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Capítulo 5

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—El tuyo es más grande que el mío —dijo Patience recorriendo el almacén.

Justice se rio. Fuera la circunstancia que fuera, siempre lograba hacerlo reír.

—Creía que a las mujeres les gustaba decir que el tamaño no importa.

Ella lo miró sonrojada y se dio la vuelta.

—Me refería a tu negocio.

—Ya lo sé. Aquí haré cosas distintas. Necesitaremos mucho espacio.

—Imagino que la buena noticia es que puedes hacer todo lo que quieras.

—Eso creía. Marcos en las paredes, montar algunos despachos y salas de reunión.

—Y un cuarto de baño —añadió ella—. Si tus clientes van a hacer ejercicio, tal vez deberían tener unas duchas.

Él tenía muchas ganas de pensar en duchas, aunque no del modo en que ella se refería.

La siguió mientras avanzaba por el espacio abierto. Patience vestía unos vaqueros y otra de sus camisetas decoradas. Esa era rosa con flamencos cubiertos de brillantes sentados en una mesa y tomando unos martinis. No estaba seguro de qué significaba, pero era pura Patience.

—¿Ya te has decidido? ¿Te quedas?

Él se preguntó si la realidad era que, desde que la había visto, marcharse ya no era una opción.

—Me quedo.

—¿Y vas a abrir el negocio con tus socios?

—Con Ford y Angel.

—¿Angel?

—Aún no lo conoces.

Ella enarcó las cejas.

—¿Le has advertido sobre dónde se está metiendo al venir a un sitio como este?

—Estará bien.

Se acercó a él.

—Has mantenido el contacto con Ford.

Él asintió, y después se preguntó si su interés sería personal más que general. Los tres habían sido amigos, y Ford había pasado años en el pueblo después de que él se hubiera marchado. ¿Habrían salido? Ford nunca le había dicho nada, pero tampoco es que compartiera muchas cosas con él. De pronto, sintió una fuerte tensión en los hombros.

—¿Tienes muchas ganas de verlo? —le preguntó Justice.

—Claro —se detuvo—. ¿Está casado?

No le gustó la pregunta y mucho menos la respuesta que iba a darle.

—No. ¿Es una buena noticia?

Ella sonrió.

—Siempre es divertido que regrese un héroe local, aunque creo que su madre y sus hermanas estarán más emocionadas —su sonrisa se volvió algo pícara al añadir—: Y en cuanto a lo del matrimonio, no se lo digas a nadie, pero mi amiga Isabel está loca por que Ford vuelva.

Sus músculos se relajaron.

—¿Le gustaba?

—Muchísimo. Ford estaba prometido con su hermana. Maeve lo engañó con su mejor amigo y Ford, como era de esperar, se enfadó mucho. Se marchó y se alistó en el ejército. Maeve se casó con su mejor amigo y siguen juntos. Pero Ford no viene de visita casi nunca. Cuando ve a su familia, queda en alguna otra parte y tampoco muy a menudo. Isabel solo tenía catorce años cuando Ford se marchó y estuvo años escribiéndole. Ahora ya han crecido y ella ha vuelto al pueblo. Está muy nerviosa por volver a verlo —se detuvo—. ¿Es demasiada información?

—No. Es algo confusa, pero no demasiada.

Ella miró a su alrededor.

—¿Estás asustado?

—¿Por?

—Por abrir un negocio. Yo estoy aterrada. Si pienso demasiado en ello, empiezo a dudar de mí misma. Mi padre se marchó cuando yo solo era un par de años mayor que Lillie y ni se molestó en mantener el contacto conmigo. Después de aquello, solo estábamos mi madre y yo, y entonces conocí a Ned y fue un desastre. Estaba sola y tenía a Lillie, y mi madre me invitó a volver a casa. Siempre ha estado a mi lado. La herencia ayudará a saldar la hipoteca y eso nos dará seguridad a las dos. Pero tengo a Lillie y, si la cafetería fracasa, habré desperdiciado todo ese dinero. ¿Estoy siendo una irresponsable por correr el riesgo?

Él se acercó y le puso las manos sobre los hombros.

—No. Tienes derecho a ser feliz.

—Pero ya soy feliz trabajando en la peluquería de Julia.

