Читать книгу Cuando atrapas un tigre - Tae Keller - Страница 7
ОглавлениеHalmoni abre de sopetón la puerta principal y grita:
—¡Hola, mis niñas! ¡Mis niñas han venido a visitarme!
Su voz asciende hasta nuestro dormitorio, y yo bajo corriendo para verla; con cada paso, mis pies retumban sobre las viejas y ruidosas escaleras.
La abuela está más delgada que la última vez que la vi. Su colorida túnica de seda y sus pantalones blancos se ven más sueltos que de costumbre. Su collar de perla descansa en la hendidura en forma de U entre sus clavículas, más honda que antes.
Pero sigue siendo tan glamorosa como siempre, con sus labios de un rojo brillante, su cabello con permanente y teñido del más negro de los negros. En los brazos lleva cuatro grandes bolsas de compra, llenas hasta rebosar.
Mamá ya está en la puerta, vestida con el pijama de Halmoni y la saluda con preguntas:
—¿Por qué no estabas aquí? ¿Por qué no contestabas tu celular? ¿Recuerdas que te dije que estaríamos aquí a las seis? ¡Tuvimos que quedarnos afuera! ¿Y por qué compraste tanta comida? ¡Es demasiada comida!
Halmoni se echa a reír.
—¡Ay, hija mía… qué entrometida eres! —dice antes de depositar las bolsas y su cartera imitación Louis Vuitton en manos de mamá, como si fuese su mayordomo.
Mamá hace un gesto de contrariedad, pero antes de que pueda protestar, Halmoni me ve y abre los brazos para envolverme entre ellos.
—¡Lily Bean! —dice. Todo su rostro se ilumina y yo ni siquiera sabía que alguien pudiera sentirse tan feliz por algo. Corro por el pasillo y me deslizo entre sus brazos absorbiendo su amor.
—Ten cuidado —me dice mamá. Coloca las bolsas de Halmoni sobre la mesa de la cocina y se cruza de brazos—. No vayas a tumbar a tu abuela.
Halmoni me envuelve con fuerza y reprende a mamá por encima de mi cabeza.
—No hablar, jovencita. Al menos, Lily sí me ama.
Mamá suspira.
—Por supuesto que te amo. Por eso estamos aquí.
Halmoni ignora sus palabras. Coloca las manos sobre mis hombros y se inclina hacia atrás para poder mirarme bien, sonriendo cuando repara en que tengo puesto su camisón.
—¡Ah, qué cosita! Tú ser una pequeña mini-mí. ¡Tan linda! ¡Tan resplandeciente!
Río.
—¿Resplandeciente? —Sam fue la que eligió el camisón de lentejuelas, no yo.
—Igual que sol —dice Halmoni, guiñando un ojo. Ella es la única persona en el mundo con quien nunca funciona mi invisibilidad. Siempre puede ver directamente mi corazón.
—Halmoni —le digo, y mi pulso se acelera al pensar en el tigre—. Tengo que decirte algo.
Pero en ese momento aparece Sam, que baja tratando de no hacer ruido por la crujiente escalera y se detiene en la puerta de la cocina.
—Y mi luna —dice Halmoni, acercándose a Sam para abrazarla.
Sam se pone rígida cuando Halmoni la envuelve entre sus brazos, pero después de un momento se relaja, se inclina hacia la abuela, inhala su fragancia. Nadie puede resistirse a Halmoni. Es como la gravedad.
Halmoni retrocede y pasa sus dedos por el mechón blanco de Sam.
—Qué lindo el tu cabello —dice.
—No, por favor, no la animes a hacer eso —le pide mamá—. No es natural.
Sam le clava la mirada a mamá, mientras Halmoni juguetea entre sus dedos con el mechón de cabello.
—Es de familia nuestra. Tuve así cuando pequeñita—dice, guiñándonos el ojo a Sam y a mí.
La voz de mamá es ahora tensa.
—Un mechón teñido no es un rasgo genético.
Halmoni ni siquiera la mira.
—Y tanto a la moda. Sam parecer una estrella de rock.
Sam sonríe. Mamá respira hondo.
Detesta el mechón blanco, pero Sam se niega a hacer cualquier cosa al respecto. Afirma que no es su culpa, que el mechón crece de ese color de manera natural.
La historia de nunca acabar.
Halmoni se vuelve hacia mamá y frunce el ceño.
—¿Por qué pelo de chicas tan mojado?
Mamá se aclara la garganta mientras pone a un lado los comestibles de Halmoni.
—Como estaba diciéndote, tienen el cabello mojado porque tuvimos que esperar afuera bajo la lluvia. Habría sido muy amable de tu parte estar aquí cuando dijiste que ibas a estar. Tuve que recurrir al viejo truco de la ventana y colarme… ¡delante de mis hijas!
