Читать книгу Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick - Страница 6

Capítulo 2

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EMILY estaba recorriendo arriba y abajo el salón de su apartamento de la planta baja mientras esperaba a Cal. Con lo enfadado que estaba, no esperaba que padre e hija fueran a encontrarse hasta las pruebas de ADN, así que su solicitud de ver a Annie la había pillado por sorpresa.

Escuchó un grito enfadado en el pasillo y corrió para encontrarse con Annie intentando gatear para salir de su habitación. La niña llevaba un vestido de encaje blanco y sin mangas que sin duda suponía una tortura para ella. Las rodillas le pisaban el bajo, lo que minimizaba sus progresos y aumentaba su frustración.

Emily la agarró en brazos. Sus rizos dorados le rodeaban el rostro de ojos azules y mejillas sonrosadas.

—Siento lo del vestido, pequeña. Ya sé que no es tu estilo, pero tu papá llegará en cualquier momento y sé que quieres impresionarle.

—Uh —respondió Annie agitando los brazos para que la bajara.

Emily colocó a la niña en el suelo con delicadeza, agarrándole la manita mientras la niña caía sentada.

Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que le había cambiado de ropa a Annie para la ocasión. Pero conocer a tu padre era un momento importante. Emily no lo sabía por propia experiencia, porque nunca había visto al suyo. Pero seguro que había que hacerlo con las mejores galas. Era muy consciente de que ella era la razón por la que aquel encuentro no había tenido lugar antes, y tenía que vivir con sus consecuencias. Pero no podía añadir aquella culpa a todas las que ya tenía. Más valía tarde que nunca.

El áspero sonido del timbre provocó que a Emily le diera un vuelco el estómago como si se hubiera montado en una montaña rusa. La buena noticia fue que el sonido llamó la atención de Annie, que dejó de tratar de escapar de su vestido.

—Vamos allá, cariño —llevó a la niña hacia la mirilla para ver quién era. Cal llegaba puntual. Cuando lo vio, suspiró profundamente antes de abrir.

—Hola, Cal.

—Emily.

Se había cambiado la ropa del hospital por pantalones vaqueros y una camisa azul clarito. Tal vez, sólo tal vez, para él también fuera importante aquel encuentro.

—Pasa —dijo ella echándose a un lado para abrir más la puerta antes de cerrarla tras echar un vistazo al sol del atardecer que comenzaba a descender—. Hace mucho calor fuera.

Y también dentro, pensó mirándolo. Aquella visión no le proporcionaba ningún alivio del calor. Había pasado algún tiempo, pero su cuerpo seguía siendo susceptible a él. Pero aquella visita no era para ella.

Había llegado el momento de hacer las presentaciones.

Emily miró a su hija, que estaba chupándose el dedo índice y miraba con incertidumbre a aquel desconocido tan alto.

—Cal, ésta es Annie.

Él la observó fijamente durante largo rato. Emily no era consciente de que estaba conteniendo la respiración hasta que la dejó escapar cuando él también lo hizo.

—No mencionaste que se parece a mí —dijo sin apartar los ojos de su hija.

—¿Me hubieras creído?

—Seguramente no —Cal deslizó la mirada hacia Emily—. Yo tenía ese color de pelo cuando era pequeño. Y los ojos son como los míos. Incluso esto —dijo alzando un dedo para tocar suavemente el hoyuelo de la barbilla de Annie, idéntico al suyo.

La niña apartó la cabeza y escondió la cara en el cuello de Emily.

—Es un poco tímida. ¿Quieres agarrarla en brazos?

—Sí —Cal estiró los brazos para recibir a la niña, pero Annie se retorció cuando él trató de sujetarla en su antebrazo. Luego empezó a llorar histéricamente y estiró los brazos para que su madre la rescatara—. Quiere irse contigo —dijo él con voz fría como el hielo.

Emily sujetó a su hija y sintió cómo se relajaba. No así Cal.

—No te lo tomes como algo personal. Es que no te conoce.

—¿Y de quién es la culpa?

Aquel comentario mordaz consiguió su objetivo, y Emily volvió a sentirse culpable una vez más. Cuando se sentía acorralada, salía la adolescente peleona que se había criado en las calles.

—Mira, ya te he pedido disculpas. No volveré a decirte que lo siento. Annie se comporta así con los desconocidos, y sinceramente, creo que eso está bien.

—¿Está bien que no conozca a su propio padre? —Cal la miró entornando los ojos.