—¿Tu sueño es ser peluquera?

—No, pero...

—¿Es el Brew-haha?

Las comisuras de sus labios se elevaron.

—Sí, pero...

—Nada de peros. Tienes que cumplir tu sueño, Patience. Te has ocupado de la casa de tu madre y de los estudios de tu hija. Ahora te mereces quedarte un poco para ti también.

—Abrir un negocio es algo muy serio.

—Mereces cumplir uno de tus sueños.

—¿Y si fracaso?

Los ojos de él se oscurecieron cuando pronunció esas palabras y supo que Patience le había expresado su mayor temor. Pero antes de poder decirle que no fracasaría y darle los motivos, alguien pronunció su nombre.

—¡Ahí estás! Eres un hombre muy difícil de encontrar.

Patience dio un paso atrás y bajó los brazos. La mujer que se acercaba a él con paso decidido tendría unos cincuenta años, era rubia y su rostro le resultaba familiar. Buscó en su memoria y dio con un nombre.

Denise Hendrix. La madre de Ford.

Patience vio al gran guardaespaldas retroceder al ver a la madre de su socio y se preparó para presenciar un espectáculo excelente.

Denise Hendrix tenía seis hijos. Patience estaba segura de que los quería a todos por igual, pero cinco de ellos seguían viviendo en el pueblo mientras que el sexto arriesgaba su vida sirviendo en el ejército, y para cualquier madre eso sería difícil y delicado.

Se detuvo delante de Justice.

—Eres la razón por la que por fin mi hijo va a volver a casa.

Justice tragó saliva y a Patience le pareció ver en su mirada algo que se acercaba mucho al miedo. Él levantó las manos en un gesto de defensa y rendición.

—Yo... eh...

Denise asintió conteniendo las lágrimas.

—He estado rezando para que llegara este momento. Estaba tan triste cuando se marchó. ¡Cómo no iba a estarlo! —miró a Patience—. Culpo a Maeve, aunque la he perdonado, claro. Pero aun así, ¿tuvo que irse mi hijo? Han sido muchos años. Sé que su trabajo es peligroso y que no habla del tema. Solo escribe e-mails. ¿Es que acaso un e-mail es igual de bueno que una visita?

Se giró hacia Justice.

—Y entonces tú vienes aquí y decides abrir tu negocio. Nunca podré agradecértelo lo suficiente.

—Nosotros... eh...

Ella asintió y se secó las mejillas.

—Lo sé. No ha sido todo por ti. Pero estaba empezando a pensar que jamás volvería y ahora resulta que va a venir. Tengo que asegurarme de que no vuelva a marcharse nunca.

«Pobre Ford», pensó Patience. Esperaba que supiera dónde se estaba metiendo al volver.

—Gracias —dijo Denise y fue hacia él.

Patience estaba segura de que Justice conocía decenas de movimientos para esquivar a la madre de su amigo, pero en lugar de emplearlos, la abrazó.

Cuando por fin quedó libre, logró decir:

—De nada.

Denise se sorbió la nariz.

—Recuerdo cuando no eras más que un adolescente, Justice. Eras muy buen amigo de Ford. Me alegra que hayas encontrado el camino de vuelta —sonrió a Patience, se despidió con la mano y se marchó.

Patience se giró hacia Justice.

—Siempre el héroe.

Él se tiró del cuello de la camisa.

—La señora Hendrix es muy entusiasta.

—Todos somos adultos y te acaba de dar un abrazo súper fuerte. Creo que ya puedes llamarla Denise.

Justice esbozó una mueca de disgusto.

—Me parece más apropiado llamarla señora Hendrix.

Patience sonrió, le hacía mucha gracia ver lo incómodo que se sentía con la idea. Le gustaba saber que el cabal y fuerte Justice Garrett podía ponerse nervioso con una mujer de mediana edad y madre de seis hijos.

—¡Ajá! Así que te aterroriza.

—Solo un poco.

Ella empezó a reírse.

—Siempre es divertido ver cómo se desmorona la fachada de un tipo duro.

Él entrecerró los ojos.

—¿Es que sabes mucho de tipos duros?