—Siempre por las ventanas —Halmoni nos mira a Sam y a mí y chasquea la lengua—. Ella sale, ella entra, sale, entra. Incluso ventana del ático, por allí sale. La madre de ustedes muy buena para escapar. Tanto problema.
Mamá balbucea, intenta decir algo, mientras Sam y yo intercambiamos una mirada. No tengo idea de cómo mamá podía escaparse por la ventana del ático —es imposiblemente alta—, pero Halmoni siempre está contando exageraciones como ésta, y es divertido imaginar a mamá escabulléndose desde ese lugar.
Sam reprime una sonrisa y yo me trago una carcajada.
—Y en realidad, ya no deberías estar conduciendo el auto—le dice mamá—. Mucho menos si está lloviendo. Si necesitabas comprar comestibles, deberías haber esperado a que yo llegara. Es preciso que tengas cuidado. Es preciso que…
—Tsst —sisea Halmoni, levantando un dedo. Sam y yo solíamos ver un programa de televisión sobre un adiestrador de perros que para domesticar perros usaba un sonido de siseo enojado. Éste es el mismo sonido.
Mamá aprieta la mandíbula e intenta otra línea de cuestionamiento.
—¿Y todas esas cosas amontonadas? ¿Por qué estás viviendo así? —con un gesto señala la pila de cajas y muebles frente a la puerta del sótano.
Halmoni encoge un hombro.
—Inundación del sótano, entonces las cosas hay que subir.
Sam alza una ceja.
—¿Subiste todo eso tú sola?
Halmoni se vuelve hacia Sam y le guiña un ojo, lo cual es típico de ella. No siente la necesidad de responder preguntas, lo cual a mí no me molesta.
A mamá, por el contrario, sí que le molesta.
—No, en serio. ¿Subiste sola todas esas cosas por las escaleras? Sabes bien que podrías lastimarte. Tú… —mamá hace una pausa—. ¿Y dónde se supone que voy a dormir yo?
Cuando vivimos aquí, mamá dormía en el sótano, embutida entre todas las cosas de Halmoni.
—Tú dormir en sala, en el sofá —responde Halmoni, como si esto no tuviera importancia alguna.
Supongo que mamá va a objetar algo, pero en lugar de ello camina hasta donde están las cajas.
—De acuerdo, bueno, al menos déjame mover estas cosas. Podemos apartarlas de la puerta del sótano, y así puedo bajar a inspeccionar los daños por las inundaciones. Sam, ¿me ayudas?
Sam se queda mirándola con cara de palo.
Mamá suelta un suspiro.
—¿Lily?
Empiezo a acercarme, pero Halmoni me agarra de la muñeca y me jala hacia atrás.
—No, no. No moverlas.
Mamá parpadea.
—Están estorbando el camino.
Halmoni agita los brazos frente a ella, como si estuviera protegiéndose de la interferencia de mamá.
—No, no. Hoy no un día auspicioso. Cuando yo sacar cajas de abajo, un día de suerte. Pero hoy es día peligroso para espíritus. Las movemos otro día.
Un día peligroso para los espíritus. Trago saliva. Tengo que hablar a solas con Halmoni para preguntarle sobre posibles espíritus de tigre.
—Mover cosas en días de mala suerte… muy peligroso. Y romper cosas… —Halmoni cierra los ojos y se estremece, como si ni siquiera fuese capaz de imaginarlo—. Si romper algo, ay, eso es muy, muy malo.
La expresión de mamá es como si literalmente estuviera a punto de jalarse el cabello.
Sam levanta las cejas como diciendo, Lo mismo de siempre, y retrocede en el pasillo.
Éste no es un desacuerdo nuevo. Mamá siempre se irrita con las tradiciones de Halmoni. Aprieta los dientes y dice:
—Eso es ridículo. Qué cosas se…
Pero Halmoni señala a mamá con el dedo, interrumpiéndola.
—Tú no eres aquí la madre. Yo soy la madre. Tú no haciendo más preguntas. Ve cambiarte de ropa. ¿Por qué tú en pijama, por cierto?
Mamá abre los labios para empezar a defenderse, pero Halmoni palmotea exigiendo atención.
—Voy a servir cena ahora. Con ayuda de Lily.
Yo no me había ofrecido como voluntaria, pero Halmoni tiene una manera de crear su propia realidad. De todos modos, no me importa ayudar.
La sigo hasta la barra de la cocina y mamá se da por vencida con lo de las cajas. Agarra el impermeable de Halmoni y sale de la casa para traer las maletas del auto.
