Читать книгу Cuando atrapas un tigre - Tae Keller - Страница 4
ОглавлениеPuedo volverme invisible.
Es un súper poder, o al menos un poder secreto. Pero no es como en las películas y no soy una superhéroe, de modo que ni lo piensen. Los héroes son los protagonistas que realizan las grandes hazañas. Yo simplemente… desaparezco.
Verán, yo no sabía en un principio que poseía esa magia. Sólo sabía que los profesores olvidaban mi nombre, y que los otros niños no me invitaban a jugar. Y una vez, al final del cuarto grado, un chico de mi clase me miró con la cara arrugada y me dijo: ¿De dónde saliste? No me parece haberte visto aquí.
Antes odiaba ser invisible. Pero ahora lo comprendo: es porque soy mágica.
Sam, mi hermana mayor, dice que no es un verdadero poder súper secreto: que simplemente se llama timidez. Pero Sam suele ser muy dura.
Y la verdad es que mi poder puede ser muy útil. Por ejemplo, cuando mamá y Sam pelean. Por ejemplo, en este preciso momento.
Me envuelvo en una capa de invisibilidad y apoyo mi frente contra la ventana del asiento trasero, observando las gotas de lluvia que se deslizan por el costado de nuestra vieja camioneta.
—Deberías detener el auto —le dice Sam a mamá.
Aunque de hecho se lo dice a su teléfono, porque no ha levantado los ojos. Está sentada en el asiento del acompañante con los pies apoyados en la guantera, las rodillas contra el pecho, el cuerpo entero enfocado en la pantalla del celular.
Mamá suelta un suspiro.
—Ay, por favor, no es necesario que paremos. No es más que una llovizna —dice. Pero aumenta un poco la velocidad de los limpiaparabrisas y hunde el freno hasta que empezamos a rodar a velocidad de lombriz.
La lluvia comenzó en cuanto entramos al Estado de Washington y, de hecho, arrecia en el momento en que nuestro auto pasa muy lento frente a una señal pintada a mano que anuncia BIENVENIDO A SUNBEAM.
Bienvenido al pueblo de la abuela, un pueblo de lluvia incesante, su nombre como una burla.
Sam chasquea sus labios pintados de negro. “K”.
Eso es todo. Tan sólo una letra.
Pulsa una y otra vez la pantalla, enviando burbujas de palabras y emoticones a todos sus amigos en California.
Me pregunto qué dirá en esos mensajes. A veces, cuando me lo permito, imagino que me está escribiendo a mí.
—Sam, ¿al menos podrías tratar de tener una buena actitud? —mamá se ajusta las gafas con excesiva fuerza, como si acabaran de insultarla y se tratara de algo personal.
—¿Cómo puedes siquiera pedirme eso? —Sam levanta la vista de su celular, por fin, para lanzarle a mamá una mirada cargada de furia.
Así comienza siempre. Las peleas entre ellas son ruidosas y explosivas. Hasta que las dos terminan quemadas.
Es más seguro quedarme callada. Presiono la punta de mi dedo contra la ventana salpicada por la lluvia y trazo una línea entre las gotas, como si estuviera conectando los puntos. Los párpados me pesan. Estoy tan acostumbrada a las peleas que es casi como escuchar una canción de cuna.
—Pero, bueno, ¿te das cuenta de que básicamente eres la peor madre de todas, verdad? Y que esto no está nada, pero nada bien.
—Sam —dice mamá, todo su cuerpo rígido: la espalda tiesa, cada uno de sus músculos en tensión.
Contengo el aliento y pienso invisibleinvisibleinvisible.
—No, en serio —continúa Sam—. Tan sólo porque decides de buenas a primeras que quieres pasar más tiempo con Halmoni, no tenías por qué acabar con todo y obligarnos a cambiar de vida por completo. Yo tenía planes para este verano… Claro que eso a ti no te importa. Ni siquiera nos advertiste con tiempo que nos íbamos a mudar a casa de la abuela.
En eso tiene razón Sam. Mamá sólo nos dijo hace dos semanas que nos marchábamos de California, del todo. Yo también voy a extrañar nuestro lugar. Voy a echar de menos mi escuela, el sol y las playas de arena: tan diferentes de la costa de Sunbeam, llena de peñascos.
Pero estoy haciendo todo lo posible por no pensar en ello.
—Pensé que debían pasar más tiempo con la abuela. Pensé que era algo que disfrutaban —las palabras de mamá salen entrecortadas. La lluvia ha arreciado y eso le hace perder la concentración. Sus dedos aprietan con tanta fuerza el volante que se ponen pálidos. A ninguna de las tres nos gusta viajar en auto con este clima, menos aún desde la muerte de papá.
Centro toda mi atención en el volante y cierro los ojos un poquito, enviando vibraciones de protección con la mente, como me enseñó Halmoni.
—Vaya manera de esquivar el tema —dice Sam, tirando del único mechón blanco en su cabello negro. Todavía está enojada, pero ya con menos ímpetu—. Claro que me gusta pasar tiempo con Halmoni. Sólo que no aquí. No quiero estar aquí.