—Eres el primero, pero me resulta mucho más atrayente de lo que pensaba. Para que lo sepas, después te voy a pedir que me demuestres cómo desarmar a alguien con un bastoncillo de los oídos.

—¿Por qué te da miedo alguien con un bastoncillo de los oídos?

Ella se acercó y se llevó las manos a las caderas.

—Muy gracioso. Ya sabes lo que quiero decir.

—Lo sé y un bastoncillo para los oídos es un arma bastante estúpida.

—Pues entonces con una cuchara.

—Se pueden hacer muchas cosas con una cuchara.

Mientras hablaba, posó las manos sobre sus caderas y la llevó hacia sí. Ella accedió de buen grado, consciente del repentino interés procedente de sus zonas más femeninas. Era consciente del peligro, pero la posibilidad de que la abandonara parecía menos importante ahora que estaban tan cerca. Y la posibilidad de que la besara de nuevo parecía mucho más importante.

No se estaban tocando, al menos no aún, pero lo tenía lo suficientemente cerca como para sentir su calor.

Era alto, ancho y fuerte y debería ser alguien que la pusiera nerviosa. Pero no era así. Y tal vez eso se debía a su pasado, porque había adorado a aquel niño y ahora confiaba en ese hombre. Había estado predispuesta a que le gustara desde el segundo en que había regresado a su vida y ahora lo único que podía esperar era que no resultara ser un error amoroso más.

Lo miró a los ojos fijándose en los distintos tonos de azul que conformaban su iris. Sus pestañas eran ligeramente más oscuras que su pelo. Con esa esculpida barbilla y esos pómulos tan altos, era guapo y, aun así, resultaba muy masculino. En conjunto, un lote impresionante.

—¿Qué demonios vais a hacer en este pueblo tan diminuto? ¿No deberíais haberos instalado en París o Nueva York?

—Mi francés es pésimo y Angel odia Nueva York.

Buena información, aunque no respondía a la respuesta real... probablemente porque no la había formulado.

«¿Vas a romperme el corazón?». Eso era lo que de verdad quería saber.

Al parecer, Justice leía la mente además de tener otras habilidades como guardaespaldas porque su mirada se intensificó.

—No soy de los buenos. Eso tienes que saberlo.

No estaba segura de si se refería a un dato general o a algo que ella tenía que plantearse y asimilar realmente. Al final, supuso que no importaba.

—¿No has pensado que al decirlo estás demostrando lo contrario?

Él movió las manos hasta el bajo de su camiseta y tiró de la tela para observar el estampado.

—¿Flamencos?

—Son aves divertidas a las que les encanta tomarse un buen martini.

—Ya veo.

Justice la miró fijamente, levantó los brazos y deslizó los dedos entre su pelo.

—¿Qué voy a hacer contigo?

Ella suponía que debía quedarse callada y dejarle solucionar el problema a él solo, pero la respuesta le parecía obvia y no pudo evitar decir:

—Bésame.

Él esbozó media sonrisa.

—¿Por qué no he pensado en eso?

Aún con la mano en su cabeza, se acercó y la besó en los labios. Ella apoyó las manos contra su pecho y cerró los ojos. Sentir su boca, tan suave pero firme, la dejó clavada al suelo. En cuestión de segundos, supo que era inevitable rendirse. Tal vez no ese día, pero sí pronto. Cuando le preguntara, le respondería que sí. Y no porque hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez, sino porque se trataba de Justice y llevaba media vida sintiéndose conectada a él.

Sin embargo, eso tendría consecuencias. Siempre había consecuencias. Ya averiguaría un modo de mantener a salvo su corazón. Pero eso lo dejaría para más adelante...

Ladeó la cabeza y llevó las manos hasta sus hombros. Él bajó las suyas hasta sus caderas y la llevó contra sí. Y mientras sus lenguas se acariciaban, los dedos de él se posaron en sus nalgas y las apretaron.

Patience le dejó acunar su cuerpo. Esos profundos besos le despertaron los sentidos mientras recorría sus hombros con los dedos y de ahí bajaba hacia sus brazos, queriendo sentirlo por completo. El deseo se apoderó de ella frenéticamente.