Desde la puerta, Sam me mira, carraspea y yo le devuelvo la mirada. Vacila un momento, como si estuviera esperando algo, y entonces le indico sin palabras, No te preocupes. Vete arriba.
Me siento mal por decirle que se vaya, pero a ella no le gusta cocinar, poner la mesa o, de hecho, ninguna de las tareas del hogar; además, necesito estar a solas con Halmoni.
Sam frunce el ceño y se marcha, rezongando algo sobre sus amigos en California mientras se dirige a la habitación del ático.
Una vez que se ha ido, le digo a la abuela en un susurro:
—Halmoni, pasó algo.
Me acomoda un mechón de cabello detrás de la oreja y me da un beso en la frente.
—Sí, pequeña, voy escuchar eso, pero primero, hora del kosa.
—Sí, pero…
—No, no, esto primero —caminando de un lado a otro de la cocina, saca cuencos y cestas de los armarios y los coloca frente a mí.
No recuerdo la primera vez que me enseñó cómo hacer un kosa. Es simplemente algo que siempre hemos hecho juntas. Colocamos comida para los espíritus y los antepasados, y dejamos que ellos disfruten antes que nosotros. Para los que marchar antes de nosotros, dice siempre Halmoni.
Cuando era más pequeña, yo solía pretender que papá vendría por el kosa, para comer con nosotras. Una vez cometí el error de contarle a Sam que la comida era para él.
Retorció el rostro en cuanto lo dije y escupió con enfado, Él está muerto. Esto no es un juego.
Desde ese día, nunca le volvió a gustar el kosa.
Después de que Halmoni calienta un plato de tortas de arroz con frijoles rojos, me los entrega y los dispongo en una canasta de bambú, de la manera en que ella me enseñó. Con cuidado, con amor. Las tortas me calientan los dedos.
—Esto muy importante hacer en días en que hay gran cambio —me dice Halmoni mientras vierte vino en pequeños tazones de cerámica—. Cuando llegar personas. Cuando salir personas. Esto hacemos para tener felices a los espíritus.
Se inclina tan cerca de mí, que su aliento me hace cosquillas en la oreja.
—Cuándo espíritus tener hambre… casi tan aterrador como cuando tu madre tener hambre.
Sonrío.
—¿Y cuándo Sam tiene hambre?
Los ojos ajados de Halmoni se agrandan.
—Eso es más aterrador de todo.
Me río a costa de Sam, aunque me siento un poco culpable. Luego, coloco calamares secos y anchoas en un plato pequeño. Halmoni prepara la comida y yo escucho las melodías del kosa.
Halmoni tararea una canción que no conozco, probablemente una canción de cuna coreana, y la casa parece cantar con ella. Los armarios susurran cuando ella los abre y cierra, y el agua silba mientras lava las verduras.
Lo que ocurre con el kosa, lo que ocurre con todas las creencias y rituales de Halmoni, es que se trata de algo que siempre he dado por sentado. Tienen sentido para Halmoni, y con eso me basta. Su magia nunca necesitó una explicación. Pero ahora, con la aparición del tigre, me parece importante entender el significado.
—Vi algo en la carretera —le digo.
—¿Qué cosa ver? —pregunta mientras rebana un pepino.
Trago saliva.
—Mmm, creo que podría haber visto uno de los… de los espíritus hambrientos.
Deja el cuchillo sobre la mesa y se vuelve hacia mí. Sus ojos brillan con intensidad.
—¿Qué estás diciendo, Lily? ¿Qué cosa ver?
De repente, me siento nerviosa.
—No sé… supongo que podría haber sido un sueño…
Halmoni se inclina más cerca de mí.
—Sueños muy importantes, Lily. ¿Qué cosa ver en sueño?
Mamá solía decirme que no le diera alas a la abuela con sus historias. Por su parte, Sam me reprochaba que me estaba comportando de forma extraña. Pero con Halmoni, estoy a salvo de ser juzgada.
—Un tigre —digo.
—¿Qué estaba haciendo tigre? —pregunta Halmoni entre dientes.
Sé que no está molesta conmigo, pero esto es algo que le molesta, y no puedo evitar la idea de que he dicho algo incorrecto.
—Mmm, tan sólo… estaba allí quieto. Luego desapareció —una ola de pánico total y abrumador me invade, y pregunto en un susurro—: ¿Me estoy volviendo loca?
Halmoni envuelve los dedos alrededor de su pendiente y se inclina para que su cara quede casi pegada a la mía, tanto que puedo sentir el olor a leche de su aliento.
—Lily, loca no ser una buena palabra. No un buen pensamiento. Tú viendo la verdad porque eres especial, y eso no te hace loca, ¿de acuerdo?
