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Capítulo 2

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En cuanto pronunció la palabra «hija», supo que había un problema. ¿Cómo iba a decir sin más que no estaba casada delante de su hija y mientras Justice no dejaba de mirarle el dedo anular izquierdo? E igual de complicado fue contener el deseo de ir directa al grano y decir: «estoy soltera». Sin embargo, se resistió. Darle información era una cosa; parecer desesperada, otra.

—Hola —dijo Lillie con timidez y curiosidad a la vez que se inclinaba hacia su madre—. ¿De qué conoces a mamá?

—La conocí cuando era solo un poco mayor que tú ahora.

Lillie se giró hacia ella.

—¿De verdad, mamá?

—Ajá. Tenía catorce años cuando conocí a Justice. Vivió aquí un tiempo, aunque después tuvo que irse. Somos viejos amigos.

«Más amigos que viejos», pensó. O, al menos, eso esperaba.

Seguía rodeando a su hija con el brazo.

—Lillie tiene diez años y es la niña más inteligente, más preciosa y con más talento de todo Fool’s Gold.

Su hija se rio.

—Mamá siempre dice eso —se inclinó hacia Justice y bajó la voz—. No es verdad, pero me quiere y por eso se cree eso.

—Es el mejor amor que te pueden dar.

Ella estaba a punto de aprovechar para decir que no estaba casada cuando pensó que no sabía nada de la vida íntima de Justice. Respiró hondo y luchó contra el calor que ardía en sus mejillas. ¿Y si era la mitad de una feliz pareja con una docena de niños encantadores?

¿Pero por qué había admitido que había estado coladita por él sin haberse esperado a enterarse de algunos datos? Tenía que empezar a poner en práctica eso de pensar antes de hablar. Las noticias de la noche siempre hablaban de grandes historias sobre personas de ochenta años que se sacaban el diploma del instituto o que aprendían a leer, así que seguro que ella podía aprender a controlarse.

—Justice ha vuelto a Fool’s Gold. Va a... —se detuvo—. No tengo ni idea de lo que vas a hacer aquí.

—Voy a abrir una academia de entrenamiento de guardaespaldas. Mis socios y yo aún no hemos estudiado los detalles, pero vamos a ofrecer entrenamiento de seguridad para profesionales junto con actividades de incentivo para grupos corporativos y programas de defensa personal.

—¿Son cosas que se hacen al aire libre? —preguntó Lillie.

—Eso es.

—A mamá no le gusta eso.

—No soy una gran admiradora ni de las inclemencias del tiempo ni del barro, pero tampoco es que me guste vivir en una burbuja de plástico —esbozó una débil sonrisa—. Entonces... eh... ¿te mudarás aquí con tu familia?

—¿Tienes familia? —le preguntó Lillie—. ¿Algún hijo?

—No. Estoy solo yo.

«¡Punto para el equipo local!», pensó Patience aliviada.

—Yo solo tengo a Lillie —dijo esperando sonar natural y despreocupada—. Su padre y yo rompimos hace mucho tiempo.

—No lo recuerdo —apuntó Lillie—. No lo veo —parecía como si fuera a decir algo más, pero se detuvo.

Patience había esperado algún tipo de reacción por parte de Justice ante la noticia de que no estuviera casada; que hubiera cerrado el puño en señal de victoria habría sido perfecto, pero no hubo forma de descubrir en qué estaba pensando. Bueno, al menos no había salido corriendo del establecimiento, así que suponía que eso podía interpretarlo como una buena señal. Y, además, él mismo había ido a buscarla. No es que ella hubiera ido tras él ni que se hubieran encontrado por casualidad.

Por otro lado, era probable que hubiera abandonado el programa de protección de testigos hacía años y ni aun así se había molestado en contactar con ella en ningún momento. Los hombres de su vida solían abandonarla. Su padre. El padre de Lillie. Justice. Estaba claro que Justice no había elegido marcharse, pero tampoco había elegido volver a contactar con ella. Al menos, no hasta ahora.

