Читать книгу Cuando atrapas un tigre - Tae Keller - Страница 12
ОглавлениеMis sueños están llenos de tigres. Cuando despierto a la mañana siguiente, me quedo acostada junto a mi halmoni, que aún duerme, pensando acerca de la historia que me contó. Son muchas las preguntas que se agolpan en mi mente.
¿Qué historias robó? Tengo curiosidad y una parte de mí quiere escucharlas, incluso si son peligrosas.
Pero tengo preguntas más importantes, como: ¿en verdad vi un tigre? Porque si es así, estoy bastante segura de que se trata del tigre que está persiguiendo a Halmoni.
Tenemos que hacer algo al respecto. No podemos simplemente esperar. Necesitamos un plan para protegernos.
No hay manera de que vuelva a quedarme dormida, así que me deslizo lentamente de la cama y salgo de su dormitorio hacia la sala.
Las nubes bloquean el sol y pintan la casa de un tono gris; la sala se encuentra tan silenciosa que me sorprende encontrar a mamá sentada en el sofá.
Está casi de espaldas a mí, con el cuerpo encogido alrededor de una taza de café medio llena. El vapor danza antes de subir flotando a besarle el rostro, pero ella no se entera.
Caigo en cuenta de que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vi a mamá tan quieta. Ella siempre se está moviendo. Experimento la sensación de haber capturado un momento valioso. Quiero guardarlo y sostenerlo cerca de mi corazón.
Mamá tiene la mirada clavada en la ventana de la sala, pero afuera no hay nada que ver excepto los vagos contornos de algunos árboles y un par de casas a lo lejos.
Doy un paso hacia ella y, en ese momento, una tabla del piso aúlla.
Se sobresalta. El café se remueve en la taza y está a punto de derramarse.
—¡Lily, me asustaste! Eres tan silenciosa. Y siempre me estás espiando.
—Ah —digo. No es como si hubiera querido espiarla—. Lo siento.
Sonríe tenuemente.
—¿Cómo estás? ¿Qué tal dormiste?
Es algo demasiado complicado de responder, así que asiento con la cabeza a manera de respuesta.
Y supongo que un asentimiento es suficiente para mamá, porque no insiste en el tema. Deja su taza de café sobre la mesa mientras se pone de pie y, en cuanto lo hace, me doy cuenta de que está muy bien vestida, con una camisa formal de botones y pantalones de trabajo.
—¿Tienes hambre? —me pregunta.
—No —digo—. ¿Por qué estás vestida así?
—Tengo una entrevista de trabajo hoy en la mañana —explica, mientras da vueltas por la cocina.
Sólo hemos estado aquí una noche. La mayoría de las madres quisieran instalarse en el nuevo sitio y deshacer las maletas, pero, por supuesto, mi madre ya tiene programada una entrevista. Trabajaba como contadora en California y trabajaba mucho.
—Pero tengo tiempo para prepararte algo —añade—. De verdad, deberías comer algo. ¿Qué tal los pasteles de arroz de ayer?
—No, gracias —digo—. En realidad, me estaba preguntando acerca de…
—¿Segura? —insiste—. Recalentados son muy ricos. ¿Te conté alguna vez que Halmoni solía vender sus pasteles de arroz cuando nos mudamos aquí? A todo el mundo le encantaban.
Doy un paso adelante.
—¿De verdad? —mamá rara vez habla de cuándo era niña.
—¿Y una taza de té? ¿Te gustaría un té? Puedo prepararte una taza ahora mismo —mamá abre un gabinete, luego se detiene, con una mano flotando en el aire—. Ah, es verdad, Halmoni movió las tazas al otro lado. Antes estaba diferente.
Agarra una taza de su nuevo lugar y pone a hervir agua para el té, aunque en realidad no me apetece. No me gusta el té.
—Mamá… —digo, vacilando, tratando de sonar tan casual como sea posible—. ¿Cuando eras pequeña, alguna vez Halmoni te contó historias? ¿Historias que parecían imposibles?
Mamá hace un gesto de contrariedad.
—Ah, no lo sé. Quizá. Pero yo nunca fui tan buena lectora como tú. Me gustaba salir y jugar en la calle, así que no tenía paciencia para escuchar historias.
—Ah —tengo la impresión, como me ocurre a veces, de que algo anda mal conmigo, pero aparto esa idea de mi mente—. Pero ¿te contó historias sobre su niñez y esas cosas?
Los ojos de mamá se vuelven lejanos, como cuando estaba mirando por la ventana.
—Nunca hablaba mucho de la época en que vivía en Corea. Sé que creció muy pobre, en una aldea rural a muchos kilómetros de Seúl. También sé que vivía sola con su propia halmoni, porque cuando todavía era muy pequeña, su madre se había mudado a Estados Unidos. Halmoni trató de encontrar a su madre cuando se mudó aquí, cuando yo era sólo una bebé, pero no creo que la haya encontrado nunca.