—Lo que quiero decir es que no está mal que sea precavida con la gente que no conoce.

—¿Se supone que me tengo que sentir mejor con eso?

—Sinceramente, no puedo permitirme que me preocupe cómo te sientes. Annie es mi prioridad.

—Ahora también es la mía.

—Entonces, ¿ya crees que es tuya? ¿Quieres hacerte de todas formas las pruebas de ADN?

—Sí —Cal se pasó los dedos por el cabello—. Para asegurarnos.

—No tienes mucha fe en el género humano, ¿verdad?

Antes de que él pudiera responder, volvió a sonar el timbre.

—Disculpa —Emily se asomó a la mirilla y reconoció a la joven—. Tengo que abrir.

Abrió la puerta, y en cuanto Annie vio quién era sonrió y estiró los brazos.

—Hola, cariño —la joven de diecisiete años pelirroja de ojos verdes sonrió y agarró a la niña—. ¿Cómo está la pequeña?

—Lucy, te presento al doctor Cal Westen. Cal, ella es Lucy Gates. Una de mis chicas —dijo Emily. Y a juzgar por la expresión escéptica de Cal supo que tenía que explicarse más—. Este edificio es una donación. Estoy al frente de un programa de ayuda y apoyo a madres adolescentes que no tienen ningún sitio donde ir. Aquí se ayudan unas a otras a criar a sus hijos mientras estudian. Si las madres no se cuidan a sí mismas, no pueden cuidar a sus hijos.

Cal se metió una mano en el bolsillo de los vaqueros.

—No pareces tener edad para ser madre.

—Pero lo soy —le espetó Lucy observándolo con seriedad—. Mi hijo se llama Oscar. Pero ya veo que tú no entiendes nada. Igual que mis viejos.

Aquello no estaba marchando precisamente bien, pensó Emily.

—Lucy, el sólo está…

—Juzgando —la interrumpió la joven—. Como todos los demás.

A Emily aquella chica le recordaba a sí misma años atrás, cuando su madre le dio un ultimátum: o entregaba al bebé o se iba. Así que se fue. En un principio. Pero tras pasar unas semanas en la calle, supo que quería demasiado a su hijo como para someterle a aquella clase de vida y volvió a casa, donde fue obligada a tomar aquella terrible decisión. Ahora intentaba ayudar a las jóvenes que se enfrentaban al mismo dilema, y les ofrecía otra opción.

Pero había llegado el momento de cambiar el tono del encuentro.

—¿Dónde está Oscar? —le preguntó a Lucy.

—Con Patty, mi compañera de piso —contestó la joven devolviéndole a Annie a su madre—. Vi a este tipo llamando a tu puerta y quería asegurarme de que todo iba bien. Ya sabes, estamos para ayudarnos.

Cuando volvieron a quedarse a solas, la expresión de Cal era todavía más hostil.

—No has sido muy amable con Lucy —le reprochó ella.

—Nunca había tenido una hija que me tratara como si tuviera piojos y que prefiera a una extraña.

—Lucy no es una extraña para Annie. Además, ese argumento es muy infantil.

—Pero sincero —aseguró él.

—No como yo.

—Tú lo has dicho.

Una conciencia culpable como la de Emily no necesitaba acusación.

—Mira, Cal, las cosas son así. Puedes pagarla con todo el mundo o apechugar con la situación y conocer a tu hija. ¿Qué vas a hacer?

—Es mi hija. Y ya va siendo hora de que me conozca —Cal se puso en jarras—. ¿Vas a ayudarme? ¿Vas a estar por aquí mientras Annie y yo nos conocemos?

Cal tenía razón. No podía soltarle a la niña sin más porque eso sería demasiado traumático para ambos. Emily se dio cuenta de que tendría que haber pensado en ello, pero no lo había hecho.

Vaya, iba a resultar muy divertido relacionarse con el tipo para quien romper corazones era un deporte olímpico.

Sentado en el deportivo al que había bautizado como «Princesa», Cal vio el pequeño utilitario de Emily doblar la esquina y entrar en la zona de aparcamiento del edificio. Él, que estaba al otro lado de la calle, salió del coche.

Mientras se acercaba a Emily, la vio abrir la puerta de atrás, sacar a Annie de la silla y dirigirse al maletero para sacar una bolsa de la compra. Cuanto más se acercaba, más bolsas veía.

—Hola.