Respiró hondo. Necesitaba poner un poco de distancia de por medio para verlo todo con perspectiva. Justice era un viejo amigo, no tenía por qué valorar su personalidad ahora mismo. Ella también tenía cosas que hacer y miles de detalles de los que ocuparse en su vida. Quería pasar más tiempo con él, conocer al hombre en quien se había convertido. Pero no ahí, en mitad del pueblo.

—Ven a cenar —le dijo antes de poder arrepentirse—. Por favor. Me gustaría que nos pusiéramos al día y sé que a mi madre le encantaría verte.

La expresión de él se suavizó.

—¿Aún vive por aquí?

—Vivimos juntas —le respondió Lillie—. Mamá, la abuela y yo. Es una casa de chicas.

Patience se rio.

—Está claro que ha oído esa frase antes —se encogió de hombros—. He vuelto a casa. Me marché poco después de casarme, y después volví con Lillie. Nos va muy bien juntas —porque, de ese modo, Ava tenía compañía, Patience tenía apoyo como una madre soltera y Lillie gozaba de la estabilidad que todo niño necesitaba.

Agradecía que la intensa mirada azul de Justice no la juzgara por ello.

—Hoy es noche de lasaña —le dijo Lillie—. Con pan de ajo.

Justice sonrió.

—Bueno, en ese caso, ¿cómo voy a decir que no? —se giró hacia Patience—. ¿A qué hora?

—¿Te viene bien a las seis?

—Sí.

Ella se levantó.

—Genial. Pues, entonces, luego nos vemos. ¿Recuerdas dónde está la casa?

Él se levantó y asintió.

—Nos vemos a las seis.

Patience se obligó a caminar a su paso habitual. Quería correr, o al menos ir dando saltitos, pero eso requeriría algún tipo de explicación y probablemente generaría algunas llamadas a las autoridades locales por parte de los vecinos.

Lillie le hablaba sobre cómo le había ido el día en el colegio y ella hizo todo lo que pudo por prestarle atención, aunque le resultó complicado. Su mente no dejaba de revivir el inesperado encuentro con Justice. No podía explicarse que hubiera aparecido así, sin previo aviso. Eso sí que era un buen regalo del pasado.

Doblaron la calle que conducía a su casa y se detuvo a observarla con ojo crítico mientras se preguntaba qué vería Justice al estar frente a ella.

El color había cambiado. Ahora era amarillo pálido en lugar de blanco. El invierno había llegado tarde y no habían caído las primeras nevadas hasta Nochebuena, pero después se habían quedado durante semanas. Los narcisos, el azafrán y los tulipanes habían llegado a mediados de marzo para iluminar el jardín y los que quedaban estaban haciendo un último esfuerzo antes de desaparecer con la calidez de los días de primavera. El césped no estaba demasiado mal y el porche delantero resultaba acogedor. Había sacado el banco y dos butacas justo la semana anterior.

La casa tenía dos plantas. Al igual que muchas casas de esa parte del pueblo, se había construido en los años cuarenta y era de estilo Craftsman con grandes ventanas frontales y pequeños detalles encastrados y molduras.

Lillie fue la primera en subir las escaleras y entrar por la puerta.

Las cosas habían cambiado dentro un poco. Además de cambiar el sofá y un par de electrodomésticos en la cocina, su madre había realizado algunas reformas cuando Patience se había mudado poco después del divorcio. Los tres dormitorios de arriba se habían convertido en dos, quedando los dos más pequeños como una suite de buen tamaño, y se había añadido un segundo dormitorio a la planta baja que daba al gran jardín trasero. Dado el estado de Ava, había sido un añadido necesario.

Cuando Patience tenía trece años a su madre le habían diagnosticado esclerosis múltiple. Y si había un tipo «bueno», ese era el que padecía Ava. La enfermedad avanzaba lentamente, y aún podía moverse, aunque tenía días complicados en los que subir escaleras se había vuelto demasiado difícil. Con el dormitorio adicional en la planta baja, se ahorraba ese problema.

