Читать книгу Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick - Страница 8
Capítulo 4
ОглавлениеEMILY se quedó mirando fijamente a Carl durante un largo instante.
—Debo estar más cansada de lo que pensaba. Nunca adivinarías lo que me ha parecido escuchar.
—Has oído bien. Es una buena idea que Annie y tú os mudéis a mi casa.
En el pasado, Emily hubiera dado cualquier cosa con tal de escuchar aquellas palabras, pero ahora le hicieron sentirse mal.
—Es una casa muy grande.
Emily agarró a Annie y se la colocó en la cadera. Luego se dirigió a la cocina para darle agua a la niña. Tras dejarla en el suelo con sus juguetes, se acercó más a Cal y alzó la vista.
—Recuerdo perfectamente lo grande que es tu casa. He estado allí. Tal vez lo hayas olvidado.
—Difícilmente —los ojos de Cal brillaron durante un instante, señal de que no había olvidado cómo habían hecho arder las sábanas—. Pero tú me dijiste una vez que era un sitio muy grande para una sola persona.
Emily lo recordaba. Fue durante aquella fase absurda en la que pensó que podía haber una posibilidad de felicidad para ellos.
—Lo mantengo.
—Y yo estoy de acuerdo contigo —Cal esbozó aquella sonrisa que hacía caer rendidas a las mujeres—. Además, el barrio es estupendo.
A Emily le temblaron las rodillas, pero se negó a ceder y se cruzó de brazos.
—No creo que sea una paranoia pensar que has llegado a la conclusión de que el actual barrio de Annie está por debajo de tus estándares.
—No quise decir eso.
—Entonces deja que afine más. No quieres que Annie se relacione con nadie que no llegue al listón que tú tienes.
Mucho tiempo atrás, cuando ella era tan joven y estaba embarazada, había sido la chica con la que ningún padre quería que saliera su hija. Parte de aquella niña solitaria y humillada todavía vivía dentro de ella.
—Lo que quise decir es que sería más fácil tenerla controlada. Cuando vayas a trabajar, no tendría que quedarse en un ambiente lleno de gérmenes.
—Oh, por favor. El mundo está lleno de gérmenes. No hay forma de protegerla de eso, Cal. Tú eres médico. Lo sabes de sobra.
Él se frotó la nuca con la mano.
—Pero ahora mismo está innecesariamente expuesta. Es mi opinión profesional.
Emily deseaba enfadarse con él, pero había dos cosas que se lo impedían. En primer lugar, estaba muy guapo con aquella camiseta negra metida dentro de los gastados pantalones. Y en segundo lugar, le enternecía ver cómo trataba de proteger a su hija. Tenía un gran instinto paternal. Con un poco de práctica se convertiría en un buen padre.
—Soy la tutora de las adolescentes del programa que dirijo, y parte de mi responsabilidad es ser accesible para ellas. Y tú vives al otro lado de la ciudad. Si Lucy o Patty me necesitan, estaré muy lejos.
—¿Y no es más importante Annie? —preguntó Cal poniéndose en jarras.
—Annie es lo más importante del mundo. Y nunca haría nada que pusiera en peligro su bienestar —Emily suspiró—. Pero esas adolescentes y los hijos que han traído al mundo también son importantes. Necesitan guía, porque sus familias las rechazaron cuando se quedaron embarazadas. No contaban con ninguna ayuda ni sabían dónde ir.
Emily no había tenido la opción de quedarse con su bebé. Había querido a su hijo con cada fibra de su ser y no pudo soportar la idea de que pasara hambre o se pusiera enfermo. No pudo soportar que necesitara algo que ella no pudiera darle por haber sido demasiado egoísta para hacer lo correcto. Su bebé necesitaba un techo bajo el que vivir.
—Estás verdaderamente entregada a esas jóvenes, ¿verdad? —preguntó Cal soltando un suspiro.
—Totalmente —respondió ella sin dudar.
—¿Por qué?
Sus motivos eran profundamente personales. Aunque haberlo dado en adopción era lo correcto, todavía le dolía de modo insoportable preguntarse si le estaría yendo bien. ¿Pensaría que ella no le quería? ¿Estaría furioso y resentido por no haber conocido a su madre biológica? La motivación de Emily era salvar al mayor número posible de jóvenes de tener que pasar por la misma traumática experiencia. Pero lo único que dijo fue:
—Es lo que tengo que hacer.