Ella se dio la vuelta y apretó a la niña contra su pecho.

—Cielos, me has asustado.

—Creí que me habías visto. Estaba ahí aparcado —dijo señalando su coche con el pulgar.

—¿Por qué? —preguntó Emily frunciendo el ceño—. ¿Me estás acosando?

Cal se colocó las gafas en la parte superior de la cabeza.

—¿Siempre te pones en lo peor?

—Normalmente no —dijo ella con escasa convicción—, pero es que ésta no es una situación normal.

—Seguramente sucede más veces de las que piensas —aseguró él.

—En mi mundo no —insistió Emily soltando un poco a Annie, que lo miraba con desconfianza.

—¿Tu mundo sigue incluyendo el trabajo social en los hospitales?

—Sí. Además de en el programa de madres solteras, trabajo de freelance en la mayoría de los hospitales del valle. Al no tener un horario fijo de nueve a cinco puedo pasar más tiempo con Annie.

En ocasiones, algún paciente de urgencias necesitaba la ayuda de los servicios sociales para que le orientaran sobre programas gratuitos y otras ayudas. Cal la había conocido cuando trataba a un niño enfermo de leucemia que no tenía seguro social. Avisaron a Emily para que aconsejara a los padres sobre algún tratamiento que pudiera financiarse. Cal estaba deseando pasarle el caso a otra persona cuando Emily Summers entró en la sala. Bastó una mirada a su rostro, especialmente a su boca, para desear lanzarse encima de ella. Y lo hizo, hasta que ella le dejó sin ninguna razón aparente. El hecho de que fueran a ser padres nunca se le había pasado por la cabeza.

—¿Y dónde te toca trabajar hoy? —preguntó con naturalidad—. ¿Y dónde se queda Annie cuando no puedes estar con ella?

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Esta vez no mucho.

—¿Esta vez? —preguntó Emily entornando los ojos con desconfianza.

—He venido antes y he hablado con Patty, la compañera de piso de Lucy. Iba de camino a clase y me dijo cuándo volverías a casa.

Emily tenía un par de bolsas de la compra en un brazo y a Annie en la otra, y se cambió el peso.

Cal estaba contento de ver que parecía una niña sana. El día anterior, después de verla, se dio cuenta de que tendría que haber hecho un millón de preguntas. ¿Cómo fue el parto? ¿Hubo complicaciones? ¿Quién era su pediatra? Podía conseguirle al mejor del valle.

Pero ninguna de aquellas preguntas había salido de su boca porque estaba demasiado impactado ante el hecho de que Emily le hubiera dicho la verdad. Esta vez su intención era conseguir un frotis bucal para hacer la prueba de ADN.

Cal observó como Emily luchaba por sujetar las bolsas de la compra y a la niña al mismo tiempo y finalmente decidió que podría hacer algo al respecto.

—Deja que te ayude —dijo quitándole las bolsas.

—Agarra a Annie —Emily le puso a la niña en brazos—. Yo llevaré un par de bolsas y abriré la puerta.

La niña comenzó a llorar al instante y estiró los bracitos hacia su madre. Emily ya corría hacia la puerta de entrada con la llave en la mano.

—Annie está llorando —gritó Cal—. Haz algo.

—Es bueno para los pulmones —respondió ella por encima de su hombro—. Tú eres médico. Sabrás lo que hay que hacer.

—De acuerdo, pequeña. Vamos allá.

Cal agarró todas las bolsas que pudo sin poner en peligro a la niña. Por suerte, el apartamento de Emily estaba justo doblando la esquina del aparcamiento. La siguió n entró. La cocina se encontraba al lado del salón. Emily estaba metiendo cosas en la nevera.

—¿Qué hago con ella? —gritó Cal por encima de los gritos de la niña.

—Déjala en el suelo —contestó Emily mirándolo.

No tuvo que decírselo dos veces. Cal la dejó sentada, y Annie siguió llorando como si le estuvieran clavando alfileres.

—Iré a buscar el resto de las bolsas —dijo saliendo de allí sin esperar respuesta.

Cuando recogió las que faltaban y cerró el maletero, volvió al apartamento. Annie estaba saliendo por la puerta a gatas. Cal dejó las bolsas en medio del salón y corrió a recogerla. La niña chilló, una prueba más de que lo odiaba. Siguió protestando y retorciéndose cuando se la llevó a Emily.

—Es una corredora —dijo Cal.