—Abuela, abuela, ¿a que no sabes a quién he conocido hoy? —le preguntó Lillie al entrar corriendo en la casa.

Ava estaba en su despacho; un espacio abierto con un escritorio, tres monitores de ordenador y tres teclados. Una maravilla tecnológica que podría ser objeto de envidia para la NASA. Al parecer, los genios de la informática se saltaban una generación en su familia porque mientras que Lillie podía hacerlo casi todo con un ordenador, Patience tenía problemas para usar su smartphone.

—¿A quién has conocido? —preguntó Ava extendiendo los brazos.

Lillie corrió hacia ella y le dio su abrazo de la tarde. Se quedaron así varios segundos; era un ritual diario que Patience siempre encontraba gratificante.

—A Justice Garrett —respondió Patience junto a la puerta de su despacho.

Su madre se la quedó mirando.

—¿El chaval que desapareció?

—El mismo. Ha vuelto al pueblo y ya no es ningún chaval.

Ava sonrió.

—No me esperaba otra cosa. Pues va a tener que dar muchas explicaciones. ¿Qué pasó? ¿Te ha dicho dónde ha estado?

—Formaba parte del programa de protección de testigos.

Ava abrió los ojos de par en par.

—¿En serio?

Patience miró a Lillie, señal de que no quería entrar en detalles en ese momento. No era necesario que su hija de diez años supiera que había padres tan horribles como para querer matar a sus propios hijos.

—Lo hemos invitado a cenar —dijo Lillie—. Ha dicho que sí y le he dicho que tenemos lasaña.

—¡Por supuesto! ¿Quién podría resistirse a una lasaña?

Lillie se rio.

—Llegará a las seis —Patience miró el reloj. Tenía tiempo de sobra para ducharse, maquillarse un poco y volverse loca pensando en qué ponerse.

Ava la miró con un pícaro brillo en la mirada.

—Imagino que querrás prepararte.

—He pensado que debería cambiarme de ropa, aunque tampoco es para tanto.

—Claro que no.

—No es más que un viejo amigo.

—Sí, eso es.

Patience sonrió.

—No saques cosas de donde no las hay.

—¿Crees que yo haría eso?

—Sin dudarlo.

A las seis menos veinte, Patience estaba en su dormitorio. Se había duchado, se había secado su larga y ondulada melena hasta dejarla lisa, se había cambiado la camiseta del trabajo por un conjunto de camiseta y rebeca de punto fino en verde claro y los vaqueros negros por un par azul y ajustado. Después se había puesto un vestido, seguido por una camisa y una blusa antes de probarse unos vaqueros con una camiseta de manga larga que la proclamaba la reina de todo. Era la madre divorciada de una niña de diez años que, además, vivía en la misma casa donde había crecido y con su madre. No había prenda en el mundo que pudiera ocultar esa verdad. Y no es que quisiera cambiar nada de su vida, ni disculparse por ella. Había forjado una buena vida para su hija y para ella. El problema era que pensar en Justice la ponía nerviosa, aunque, por otro lado, si él no respetaba sus elecciones, ya fueran buenas o malas, más valía que se marchara.

Bajó y encontró a su madre y a Lillie en la cocina. La mesa estaba puesta. Habían cortado los últimos tulipanes del jardín y los habían metido en un jarrón de cristal. El olor a lasaña y a ajo llenaba la casa.

—Relájate —le dijo su madre.

—Estoy relajada. Alerta y relajada. Es una buena combinación.

Ava sonrió con gesto de diversión.

—Bueno, ¿y Justice va a venir solo?

—Sí. Ha dicho que no estaba casado.

—Y no tiene hijos —añadió Lillie—. Debería tener una familia.

Patience se giró hacia su madre.

—No empieces...