Él movió la cabeza para poder besar su mandíbula y de ahí bajó a mordisquearle el lóbulo de la oreja. Descargas de deseo y anhelo la recorrían mientras Justice acariciaba con su lengua ese punto tan sensible de su oreja al mismo tiempo que posó las manos en su cintura y comenzó a deslizarlas hacia arriba. A ella se le cortó la respiración anticipándose a lo que vendría a continuación. Justice le besaba el cuello y echó la cabeza atrás esperando a que sus dedos tocaran su...

Justice se puso recto y apartó las manos. Ella abrió los ojos bruscamente. Los ojos de él se habían oscurecido por la pasión, pero junto al deseo, en ellos se podía ver una expresión de determinación. La pregunta era, ¿a qué venía esa determinación? ¿Estaba dirigida a evitar el siguiente paso? Porque ella estaba preparada. ¡Más que preparada! Estaba ansiosa.

Bajó la mirada y vio lo que parecía una erección impresionante contra la parte delantera de sus pantalones. Bueno, eso estaba bien. Dejaba claro que no era la única ansiosa.

—No soy quien tú crees.

La frase salió como de la nada y Patience tardó un segundo en procesarla.

—¿Es que antes eras una mujer?

La tensión se disipó en el rostro de Justice, que dejó escapar una carcajada.

—No, me refiero a mi pasado. A lo que he hecho y lo que he visto. Es complicado.

Ella quería discutírselo y decirle que era fácil. Tan fácil que deberían quitarse la ropa y ponerse al lío. Pero de pronto recordó el consejo de sus amigas, ese consejo según el cual si un tipo te decía que tenía defectos, debías escucharlo.

Un hombre que admitía que nunca había sido leal o que no le interesaban los compromisos, probablemente estaba diciendo la verdad, así que cuando Justice decía que las cosas eran complicadas, debería prestarle atención.

—¿Hay alguien más?

—No.

—¿Estás jugando conmigo?

Él le acarició la mejilla.

—No. Te doy mi palabra.

—Es porque no has vuelto antes, ¿tiene que ver con la razón por la que te has mantenido alejado?

Vio la verdad en sus ojos y retrocedió.

—De acuerdo —dijo lentamente—. Dímelo ya. ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo antes? ¿Por qué te parecía bien ver a Ford pero no verme a mí?

—Porque a Ford no puedo hacerle daño.

—Y a mí sí puedes —alzó la barbilla mientras hablaba, decidida a ser fuerte.

—No quiero —parecía como si le costara encontrar las palabras adecuadas—. Maldita sea, Patience, sé lo que está bien y no puedo resistirme...

¿A ella? ¿A ellos? ¿Al sexo? No era el mejor momento para dejar una frase a medias. Esperó a que él dijera más o que tal vez admitiera que lo tenía hechizado porque le encantaría verse como la clase de mujer que encandilaba a un hombre en lugar de una que llevaba camisetas divertidas y cortaba el pelo.

Él le rodeó las mejillas y le dio un delicado beso en la boca.

—Complicaciones. Venga, vamos. Te invito a un café en ya sabes dónde.

Tal vez debería haberse negado. Marcharse y fingir que nada de eso había sucedido. Ya tenía suficiente en su vida como para, además, preocuparse por Justice. Pero no se veía capaz de reunir la fuerza necesaria para resistirse.

—Puede que quiera dosis doble de moca en el mío.

—Creo que lo soportaré —respondió él.

Justice miraba la hoja de cálculo que tenía en la pantalla del ordenador. Como era habitual, Felicia había hecho un trabajo excelente a la hora de hacer cuentas y establecer relaciones entre las cifras.

Estaba a punto de leer las proyecciones de ingresos cuando oyó que alguien llamaba a la puerta.

Se levantó y cruzó el salón de la suite del Ronan’s Lodge. Con el tiempo tendría que buscarse un piso o casa de alquiler, pero, por ahora, el hotel respondía a todas sus necesidades.

Abrió la puerta preparado para decirle a la doncella que no necesitaba más toallas, pero en lugar de eso se encontró allí a una niña de diez años.

—Hola. Soy Lillie McGraw. La hija de Patience.

—Te recuerdo.

Estaba claro que había ido al salir del colegio porque llevaba una mochila y un libro en la mano. Le sonrió con timidez.