—¿Aunque eso suponga que Annie renuncie a estar en un lugar mejor?
—Escucha, Cal, ¿de verdad crees que soy una mala madre? Porque una mala madre no pondría a su hija en primer lugar…
—No estoy diciendo eso.
—Sí, claro que sí —Emily se puso en jarras y se lo quedó mirando fijamente—. Todo lo que hago, cada decisión que tomo, es por el bien de Annie. Incluido el hecho de contarte a ti que tienes una hija por si algo llegara a ocurrirme. Y ahora mismo tengo que decir que me estoy arrepintiendo.
—¿Y eso por qué?
—Te estás entrometiendo en mi vida —respondió ella.
—¿De verdad crees que podría contarme lo de mi hija y esperar que no me implicara?
—No serías el primero —dijo pensando en el padre biológico que nunca había conocido. Y nunca se había sentido tan sola como cuando tenía quince años y le dijo al chico con el que se había acostado que iba a ser padre y no volvió a verlo nunca más.
—Yo no soy como el padre del hijo de Lucy.
—Estoy de acuerdo. Eres todo lo contrario. Tú apareciste sin avisar.
Lo que no le dijo fue lo contenta que se puso al verlo.
—Si te hubiera llamado, ¿hubieras puesto una excusa para que no viniera? —preguntó Cal.
Emily le señaló con el dedo.
—No confías en mí. No creíste que te estuviera diciendo la verdad sobre Annie.
—¿Y puedes culparme?
No podía, pero eso tampoco se lo dijo.
—No voy a pasarme la vida demostrando que lo que hago y digo es sincero. Yo no miento, Cal.
—Excepto por omisión.
—No soy perfecta. Cometo errores, pero al parecer en tu mundo la gente no se permite ese lujo.
—Eso es un poco duro.
—Entonces, ¿por qué me estás vigilando? —quiso saber ella.
—Creo que es mi derecho como padre —respondió Cal—. Igual que tú no quieres dejar a las adolescentes de tu programa, yo no quiero dejar sola a Annie. ¿No es ésa la razón por la que viniste a mí en un principio?
—Sí —admitió Emily.
—Pues no puedes decirme que existe y luego sacarme del cuadro. No soy un irresponsable. Me voy a ocupar de ella, pero quiero tener voz en lo que le pase. Derechos legales.
—De acuerdo.
Cal parpadeó.
—¿Así de fácil?
—¿Esto te parece fácil?
—Ahora que lo mencionas…
Annie se agarró a la falda de su madre para ponerse de pie. Emily se la subió a la cadera. Nunca había pensado que fuera una mujer que no supiera compartir, pero ahora se preguntó si Cal no tendría razón. Se había esforzado mucho por ser independiente porque no quería volver a necesitar a nadie de nuevo. Entonces conoció a Cal y cometió el error de dejarle entrar.
Estaba claro que la atracción no había terminado cuando acabó su relación. Emily había tratado de olvidarle, pero nunca llegó a conseguirlo del todo. Tal vez porque era el padre de su hija.
Lo cierto era que ambos eran responsables de aquella niña, así que ella tenía que encontrar la manera de coexistir pacíficamente. Pero irse a vivir con él, apoyarse en él, era algo que no podía hacer.
Cal le sonrió a Annie, que parecía tener más curiosidad que precaución.
—¿Estoy es una tregua?
—Creo que un alto el fuego es una idea excelente —reconoció Emily.
Y confió en que no se arrepentiría de aquellas palabras. Sería muy fácil enamorarse de él, y eso la asustaba más que estar sola.
Cal no estaba por encima del soborno. Su objetivo era conocer a su hija, y si eso significaba comprar la voluntad de Annie, lo haría. También quería comprar la de Emily. Por eso había llamado antes de presentarse en su puerta con regalos para la niña.
Llamó al timbre, lo que no le resultó fácil porque iba muy cargado. Emily abrió la puerta y se rió. Cielos, siempre le había gustado su risa, era un sonido que le hacía sonreír.