—¿Yo? Estoy contenta de recibir en casa a uno de tus amigos del colegio. Nada más.

—Vale. Pues que siga así.

—Sin embargo, siento curiosidad por su pasado.

Patience contuvo un gruñido.

—Por favor, mamá, no.

—Yo soy la madre —le recordó Ava guiñándole un ojo—. Puedo hacer prácticamente todo lo que quiera.

Justice estaba en la acera mirando la casa. Muy poco había cambiado. El color, tal vez el jardín, pero nada más. A un lado podía ver una rampa para silla de ruedas, pero conducía a la puerta trasera más que a la principal. Supuso que era para Ava.

Al subir los escalones, se preparó para lo que se podía encontrar. La madre de Patience siempre lo había recibido muy bien en su casa y se había mostrado muy amable y maternal. Como niño que había crecido rodeado de mucho miedo, había absorbido al máximo el afecto que la mujer le había brindado; había sido para él como un refugio emocional y la había echado de menos casi tanto como había echado de menos a Patience.

No sabía mucho sobre su enfermedad, pero sí que sabía que era implacable y cruel. Se recordó que había visto cosas mucho peores, que su trabajo le había enseñado a no reaccionar ante nada, y después llamó al timbre.

A los pocos segundos Lillie abrió y le sonrió.

—¡Hola! —le dijo alegremente—. Me alegro de que estés aquí. Me muero de hambre y el pan de ajo huele genial —dio un paso atrás para dejarle pasar y se giró para gritar—: ¡Mamá, el señor Garrett está aquí!

Patience entró en el salón.

—Nada de gritar, ¿recuerdas? —lo miró—. Hola.

—Hola. Gracias por invitarme a cenar.

Estaba guapa. Tenía una melena larga y lisa con un brillo de esos que le hacían a uno querer acariciarla. Llevaba unos vaqueros y una camiseta con una chica dibujada con una corona. Reina de todo estaba escrito debajo. Patience era muy curvilínea y, cada vez que sonreía, él se sentía como si le hubieran dado una patada en la tripa. La Patience de catorce años había hecho que se le quebrara la voz, pero la Patience madura era físicamente bella, emocionalmente dulce e intelectualmente desafiante. Una combinación letal.

Siempre había intentando no ser como su padre y, ante la duda, siempre pensaba en lo que Bart haría y entonces optaba por hacer lo contrario. Ahora se daba cuenta de que lo correcto sería alejarse..., aunque no quería hacerlo.

—De nada. Será divertido charlar y ponernos al día de nuestras vidas.

Le entregó la botella de vino que había llevado. Un buen Cabernet de California que, según el dependiente, iría muy bien con la pasta. Sus dedos se rozaron y sintió una sacudida de atracción. Maldiciendo para sí, dio un paso atrás. No, imposible. Con Patience, no. Se negaba a fastidiar uno de los pocos buenos recuerdos que tenía en toda su vida. Era su amiga, nada más.

—¡Vaya, mírate! Ya eres un chico mayor.

Se giró hacia la voz y vio a Ava entrando en la habitación.

Estaba igual, pensó aliviado. Necesitaba que Ava estuviera bien, pero no solo por ella, sino también por él. Necesitaba que mantuviera su conexión con el pasado.

Era unos centímetros más baja que Patience y con el mismo pelo castaño, aunque ella tenía unos rizos más marcados que le llegaban a los hombros. Tenía unos grandes ojos marrones y una agradable sonrisa. Cuando extendió los brazos hacia él, Justice se acercó instintivamente.

La mujer lo abrazó con fuerza. Había olvidado lo que era que Ava lo abrazara, verse sumido en un círculo de aceptación y afecto. Siguió abrazándolo como si no fuera a soltarlo jamás, como si siempre fuera a estar a su lado. Lo abrazó como una madre que de verdad quería a todos los jóvenes y que quería que lo supieran. Cuando era niño, Ava había sido una especie de revelación. Los federales habían hecho lo posible por darle un hogar estable, pero en el fondo habían sido unos meros empleados con un horario. Ava había sido la madre de su mejor amiga. Le había preparado galletas y había charlado con él sobre la universidad, como si fuera un chaval más.

