Читать книгу Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick - Страница 9
Capítulo 5
ОглавлениеEMILY había terminado su trabajo diario en el hospital en el que trabajaba Cal inmediatamente después de la desastrosa conversación en la que había tratado de decirle que estaba embarazada. En aquel momento le pareció que era lo mejor que podía hacer, aunque le encantaba aquel hospital. Ahora que Cal sabía lo de Annie, no había razón para andar evitándolo y podría volver a su trabajo allí.
Aquella mañana temprano, cuando entró en el Centro Médico Misericordia, se dio cuenta de cuánto había echado de menos aquel lugar. Dentro de sus paredes, el personal estaba centrado en trabajar al unísono para curar la mente, el cuerpo y el alma de los pacientes. También se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos ver a Cal en el trabajo. Como representante de los servicios sociales, la llamaban si había sospechas de maltrato infantil o necesidad económica. Ahora mismo iba camino de urgencias porque Cal había pedido a una trabajadora social para que viera a uno de sus pacientes.
Emily debería estar centrada en su trabajo, pero el mero hecho de pensar en Cal provocaba que la boca le temblara con el recuerdo de su último beso. Una combinación de buenas noches y gracias, le había dicho. Era más fácil creérselo, pero sus bocas se conocían demasiado, y estaban demasiado impacientes por recibir más.
Se le formó un nudo en el estómago. Cuando se abrieron las puertas automáticas de urgencias, Emily las cruzó y vio a Cal en el mostrador de información, hablando con al enfermera jefe. Rhonda.
—Hola, Rhonda. Hola, Cal —dijo Emily deteniéndose al lado del mostrador.
La rubia de ojos marrones asintió.
—La identificación que llevas indica que estás trabajando.
—Sí. Los servicios sociales están en cuadro por las vacaciones y me han pedido que venga.
—Ya veo —Rhonda le dirigió una mirada fría.
—¿Dónde está Annie? —preguntó Cal—. ¿Con Lucy? ¿Con Patty?
—No, tenían trabajo. Está en la guardería con Oscar y Henry. Ginger Davis, la directora, lleva un programa que permite que estudiantes de educación preescolar hagan allí prácticas y así no cobra a las madres que no pueden permitírselo.
Cal no dijo nada, pero a juzgar por su expresión, no parecía muy contento.
—¿No ibas a ir a comer, Rhonda? —preguntó mirándola de reojo—. Te recomiendo que lo hagas ahora que las cosas están calmadas. No hay nadie en la sala de espera, y no creo que eso dure mucho.
—De acuerdo. Enseguida vuelvo —dijo Rhonda levantándose de la silla.
Emily sintió su tensión y echó de menos la relación cálida que tenía antes con la mano derecha de Gal.
—Que disfrutes de la comida, Rhonda.
Su única respuesta fue asentir con la cabeza mientras se iba.
Emily miró a Cal. Aquel hombre conseguía, no se sabía cómo, que la bata azul pareciera una armadura de caballero andante en lugar de un pijama.
—¿Qué puedo hacer por ti? —le preguntó.
La mirada de Cal se oscureció durante un instante, como le había sucedido después de que se besaran.
—Es la tercera vez en diez días que viene un chico a urgencias con asma. Esta vez no le hemos ingresado.
—¿Cómo puedo ayudar?
El problema es que, cuando llega aquí, el ataque es tan grave que necesita intervención inmediata porque no ha utilizado medicinas con anterioridad. La familia ha perdido hace poco el seguro médico cuando echaron al padre de su trabajo en la construcción.
—¿Y qué necesita el niño?
—Aprender a manejar la situación. La familia ha comprendido que el mantenimiento médico es necesario para detener un episodio que puede terminar en hospitalización, lo que es muy traumático aparte de caro. El objetivo es minimizar o prevenir el riesgo de una lesión pulmonar permanente.
Emily se dio un golpecito en el labio con el dedo.
—Hay un programa de educación sobre el asma en la clínica a la que van Henry y Oscar. Lo dirige un pediatra especializado en pulmón.
Cal asintió.
—¿Cómo se llama?
—Nick Damien.
—He trabajado con él. Es bueno —Cal se quedó pensativo un instante—. ¿Tiene algún coste?
El trabajo de Emily consistía en conocer los programas y servicios que había en la comunidad para cubrir las necesidades de los pacientes cuando salían del hospital.
—Tanto el médico como el resto del personal donan su tiempo libre, y la clínica es gratis. Lo investigaré más a fondo y hablaré con los padres.
—Bien.
