Читать книгу Cuando atrapas un tigre - Tae Keller - Страница 9

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Me despierto sudando. Sábanas retorcidas, almohada húmeda, la cama crujiente. Mi estómago gruñe y me doy cuenta de que estoy desesperadamente hambrienta por un kimchi de medianoche, así que desenredo mis mantas y me deslizo fuera de la cama. Mientras atravieso de puntillas la habitación, y paso junto a la cama de mi hermana, les ruego a los ruidosos tablones del piso que guarden silencio. No me hacen caso. Se quejan bajo mis pies.

Sin embargo, Sam sigue inmóvil.

Salgo del cuarto y bajo las escaleras, agarrando la barandilla, aguzando los ojos en la oscuridad, tratando de ver algo entre las sombras.

Hay algo extraño en esas sombras.

Parecen danzar y doblarse frente a mí, como si fuesen proyectadas por algo que no alcanzo a ver.

Me froto los ojos y me sacudo el sueño de la cabeza, y las sombras vuelven a la normalidad. Llego lentamente al pie de las escaleras, dejo atrás la habitación de Halmoni, dejo atrás a mamá, que duerme en el sofá.

Camino de puntillas hacia la cocina…

Y me detengo de repente.

Las cajas que estaban apretadas contra la puerta del sótano han sido empujadas a un lado, dejando un camino despejado.

Sé que mamá quería mover las cajas, pero no pensé que le importara lo suficiente como para moverlas y hacer enojar a Halmoni. Y de todas formas, lo que mamá quería hacer era mover las cajas hasta la pared, no sólo desplazarlas unos centímetros al costado.

Todavía más extraño: la puerta está entreabierta.

Un peso invisible presiona mi pecho, dificultándome la respiración.

Afuera, las ramas de los árboles se mueven con el viento, rasguñando las ventanas, y la puerta del sótano parece mecerse hacia delante y hacia atrás, tan sólo un poco.

Me acerco sigilosamente a la puerta.

No me entiendan mal: he visto películas de terror. Sam y yo solíamos verlas juntas, y aunque yo pasaba todo el tiempo con la cabeza enterrada en su hombro, conozco las reglas:

1. No entrar en el sótano.

2. Y definitivamente, no entrar sola.

Pero esto es diferente. Éste no es uno de aquellos sótanos aterradores.

Sam y yo pasábamos mucho tiempo jugando en este sótano cada vez que mamá salía de casa. Actuábamos las historias que Halmoni nos contaba e inventábamos nuestros propios cuentos de hadas. Con todas esas cosas viejas que tiene Halmoni, siempre había algo nuevo por descubrir.

Ese sótano era mi lugar favorito.

Y ahora, me está llamando. Está tirando de mi pecho, y es una sensación en algún lugar profundo de mi interior, justo detrás del estómago.

La puerta de madera se siente tibia al contacto de mi mano, y cruje cuando la abro.

Aguanto la respiración, esperando, sin saber si tengo miedo o estoy emocionada.

No pasa nada.

Busco a tientas el interruptor de la luz, que aparentemente no funciona, así que me guío por la luz de la luna que se derrama desde una estrecha ventana en la parte superior de la pared. Al bajar los escalones, la madera astillada me pincha los pies descalzos, y después de unos segundos ya estoy abajo.

En un primer momento, me siento aliviada porque el sótano está vacío.

Enseguida, me siento contrariada porque está vacío.

El sótano es pequeño, me doy cuenta. Se sentía más grande cuando yo era menor. El sitio solía ser un rompecabezas: ¿cómo ir de un extremo al otro? ¿Sobre qué cajas te subes? ¿Qué camino tomas?

Ahora: nada.

Nada en absoluto, ni siquiera agua, aunque Halmoni dijo que el sótano se había inundado. Me arrodillo y paso mi mano por la alfombra. Está completamente seca.

¿No debería estar húmeda? Y no debería oler, no lo sé, ¿a mojado? ¿A moho?

El sótano huele igual que siempre: lleno de polvo y de recuerdos, como las páginas de un libro viejo.

Muerdo el interior de mi mejilla. Quizás estoy siendo paranoica, pero nada de esto parece comprensible. Si el sótano nunca se inundó, ¿por qué Halmoni movió todas sus cosas?

¿Y por qué mintió?

Un ruido me sobresalta y me pongo en pie de un salto. Es un gemido profundo, una especie de ruido animal, y camino de vuelta hacia los escalones, tambaleante, tropezándome con mis propios pies. El miedo me pellizca los dedos de los pies mientras subo corriendo las escaleras: trepando de dos en dos, a duras penas respirando, hasta que me encuentro fuera del sótano, con la puerta firmemente cerrada a mis espaldas.

Me apoyo contra la puerta cerrada e intento tranquilizar la respiración y las piernas temblorosas.

Debería irme a la cama ahora mismo. Todo lo que ha pasado es suficiente para una noche y he perdido por completo el apetito.

Escucho de nuevo el ruido, y ahora me doy cuenta de que proviene del baño. La puerta está entreabierta y me quedo en la oscuridad, tratando de ver en el interior.

Y dentro del baño, veo una bestia, un desorden de escamas negras, una bestia de sombra, encorvada y jadeante. Gruñe y se agita como si todos sus huesos estuvieran rotos.

Mi corazón se queda congelado, pero un instante después las sombras se disipan.

Y no se trata para nada una bestia. Es Halmoni. Y le pasa algo.

Cuando atrapas un tigre

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