—¿Eres tú, Cal? ¿O se trata de Papá Noel?
Emily volvió a reírse, pero él hizo un esfuerzo por no sonreír.
Una tregua significaba sólo que debía llevarse bien con ella. No tenía por qué caerle bien. De ninguna manera volvería a dejarse engañar por una mujer que mentía.
Cal pasó y dejó las bolsas de juguetes justo al lado de la puerta. Los grandes ojos azules de Annie, que estaba en medio del salón, seguían todos sus movimientos. Con interés, notó Cal. Aquél era un paso en la dirección correcta. Tenía el cabello rubio todavía húmedo, la prueba de que su madre la había bañado antes de acostarla. Llevaba un pijama rosa de princesas, y Cal sintió deseos de abrazarla con fuerza.
Y eso era lo que más le desconcertaba. Sabía cómo tratar a niños de todas las edades que aparecían en urgencias. Aquella niña era carne de su carne y sin embargo no tenía ni idea de cómo proceder. Lo único que sabía era que no quería hacerla llorar de nuevo. Miró a Emily, que también le estaba mirando. Llevaba una camisola amarilla y falda blanca corta que dejaba al descubierto sus piernas suaves y bronceadas. Cal se moría por deslizar las manos por aquella piel suave y hacerla temblar de deseo como solía hacer.
—A ver —dijo escogiendo un paquete del montón. Pasó por delante de Annie, cuya mirada lo siguió hasta el sofá en el que él estaba sentado—. He comprado unas cositas.
—Sí, ya lo veo. Si esto es porque sí, me imagino lo que será cuando cumpla su primer año dentro de un par de semanas.
Mientras Emily y Cal hablaban. Annie se había ido deslizando hacia la pila de juguetes que había al lado de la puerta, y lo utilizó para ponerse de pie. Balbuceando como una loca, le dio un golpe con la manita a un teléfono móvil de juguete.
Emily se agachó a su lado.
—Sé amable, Annie. Tu papá te ha traído estos regalos. ¿Le das las gracias a papá?
¿Papá? Aquella única palabra lo llenó de felicidad y le hizo sentir una gran responsabilidad por lo que implicaba. Protección. Guía. Bienestar. Educación. Y muchas otras cosas que formarían la personalidad de su niña y la convertirían en una mujer. Eso era lo que Emily estaba haciendo con ella.
—Quería comprarle una muñeca bonita, pero tenían muchas etiquetas de advertencia —Cal le sonrió a Annie, que había dejado de balbucear al escuchar su voz—. ¿Te habías dado cuenta de que la edad mágica para empezar a disfrutar de los juguetes son los tres años?
—Sí, ya me había dado cuenta —reconoció Emily. Le brillaban los ojos divertida—. Supongo que ésa es la edad mágica en la que deja de llevarse todo a la boca.
Cal asintió.
—Entonces tendremos que confiar en que no empiece a meterse cosas por la nariz y los oídos.
—Oh, cielos —gimió ella—. Estás de broma, ¿verdad?
Él negó con la cabeza.
—No es el caso de urgencias más frecuente, pero no creerías las cosas que he llegado a extraer.
Emily agarró a Annie y le dirigió a Cal una mirada entre irónica y preocupada.
—El mundo de los juguetes y los niños pequeños es un lugar aterrador para un padre.
—Dímelo a mí.
¿Sería aquello un lazo parental? La preocupación compartida por su hija. Llegaba con once meses de retraso, pero más valía tarde que nunca. Un chillido emocionado de la niña le recordó que no había ido allí para saldar cuentas. Ni para cuestionar a Emily. Estaba allí para conectar con Annie. Cal hizo mucho ruido al abrir el paquete de la muñeca para llamar la atención de la niña. Ella lo observaba con gran interés. Tras unos instantes, cayó sobre sus posaderas y se dispuso a gatear. Llegó hasta él en cuestión de segundos.
Cal alzó la vista hacia Emily, que sonrió y asintió con la cabeza, indicando que entendía y aprobaba el plan. Annie utilizó la mesita auxiliar para ponerse de pie. Vio como Cal sacaba la muñeca vestida de rosa de la caja y se la puso en las rodillas, donde Annie pudiera tocarla. La niña puso la manita en el sofá para no perder el equilibrio y Cal se dio cuenta de que prácticamente estaba de pie sola.
