—Con mucho gusto me quedaré aquí contigo, así me libro de trabajar.

Patience articuló un «gracias» y añadió en voz alta:

—¡Ah, muy bonito! Aunque ni siquiera me sorprende. Es muy típico, un hombre disfrutando viendo como los demás trabajan.

Él agarró una silla y se sentó al lado de Ava, que le lanzó una mirada especulativa.

—Quieres echar un ojo a ver qué pasa y me utilizas como excusa.

—Puede que sí.

—Puede que no. Estás diferente, Justice. Ha pasado el tiempo y, por supuesto, has cambiado, pero ese no es el único cambio, ¿verdad?

Automáticamente, él adoptó una postura de aparente tranquilidad y, mirándola, le respondió:

—¿Estás preguntando o afirmando?

—Las dos cosas —lo observó—. Entraste en el ejército después de que arrestaran a tu padre.

Él asintió.

—Lo que hacías era peligroso. Patience y yo hemos especulado sobre el tema, aunque estoy segura de que no podremos saber nunca la verdad.

—Probablemente no.

—Has visto cosas.

Más de las que se podía llegar a imaginar.

—Y ahora vas a abrir aquí tu escuela.

Él se rio.

—No es una escuela.

—Ya sabes a qué me refiero —se inclinó hacia él—. ¿Puedes hacerlo? ¿Puedes establecerte en un pueblo pequeño?

—No lo sé —admitió—. Pero quiero estar aquí.

Fue una respuesta sincera. Por mucho que el pueblo lo atraía, le preocupaba no saber encajar. Podía fingir una situación durante un tiempo, pero al final acabaría saliendo a la superficie quién era en realidad.

Había hecho cosas con las que ningún hombre debería vivir. Y, aun así, como Ava había dicho, ahí estaba. Había preguntas a las que no podía dar respuestas, como cuánto tenía de su padre, si podría escapar de la influencia de Bart, si terminaría haciendo daño a la gente que le importaba. Nunca había corrido ese riesgo, no había merecido la pena hacerlo. Siempre había preferido seguir adelante, pero ahora estaba empezando a pensar que quería quedarse allí.

—¿Y hasta que punto Patience influiría en tu decisión? —le preguntó Ava.

—Ella es uno de los motivos que me atraen a quedarme. Nunca la he olvidado.

—Ahora los dos sois personas diferentes.

—Ella no es diferente —estaba más mayor, más bella. Pero la esencia seguía ahí. La dulzura, el buen humor, su única perspectiva del mundo que, en su caso, se reflejaba a través de esas camisetas tan graciosas.

—¿A qué tienes miedo?

—A hacerle daño.

—Pues entonces no se lo hagas.

—No es tan sencillo.

—A veces sí que lo es.

Patience consultó la lista de cosas que tenía por hacer y lo poco que le quedaba de estrés se disipó. Todo estaba en marcha y más rápido de lo que podría haber imaginado. Ya habían limpiado, y todos los platos, tazas y vasos se habían sacado de las cajas. En la trastienda un equipo trabajaba con las estanterías bajo las órdenes de Nevada.

Charlie se acercó.

—El embellecedor ya está pintado y Finn, Simon y Tucker están instalando las barras de las cortinas. Tucker tiene experiencia profesional, pero Simon le está aplicando su precisión de cirujano, así que imagina cómo está saliendo. Finn los está picando a los dos porque la situación es muy graciosa. No me voy a molestar en decirte el problema en el que se están metiendo los hermanos Stryker, pero que sepas que después tendrán su castigo.

Patience se rio.

—No me preocupa. Todos están trabajando mucho y la lista ya está casi completa —abrazó a Charlie—. Adoro este pueblo.

—Y el pueblo te adora a ti —Charlie giró la cabeza y gruñó—. Las mayores a las diez en punto.

Patience le siguió la mirada y vio que Eddie y Gladys habían aparecido. No había duda de que las casi octogenarias mujeres querían ver a jóvenes guapos con vaqueros ceñidos. Las dos eran unas desvergonzadas. El año anterior, Clay había reunido a varios amigos para posar para un calendario benéfico, y cuando Eddie y Gladys se enteraron, se habían presentado allí con sillas plegables para ver el espectáculo.

Para algunas fotos, los chicos se habían tenido que desnudar y ellas habían quedado encantadas y hasta les habían sacado fotos con los móviles. Charlie se había visto obligada a eliminar los desnudos frontales para consternación de Eddie y Gladys.

—Iré a asegurarme de que se comportan —dijo Patience.

Charlie la agarró del brazo.

—Ya lo hago yo. Tú tienes que ocuparte de esto. Además, eres demasiado amable. Conmigo, al menos fingen estar asustadas.

—Gracias.

