Читать книгу Cuando atrapas un tigre - Tae Keller - Страница 11
ОглавлениеHalmoni me lleva a su dormitorio y me acurruco debajo de las mantas con ella. En medio de la oscuridad, examino la habitación.
En su mesita de noche, como siempre: fotos enmarcadas de mamá, de Sam y mías.
Y ahora, algo nuevo: una fila de diminutas botellas con pastillas de color naranja en el interior. Toda una familia de botellas.
Antes de que pueda preguntarle al respecto, dice:
—Robé historias.
Aspiro una bocanada de aire, tratando de entender, pero no es fácil. Mi abuela. Robó historias. A unos tigres mágicos.
No le encuentro mucho sentido a todo aquello.
—¿Cómo se roba una historia? —pregunto.
Halmoni permanece callada durante un rato tan largo que pienso que tal vez cambió de parecer sobre contarme la historia. Pero tan sólo está esperando, creando suspenso; después de unos segundos, toma mi mano y sigue mi línea de la vida con la yema de su dedo. Solía hacer esto cuando yo era pequeña, para calmarme durante las partes espeluznantes de sus historias.
—Estas historias vienen de una época atrás. Largo, largo tiempo atrás. Cuando tigre caminaba como un hombre.
Me aprieto más a ella, con el corazón ronroneando ante aquellas palabras mágicas.
—Estas historias vienen de una época cuando noche era negra. Sólo oscuridad. Y en la oscuridad, una princesa vive en un castillo en el cielo. La princesa muy sola, entonces ella susurra historias a la noche. Y esas historias volverse estrellas.
Cuando Halmoni nos decía que estiráramos las manos y agarráramos una historia del cielo, siempre pensé que era sólo un juego divertido. Nunca pensé que lo estuviera diciendo literalmente.
—¿Las estrellas están hechas de historias? —le pregunto.
—Sí, sí. Ahora escucha —la abuela me hace callar y continúa hablando—: La princesa del cielo cuenta tantas historias que cielo se llena de luz. ¡No más oscuridad en ningún lado! Y la gente en tierra, allá abajo en las aldeas, tan felices. No más noche.
Miro por la ventana un firmamento negro como la tinta y me estremezco. No más noche.
—Magia de historias tan brillante y poderosa que por supuesto tigres quieren quedarse con ellas. Tigres van a cima de montaña más alta, se rodean de estrellas y protegen el cielo.
Halmoni continúa:
—Y a los humanos encantan esas historias, también. Pero a mí no me gustan algunas de las historias que cuentan las estrellas. Algunas de esas historias… peligrosas. Algunas historias demasiado peligrosas para contar.
Lo pienso un par de segundos.
—¿Pero cómo puede ser peligrosa una historia? —pregunto.
Halmoni me abraza con fuerza.
—Algunas veces hacen que gente se sienta mal y actúe mal. Algunas de esas historias hacer que yo me sienta triste y pequeña.
Me muerdo el labio. Las historias que Halmoni nos contaba siempre tenían finales felices. Eran sobre chicas inteligentes y familias amorosas y princesas guerreras que realizaban hazañas para salvar a los demás.
—Escuché llorar a mi propia halmoni cuando me contaba historias tristes, del pasado de nuestra Corea —dice la abuela—. Veía que mis vecinos se asustan. Veía que mis amigos ponen furiosos. Y pensé: ¿por qué tenemos que escuchar malas historias? ¿No es mejor si malas historias desaparecen?
Trago un poco de saliva. Eso tiene sentido, pienso.
—Así que una noche tranquila, saco frascos de mi casa y los llevo arriba de la montaña, rastreando a esos tigres hasta sus propias cuevas. Soy la niña más pequeña del pueblo más pequeño, y soy astuta. Me escondo fuera de cuevas y espero hasta que tigres están dormidos, hasta que ronquidos retumban. Y luego empiezo a trabajar, agarrando estrellas con los dedos, las malas historias, metiéndolas en frascos.
Es otra cosa que parece imposible, pero tal vez el mundo es más inmenso de lo que yo pensaba. Tal vez hay sitio en el mundo para tigres que desaparecen y para estrellas capturadas.
—Te robaste las estrellas —le digo.
—No todas. Pero… sí.
Me pregunto cómo se sentiría tener estrellas entre mis manos, si se desmoronarían como polvo o se harían añicos como el cristal, si causarían una quemadura ardiente y feroz, o fría y acerada.
Halmoni sigue contando:
—Sello los frascos. Luego me alejo de puntillas de cueva, muy suave, sh. Antes de irme, pienso Voy a ser extra cuidadosa. Asegurarme de que no me sigan. Entonces traigo rocas del bosque, una por una, y las apilo en montón en entrada de cueva, hasta que forman un muro. Un muro grande y pesado. Hasta que tigres atrapados adentro.
Siento un escalofrío al imaginar a los tigres arañando el otro lado del muro.
—Pienso: no más malas historias. No más. Yo nunca quiero escucharlas de nuevo, así que escapo lejos, lejos de mi pequeña aldea, al otro lado del océano, atravieso el mundo entero, a un nuevo lugar. Donde estoy a salvo de la tristeza —la voz de Halmoni comienza a desvanecerse a medida que la invade el sueño—. Robo las estrellas y las encierro.
—¿Cómo sabías…? —le pregunto, mientras presiono mis dedos cálidos contra los suyos, fríos—. ¿Cómo sabías que no te iba a pasar nada?
—No lo sabía. Pero creo en mí. Cuando crees, entonces te comportas valiente. A veces, creer es lo más valiente de todo.
—¿Así que todo salió bien? —Halmoni nunca decía mayor cosa sobre cómo había llegado a Estados Unidos desde Corea, y nunca se me había ocurrido preguntarle.
Se queda en silencio tanto tiempo que creo que tal vez se ha dormido. Pero de repente dice:
—Nada dura para siempre, Lily. Los tigres se liberaron. Los tigres muy enojados. Ahora vienen por mí.
Desde la sala escucho un crujido y mi cuerpo se tensa, pero probablemente sea sólo mamá cambiando de posición mientras duerme.
Halmoni aprieta sus labios contra mi cabeza y sus palabras se van haciendo más confusas mientras va entrando en el mundo de los sueños.
—Persiguiéndome ahora. No paran de buscarme.