Читать книгу Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick - Страница 11
Capítulo 7
ОглавлениеCAL no podía creer que su amigo hubiera intentado ligar con Emily. ¿De qué iba todo aquello? Cada vez que se la imaginaba en sus brazos le entraban ganas de pegarle un puñetazo a Jake.
Detuvo el coche en el terreno vacío que había frente al apartamento de Emily. Le había dicho que la vería más tarde, después del trabajo. No a ella, sino a Annie. Estaba allí para ver a su hija. Sólo había otro coche aparcado, y era el viejo utilitario del novio de Patty. El lujoso vehículo de Jake Andrews no estaba a la vista.
No es que él estuviera espiando. Emily tenía derecho a ver a quien quisiera. Pero qué diablos, la idea de que estuviera con otro hombre le destrozaba.
Cruzó la calle y llamó a la puerta con los nudillos en lugar de apretar el timbre por si acaso Annie estaba dormida.
Se abrió la puerta y allí estaba Emily con unos pantalones blancos cortos que le hacían unas piernas increíbles. La camiseta rosa dejaba al descubierto parte de su escote. Haciendo un esfuerzo por controlarse, Cal alzó la vista.
—Hola —su voz sonaba oxidada como la puerta vieja de un jardín. Confiaba en que ella no lo hubiera notado.
Emily se llevó el dedo a los labios para pedirle silencio.
—Annie acaba de dormirse —susurró con un tono que a Cal se le antojó sensual—. Cuando va a la guardería siempre llega agotada.
—Siento no haberla visto —en parte porque ahora no tenía una razón para quedarse. No tenía excusa para quedarse con Emily, y todas las células de su cuerpo estaban empezando a desear verla desnuda—. Me voy…
—Espera… hay algo de lo que quiero hablarte. Es un asunto importante y me alegro de que la niña esté dormida para que no nos interrumpa.
—De acuerdo —Cal tragó saliva mientras entraba y cerraba la puerta tras de sí—. ¿De qué se trata?
—Quería decirte que no tuvieras celos de Jake.
—No tengo celos —mintió—. Pero vale.
—Es sólo un amigo —se explicó Emily.
No era el momento para mencionar que a Jake siempre le había caído bien ella.
—De acuerdo.
—Aunque estuviera interesado en mí, que no lo está, yo sólo puedo verlo como un amigo.
—Me alegra saberlo. Pero nunca se me pasó semejante idea por el pensamiento.
—Sé que eso es mentira. Sobre todo porque me preguntaste si me había invitado a salir o no. Nunca causaría un problema entre Jake y tú. Sólo quería que supieras que no hay ninguna razón en absoluto para que tengas celos de él.
—De acuerdo entonces —aquella conversación no estaba ayudando a su estado de ánimo—. Si no hay nada más, me pondré en marcha.
—De hecho quería decirte más cosas —Emily lo miró y se pasó la lengua por los labios carnosos.
Cal contuvo un gemido. No había ningún hombre en el planeta que no se hubiera excitado. Era lo más sensual que había visto en su vida.
—¿Qué más tienes en mente? —consiguió preguntar.
—Quería hablarte de la reunión que he tenido hoy. He ido a ver a un abogado.
Aquello no era lo que esperaba que dijera.
—¿Para qué? ¿Hay algún problema?
—No. Sólo quería que supieras que estoy dando los pasos legales para asegurarme de que te reconozcan como padre y tutor de Annie. Cuando tengamos los resultados de la prueba de ADN se los llevaré.
—No es necesario. Ya nadie duda de que sea mía.
—Lo sé. Pero quiero asegurarme de que no haya cabos sueltos —Emily se retorció las manos—. El abogado va a ocuparse del papeleo necesario para poner tu nombre en el certificado de nacimiento. Tendremos que ir al juzgado a presentarnos ante un juez para solicitar la custodia compartida.
—No puedo creer que hayas hecho eso.
—Es la verdad —Emily encogió sus estrechos hombros—. Te juzgué mal. No importa que tuviera miedo y mis hormonas bailaran. No hay excusa. Estoy tratando de hacer bien las cosas por nuestra hija.
Cal había estado preguntándose cómo podría sacar el tema de los asuntos legales con ella, y para su sorpresa, Emily había actuado sin necesidad de que él la presionara.
Durante unos segundos, se limitó a sonreír como un idiota y luego la rodeó con sus brazos, levantándola del suelo.
—Eso es increíble —dijo.
Los dos se rieron y a Cal se le pasó por la cabeza la idea de que hubiera actuado así ante la noticia de que iba a tener un hijo suyo. Pero seguramente no era cierto. Una mujer le había dicho lo mismo en una ocasión y resultó ser mentira.