—Bien. La has recogido —dijo mirando hacia atrás—. Si no cierras la puerta, siempre trata de escaparse.

Cal dejó a Annie en el suelo, y cuando su madre hubo terminado de colocar la compra, agarró a la niña y desapareció por el pasillo. Él las siguió.

Observó cómo Emily le cambiaba con pericia el pañal a la niña y luego regresaba a la cocina. Annie agarró uno de sus peluches y cerró los ojos. La respiración se le volvió más acompasada.

—Se ha dormido —anunció Cal.

—Ya lo sé —Emily estaba lavando unas manzanas en el fregadero.

—¿Cómo lo sabes?

—Es por la tarde y el calor la agota —ella sonrió con ternura—. Pero se acerca la hora de la cena, así que sólo va a echarse una siesta corta. Si la dejo dormir demasiado, luego no habrá forma de acostarla a una hora decente por la noche.

—Claro —contestó Cal.

—¿Hay algo que te preocupa? —preguntó Emily observándolo fijamente.

—¿Aparte del hecho de que cada vez que toco a mi hija grita como si yo fuera un asesino?

—Sí, aparte de eso.

—No sé mucho de ella, y soy su padre.

—Míralo de esta manera, Cal —Emily colocó las manzanas lavadas en un cuenco grande—, antes de que Annie naciera yo tampoco sabía nada de ella. He aprendido a conocerla pasando tiempo a su lado. Hago lo que puedo para asegurarme de que tiene sus necesidades cubiertas, y ella confía en que así lo haré. Lo único que hace falta es dedicarle tiempo. Si tienes ganas.

—¿Por qué no iba a tenerlas? —inquirió Cal.

—No eres un hombre que dé oportunidad alguna para que se desarrollen las relaciones.

—Nunca antes había tenido un hijo —respondió él sin molestarse en negar sus palabras.

—Hace falta tiempo para desarrollar la confianza. Y tengo la sensación de que a ti no te resulta fácil, aunque no sé por qué —Emily alzó las manos—. No tienes que contármelo.

En eso tenía razón. Nadie tenía por qué saber que su ex le había dado una lección de por qué no había que confiar en las mujeres. Emily había reforzado aquella idea ocultándole la existencia de su hija.

—Sí, no tienes por qué saberlo —reconoció Cal—. Y tienes razón en que necesito pasar tiempo con ella para construir la confianza. ¿Cómo vamos a trabajar eso?

—Todavía no estoy segura, pero lo haremos.

Cal miró a su alrededor para observar el entorno de su hija. Reconoció los muebles de cerezo que Emily tenía en su otra casa.

—¿Necesitas dinero? —le preguntó.

—No —la indignación quedaba clara en su respuesta.

—No pretendo ofenderte, pero te debo nueve meses de embarazo, el parto y los once meses de vida de Annie.

—No me debes nada —los ojos de Emily brillaron con furia durante un instante—. El dinero no es la razón por la que te hablé de ella. Sólo quería que supieras de su existencia por si algo me ocurre.

—Iré contigo a ver al médico —se ofreció Cal—. Puedo ayudarte con Annie. No es por nada, pero tiene una capacidad pulmonar importante. Va a ser difícil que escuches lo que el médico te diga.

—¿Está seguro? —Emily se mordió el labio inferior.

—Totalmente.

Cal no podía apartar la vista de aquel labio apretado suavemente entre los dientes. Le hacía pensar en el resto de su cuerpo, en las partes que ocultaba la ropa. Quería verla desnuda, y eso suponía un gran problema.

—De acuerdo entonces —accedió ella—. Puedes venir conmigo.

—Bien. Será un gran avance para establecer esa confianza.

Con su hija, no con Emily. Ella lo había dejado una vez y no le daría oportunidad de repetirlo. Tras haber bailado la danza del engaño con su ex mujer, sabía que las segundas oportunidades eran un tobogán hacia el lado oscuro. Lori siempre tenía un motivo para aquellos intentos de suicidio que no llegaban a materializarse. Así lo mantenía a su lado, al menos hasta que Cal volvía a hartarse y amenazaba con irse. Y entonces, sin previo aviso, ella lo había dejado a él.

Y Emily había hecho lo mismo. Pero ahora había regresado. Eso significaba un nuevo reto. Sin duda ella buscaba algo más que ponerlo en contacto con su hija.

Lo único que Cal tenía que hacer era averiguar de qué se trataba y vencerla en su propio juego.

Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida

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