—Estaba nervioso por verte —admitió él, hablando en voz baja para que solo ella pudiera oírlo.

Ava siguió abrazándolo con fuerza un momento más antes de soltarlo.

—Tengo días buenos y días malos —ladeó la cabeza.

Él le siguió la mirada y vio la silla de ruedas plegada en la esquina de lo que era, claramente, su despacho.

—Hoy tengo un día muy bueno —le dijo mirándolo fijamente—. Estábamos muy preocupadas por ti.

—Lo sé y lo siento. Os lo habría contado si hubiera podido.

—Pero has vuelto y eso es lo que importa —se giró hacia su nieta—. Tienes hambre, ¿verdad?

Lillie empezó a bailar mientras respondía:

—¡Sí, mucha! ¡Me muero de hambre!

Ava extendió una mano hacia ella.

—Pues vamos a poner las ensaladas en la mesa. Patience, ¿por qué no le dices a Justice que abra la botella de vino que ha traído?

Patience esperó hasta que ellas hubieron entrado en la cocina para acercarse más y decirle:

—Aún sigue gobernando el mundo, como puedes ver.

—Está genial y tiene un aspecto fantástico. Con su enfermedad... —no estaba seguro de qué quería preguntar.

Patience asintió y lo llevó hasta un aparador del comedor. Abrió un cajón y le pasó un sacacorchos.

—Ha tenido un par de brotes malos, pero después han remitido. Ahora mismo su enfermedad no es agresiva. La mayoría de los días no puede subir las escaleras; técnicamente podría, probablemente, pero le supone demasiado esfuerzo y la deja agotada. El problema lo tiene sobre todo en las piernas y eso supone que pueda seguir trabajando sin problema.

Ava era diseñadora de software. Había empezado en el negocio cuando los ordenadores eran una novedad, y su trabajo le permitía trabajar desde casa, lo cual era una ventaja teniendo en cuenta que su marido las había abandonado cuando le habían diagnosticado la enfermedad. Cuando Patience se lo había contado, él se había dado cuenta de que no hacía falta que un padre sacara un arma o empleara los puños para hacerle daño a su familia. El dolor podía presentarse de muchas formas distintas.

Se dispuso a abrir la botella de vino mientras Patience sacaba las copas del armario.

—Es la persona más valiente que conozco. Siempre está tan amable y cariñosa. Me gustaría gritar por lo injusto que es todo, pero ella nunca lo hace —sonrió—. Cuando sea mayor, quiero ser como mi madre.

—A mí también me inspira —admitió él—. Cuando me encontraba en una situación difícil, siempre pensaba en Ava y me recordaba que yo lo tenía fácil.

Patience parpadeó varias veces como si estuviera conteniendo las lágrimas.

—Es usted un gran adulador, señor Garrett. Podría haberme halagado con cumplidos vacíos, pero en lugar de eso me deja sin defensas al decir esas cosas sobre mi madre.

—Lo digo en serio —le respondió mirándola a los ojos e inhalando su perfume a limpio con un toque floral. No era su perfume, se recordó; era su esencia. Esencia de Patience—. No soy adulador. Estoy diciendo la verdad. He visto lo que hace falta para ser valiente, y tu madre lo tiene —sabía el peligro que supondría acercarse demasiado, pero no pudo evitar alargar la mano y acariciarle la mejilla—. Soy yo, Patience. Sé que ha pasado mucho tiempo, pero no hace falta que estés con las defensas en alto.

Sin embargo, en cuanto pronunció esas palabras, se dio cuenta de que debería haber mantenido la boca cerrada. Patience tenía razón al ser cauta con él.