—¿Has visto eso? —le preguntó a Emily.
—Lo sé —ella sonrió con ternura—. Pero si se da cuenta, se sentará. Físicamente está preparada para dar sus primeros pasos, pero mentalmente no.
—Está a punto de andar —afirmó Cal lleno de orgullo paternal—. Justo cuando le corresponde.
—Sí —dijo Emily—. Lo hará en cualquier momento. Es una niña completamente normal.
Annie señaló la muñeca con un dedito y comenzó a balbucear.
—Creo que quiere que la subas en brazos —dijo Emily.
—¿En serio? —Cal miró de nuevo a la niña—. Oye, Annie, ¿qué te parece si te levanto?
Cal dejó la muñeca a su lado en el sofá y agarró a la niña, subiéndola suavemente a sus rodillas. Annie se inclinó rápidamente hacia delante, pero no llegó a la muñeca, así que Cal se la acercó. Annie abrazó la muñeca blandita contra su pecho.
—Creo que hemos triunfado en esta misión —dijo—. Contacto sin llanto.
—Felicidades —dijo Emily—. Ya ves, lleva su tiempo.
Cal disfrutó de la ola todo lo que pudo. Durante la siguiente hora abrió los regalos que había llevado uno por uno y jugó con su hijita. Ella se le subía voluntariamente al regazo y le daba las cosas para que le enseñara cómo funcionaban. Cal la hizo sonreír y reírse. Pasó mucho tiempo antes de que Annie se pusiera de mal humor, y ese comportamiento fue acompañado del frotamiento de ojos, lo que indicaba que estaba cansada.
—Es hora de que esta niñita se vaya a la cama —dijo Emily cuando Annie le apoyó la cabeza en el hombro—. Voy a cambiarla.
Se puso de pie y entró en el pasillo antes de girarse.
—Puedes venir con nosotras si quieres.
Cal lo hizo, y observó cómo ella le cambiaba el pañal a Annie con seguridad y luego la ponía a dormir en la cuna de princesas. Tras taparla hasta la cintura, encendió una lamparita y regresó con Cal al salón.
Él no tenía palabras para describir la emoción y la alegría que le producían abrazar a su hija y dar pasos positivos para ganarse su confianza. Pero la confianza no se hacía extensiva a Emily y él.
—Se está haciendo tarde, Cal —dijo ella abriendo la puerta—. Gracias por haber venido.
—Gracias por recibirme —se detuvo frente a ella, sintiendo cómo el calor exterior se mezclaba con el aire fresco de dentro. Cuando se juntaban aire frío y caliente, se creaban las condiciones idóneas para un tornado.
Aquella mujer tenía una boca hecha para besar, y él lo sabía por propia experiencia. Había echado de menos muchas cosas de Emily desde que ella lo dejó, y besarla estaba en lo más alto de la lista. Al parecer todavía tenía la adrenalina de la euforia, porque era la única explicación para lo que hizo después.
Cal le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí mientras inclinaba la boca sobre la suya. Aquel contacto liberó la tensión que no sabía siquiera que estuviera formándose en su interior. Saboreó la sorpresa de labios de Emily justo antes de que se rindiera en una mezcla de lengua y dientes. Sus senos se apretaron contra el pecho de Cal, haciéndose desear con todas sus fuerzas que estuvieran piel contra piel. Sus dedos encontraron el bajo de su falda y estaba a punto de levantársela cuando ella le colocó las manos en los hombros. Era una señal, una negativa, y no lo que esperaba el cuerpo de Cal.
Dio un paso atrás y se llenó los pulmones de aire ante de decir:
—Eso ha sido una combinación de gracias y buenas noches.
—Lo sé —dijo ella con voz ronca y temblorosa al mismo tiempo.
—Ahora me voy.
—Será lo mejor —estuvo de acuerdo Emily—. Buenas noches, Cal.
Cuando ella cerró la puerta, Cal fue consciente de cuál era el problema inherente a lo que acababa de pasar. Emily no se creía la pobre excusa que le había dado para besarla, como tampoco se la creía él.