Lo que no era mentira era que deseaba a Emily.
Con sus brazos rodeándole el cuello y sus curvas apretadas contra él, no podía negar que sentía como si aquél fuera el sitio de Emily. Y siempre lo hubiera sido. La había echado de menos, y tenerla de nuevo entre sus brazos le hizo darse cuenta de cuánto. Cal clavó la vista en sus ojos oscuros. Tenían las bocas demasiado cerca, y la de Emily parecía tan suave y sensual con sus labios carnosos ligeramente entreabiertos, como si estuviera esperando que él se los saboreara. Los senos firmes y menudos que le había encantado amar tiempo atrás le quemaban ahora el pecho. La respiración de Cal se hizo más agitada. Tragó saliva, el deseo que sentía por ella iba creciendo en su interior.
Y así de fácil, los meses que había vivido sin ella desaparecieron y fue como una segunda naturaleza rozarle los labios con los suyos. Entonces la escuchó gemir, un sonido de puro placer que acabó con cualquier pensamiento racional y Cal supo que la espera había terminado.
No podía seguir luchando contra aquel deseo sabiendo que ella lo deseaba también.
La dejó resbalar por el pecho hasta que sus pies rozaron el suelo y luego se giró y la apretó contra la pared, sujetándola allí con la parte inferior de su cuerpo mientras ella arqueaba las caderas contra las suyas. Cal le hundió los dedos el pelo y la besó una y otra vez con el pulso acelerado. Emily era tan suave, tan llena de curvas, tan mujer, que la idea de no tocar su piel desnuda ni se le pasó por la cabeza. Posó las manos en la línea de piel que lo había atormentado desde que entró por la puerta. El contacto de su piel era como un disparo de adrenalina que le atravesó directamente el corazón.
Cal subió las manos más arriba hasta que dio con sus senos en las palmas y agradeció que no llevara puesto sujetador. Le deslizó los pulgares por los pezones y sintió cómo se ponían duros. Aquella sensación lo volvió loco, y en lo único que pudo pensar fue en estar dentro de ella.
Tras desabrocharle los pantalones cortos, se los bajó por las caderas hasta que cayeron al suelo. Ella le quitó el cinturón de los vaqueros y luego le bajó la cremallera. Cal se las arregló para sacar de la cartera el preservativo que siempre llevaba encima y lo abrió. Lo siguiente que supo fue que tenía las piernas de Emily alrededor de las caderas y que estaba sumergido en ella.
Rodeándola con sus brazos, le protegió la espalda de la dura pared mientras la embestía una y otra vez. Ella respiró agitadamente mientras recibía cada embiste hasta que su cuerpo se quedó rígido y se colgó de él mientras se estremecía. Con una embestida final, Cal se unió a su éxtasis y gimió de satisfacción.
Durante unos largos instantes, se quedaron abrazados el uno al otro, luchando por recuperar el aliento. Finalmente él levantó la cabeza y Emily bajó las piernas.
Cal se la quedó mirando.
—No he venido para eso, pero mentiría si digo que lo siento.
—Lo sé —Emily aspiró con fuerza el aire—. No sé muy bien qué decir.
—Entonces no digas nada —Cal tampoco estaba seguro de nada—. Me iré y…
Un grito proveniente del pasillo lo interrumpió, y sintió cómo los relajados músculos de Emily se ponían tirantes.
—Annie —alzó la vista para mirarlo—. A veces, cuando se va a dormir tan temprano, sólo se echa una siesta. Iré a ver qué le pasa.
Emily se puso las braguitas y los pantalones cortos y se estiró la camiseta.
Cal no sabía ni cómo empezar a expresar lo que sentía. Estar con Emily suponía para él el mejor sexo de su vida. Tenía más preguntas que respuestas. Incluida por qué ni siquiera recordar a la mujer que le había mentido en el pasado había impedido que hiciera el amor con la mujer que le había mentido en el presente.
Emily estaba sentada en la mecedora del dormitorio de Annie dándole el biberón a la niña mientras Cal estaba sentado en una butaca frente a ellas, mirándolas. Veinte minutos atrás había perdido el control y había hecho el amor con él. Aquello había sido intimidad. Pero ahora, al estar el padre, la madre y el bebé, los tres juntos, aquello era íntimo en un modo normal, familiar.
Emily no esperaba vivir un momento así, sobre todo porque pensó que Cal desaparecería en cuanto hubiera conseguido lo que quería. Pero tal vez quería algo más que eso.
