Читать книгу Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick - Страница 12
Capítulo 8
ОглавлениеLAS cosas iban lentas en urgencias, y aquélla fue una de las pocas ocasiones en las que Cal deseó estar ocupado, o mejor dicho, demasiado ocupado como para no pensar en otra cosa que no fueran sus pacientes. Emily le había asegurado que no iba a mentirle ni a manipularle, pero al día siguiente en el trabajo, Cal seguía preguntándose por qué debería creerla.
Se acercó al mostrador de la sala de descanso de urgencias, donde había una cafetera y una pila de vasos de papel. Se sirvió un café y tomó asiento en una de las sillas naranjas de plástico para leer la sección de deportes del periódico. Pero lo único que veía eran un par de ojos marrones y tentadores.
Cuando se abrió la puerta, miró agradecido a Rhonda Levin.
—¿Qué pasa? —le preguntó—. ¿Me necesitas?
—Tranquilo, doctor —respondió la mujer—. He venido a tomarme un café.
—Oh.
—Pareces desilusionado. ¿Estás aburrido? —preguntó acercándose al mostrador—. No sé si alguien te lo ha mencionado, pero la autocompasión y las indirectas agresivas no son lo mejor para crear un buen ambiente de trabajo.
—¿Qué se supone que quiere decir eso?
—Quiere decir que el personal ha venido a quejarse de tu comportamiento —aseguró Rhonda sirviéndose un café—. Hoy has sido grosero y sarcástico con todo el mundo. Estás a punto de perder tu título de «médico del año». Las enfermeras y los celadores están normalmente encantados de trabajar contigo, pero hoy no es el caso. ¿Qué te ocurre, Cal? ¿Qué está pasando con Emily?
Estaba a punto de soltarle un ladrido, pero sabía que Rhonda tenía razón.
—El día que Emily vino a urgencias fue para decirme que había tenido una hija mía —aseguró mirando a su amiga a los ojos—. Se llama Annie.
—Eso ya lo sabe todo el mundo —aseguró Rhonda.
—Estás de broma, ¿cómo es posible?
—Mitch lo mencionó. Y esto es un hospital. Las noticias se expanden como los virus.
—De acuerdo —en realidad no estaba molesto con Mitch—. ¿Tú qué opinas de entregar a tu bebé en adopción?
Rhonda se lo pensó durante un instante.
—Depende de la situación —dijo cruzándose de brazos—. Tú has visto niñas violadas en urgencias, igual que yo. En esos casos es mejor entregar al bebé.
—¿Y una adolescente soltera?
—¿Por qué lo preguntas? —Rhonda parecía desconcertada.
Cal no podía contar un secreto que no era suyo. Tal y como Rhonda había señalado, aquél no era un lugar que se caracterizara por la discreción.
—Emily está al frente de un programa de madres adolescentes.
—Bien por ella —aprobó Rhonda—. Lo ideal no es que unos niños cuiden de otros niños. Para los adultos ya es todo un reto, así que imagínate tratar de sacar adelante una vida cuando la tuya está apenas empezando.
Al ver la situación a través de los ojos de Rhonda, Cal adquirió una perspectiva diferente.
—Entonces, ¿crees que las madres adolescentes deben entregar a sus hijos?
—No pongas palabras en mi boca —le advirtió ella—. Las cosas no son blancas o negras. Cada mujer tendrá que tomar su propia decisión. Pero déjame que te diga que siento un gran respeto por las mujeres que anteponen el bienestar de su bebé por encima del suyo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Cal.
—Es una decisión muy valiente que demuestra un amor incondicional. Imagina a una chica que no pueda darle a su bebé todas las oportunidades que quiere para él. Alguien capaz de reunir el coraje para entregarle su hijo a unos padres amorosos que no pueden concebir.
Cal la miró y vio unos rasgos de dolor que le cruzaron el rostro.
—¿Qué ocurre, Rhonda?
Ella parpadeó y trató de sonreír, pero no fue capaz de disimular.
—Yo no podía quedarme embarazada, y quería tener hijos —aseguró con dulzura—. Mi marido no estaba a favor de la adopción. Dijo que a él le bastaba con estar los dos juntos. Conseguimos que funcionara. Seguimos juntos y somos muy felices.
—Me alegro por vosotros.
—La cuestión es que dar a un bebé en adopción no debería ser visto como algo negativo. Es una oportunidad para que ese niño tenga una buena vida —Rhonda se pasó un dedo por la nariz—. Pero a tu hija no la han dado en adopción. Emily te ha hablado de su existencia, y más vale tarde que nunca. Y por cierto, voy a darle el beneficio de la duda porque la conozco, y es de las buenas.
—No eres la primera que me dice eso.
—Mira, Cal, ésta es sólo mi opinión, pero no te estás haciendo más joven. A diferencia de las mujeres con las que sales últimamente. Y utilizo el término «mujeres» en su sentido más amplio.
—¿Qué quiere decir eso?