—¿Puedo hablar contigo?

—Claro —agarró la llave de la habitación y salió al pasillo—. Vamos al vestíbulo. Te invito a un refresco.

Ella sonrió.

—Genial, gracias.

Subieron al ascensor y bajaron al espacioso vestíbulo donde llevó a la pequeña hasta un sofá.

—¿Qué te apetece? —le preguntó mirando la carta de la cafetería.

Lillie negó con la cabeza.

—Creo que nada. Solo quería hablar contigo, si no te importa.

—Por supuesto.

Tenía los ojos del mismo marrón que su madre y en ella podía ver mucho de Patience además de otros rasgos que no reconocía y que le vendrían por parte de padre. Patience había dicho que las cosas no habían funcionado con él, aunque no le había dado detalles.

Se sentó frente al sofá en una silla.

—¿Cómo has sabido dónde estaba alojado?

Lillie sonrió.

—No hay muchos hoteles en el pueblo y la abuela estaba hablando de ti el otro día y dijo que no eras chico de alojarte en un hostal —se detuvo—. Aquí hay un par.

—Ya lo he visto.

Lillie se inclinó hacia delante y bajó la cremallera de su mochila. Sacó unos cuantos billetes y se los acercó.

—Quiero contratarte.

Era lo último que Justice se habría esperado.

—¿Para qué trabajo?

—Necesito un guardaespaldas. Hay un chico en el cole, Zack —arrugó la nariz—. Siempre está persiguiéndome y observándome. Me da miedo, ¿sabes? No sé qué hacer y no quiero contárselo a mamá porque a lo mejor se enfada y habla con mi profesora y eso me daría mucha vergüenza. Pero eres un chico y he pensado que sería mejor si tú hablaras con Zack.

Justice la observaba fijamente.

—¿Y qué ha hecho exactamente? ¿Te ha pegado? ¿Te ha empujado?

Lillie frunció el ceño.

—No, ni siquiera me habla. ¡Pero, no! —dijo sacudiendo la cabeza—. No me amenaza ni nada de eso. Ya hemos hablado del acoso en el cole y hemos visto pelis sobre el tema. No me están acosando. Solo está ahí todo el tiempo y no sé qué querrá. Le he preguntado, pero sale corriendo. Los chicos son muy raros. Mamá dice que algún día me gustarán, pero no lo creo.

Él se relajó un poco.

—De acuerdo.

—No quiero que se preocupe. No se lo puedes contar.

—Lillie, si te pasa algo, tengo que contárselo.

La niña suspiró.

—¿Y no puedes decírselo mejor a mi abuela?

Era una buena negociadora.

—Claro. Si descubro algo, se lo diré a Ava y te informaré a ti —porque si alguien estaba molestando a Lillie, quería asegurarse de que esa situación terminara.

—Genial —volvió a mostrarle el dinero—. ¿Con esto vale?

—No tienes que pagarme. El primer encargo es gratuito.

Ella sonrió.

—Gracias —se guardó el dinero en la mochila y sacó un trozo de papel—. Aquí están su nombre y dirección y esas cosas. Para que puedas encontrarlo.

Él se quedó con la información.

—Investigaré y me pondré en contacto contigo —no estaba seguro de qué pasaba con Zack, pero lo averiguaría.

—Gracias por ayudarme. Mamá está ocupada con la cafetería. Está muy alegre y sabía que esto la preocuparía. La abuela también está muy emocionada, así que no sabía con quién hablar. A lo mejor si tuviera padre sería distinto —apoyó los codos en sus muslos y la barbilla en las manos—. Quiero decir, tengo padre, pero nunca lo he visto.

—Lo siento.

—No pasa nada. No lo recuerdo. Se marchó cuando nací o algo así. No viene a verme.

Hablaba sin emoción porque era todo lo que sabía. Él se preguntó qué clase de hombre podía alejarse de su hija, pero entonces se dijo que esa pregunta era estúpida. Los padres se alejaban de sus hijos constantemente o hacían cosas peores. No había más que mirar al suyo. Justice había vivido la pesadilla del maltrato paterno, así que si su padre lo hubiera abandonado habría sido una bendición para él.

—Si tienes preguntas, seguro que puedes hablar con tu madre.