—Entonces, ¿sigues pensando en llevar a Annie el sábado a mi casa para que nade?
Emily asintió.
—Le encantó estar en la piscina el día de su cumpleaños.
—Bien. Estoy deseando que llegue el momento.
—Yo también.
Emily bajó la vista y se dio cuenta de que la niña había dejado de succionar la tetina del biberón y que la leche le resbalaba por una de las comisuras de la boca. Emily sacó una toallita y le limpió el líquido. Estiró el brazo para poner el biberón en la mesilla de noche, pero Cal lo hizo por ella.
—Gracias —susurró Emily sin dejar de mecerse.
—¿Vas a ponerla en la cuna?
—Enseguida. Si no espero hasta que se duerma del todo, se despertará. Y tras una siesta tan larga, puede pasar mucho tiempo antes de que vuelva a dormirse.
Cal sacudió la cabeza.
—El mundo de Annie es increíble. Todo lo que sabes de ella. Lo que le gusta y lo que no. Cómo manejar cada situación. Su personalidad. El hecho de que no pueda dormirse a menos que las estrellas y los planetas estén perfectamente alineados.
—Eso es un poco exagerado.
—Pero ya sabes a lo que me refiero.
Lo sabía. Cal se había perdido aquella parte de la curva de la paternidad. Emily se sintió atravesada por la culpa aunque había prometido que ya no sería así.
—De hecho, presto tanta atención porque soy egoísta y vaga.
Cal parecía sorprendido.
—¿Puedes explicarme eso?
—Mi trabajo es más fácil si ella es feliz. Recuerdo lo que le gusta y lo que no le gusta para que coma y duerma y esté sana.
—Ah. Así que no tiene nada que ver con quererla mucho.
—Por supuesto que no —bromeó ella a su vez—. No, eso es mentira. La quiero más de lo que podría explicar. ¿Cómo no vas a querer a tu propia hija?
—Sí —Cal estiró el brazo y pasó un dedo por el bracito de Annie—. ¿Cómo fue su nacimiento?
—Me puse de parto. Doce horas, por cierto. Fue muy incómodo, pero finalmente empujé y salió.
—Me refiero a que si había alguien contigo.
—Sophia.
—¿Quién es?
—Sophia Green, una trabajadora social amiga mía. Dirige la guardería. Ella fue la que me llevó al hospital cuando rompí aguas y estuvo conmigo durante el parto.
Emily pensó que era mejor no mencionar que fue Sophia la que le había convencido para contarle a Cal lo de Annie tras encontrarse el bulto en el pecho.
—¿Y tu madre?
Emily le había contado que su madre y ella no estaban muy unidas, pero sin darle detalles.
—Mamá murió antes de que Annie naciera. Ya lo esperábamos. Tenía cáncer, y el hecho de que el alcohol fuera su fuente más importante de alimento desde que yo recuerde no ayudó.
—Lo siento.
—No lo sientas. Ella no se lo merece.
Cal pareció sorprendido.
—¿Quieres hablar de ello, de por qué estás tan enfadada con ella? —le preguntó.
—Ya no está. No hay nada que decir. Además, no creo que quieras oírlo de verdad.
—Y yo creo que tú no quieres contarlo —respondió Cal observándola—. Cuéntame qué pasó. Te sentirás mejor.
—¿Qué te parece si me tomo dos aspirinas y te llamo por la mañana?
Cal sonrió.
—Me estás dando evasivas. Dicen que las confesiones son buenas para el alma.
Emily acomodó a Annie en sus brazos y la besó suavemente en la frente antes de mirar a Cal. Tal vez tuviera razón. Y lo más importante, era médico. Le importaban los niños, y ahora que tenía a su hija sin duda comprendería que el bienestar de su bebé fue lo que la llevó a tomar la decisión más dolorosa y difícil de su vida. Finalmente se sentía dispuesta a contarle a alguien lo que había tenido que pasar. Tras aspirar con fuerza el aire, dijo:
—Me quedé embarazada cuando tenía quince años.
Emily fue consciente de que su declaración lo había dejado sin palabras, pero no estaba por la labor de rellenar el vacío con palabras.
—¿Qué ocurrió? —preguntó finalmente él.
—Mi madre me dijo que no podía permitirse siquiera el ocuparse de mí, así que de ninguna manera podía llevar un bebé a casa para que ella lo mantuviera. Me dio un ultimátum: o entregaba al bebé en adopción o me buscaba otro sitio donde vivir.
—¿Así que entregaste a tu bebé?
Emily dio un respingo al escuchar su tono censurador.
—Huí.
—¿Fuiste a casa de alguna amiga? ¿Y el padre del bebé?