Halmoni siempre nos visitaba en California. No hemos estado en Sunbeam desde que yo tenía siete años.
Clavo la mirada en el parabrisas. El paisaje que pasa frente a nosotras es sereno. Casas de piedra gris, césped verde, restaurantes grises, bosque verde. Los colores de Sunbeam se mezclan unos con otros: gris, verde, gris, verde y luego naranja, negro.
Me enderezo un poco, tratando de encontrarle sentido a los nuevos colores.
Hay una criatura tendida en la carretera delante de nosotros.
Es un gato gigantesco, con la cabeza apoyada en las garras.
¡No! No es sólo un gato gigante. Es un tigre.
Cuando nos acercamos el tigre levanta la cabeza. Debe haber escapado de un circo o de un zoológico o algo así. Y debe estar herido. ¿Por qué otra razón estaría tirado aquí, en medio de la lluvia?
Una especie de miedo instintivo se retuerce en mi estómago y me siento mareada. Pero no importa. Si un animal está herido, tenemos que hacer algo.
—Mamá —digo, interrumpiendo su pelea con Sam e inclinándome hacia delante—. Me parece que… mmm… allí…
Ahora que estamos más cerca, veo que el tigre no parece herido. Bosteza, dejando al descubierto dientes afilados y demasiado blancos. Y luego se incorpora, una garra, una pata, una pierna a la vez.
—Chicas —dice mamá, con la voz tensa, cansada. Su molestia con Sam rara vez se extiende hasta mí, pero después de conducir durante ocho horas, ya no puede contenerse—. Ustedes dos. Por favor. Necesito concentrarme en la carretera por un rato.
Me muerdo el interior de la mejilla. Esto no tiene sentido. Mamá tiene que haber visto el gato gigante. Pero tal vez esté demasiado distraída con Sam.
—Mamá —murmuro, esperando que ella pise a fondo el freno. No lo hace.
A veces, el problema con mi invisibilidad es que tarda un poco en deshacerse. Lleva un poco de tiempo para que las personas me vean y me oigan y me escuchen.
Éste no es como ningún tigre que yo haya visto en un zoológico. Es enorme, tan grande como nuestro auto. El color naranja de su pelaje resplandece, y el negro es tan oscuro como una noche sin luna.
Este tigre pertenece a una de las historias de Halmoni.
Me inclino hacia delante hasta que el cinturón de seguridad me lastima la piel. Sam y mamá siguen discutiendo, por la razón que sea. Pero sus palabras se convierten en un zumbido lejano porque únicamente me concentro en…
El gato enorme levanta su enorme cabeza y me mira. Me ve.
El tigre alza una ceja, como si me desafiara a hacer algo.
Mi voz se atora en la garganta y las palabras se tropiezan unas con otras. Salen vacilantes.
—Mamá… para.
Mamá está ocupada hablando con Sam, de modo que grito más fuerte:
—PARA.
Finalmente mamá me presta atención. Con las cejas fruncidas, me mira por el espejo retrovisor.
—¿Lily? ¿Qué pasa?
No detiene el auto. Seguimos avanzando.
Más cerca…
Más cerca…
Y no puedo respirar porque estamos demasiado cerca del tigre.
Escucho un ruido sordo y cierro los ojos con fuerza. El interior de mi cabeza retumba como un martillo. Me zumban los oídos. Tuvimos que haber atropellado el tigre.
Pero seguimos avanzando.
Cuando abro los ojos, veo a Sam con los brazos cruzados sobre el pecho, el celular a sus pies.
—Murió —anuncia.
Mi pulso se siente como una bestia salvaje mientras examino la carretera, buscando los horrores que no quiero ver.
Nada.
Mamá aprieta la mandíbula.
—Sam, por favor, no tires tu teléfono caro al suelo.
Las miro fijamente, confundida. ¿Y si el ruido sordo fue sólo su celular al golpear el suelo?
Me doy la vuelta para buscar al tigre, pero lo único que veo es lluvia y carretera. El tigre desapareció.
—¿Lily? —dice mamá, reduciendo la velocidad un poco más—. ¿Te estás sintiendo indispuesta? ¿Necesitas que me detenga?
Reviso la carretera una vez más, pero nada.
—No, no te preocupes —le digo.
Sonríe, aliviada. No soy una persona difícil. Facilito las cosas.
—Aguanta un poquito más. Pronto estaremos en casa de Halmoni —me dice.
Asiento con la cabeza, tratando de actuar con normalidad. De actuar casualmente. Aunque mi corazón esté brincando desaforado, no puedo contarle a mamá sobre esto. Me preguntaría si estoy deshidratada, si tengo fiebre.
Y tal vez sí tengo fiebre. Presiono la palma de la mano contra la frente, pero no estoy segura. Supongo que es posible que me esté enfermando. O tal vez sólo me quedé dormida un momento.
De veras, no es posible que haya visto a un tigre gigante aparecer en medio de la carretera… y desaparecer así nada más.
Sacudo la cabeza. Ya sea que el tigre fuese real o que lo haya soñado o que me esté volviendo loca, necesito contarle a Halmoni. Ella me escuchará. Ella me ayudará.
Ella sabrá qué hacer.