—De acuerdo entonces. Me pondré a ello —Emily se dio la vuelta, pero entonces sintió la mano de Cal en su brazo.
—Espera, Emily —le apartó la mano—. Ya que estás aquí, hay algo más que me gustaría que hicieras.
—Claro —parecía una colegiala nerviosa. Demasiado ansiosa. Como un cachorrillo deseando agradar. Había sido aquel maldito beso. La buena noticia era que no se había metido en la cama con él, como la primera vez que la besó. La mala noticia era que deseaba desesperadamente hacerlo.
Cal se cruzó de brazos y se apoyó contra el mostrador.
—Mira, ya sé que no te gusta la idea de mudarte a mi casa con Annie. Pero he estado pensando. ¿Qué te parece si yo…?
—Ni lo digas —lo interrumpió ella alzando la mano—. No puedes vivir con nosotras. ¿Qué clase de ejemplo sería ése para las chicas? Ni hablar.
—De acuerdo —Cal parpadeó—. En realidad iba a preguntarte qué te parecía si organizara la fiesta del primer cumpleaños de Annie. Una celebración familiar. En mi casa —observó su reacción durante un largo instante antes de añadir—. No deberías sentirte mal por pensar lo peor de mí.
—¿Por qué?
Cal le pasó un dedo por la mejilla caliente para demostrarle que no se le había escapado su sonrojo.
—Eso juega a mi favor. Cuando te sientes culpable por pensar mal, probablemente yo consiga lo que quería en primera instancia. Antes de decir que no, al menos piénsatelo.
Probablemente Cal tenía razón, porque tenía muchos motivos para sentirse culpable respecto a él. Pero no le resultaba fácil bajar la guardia.
—La verdad es que tenía pensado celebrar el primer cumpleaños de Annie con las chicas y sus hijos. Oscar y Henry no son familia de sangre, pero están muy cerca de ella.
—Lucy y Patty podrían venir con sus hijos —dijo Cal—. También me gustaría decírselo a mis padres. Y a mi hermano. Ya sé que seguramente no es una buena idea abrumar a Annie con todo el mundo a la vez, pero ya que he hecho progresos, he pensado que es un buen momento para que conozca a sus abuelos y al resto de la familia.
¿Sería eso divertido, se preguntó Emily? La jefa de enfermeras ya quería sacarle el corazón con una cuchara, y Emily no quería ni imaginarse qué pensarían los padres de Cal. Pero Annie debería conocer a toda su familia.
—Yo creo que…
—Escucha, Emily —dijo Cal con expresión irritada—, si quieres seguir encontrándole fallos a la idea, adelante. Me he perdido muchas cosas del primer año de Annie y también mis padres. Les gustaría conocer a su nieta.
—Ahora eres tú quien se ha adelantado. Estaba a punto de decir que es una buena idea. Annie tiene derecho a conocer a tu familia.
—De acuerdo entonces —asintió Cal.
—Bien. Será mejor que me lleves con la familia de tu paciente.
—Sí —Cal se puso en marcha—. ¿Tienes ya hora para hacerte el ultrasonido?
Ella asintió.
—Justo después del cumpleaños de Annie.
—Eso es en dos semanas. ¿No puedes hacértela antes?
—El departamento está saturado, y no puedo decir que lo lamente. Rebecca dijo que dos semanas no influirán en el resultado, sobre todo si es benigno, como ella sospecha. Si son malas noticias, prefiero no saberlo antes del gran día de Annie.
—De acuerdo —dijo él. Sus ojos oscuros reflejaban incertidumbre.
Siempre había querido arreglar las cosas, y Emily reconoció aquel impulso en su expresión. Parecía como si a Cal le importara de verdad, y seguramente fuera así, pero sólo porque era la madre de su hija. Oh, cómo deseaba que también fuera por ella. Pero tenía que aceptar aquel sentimiento y dejar de desear más de lo que tenía derecho a esperar de él.
Emily giró por la Avenida Tropicana hacia Spanish Trail y se detuvo en el control de entrada. Tras darle su nombre al guardia de seguridad, él lo comprobó en una lista y le hizo una seña para que pasara. Llevaba sintiendo un temor oscuro al pensar en aquel día desde hacía dos semanas, cuando accedió a celebrar el primer cumpleaños de Annie en casa de Cal. El domingo. Con la familia de Cal. ¿En qué estaba pensando? Daba igual lo que pensaba. No había opción, y allí estaba, camino a la reunión familiar.
Era una urbanización de chalés individuales de más de un millón de dólares. Cal vivía en uno de los últimos, que daba al campo de golf. Lo mejor para el donjuán del Centro Médico Misericordia.