—Lo sé. O con la abuela. Siempre me lo dicen. ¿Pero qué voy a preguntarles? —se levantó—. Gracias por ayudarme.

—De nada. Te informaré en un par de días.

Ella sonrió.

—¿Podemos quedar en un sitio secreto como si fuéramos espías?

—Claro.

—Me gustaría, aunque tampoco pasa nada si vienes al cole. Mamá dice que estás ocupado con tu negocio.

Recogió su libro y la mochila y fue hasta la entrada del hotel. Justice la siguió a la puerta y la vio marcharse. Después, volvió a su habitación subiendo por las escaleras y retomó su tarea con el ordenador, aunque en lugar de ver la detallada hoja de cálculos de Felicia, lo que vio fue el pasado. Vio a una Patience mucho más joven y sonriéndole.

Por entonces solo era cuatro años mayor que su hija. Una niña preciosa que se había convertido en una bella mujer.

Se levantó y fue a la ventana para asomarse y contemplar las vistas de la montaña.

Ojalá las cosas hubieran sido distintas, pensó, aunque sabía que pensar eso era una pérdida de tiempo. Las cosas no podían haber sido distintas. No, teniendo en cuenta quién era y cómo lo habían criado. A Bart Hanson le había gustado vivir al otro lado de la ley, le había gustado el riesgo y flirtear con la muerte. Sus tendencias sociópatas habían hecho que todo aquel que los rodeaba viviera intranquilo.

Recordaba la última noche que había pasado en Fool’s Gold, cómo habían recibido la llamada alertándolos de que habían visto a Bart por la zona. A Justice lo habían sacado de allí en cuestión de segundos y, menos de una hora después, un equipo había llegado a recoger la casa. Por la mañana había sido como si nunca hubieran estado allí.

Se había resistido a que se lo llevaran e incluso había intentado negociar con ellos para que le permitieran al menos telefonear a Patience y contarle lo sucedido, pero uno de los federales le había explicado que, si ella se enteraba, podían ponerla en peligro. Justice lo había entendido y había dejado de preguntar.

Después de que capturaran a Bart, por fin había quedado libre, ya que la condena por homicidio junto con sus otros crímenes había asegurado que muriera entre rejas. Sin embargo, no había tenido una entrada en la cárcel muy discreta y sus últimos gritos mientras se lo llevaban habían sido el juramento de que su hijo moriría. De que lo perseguiría y lo mataría.

Incluso ahora, mucho después de la muerte de su padre, Justice no podía quitarse de encima la sensación de que Bart seguía ahí fuera. Esperando. Vigilándolo. La sensación de que si llegaba a ser una persona como otra cualquiera, si llegaba a ser feliz, su padre lo destruiría todo.

Miró la calle y vio a Lillie caminando por la acera. Un par de niñas se cruzaron con ella y siguieron avanzando juntas, charlando y riéndose juntas.

No podía arriesgarse. Su padre lo perseguía. No había forma de saber que podría mantener a salvo a todos los que le importaban, y mucho menos si el enemigo era él.

Patience estaba mirando el suelo de su recién alquilado local. Había barrido y limpiado antes de reunirse con el constructor y, ya que antes de entregarle el depósito para la reforma quería estar bien segura de lo que hacía, se había presentado allí armada con un plano, un metro y cinta adhesiva.

Hasta el momento había marcado con la cinta la forma del mostrador trasero y el frontal junto con varias mesas y sillas. Se acercó a la puerta principal para verlo todo desde ahí y después fue hasta la zona vacía junto al escaparate más alejado. ¿Qué iba a poner ahí? Estaba mirando una vitrina refrigerada, o también podría poner algún tipo de estantería y reservar el espacio para pequeñas reuniones. Como un club de lectura, por ejemplo. Ava no dejaba de proponerle que pusiera una máquina de karaoke, pero a Patience no le hacía mucha gracia la idea.

Sacó el teléfono y tomó una fotografía de los diseños que había hecho en el suelo con la cinta y después le echó un vistazo al diseño que tenía dibujado a mano. Tal vez si movía las mesas hacia la derecha de la puerta...

—¿Patience?