—¿Qué puedo decir? Soy una amiga increíble y tienes suerte de tenerme en tu vida.

Patience se rio y vio que cuando las ancianas vieron a Charlie acercarse intentaron escabullirse. Pero ella era más rápida y pronto las acorraló. Después, Patience hizo una ronda y fue deteniéndose a ver cómo iba todo.

Simon y Tucker se miraban.

—Hay un milímetro de más —dijo el cirujano—. ¿Sabes lo que eso significa?

—Nada —le respondió Tucker—. Porque no queda fuera. Fíjate en el nivelador.

—Estoy tomando medidas y eso es más preciso que una burbuja.

Finn se apoyó contra la pared y disfrutó del espectáculo.

—Las cortinas están genial —dijo Patience—. Me encantan.

—¿Lo ves? —apuntó Tucker.

—Hay que subirse a una escalera para ver la diferencia —le informó Simon.

—No creo que muchos clientes vayan a subirse a una escalera —respondió Patience antes de sonreírles y seguir avanzando.

Al dar una vuelta a la sala pasó por delante de Kent Hendrix y su madre. Denise estaba mirando a su hijo.

—¿Estás seguro? —le preguntó con voz esperanzada.

—Ha pasado mucho tiempo. Quiero seguir adelante con mi vida. Lorraine se ha ido y no va a volver. Tengo que seguir adelante. Ya he malgastado demasiado tiempo con ella.

Denise se acercó para abrazarlo y Patience se apartó al no querer inmiscuirse en un momento tan íntimo y familiar.

Conocía los detalles. Kent había estado casado y Lorraine y él tenían un hijo, Reese. Hacía unos años, Lorraine había decidido que no quería ser ni esposa ni madre y se había marchado abandonándolos a los dos. Algo parecido a lo que hizo Ned.

En ese momento, Josh y Ethan pasaron por su lado con unos tablones sobre los hombros dejándola atrapada donde estaba.

—Cuánto me alegro —le dijo Denise a su hijo—. Tienes que empezar un nuevo capítulo en tu vida. ¿Estás saliendo con alguien?

—Mamá, déjalo. Yo encontraré a mi chica.

—Pero quiero ayudarte.

Patience miró a su alrededor nerviosa y aún sin poder salir, atrapada por las piezas de madera. En cualquier segundo, Denise empezaría a buscar una futura señora de Kent Hendrix y no quería ser la primera que la mujer viera. Kent era un tipo genial, pero solo eran amigos.

Por fin logró colarse por debajo de las tablas e ir hacia la trastienda. Allí se escondería hasta que el peligro hubiera pasado, pensó riéndose para sí.

Una vez estuvo a salvo, casi se compadeció de Kent. Denise era una mujer formidable. Si decidía que iba a buscarle novia a su hijo, Kent se iba a encontrar con todo un desfile de mujeres pasando por delante de su casa.

Miró hacia la sala principal y vio a Justice con su madre. Estaban sumidos en una intensa conversación y tenían las cabezas muy juntas.

Aunque se preguntaba de qué estarían hablando, lo que de verdad se estaba preguntando era cuántas ganas tenía de acercarse a Justice. De estar cerca de él y ver cómo le sonreía. Era consciente de que estaba dejándose llevar por sus sentimientos demasiado y muy rápido, y no sabía cómo ralentizar un poco el proceso.

A solo un par de semanas de la inauguración, estaba tremendamente ocupada y aun así encontraba huecos para pensar en Justice. Tal vez era positivo que él fuera a estar fuera unos días porque así podría intentar olvidarlo. O si no le era posible, tal vez sí que podría ver las cosas con perspectiva.

La alcaldesa Marsha se le acercó.

—Todo está saliendo genial. Felicidades.

—Gracias —respondió Patience, fijándose en el traje de falda que siempre llevaba la mujer—. Vaya, me esperaba que te hubieras puesto pantalones —la alcaldesa se había puesto pantalones una vez para formar parte de un equipo de trabajo en Navidad y había causado una gran impresión a todos.

La mujer sonrió.

—Hacía mucho frío aquel día y por eso hice una excepción —ladeó la cabeza—. Mmm, me pregunto qué significa eso.

—¿El qué?

La alcaldesa señaló y Patience se giró y vio a Charlie sacando el móvil y sacudiendo la cabeza.

—¡A ver, callaos todos un momento, por favor! —gritó Charlie—. Puede que sea importante.

La sala se quedó en silencio.

Charlie escuchó bajo la atenta mirada de todos los demás. ¿Sería una buena noticia? ¿Habría pasado algo?

Finalmente sonrió.

—De acuerdo. Haré correr la voz —se apartó el teléfono de la oreja para decir—: Es Annabelle. ¡Se ha puesto de parto!

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