Algo cayó al suelo en la cocina. Patience se giró hacia el sonido y Justice aprovechó la distracción para seguir con el vino y, así, poner algo de distancia entre los dos.

Quince minutos más tarde todos estaban sentados a la mesa. Lillie había olfateado la copa de vino de su madre y había arrugado la nariz diciendo que era un olor «asqueroso». La lasaña estaba sobre la encimera, lista para servir, y ya tenían las ensaladas delante.

Patience alzó su copa.

—Bienvenido a casa, Justice.

—Gracias.

Todos dieron un trago a sus bebidas y después Lillie bajó su vaso de leche y miró a su abuela.

—El señor Garrett es guardaespaldas. Como en la tele, ¿sabes?

Patience se había referido a él como «el señor Garrett» a propósito, para que no resultara demasiado familiar, y la niña estaba dirigiéndose así a él porque así era como la habían educado.

—Si a tu madre no le importa, puedes llamarme «Justice».

Lillie sonrió.

—¿Te parece, mamá?

—Claro.

La pequeña se sentó un poco más derecha y se aclaró la voz.

—Justice es guardaespaldas, abuela.

—Ya lo he oído —respondió y lo miró—. Parece peligroso, ¿lo es?

—A veces. Normalmente protejo a gente rica que viaja a lugares peligrosos y me tengo que asegurar de que estén a salvo.

—¿Entonces qué estás haciendo en Fool’s Gold? —preguntó Patience—. Somos lo menos peligroso que te puedes encontrar. ¿Has venido por tu nuevo negocio?

Él asintió y miró a Ava.

—Quiero abrir un negocio con un par de amigos. Ofreceremos formación para empresas de seguridad.

Ava se mostró interesada.

—¿Una escuela de guardaespaldas?

—Nosotros lo vemos como algo más completo que eso. Ofreceremos formación sobre estrategia, armas y demás. Elaboraremos informes de última hora sobre distintos conflictos en diferentes partes del mundo y, además, queremos ofrecer actividades de recreo e incentivo para empresas que incluyan carreras de obstáculos y demás retos físicos.

Patience parpadeó.

—¡Vaya! Eso hace que mi idea de poner una cafetería parezca ridícula. Quiero decir, lo máximo a lo que puedo aspirar ahí es a tener un club de lectura u organizar alguna que otra noche de monólogos, pero nada más.

—Mis socios y yo llevamos tiempo ideándolo y hemos estado esperando a encontrar el lugar adecuado. Ford sugirió Fool’s Gold, así que cuando vine aquí el año pasado, eché un vistazo.

La sorpresa de Ava se hizo evidente en su tono de voz.

—¿Ford? ¿Ford Hendrix?

Él asintió.

—Hace tiempo que somos amigos y volvimos a encontrarnos en el ejército. Nuestro tercer socio es un tipo llamado Angel Whittaker.

—Había oído que Ford iba a volver —dijo Ava—, pero nadie sabe cuándo. Lleva años sirviendo en el ejército.

—Saldrá en los próximos meses y se supone que entonces volverá aquí.

A Angel no le importaba dónde montaran el negocio y, después de que Justice hubiera vuelto el año anterior, había hecho presión para que se decantaran por Fool’s Gold. En aquel momento había pensado en buscar a Patience, pero había tenido el autocontrol suficiente para evitarla. En esta ocasión, sin embargo, no había tenido tanto.

—¿Quién es Ford? —preguntó Lillie.

—Conoces a las mellizas Hendrix y a la señora Hendrix —dijo Patience—. Ford es el hermano pequeño.

—¡Pero si es un señor mayor!

Ava sonrió.

—Tendrá treinta y algo, Lillie.

La niña se mostró algo confusa.

—¿Tantos?

—¡Ah! Lo que daría por volver a ser joven —Ava levantó su tenedor y pinchó un poco de lechuga—. Bueno, Justice, cuéntame qué has estado haciendo los últimos quince años. ¿Te has casado?

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