Se giró al oír su nombre y se encontró a alguien de pie en la puerta del local. Con la luz del sol tras él, al principio no pudo verlo con claridad. Cuando entró, vio los rasgos de un hombre mayor. Tenía los ojos verdes y el pelo casi blanco.

Lo primero que pensó fue que no lo conocía de nada, pero había algo familiar en él, así que supuso que debía de haberlo visto en alguna parte...

Su cuerpo se tensó a medida que su cerebro iba rellenando las lagunas e, instintivamente, dio un paso atrás.

—Hola, Patience.

—Steve.

El hombre sonrió levemente.

—No estaba seguro de que fueras a reconocerme. Solo nos vimos aquella vez.

—Es verdad. Dos semanas antes de la boda. Nos llevaste a cenar y nos prometiste que nos verías en la ceremonia.

El padre de Ned les había hecho más promesas que tampoco había cumplido. Había desaparecido. Ella se había quedado impactada, pero Ned le había restado importancia por estar acostumbrado a no esperar nada más de su padre.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó con frialdad.

—Quería hablar contigo.

—No voy a prestarte dinero.

La expresión de Steve era de arrepentimiento.

—Supongo que me lo merezco. No he sido muy buen abuelo.

«Tan mal abuelo como padre», pensó Patience. Cuando había conocido a Ned, una de las cosas que habían tenido en común era que a los dos los habían abandonado sus padres. Ella hacía años que no veía al suyo, mientras que Steve había estado entrando y saliendo de la vida de Ned. Cuando habían hablado de todo por lo que habían pasado, Patience pensó que habían aprendido la misma lección: que era importante seguir adelante y comprometerse en la vida.

Por el contrario, Ned había aprendido lo fácil que era alejarse de todo.

Tal vez no era justo, pero culpaba a Steve por haberle enseñado esa lección a su hijo. A nivel personal, no le importaba que Ned se hubiera ido y no tenía ningún interés en que regresara, pero no se trataba de ella. Lillie era la que sufría sin su padre.

Miró a su alrededor.

—He oído que vas a abrir una cafetería.

—Algo así.

—Felicidades. Debes de estar muy ilusionada.

Ella se cruzó de brazos y lo miró.

—No has venido por eso.

—No.

Llevaba una camisa blanca por dentro de los pantalones y su aspecto no era amenazador en absoluto. Aun así, Patience no podía evitar pensar que si era necesario, echaría a correr y saldría por la puerta de atrás.

—No soy el hombre que era. Durante años, mis prioridades fueron patéticas y perdí a mi mujer y a mi hijo por eso.

—No perdiste a tu hijo. Te alejaste de él. Es diferente.

—Tienes razón. Me responsabilizo por lo que pasó con Ned. He intentado verlo, pero no tiene ningún interés en mí —su verde mirada se volvió pensativa—. No puedo culparlo por eso, aunque sí que deseo que las cosas hubieran sido distintas.

Ella se tensó.

—Estás aquí por Lillie.

—Me gustaría tener la oportunidad de conocerla.

Quería decirle que no, quería gritarle que saliera de allí y no volviera jamás. Lillie no necesitaba que otro hombre de su familia le rompiera el corazón.

—Llevo unos años jubilado. Hice recuento de mi vida y me di cuenta de que había hecho mal las cosas —sonrió suavemente—. Fui a un terapeuta y entendí lo que había hecho mal. Quiero ser mejor y hacer las cosas mejor por mi nieta.

—¿Puedes darme una sola razón por la que debería confiar en ti?

Steve sacudió la cabeza.

—Ni una.

Podía sentir cómo se iba enfureciendo por dentro. Quería gritar que no era justo, pero en lugar de eso dijo la verdad.

—Te culpo por el comportamiento de Ned. Hizo lo que le enseñaste y se marchó. ¿Sabes que nunca ve a Lillie? Renunció a todos sus derechos y así no tener que pasarme la pensión. Ella es una niña muy dulce e inteligente y fui yo la que tuvo que explicarle porque ya no tiene padre. De momento acepta lo que le he contado, pero ¿qué crees que pasará cuando sea mayor? ¿Cuando sepa que directamente su padre no se interesó por ella? ¿Cuánto daño crees que le hará eso?

—Lo siento.