Tras girar a la derecha, Emily avanzó por la calle. Recordaba la ruta como si hubiera estado allí el día anterior. Había estado allí muchas veces, pero nunca había estado tan nerviosa. Probablemente se debía al hecho de volver a ver a la familia de Cal.
Él les había contado toda la historia. Emily era la que no le había hablado de su hija y suponía que no estarían precisamente contentos con cómo había manejado la situación.
Paró el coche delante de la casa de dos pisos de estuco blanco con tejado rojo y el inmenso jardín. Emily se acercó al asiento de atrás y desató con suavidad a Annie, que se había quedado adormilada.
—Me alegro de que te hayas echado una buena siesta —dijo sonriendo cuando la niña se frotó los ojos—. Es un gran día para ti. Además de cumplir un año, vas a conocer a tus abuelos y a tu tío Brad.
—¿Pa? —Annie abrió sus grandes ojos azules.
—Sí, papá también estará allí. Ésta es su casa —el lugar hermoso y grande en el que Cal quería que viviera su hija, pero al que mamá había dicho que no—. Mamá tiene sus razones. Tal vez no lo entiendas ahora, pero tienes que confiar en mí.
Cargada con la bolsa de pañales y su hija de un año, Emily se acercó a la entrada. Conseguiría superarlo, pensó poniéndose su escudo emocional. Apretó el timbre. Annie se inclinó para imitarla, pero Emily la sujetó con fuerza. Se abrió la puerta y Cal estaba allí.
Annie parpadeó y sonrió.
—¿Pa?
—Hola, sol —extendió los brazos y la niña se fue encantada con él. Cal la besó en la mejilla—. ¿Cómo está mi chica?
—No podría estar mejor —respondió Emily por su hija.
—¿Dónde están Patty, Lucy y los niños? —preguntó Cal mirando hacia atrás.
—No han podido venir —más valía ser poco concreta que decirle lo que de verdad habían contestado. Aquella invitación tenía la palabra «pena» escrita en letras mayúsculas, y ellas no se sentirían cómodas. Así que Emily estaba allí sin apoyo.
—Lástima. Bueno, otra vez será. Los chicos se divertirán en la piscina —Cal le quitó la bolsa de pañales y cargó con Annie para que Emily pudiera entrar—. Mis padres están ahí.
Emily lo siguió con un nudo en el estómago a través de la entrada en dos alturas que dividía el comedor del salón. La espectacular mesa de caoba que ocupaba el centro del salón contenía una pila de regalos envueltos en papel rosa.
Carol y Ken Westen estaban sentados frente al bar, con Brad a su lado. El hermano de Cal era un año y medio más pequeño y tal vez un poquito más bajo, pero medía más de dos metros y tenía el cabello rubio y los ojos azules. Brad era tan atractivo como Cal.
—Hola, Emily —sonrió Carol con cierta tensión. Era rubia como sus hijos.
—Me alegro de volver a verte —Ken estiró la mano y ella se la estrechó. Tenía el cabello completamente gris, lo que le daba un aspecto distinguido.
Brad se aclaró la garganta.
—Emily —dijo.
—Hola —no podía equivocarse siendo parca y educada. Había estado muchas veces con la familia de Cal. Sabía lo amables y cariñosos que podían llegar a ser, y por eso acusó el cambio.
—Ésta es Annie —dijo Cal sonriendo con orgullo.
—Es preciosa —los ojos azules de Carol se suavizaron y se llenaron de lágrimas—. Cal dice que le has puesto el nombre por tu madre y por mí.
—Así es —asintió Emily—. Ann Marie.
—¿Crees que querrá venir conmigo? —preguntó Carol.
—Es un poco tímida al principio —dijo Cal—. Yo tuve que sobornarla. Mi hija tiene una vena materialista.
Emily miró a su alrededor, a los carísimos muebles del salón.
—¿Y a quién crees que habrá salido?
—Ahí te ha pillado, hermano —se rió Brad.
Carol le tendió los brazos a su nieta y sonrió con cariño.
—Hola, bonita. ¿Vas a dejar que tu abuela te abrace? —Annie se fue con la señora sin vacilar, y Carol la estrechó entre sus brazos—. Es adorable.
Cal parecía desconcertado.
—¿Y por qué contigo no ha llorado?
—Creo que es porque eres hombre —dijo Emily.
—¿Crees que le gustaría ir a la piscina? —preguntó Carol.
—Le encanta el baño —respondió Emily notando que todo el mundo llevaba bañador—. Le he traído su traje de baño, crema protectora y un sombrero.
