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IV

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Persuadidos por Pericles, los atenienses que vivían en los campos acuden con sus bienes a la ciudad y se preparan a la guerra.

Pericles, hijo de Jantipo, el primero de los diez capitanes de los atenienses, al saber la entrada de los enemigos en tierra de Atenas, sospechando que Arquidamo, porque había sido su huésped en Atenas, vedase a los suyos tocar a las posesiones que tenía fuera de la ciudad, en prueba de cortesía o por agradarle, o de propósito por mandado de los lacedemonios para hacerle sospechoso entre los atenienses, como antes lo había querido hacer, pidiendo que le echasen de la ciudad por estar contaminado de sacrilegio, según arriba contamos, se adelantó y, en pública asamblea, habló a los atenienses, diciéndoles que no por haber sido Arquidamo su huésped y vivir en su casa, le había de ocurrir a la ciudad mal ninguno, y que si los enemigos quemasen y destruyesen las casas y posesiones de los otros ciudadanos, y quisiesen, por ventura, reservar las suyas, las daba y hacía donación de ellas desde entonces a la ciudad, para que no sospecharan de él. Y amonestoles, cual lo había hecho al principio, para que se prepararan a la guerra, trayendo a la ciudad todos los bienes que tenían en el campo, y que no saliesen a pelear, sino que entrasen en la ciudad, la guardasen y defendiesen sus navíos y municiones de mar de que estaban bien abastecidos, que tuviesen bajo su mano y en amistad y obediencia a sus aliados y confederados, diciendo que sus fuerzas todas, estaban en estos por el dinero que adquirían de la renta que les daban, pues principalmente, en caso de guerra, la victoria se alcanza por buen consejo y por la copia del dinero, mandándoles que tuvieran gran confianza en la renta de los tributos de los súbditos y aliados y confederados, que montaba a seiscientos talentos31, sin las otras rentas que tenían en común, y asimismo confiasen en el dinero guardado en su fortaleza, que pasaba de seis mil talentos32; pues aunque habían reunido nueve mil setecientos, lo que faltaba se había gastado en los reparos de los propileos de la ciudadela33, y en la guerra de Potidea. Contaban, además, con gran cuantía de oro y plata, sin los vasos sagrados y otros ornamentos de los templos, sin lo que tenían consignado para las fiestas y juegos, sin lo que habían ganado del botín de los medos, y otras cosas semejantes que valdrían poco menos de quinientos talentos34, y sin contar el mucho dinero que tenían los templos, del cual se podrían servir y aprovechar en caso necesario. Y cuando todo faltase podían tomar el oro de la estatua de la diosa, que pesaba más de cuarenta talentos35 de oro fino y macizo, que les sería lícito tomar para el bien y pro de la república, devolviéndolo íntegramente después de la guerra. Así les aconsejaba que confiasen en su dinero.

En cuanto a la gente de guerra, les mostró que tenían quince mil combatientes armados, sin aquellos que estaban en guarnición en las plazas y fortalezas, que serían más de diez y seis mil; pues tantos eran los que estaban guardándolas desde el principio, entre viejos, mozos y advenedizos, todos con sus armas. Y tenían la muralla llamada de Falero, que se extendía desde la ciudad hasta la mar, de treinta y cinco estadios36 de larga, y el muro que rodeaba la ciudad, de cuarenta y tres en torno, porque la muralla que estaba entre el muro falérico y el que llamaban gran muro, que asimismo se extendía hasta la mar, y era de cuarenta estadios de largo, no tenía guardas, a causa de que los otros dos muros exteriores estaban bien guardados. Asimismo, se guardaba la fortaleza del puerto llamado Pireo, la cual, con la otra fortaleza vecina llamada Muniquia, tenía sesenta estadios de circuito y en su mitad había guarnición.

Además contaban mil doscientos hombres de armas y seiscientos ballesteros a caballo. Tal era el aparato de guerra de los atenienses, sin faltar nada, cuando los peloponesios entraron en su tierra.