—No te hagas el tonto conmigo. Los dos sabemos que al salir con chicas que apenas alcanzan la edad legal, estás evitando a una mujer madura que busque un compromiso.
—Las mujeres con las que salgo no me exigen tanto. A mí me funciona. Estoy encantado con mi vida social —era Emily quien lo perturbaba.
—Estás escupiendo al viento, si quieres saber mi opinión.
—¿Y con eso qué quieres decir?
—Si continúas poniendo obstáculos donde no los hay, vas a terminar convertido en un viejo solo —Rhonda se acercó a la puerta y la abrió antes de mirarlo por última vez—. Mi marido y yo no pudimos tener hijos, pero lo superamos y llevamos una vida plena y feliz. Si no haces las paces con lo que te esté privando de tu felicidad, no estarás bien.
No estaba bien.
Emily era la única mujer que había lamentado perder hasta que descubrió que ella también le había mentido. Cal había descubierto hacía mucho que estar solo era mucho mejor que estar con alguien que te hacía desgraciado con sus mentiras.
A veces tener razón era un infierno, pensó Emily mientras recorría el sábado las calles que llevaban a casa de Cal. Su instinto le había dicho que él nunca comprendería por qué había entregado a su bebé en adopción, aunque ese bebé fuera a parar a un hogar armonioso que ella había sido capaz de proporcionarle. Por desgracia, Cal no la había decepcionado.
No lo había vuelto a ver desde aquella noche a principios de semana. Un instante le estaba haciendo el amor, y al siguiente no podía soportar tenerla delante. Aquella cita para acudir con su hija a la piscina era lo que menos le apetecía hacer, pero había dado su palabra. Con el tiempo, Annie estaría a gusto con su padre y no necesitaría que Emily estuviera por allí, pero hoy no era el día. Hoy tenía que fingir que no le importaba lo que Cal pensara.
Hacer el amor con él había sido un error, pero eso no evitaba que lo siguiera deseando.
Emily detuvo el coche en la entrada y apagó el motor. Entonces se dio cuenta de que Cal estaba mirando a través de la ventana del salón. «Que Dios me ayude», pensó reuniendo el coraje para bajarse del coche.
—Hola —dijo él saliendo por la puerta.
—Hola, siento llegar tarde —dijo Emily sacando a la niña de la silla de atrás—. Annie ha dormido más siesta de lo habitual.
Sacó a su hija del coche, que apoyó la dormida cabeza sobre su hombro, y alzó la vista hacia Cal esperando ver la fría expresión que le había helado el corazón unos días antes. Se llevó una sorpresa al comprobar que no la estaba mirando así en absoluto.
—¿Qué ocurre? —preguntó con desconfianza—. Estás sonriendo.
—Estoy contento de veros —Cal frunció el ceño y se cruzó de brazos—. Emily, respecto a lo de la otra noche en tu casa, quiero que…
—Fue un momento de debilidad —tampoco ella quería hablar de esa noche—. Lo cierto es que tenía ganas de sexo. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo.
—Entonces, ¿hubiera valido cualquier hombre?
—Estabas a mano. Eso es todo.
—Entiendo.
—No te ofendas, sólo estoy siendo directa y sincera —Emily se encogió de hombros.
—Es bueno saberlo.
Emily estuvo tentada de decirle que no habría más momentos de debilidad, pero decidió no hacerlo porque le había asegurado que no mentía.
—En realidad no era de eso de lo que quería hablar —aseguró Cal.
Emily se preguntó de qué podría tratarse.
—Quería comentar el modo en que me porté después de…
A Emily se le sonrojaron las mejillas.
—Olvídalo.
—No puedo —Cal se pasó las manos por el pelo—. Actué como un imbécil.
Ella se estiró y lo miró a los ojos. Parecía muy serio. El hecho de que Cal Westen admitiera algo semejante le hizo tener esperanzas de que llegara a reinar la paz en el mundo.
—Me comporté mal y quiero pedirte disculpas.
No había ni una nube en el cielo, pero Emily esperaba que en cualquier momento surgiera un relámpago. No podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con Cal?
Cuando Annie levantó la cabeza, él extendió los brazos y la niña se fue con él.
—Rhonda me dio una perspectiva distinta del tema —debió de percibir algo en su expresión, porque se apresuró a añadir—. No le he contado tu historia. Estábamos hablando en general. Pero yo no tenía derecho a juzgarte. No volveré a hacerlo.
Cal le dio un beso a su hija en el cuello, y a Emily le gustó oírla reír. Eso les alegró el ánimo y disipó la tensión que había entre ellos.
Lo siguió hasta el salón y dejó la bolsa de los pañales en la mesita.
—Ya tiene el bañador puesto —le dijo.
—¿Vas a venir a la piscina con nosotros? —quiso saber Cal.
—Sí.
Sólo que ahora deseó tener un bañador de cuerpo entero en lugar del bikini que llevaba bajo la camiseta y los pantalones cortos.