—Adelante, mamá —Cal le pasó a su madre la bolsa de pañales.
—¿Te parece bien, Emily?
—Por supuesto.
Tras preparar a Annie, Carol la llevó a la piscina seguida de Cal y su hermano. Desde donde estaba, Emily podía ver la piscina transparente, la verja de hierro y el campo de golf con el lago que quedaba más atrás. Ella los siguió a cierta distancia para darles su espacio y tomó asiento en una silla acolchada del patio.
Ken le ofreció un refresco y se sentó a su lado.
—¿Cómo te ha ido, Emily?
—Muy bien, ¿y a ti?
—Bien. Carol va detrás de mí para que me tome las cosas con calma. Quiere viajar.
Emily sabía que era especialista en medicina interna. Sus dos hijos también eran médicos, pero cada uno había escogido un campo diferente.
—¿Tenéis algún viaje planeado?
—Vamos a hacer un crucero por Alaska en septiembre. Para compensar el calor de Las Vegas.
Cal estaba mirando a su esposa jugar en la piscina con Annie, que se reía a carcajadas mientras Cal y Brad permanecían de pie como vigilantes guardianes.
—Tiene pinta de ser un viaje maravilloso.
—No tan maravilloso como descubrir que tenemos una nieta —Emily lo miró pero no encontró hostilidad en él.
—Respecto a eso, me gustaría explicarte que…
—Cal nos lo ha contado todo. Dijo que sacaste el tema de los niños y que él te cortó con un discurso sobre las ventajas de estar solo.
—Ésa es la verdad.
—Pareces sorprendida.
—Supongo que lo estoy. No culparía a Cal si hubiera tratado de hacerme parecer la mala de la película.
—Cal es una persona muy sincera, aunque en este caso no se haya ganado muchas simpatías.
—Tenía mis razones para no contarle a tu hijo que iba a ser padre —aseguró mirándolo—. En mi pasado hubo cosas de las que preferiría no hablar.
—Lo comprendo —asintió Ken—.Y tú tienes que entender que Cal también tiene un pasado.
Emily sujetó con fuerza la lata de refresco que tenía en la mano.
—¿No lo tiene todo el mundo?
—Algunos más que otros —Ken la miró a los ojos—. ¿No te habló nunca de su matrimonio?
¿Cal casado? ¿El donjuán del Centro Médico Misericordia se había lanzado alguna vez a la piscina? Lo único que le había dicho a ella era que no estaba casado, y Emily asumió que no lo había estado nunca.
—No. Jamás lo mencionó.
—No me sorprende —murmuró Ken dándole un sorbo a su refresco—. Como no sigue casado, comprenderás que no salió bien.
—¿Qué ocurrió? —quería preguntar qué le había hecho aquella mujer para llevarle a evitar el compromiso como si fuera una bomba radioactiva. Eso explicaría muchas cosas.
—El hecho de que no te haya contado nada implica que todavía le resulta muy doloroso hablar de ello —Ken la miró a los ojos—. Seguramente ya he hablado demasiado. Es la historia de Cal, y él debe decidir si te la cuenta o no.
Emily asintió, aunque la curiosidad la estaba estrangulando.
Miró a Cal, que había agarrado a Annie y la levantaba por los aires, haciéndola reír antes de bajarla al agua para que chapoteara.
—En cualquier caso, debería habérselo contado —dijo Emily con voz suave—. No era mi intención hacerle daño. Ni a ti. Ni a Carol.
—Nos sorprendió mucho. Y nos dolió habernos perdido sus primeros meses —la expresión de Ken era de suave reproche—. Pero por el bien de Annie, debemos dejar todo eso atrás y seguir.
—¿Podréis hacerlo? —preguntó Emily.
—El tiempo lo dirá.
—Me parece justo.
Y lo decía en serio. Emily había esperado acusación y rechazo, pero la familia de Cal lo estaba intentando. Y podía decir, a juzgar por su expresión cuando miraban a Annie, que aquello había sido amor a primera vista con la niña. La niña de Cal. La hija de su hijo.
Una sensación de paz la inundó por primera vez desde que se había descubierto el bulto. Si algo llegara a ocurrirle, sabía que Annie tenía gente que la querría y cuidaría de ella. Pasara lo que pasara, su niña tendría la familia con la Emily siempre había soñado.
Otro de sus sueños había sido volver a besar a Cal aunque ondeara la bandera roja de peligro. Contarle la verdad había eliminado la preocupación por el futuro de Annie. Por desgracia, había sido sustituida por la preocupación por su propio futuro y por cómo iba a manejar la situación de que Cal estuviera de nuevo en su vida.