Asiento, sin saber qué pensar. El tigre parecía real, pero no es posible que lo fuera. ¿Y qué se puede hacer con las cosas que se sienten reales pero no lo son, al menos no del todo?
—Tu mamá no creer en nada de esto. Su mundo es pequeño. Pero tú sabes: el mundo es más grande de lo que nosotros ver —Halmoni presiona la palma de su mano contra mi mejilla—. Pero ten cuidado y quédate lejos de tigres. Tigres muy malos.
—Lo sé. Me mantendré alejada. Los tigres comen personas y hacen cosas malas. Era sólo un…
Sacude la cabeza.
—No confiando en ellos, ¿de acuerdo? Ellos engañosos, pero tú no escuchas sus mentiras. ¿Recordar eso?
—Sí, recuerdo tus historias.
—Sí, sí, historias. Pero tal vez… —da un paso atrás e inclina la cabeza, como si estuviera tratando de tomar una decisión. Hay algo en su tono que suena distinto, no como la Halmoni que conozco—. Tal vez hay más historias que las que les he contado.
Alejo los platos y el tablón que tengo frente a mí y me subo al mostrador de la cocina, de modo que quedo sentada frente a ella, lista para escuchar. No puedo recordar la última vez que nos contó una historia nueva.
—¿Cómo cuáles? —le pregunto intrigada.
—Los tigres buscándome —dice, y me pasa una mano por el brazo, sumergida en sus pensamientos—. Robé algo que pertenece a ellos, hace mucho, mucho tiempo, cuando tan pequeña como tú, y ahora lo quieren de vuelta.
—Espera un momento, ¿cómo? ¿Esta historia es acerca de ti?
—Esta historia verdadera. Tigres verdaderos.
Me echo un poco hacia atrás. Nunca antes nos había contado una historia sobre sí misma, y robar a los tigres no tiene sentido. Ayer probablemente no habría creído sus palabras. Podría haber pensado que se estaba inventando esto, porque por supuesto no puede ser real.
Al igual que no puede ser real un tigre que desaparece.
Sin embargo…
Aprieto una de mis trenzas.
—¿Qué les robaste?
Si esta historia es real, tal vez el tigre también lo sea. Y tal vez ésa es la razón por la que apareció. Pero ¿qué podría ser tan importante como para que los tigres la buscaran por todo el mundo? ¿Y cómo se sentirá robar a los tigres, hacer algo tan poderoso y tan peligroso?
Halmoni frunce el ceño.
—No importante, pequeña. No es cosa segura preguntar demasiado.
—Pero…
En ese instante, de nuevo la puerta se abre y mamá entra a la cocina, jadeando y resoplando, y deja caer dos maletas en el piso.
—Ningún pero, pero, pero —me responde Halmoni—. Sobre eso no se habla.
Mamá se acomoda las gafas y recupera el aliento.
—¿Sobre qué no se habla?
Halmoni me mira con ojos de que guarde silencio y entonces no digo nada.
Mamá abre y cierra los ojos.
—¿Alguna de las dos quiere decírmelo?
Halmoni contesta, con una voz demasiado dulce e inocente:
—No, yo paso.
Mamá ladea la cabeza.
—Tú… ¿pasas? ¿Pasas de qué? ¿Pasas de decírmelo?
Halmoni sonríe y asiente.
—Paso.
Mamá nos mira por turnos a Halmoni y a mí un par de veces, y entonces me encojo de hombros para indicar que no sé nada.
Parece que mamá quisiera hacernos más preguntas, pero se limita a soltar un hondo suspiro.
—Está bien, bueno, iré a traer el resto de nuestras cosas. Lily, no te debes sentar sobre la barra de la cocina —dice antes de dirigirse de nuevo escaleras abajo.
Me deslizo para bajarme de la barra, pero en cuanto mamá se marcha, me vuelvo hacia Halmoni.
—¿Qué cosa te llevaste? ¿Y por qué? ¿Y qué pasó después?
Halmoni me entrega una pila de platos.
—Suficiente del tema. Pones la mesa ahora. Kosa ayuda a ti a mantenerte a salvo. Hacer que tigres permanezcan lejos —me da la espalda para terminar de picar las verduras.
Normalmente, cuando preparamos el kosa, la abuela me permite que pruebe algo antes de servir, al tiempo que me guiña el ojo y susurra: Comer rápido, para que espíritus no se den cuenta.
Pero esta noche el ambiente es distinto. No me ofrece nada de comer y yo no le pido nada. Hago lo que me indica y dispongo la mesa, pensando en tigres y ladrones y en las historias de Halmoni.
Porque Halmoni siempre nos había contado historias de cosas imposibles, y ahora me pregunto: ¿Y si fueran posibles?