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Varias vidas en sus manos

La vida no era fácil, la cotidianeidad se posó en su hogar. Pedro continuaba con su deambular. Priorizó su trabajo, el arte de cantar. Y comenzó a salir de gira. Nació la primera niña en Formosa a la que llamó con su mismo nombre: Elma. Para ello, Pedro pidió a su madre, con quien tenía comunicación vía cartas, que arribara a su hogar y así poder compartir estos momentos de felicidad. Se quedó un tiempo para hacerles compañía.

Al año siguiente llegó Mary y el tercer año Oscar, para cada acontecimiento llegaba la abuela. Un día tuvo Pedro la propuesta de viajar a otras provincias y, considerando la necesidad de la familia, decidió aceptar y se fue tras sus sueños con su guitarra. Así llegó al Chaco, específicamente Charata. Un pequeño poblado, ubicado al sudoeste de la provincia, donde nacía la esperanza entre los gringos colonos que surcaban tierra y sembraban sueños.

Trabajó de día como barbero, pero en las tardes y noches, sin control alguno se dedicaba a sus actuaciones, con lo que lograba ahorrar unas monedas que enviaba a Elma. Con el pasar del tiempo, las tentaciones hicieron que desviara su prioridad, se perdiera en sus placeres, olvidando el objetivo inicial de su viaje.

En este tiempo Elma se había convertido en una joven madre que día a día se dedicaba enteramente al cuidado y protección de esos niños que completaban y llenaban el vacío de su niñez y la ausencia de su esposo.

Al contrario de su marido, trabajaba y cuidaba a su familia. Viendo que el tiempo pasaba, ya no recibía el sustento para mantener a sus hijos, con su suegra, culpándola de la supuesta separación y llenándole la cabeza de ideas que lastimaban su amor propio, un día decidió viajar hacia donde estaba su marido. La última noticia que tuvo, a través de la última carta, fue que estaba en el Chaco. Vendió unas gallinas y con la ayuda de la madrina de su hija mayor completó para el boleto. Tomó a sus dos hijos más pequeños, dejando a su primogénita con su abuela, viajó en colectivo y tren. Sufrió la soledad y el temor al rumbo desconocido. En su interior le pedía a Dios y a la Virgen María que la proteja y ayude a llegar y encontrar al padre de sus hijos.

Después de un largo y agotador viaje y con solo una dirección en un trozo de papel carta, llegó a Charata.

Amanecía. El tren paró y un pueblito con calles de tierra y algunos negocios se podían observar desde la ventanilla. Bajó del tren. Miró para todos lados y vio unas casas altas a un lado de la vía y algunas casas hacia el otro. Preguntó por su marido. Todos lo conocían. Comenzó a caminar e internarse en el pueblo rodeado de monte agreste, con un bolso a cuesta y dos pequeños que lloraban porque se encontraban agotados. Levantó la vista y vio hacia el oeste, la cruz de la gran iglesia. Volvió a rogar por cuidado y protección. Cada tanto volvía a preguntar a los transeúntes para asegurar su paso. “Sí, don Pedro, en la barbería lo encontrará por la mañana”, esa respuesta se repetía. Y llegó.

Para Pedro, la sorpresa fue grande. Se quedó sin palabras. Los niños exigían atención y los levantó. Saludó a su esposa. La condujo hacia el patio trasero del salón sito en calle Güemes donde estaba inserta la barbería. Era un pequeño cuarto provisto de un espejo oval, formato antiguo, una mesa y silla de barbero y todos los utensilios, una cortina naranja que dividía el saloncito, donde se encontraban un calentador, la pava, el mate y algunas que otras cosas necesarias.

Le llamó la atención que su hija mayor no estuviera ahí. Ella explicó que se quedó con la abuela. Una vez que se pusieron al día con las vicisitudes que vivieron separados, Pedro le dijo que tenía una pieza para vivir. Y la condujo a ella. Así llegó a la calle Maipú N.º 787. La última calle del pueblo. El paisaje era distinto a su Cerro Azul, distinto a su Formosa, era Chaco, Charata. Sus calles de tierra polvorienta y veredas cargadas de altos árboles verde musgo, entre catalpas, guayaibíes, paraísos. El monte que se levantaba al frente de su casita estaba minado de algarrobos, mistoles e itines. Un paisaje agreste, pero se condecía con el calor seco y el viento norte del verano. Charata era esperanza.

Unos días más tarde, con unos pesos en su bolsillo decidió que era hora de buscar a su hija mayor. Había tomado la decisión de que su lugar era al lado de su marido. Así viajó hasta Formosa con sus dos hijos y con la promesa de regresar, solo que tenía que vender sus cosas. Pasados unos meses, ya embarazada nuevamente. Decidió que después del nacimiento volvería a atravesar esa larga y cansadora distancia con sus cuatro hijos. Después del bautismo del bebé a quien nombró Daniel, volvió al Chaco.

Cada año nacía un nuevo integrante de la familia, todos chaqueños ya, Lucila, Norma, Graciela, Santiago, los mellizos, Zulema y Susana y Clarisa y Alfredo.

Cada nacimiento para Elma era dar vida, para don Pedro, era más trabajo, más responsabilidad.

Su sueño de tener una familia grande se había cumplido. Los años pasaron y la familia prosperó.


Octubre de 2008, cumpleaños de las Melli Zule y Susy. Elma y sus 12 hijos

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