Otras muchas razones les dijo Pericles como acostumbraba, para mostrarles que llevarían la mejor parte en aquella guerra, las cuales, oídas por los atenienses, fácilmente les persuadieron, metiendo en la ciudad todos los bienes que tenían en el campo. Después enviaron por mar sus mujeres, sus hijos, sus muebles y alhajas, hasta la madera de los edificios que habían derribado en los campos, y sus bestias de carga a Eubea y otras islas cercanas. Esta emigración les fue ciertamente muy pesada y trabajosa, porque de mucho tiempo tenían por costumbre vivir en los campos la mayor parte de ellos, donde tenían sus casas y sus labranzas. Y desde el tiempo de Cécrope y de los otros primeros reyes hasta Teseo, la tierra de Ática fue muy poblada de villas y lugares, y cada lugar tenía su justicia y jurisdicción que llaman pritaneo, porque viviendo en sosiego y sin guerra no fuera menester la ida del rey para consultar sus negocios, aunque algunos de ellos tuvieron guerra entre sí, como los eleusinos después de que Eumolpo se juntó con Erecteo. Pero desde que Teseo empezó a reinar, que fue hombre poderoso, sabio y bien entendido, además de reducir a policía y buenas costumbres muchas otras cosas en la tierra, quitó todos aquellos consejos y justicias y obligó a los habitantes a vivir en la ciudad bajo un senado y una jurisdicción y a que labrasen sus tierras como antes, y eligiesen domicilio y tuviesen sus casas y morada ordinaria en aquella ciudad, la cual en su tiempo llegó a ser grande y poderosa por sucesión de los descendientes. En memoria de tan gran bien, en semejante día al en que fue hecha aquella unión de la ciudad, celebran hasta hoy los atenienses una fiesta solemne todos los años en honra de la diosa Minerva. Antes de Teseo, no era la ciudad más grande que ahora es la Acrópolis y la parte que está al mediodía, según aparece por los templos de los dioses, que están dentro de la Acrópolis, y los otros que están fuera, hacia el mediodía, el de Júpiter Olímpico, el de Apolo, el de la diosa Ceres y el de Baco, en el cual celebraban todos los años las fiestas bacanales el día diez del mes de Antesterión37, como las celebran hoy los jonios, descendientes de los atenienses; otros muchos templos antiguos que hay en el mismo lugar y la fuente que después que los tiranos la reedificaron llámanla de los nueve caños, y antes se llamaba Calírroe, de la cual se servían, porque estaba cercana al lugar, para muchas cosas, como ahora también se sirven para los sacrificios, y especialmente para los casamientos. A la Acrópolis que está en lo más alto de la ciudad llaman hoy día los atenienses Ciudadela, en memoria de la antigua.

Volviendo, pues, a la historia, los atenienses que antiguamente tenían sus moradas en los campos, aunque después se metieron en la ciudad y fueron reducidos a policía, por la costumbre que antes tenían de estar en el campo, vivían en él casi todos ellos con su casa y familia, así los viejos ciudadanos como los nuevos, hasta esta guerra de los lacedemonios, por ello les contrariaba mucho recogerse a la ciudad, y especialmente porque después de la guerra con los medos habían llevado a ellos sus haciendas y alhajas. También les pesaba dejar sus templos y sus dioses particulares que tenían en los lugares y aldeas del campo y su manera antigua de vivir, de suerte que a cada cual le parecía que se expatriaba al dejar su campo y aldea. Al entrar en la ciudad muy pocos tenían casas, unos se alojaban con sus parientes y amigos, la mayor parte en lugar no poblado de la ciudad, y dentro de todos los templos (excepto la Acrópolis y el Eleusinio, y otros más cerrados y guardados). Algunos hubo que se aposentaron en el templo nombrado Pelasgicón38, que estaba por debajo de la ciudad vieja aunque no les era lícito habitar allí, según les amonestaba un verso del oráculo de Apolo, que decía así:

El pelásgico templo tan precioso, Vacío está bien y ocioso.

Aunque a mi parecer el oráculo dijo lo contrario de lo que se entendía, porque las calamidades y desventuras no sobrevinieron a la ciudad porque el templo fuera profanado al habitarlo las gentes, según quisieron dar a entender, sino que antes al contrario por la guerra vino la necesidad de vivir en él. El oráculo de Apolo, previendo la guerra que debía ocurrir, dijo que cuando se habitara no sería por su bien. También muchos hicieron sus habitaciones dentro del cerco de los muros, y en conclusión cada cual se alojaba como podía, porque la ciudad no se lo estorbaba, viendo tan gran multitud de gentes venir de los campos, aunque después fueron repartidos a lo largo de los muros y en una gran parte del Pireo.

Cuando los hombres y sus bienes fueron recogidos dentro de la ciudad, todos pusieron atención en proveer las cosas necesarias para la guerra, en procurar la ayuda y socorro de las ciudades confederadas, y en aparejar cien navíos de guerra para enviarlos contra el Peloponeso.

Historia de la Guerra del Peloponeso

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