—Más bien lo que yo quería preguntar era… —me freno. ¿Cómo le empiezo a explicar esto? ¿Alguna vez encontraste estrellas ocultas en frascos? ¿Alguna vez te persiguieron los tigres?—. No importa.
Mamá toma aire y logra dibujar una sonrisa en su rostro.
—De todos modos, deberías conocer a algunos niños en el vecindario. Aún viven aquí algunos amigos de cuando asistí a la preparatoria que tienen niños de tu edad. Puedo programar una cita para jugar —mamá hace esto cuando quiere cambiar la conversación, sólo cambia abruptamente de tema y actúa como si hubiéramos estado hablando de eso todo el tiempo.
No me molesto en explicarle que las “citas para jugar” expiraron hace unos seis años. Y no le explico lo difícil que es hacer amistades.
Algunas personas parecen atraer nuevas amistades todo el tiempo. Como Sam. Aunque a veces es brusca y ofensiva con los demás, siempre tiene una nube de gente a su alrededor. Y siempre tiene un número infinito de mensajes de texto que responder. Yo, en cambio, nunca he sido una de esas personas que atrae amistades.
He tenido un par de amigas y en una época me encontraba con un grupo de chicas. Sam decía que ellas también eran CATYC —chicas asiáticas tímidas y calladas como yo—, pero después de un tiempo se desvanecieron. Nunca fueron desagradables conmigo ni nada, tan sólo se olvidaron de invitarme a los encuentros. Como si se hubieran olvidado de que yo existía.
Las amistades no me duran mucho.
Y supongo que no importa. Que es sólo a causa de mi invisibilidad.
—Ahora tengo que irme a la entrevista —dice mamá—. Pero tú deberías salir de la casa. Tomar un poco de aire fresco. ¿Quizás ir a la biblioteca? Podrías conocer a otros chicos lectores. Y a ti te encantan las bibliotecas.
Me gustan las bibliotecas, supongo. Pero no sé de dónde sacó la idea de que me encantan, en especial porque solía odiar la que queda al otro lado de esta calle.
Cuando era pequeña, me negaba a entrar al sitio. Me sentaba en los escalones mientras mamá y Sam entraban, y me quedaba esperándolas a que me trajeran libros ilustrados.
Mamá no entendía por qué le tenía tanto miedo, ya que la biblioteca parecía una linda cabaña, ubicada justo en frente del bosque. Los marcos de puertas y ventanas estaban pintados en tonos brillantes y coloridos.
Pero le expliqué: Se parece a la casa de pan de jengibre de “Hansel y Gretel”.
Supongo que lo olvidó.
Un destello de irritación se enciende en mí, pero lo reprimo.
—Sí, de acuerdo —le digo.
Mamá parece aliviada.
—Eso es genial, Lily. Eres la mejor. ¿Te he dicho que eres la mejor? —me sirve el té y pasea sus manos por mi cabello—. Diviértete en la biblioteca, ¿de acuerdo?
Se marcha, cerrando con vigor la puerta a sus espaldas, y sorbo el té aunque realmente no quiero tomarlo. Me quema la lengua y sabe a tierra, pero envía fuego por mi garganta y me despierta.
Y estoy enojada. Porque a veces es como si mamá tuviera otra Lily en su cabeza. Una Casi Yo que no coincide con la Yo Real.
No me gusta el té. No me encantan las bibliotecas. ¿Y si no soy la mejor? ¿Cómo lo sabría ella? No es como si estuviera prestando atención.
Me levanto para verter el té en el fregadero, y siento un curioso deleite a la vista del remolino de agua marrón. Es algo imprudente y derrochador, pero de una buena manera.
Una vez que termino de verter el té, dejo caer la taza, sólo que con demasiada fuerza. Se agrieta.
Por un momento contemplo la grieta y algo se abre dentro de mí, algo grande y vacío, un agujero negro que es demasiado aterrador para contemplar.
Así de veloz como llegó, se evapora mi rabia. No sé qué me pasó. Tomo la taza y la entierro en la basura, en el fondo del bote, donde nadie la va a encontrar.
Luego me pongo unos jeans y una camiseta a rayas, y me hago una trenza, sin molestarme en cepillarme. Me coloco mi impermeable y me dirijo a la biblioteca al otro lado de la calle.
Ya no soy una niña. No le tengo miedo a “Hansel y Gretel”. No le tengo miedo a los cuentos de hadas.
Y no creo que vaya a conocer allí “chicos lectores”, pero tal vez haga algo de investigación.
Si un tigre está tratando de cazar a mi abuela, encontraré una manera de protegernos.