—Sentirlo no es suficiente. Ya es suficientemente malo que Ned me abandonara, pero además abandonó a mi hija y jamás lo perdonaré por eso. No hay ninguna razón para que me fíe de ti y te deje conocer a Lillie. ¡Eso nunca!

Él alzó las manos.

—Tienes razón. No hay motivos para que confíes en mí, pero eso no cambia el hecho de que sea el abuelo de Lillie y quiera poder conocerla. Quiero formar parte de su vida. Te estoy pidiendo una oportunidad para verla.

—¿Qué plan tienes? ¿Vas a presentarte unas cuantas veces y hacer que acabe apreciándote para luego desaparecer y partirle el corazón?

—No —respondió en voz baja—. Me he mudado aquí. Quiero estar cerca de la única familia que me queda. Estoy dispuesto a hacer lo que haga falta por ganarme tu confianza —vaciló como si tuviera algo más que decir y después sacudió la cabeza—. Por favor, piensa en ello.

Patience odiaba que un «no» rotundo no fuera una opción, porque aunque no había nada que pudiera decirle para hacerla confiar en él, esa no era la cuestión. A menos que Steve fuera un completo cretino, Lillie merecía conocer a su abuelo. Se merecía tener más familia, tener a más gente que se preocupara por ella.

Steve sacó una tarjeta de visita del bolsillo de su camisa.

—Aquí tienes mi número de móvil. No estaré lejos. Puedes limitarme las visitas, supervisarlas o hasta puedo dejarte una fianza como garantía —esbozó una breve sonrisa—. Haré lo que haga falta, Patience. Siento cómo te han afectado mis actos. Si pudiera cambiarlos, lo haría. Créeme.

Le pasó la tarjeta y se marchó. Ella se la guardó en el bolsillo trasero e hizo lo que pudo por olvidarse del tema. No quería tener que enfrentarse a la situación de que el abuelo de su hija se hubiera presentado de pronto.

Justice llamó a la puerta de la casa y un par de minutos después, Ava la abrió y le sonrió.

—Patience no está aquí —le dijo a modo de saludo—. Esta tarde le tocaba trabajar en la peluquería.

—He venido a verte a ti.

Ava se rio y lo invitó a pasar.

—Lo interpretaré como lo que has querido decir en lugar de deducir cualquier otro motivo.

Justice sonrió.

—Gracias.

Ella lo condujo hasta el salón. Ese día sus pasos no eran tan firmes como antes y usaba un bastón. Ahí estaba su enfermedad, pensó él, deseando poder hacer algo para que se recuperara.

Una vez los dos estuvieron sentados, Ava le preguntó:

—¿En qué puedo ayudarte?

—Lillie ha venido a verme —le contó lo de Zack y lo incómoda que se sentía Lillie cuando el niño estaba cerca—. Quiere que descubra qué está pasando para que pare. Dice que no la están acosando, pero no estoy muy seguro. En circunstancias normales yo mismo iría a hablar con el problema, pero en este caso el problema es un niño de diez años.

—Entiendo que pueda hacerte sentir incómodo. No sabía que a Lillie le preocupara alguien.

—Creo que ha venido a mí porque soy profesional, pero esto se sale de mi campo.

—Lo comprendo —respondió Ava, quedándose pensativa un segundo—. Voy a llamar al colegio y concertaré una cita con la orientadora y con la profesora. A lo mejor así obtengamos una respuesta. Se lo diré a Patience, pero le diré que nos deje ocuparnos de esto a ti y a mí. Así si Lillie te pregunta si ha intervenido su madre, podrás decirle que no.

—Agradezco tu ayuda.

Ava sonrió.

—Siempre has sido muy dulce con mi niña, incluso cuando eras mucho más pequeño. Me alegra poder ayudarte ahora.

No estaba seguro de poder definir sus sentimientos como «dulces», pero tampoco era una conversación que fuese a mantener con la madre de Patience. Ni siquiera estaba seguro de que fuese a mantenerla con Patience. No sabía qué estaba pasando entre ellos. Sabía lo que quería, pero ir por ese camino implicaba llamar al peligro. Su deseo de protegerla era más importante que el deseo físico que sentía por ella y eso lo situaba en un gran dilema.

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