Annie se retorció en brazos de su padre, lo que obviamente significaba que quería bajar. Cal le quitó el vestido, y Emily aprovechó para desvestirse a su vez, esperando no llamar mucho la atención. Pero Cal no pudo evitar mirarla de arriba abajo con algo parecido a la admiración reflejado en los ojos.
Cal se quitó a su vez la camiseta, quedándose en bañador. Sus hombros anchos y bronceados y el amplio pecho desembocaban en un abdomen plano cubierto de un suave y masculino vello que ella se moría por acariciar. Pero si Cal la tocaba a ella, volvería a convertirse en fuego como antes.
—¿Lista para ir a nadar? —le preguntó él a Annie.
—Primero necesita crema de protección —Emily sacó un tubo de la bolsa de pañales y agarró a la niña para ponerle la crema.
—Tienes mucha maña —dijo él maravillado—. Tiene que ser difícil ponerle la crema con ella en brazos.
—Es cuestión de práctica —dijo ella dándole los últimos toques—. ¿Quieres tú también ponerte crema?
Las palabras salieron de su boca antes de darse cuenta de que estaba jugando con fuego.
—Sí, gracias —Cal le mostró la espalda.
Emily se puso una buena dosis en la mano y se la pasó por los anchos hombros y por los músculos de la espalda. Tocarle la cálida piel le provocó escalofríos, y tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse y asegurarse de protegerle cada centímetro de piel de los peligrosos rayos del sol.
—Ahora te toca a ti —dijo él quitándole el tubo de crema. Hizo un movimiento en círculo con el dedo para indicarle que se diera la vuelta.
Emily obedeció, pero no mirarle era casi tan peligroso como clavar la vista en sus sensuales ojos azules. Entonces sintió sus manos fuertes y grandes untándole la crema por el cuello, los hombros y la espalda. Cal le levantó los tirantes del bikini para asegurarse de que lo cubría todo, y aquel contacto íntimo provocó que ella volviera a estremecerse.
—¿Tienes frío? —preguntó él.
—Sí. Ya sabes lo que me pasa con el aire acondicionado.
—Lo recuerdo —Cal terminó lo más deprisa que pudo y se apartó—. ¿Estás lista?
—¿Cómo? —preguntó ella mirándolo de reojo.
—Para ir a nadar. El último es un huevo podrido.
Cal agarró a Annie y salió. Entonces entró con la niña en la parte poco profunda de la piscina. Annie chapoteó con su manita la superficie del agua y se rió al salpicarse. Cal alzó la vista y vio a Emily cerrar la cancela de la piscina tras ella. Cal se protegía los ojos del sol con unas gafas oscuras.
Ella se sentó a un lado de la piscina y metió los pies en el agua.
—Tenemos que apuntar a Annie a clases de natación. Hay programas para niños de su edad. Si va a pasar aquí tiempo contigo, creo que sería una buena idea.
Cal se la quedó mirando.
—¿Estás dispuesta a dejar a Annie aquí conmigo?
—Por supuesto. Eres su padre.
—Ya lo sé. Pero… —Cal sacudió la cabeza mientras una sonrisa complacida se le asomaba a las comisuras de los labios—. ¡Qué gran responsabilidad!
—Creí que eso era lo que querías.
—Así es. Me parece una gran idea. Estaré encantado de cuidar de ella mientras tú estés trabajando. Y no porque no confíe en que la dejes en un lugar seguro.
—Ya sé lo que quieres decir. Y como los dos trabajamos, nos vendrá bien —aseguró Emily con escasa convicción.
Cal acomodó mejor a Annie en su fuerte antebrazo.
—Y tienes razón en lo de las clases de natación. He visto muchos niños accidentados en la piscina en la sala de urgencias —abrazó a su hija hasta que la niña se retorció para volver a dar palmadas en el agua—. No quiero tener que decir nunca: «Si al menos hubiéramos…», porque no hicimos lo que teníamos que hacer.
—Tienes razón.
Emily se sentía muy aliviada de no estar sola en aquel asunto de la paternidad. En parte porque, si miraba hacia atrás en su propia vida, sus «si al menos» se apilaban como un accidente múltiple en la autopista.
Si hubiera tomado mejores decisiones cuando era adolescente. Si le hubiera contado a Cal lo del embarazo en lugar de entrever sus sentimientos a partir de las palabras que había dicho. Todo lo que Cal había demostrado desde que supo de la existencia de su hija le había demostrado a Emily que sí se comprometía cuando su corazón estaba implicado. Si al menos se implicara con ella, pensó Emily con tristeza.
Lo vio reírse con Annie y sintió algo tirante en el pecho. Había admitido que se había equivocado al juzgarla y eso hacía que le cayera todavía mejor. Era un buen padre y una buena persona. Ella lo había amado, pero eso no podía volver a suceder. Si ella no le hubiera ocultado la verdad en el pasado, tal vez pudiera ser. Pero lo había hecho.
Y Cal nunca se lo perdonaría.