—No volví a verle después de decirle que estaba embarazada —Emily sacudió la cabeza—. Mi propio padre tampoco salió nunca en la foto. En aquella época, crecer con una madre soltera que desaparecía de la realidad en una botella de vino barato tampoco ayudaba a integrarse. Es difícil hacer amigos cuando se es diferente a los demás.
—¿Dónde fuiste?
Un escalofrío le recorrió a Emily la espina dorsal.
—No tenía donde ir. Viví en la calle.
—No entiendo…
—Entonces deja que te lo deletree. No tenía más comida que la que podía recoger de los contenedores. También robé comida cuando no podía soportar el hambre.
—¿Y qué hiciste?
—Conocí a un tipo que me acogió bajo su ala.
Los ojos azules de Cal echaban chispas.
—¿Un proxeneta?
Ella asintió.
—Me concertó una cita con un hombre en un motel barato, pero no fui capaz de hacerlo.
—¿Qué fue del bebé? —preguntó Cal.
Emily sujetó con más fuerza a Annie mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Quería a aquel niño. Era lo más puro y bueno que había tenido en mi vida. No podía soportar la idea de que pasara hambre y frío. Que no tuviera ropa ni un techo sobre su cabeza. Así que volví a casa, si puede considerarse como tal una caravana aparcada en la peor parte de la ciudad.
—¿Y?
—Mi madre me aceptó con la condición de que entregara al bebé en adopción —Emily volvió a estremecerse ante la fría expresión de sus ojos—. Volví al colegio, pero a las otras chicas no les dejaban ir conmigo porque tenía problemas. Para los chicos era un chollo. No podía quedarme embarazada porque ya lo estaba.
No se había sentido tan sola en toda su solitaria vida. Lo único que tenía era a un bebé creciendo en su interior, y entregarlo era como cortarle el corazón y la cabeza.
—¿Por qué no me lo contaste?
—No es algo que se suelte así como así —se defendió Emily—. Tú tienes unos padres que te apoyan, Cal. Pero hay muchos chicos que no cuentan con esa suerte.
—¿Y qué me dices de los programas de ayuda, de las organizaciones no gubernamentales?
—No conocía ninguna ni tenía a nadie que pudiera ayudarme a buscarlas —Emily aspiró con fuerza el aire y trató de dejar atrás aquellos recuerdos para poder concentrarse en hacérselo entender a Cal—. Yo era apenas una niña también. Quería a mi hijo más que a nada, pero no vi la manera de quedarme con él. No tenía alternativa, y me resultó más doloroso de lo que te puedas imaginar. Por eso estoy tan comprometida con mi programa, quiero darle a las chicas que están en una situación parecida otra opción.
Cal se puso de pie y se pasó la mano por el pelo.
—Creí que te conocía, pero ya veo que estaba equivocado —dijo mirándola.
Emily se levantó sujetando con fuerza a su hija dormida. Se acercó a la cuna y dejó a la niña en ella, arropándola. Sin decir una palabra, pasó por delante de Cal para ir al salón mientras sentía cómo la furia se apoderaba de ella.
Unos instantes más tarde, Cal apareció a su lado.
—Será mejor que me vaya.
—Creo que es una buena idea —dijo ella—. Pero antes quiero decirte algo.
—Adelante —Cal se puso en jarras.
—No imaginaba que tu empatía fuera tan débil. Tú nunca sabrás lo que se siente al ser una niña embarazada sin tener donde ir. ¿Cómo te atreves a juzgarme? Nunca has estado en mi piel.
—Tendrías que haberme dicho algo.
—No tenías por qué saberlo —Emily se lo quedó mirando, negándose a que la intimidara. Nunca más—. Acudí a ti porque el bulto del pecho me hizo enfrentarme a mi mortalidad y a cómo podría afectar al futuro de Annie. Eso no te da derecho a juzgar mi pasado. Tomé la mejor decisión que pude dadas las circunstancias. Pero ya no soy una niña indefensa. Tenemos una hija y en lo que a ella se refiere puedes esperar una comunicación directa y sincera. Nos une una niña, pero eso no te da derecho a organizarme la vida.
—Muy bien —dijo Cal.
Cuando hubo cerrado la puerta, Emily se dejó caer en el sofá y se negó a que le cayeran las lágrimas. Allí estaba otra vez él, justo cuando había conseguido rehacer su vida. Había creído que era seguro compartir con él el secreto más doloroso de su vida. Pero se había equivocado. Y Cal también. Tal vez las confesiones fueran buenas para el alma, pero resultaban infernales para el corazón.