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Los peloponesios entran a saco en tierra de Atenas y, por consejo de Pericles, solo salen contra ellos las tropas de caballería de los atenienses.

Entrado el ejército de los peloponesios en tierra de Atenas, asentó su real primeramente delante de la ciudad de Énoe, que estaba situada entre los términos de Atenas y Eubea. Y porque la ciudad era tan fuerte que los atenienses la tenían por muralla y amparo de la tierra en tiempo de guerra, determinaron tomarla por asalto. Para combatirla prepararon sus máquinas y pertrechos; mas porque en estos aprestos gastaban mucho tiempo en balde, concibieron sospecha contra Arquidamo su caudillo de que fuese favorable a los atenienses, porque ya antes les había parecido flojo y negligente en juntar los amigos y confederados, animándoles muy friamente para la guerra; y una vez junto el ejército, se había tardado mucho en el istmo del Peloponeso antes que partiesen, y después de partir también había sido negligente. Mas sobre todo le culpaban de haber tenido mucho tiempo el cerco de la ciudad de Énoe, pareciéndole que si usara de diligencia hubieran entrado con más presteza en tierra de Atenas, robando y talando todos los bienes y haberes que los atenienses tenían en los campos antes que los recogiesen en la ciudad. Esta sospecha concibió el ejército de Arquidamo estando en el cerco de Énoe; aunque él, según dicen, le detenía y alargaba esperando que los atenienses, antes que les comenzasen a talar la tierra, se humillarían, por no verla destruir a su presencia. Viendo los peloponesios que a pesar de todos sus esfuerzos, no podían tomar Énoe, y también que los atenienses no les habían enviado ningún faraute ni trompeta durante el sitio, levantaron el cerco y partieron de allí, ochenta días después que ocurrió el hecho de los tebanos en Platea, y entraron por tierra de Atenas cuando ya los trigos estaban en sazón de segarse39, llevando por su capitán a Arquidamo, hijo de Zeuxidamo, rey de Esparta, destruyeron y talaron toda la tierra, comenzando por la parte de Eleusis y de los campos de Tría e hicieron volver las espaldas a la gente de a caballo de los atenienses, que habían salido contra ellos en un lugar que se llamaba Ritos40. Después pasaron adelante dejando a mano derecha el monte de Egaleo al través de la región llamada Cecropia y vinieron hasta Acarnas, que es la ciudad más grande que hay en toda la región de Ática. Junto a ella establecieron su campamento y allí estuvieron mucho tiempo, talando y robando la tierra.

Dicen que Arquidamo se detuvo alrededor de la villa con todo su ejército dispuesto de batalla, sin querer descender a lo llano en el campo, esperando que los atenienses, porque tenían gran número de mancebos en la flor de su mocedad codiciosos de la guerra, que nunca habían visto, saldrían contra ellos, y no sufrirían ver así destruir y robar su tierra. Y cuando vio que no habían salido estando sus enemigos en Eleusis y después en Tría, quiso tentar si osarían ir para hacerles levantar el cerco puesto a Acarnas, considerando además que este lugar era muy favorable para acampar. También le parecía que los de la ciudad, que serían la tercera parte atenienses, porque había dentro tres mil hombres de guerra, no sufrirían destruir su tierra: que todos los de Atenas y de Acarnas saldrían a darles la batalla: y que si no osaban salir, podrían en adelante con menos temor quemar y talar toda la tierra de los atenienses y llegar hasta los muros de la ciudad; porque cuando los acarnienses viesen toda su tierra destruida y sus haciendas perdidas, no se determinarían tan ligeramente a ponerse en peligro por guardar las tierras y las haciendas de otros, con lo cual habría división y discordia entre ellos y serían de diversos pareceres.

Esta era la opinión de Arquidamo cuando estaban sobre Acarnas. Los atenienses, mientras sus enemigos estuvieron alrededor de Eleusis y en tierra de Tría, creyeron que no pasarían adelante porque se acordarían de que, catorce años antes de aquella guerra, Plistoanacte, hijo de Pausanias y rey de los lacedemonios, habiendo entrado en tierra de Ática con el ejército de los peloponesios, cuando llegó hasta Eleusis y Tría, volviose sin pasar adelante; por lo cual fue desterrado de Esparta, donde sospecharon que había tomado dinero por volverse.

Mas cuando supieron que el ejército de los enemigos estaba sobre Acarnas, distante sesenta estadios de Atenas, y que ante sus ojos talaban y destruían sus tierras, lo cual nunca había visto hombre de la ciudad mozo ni viejo (excepto en la guerra de los medos), parecioles cosa intolerable y dura de sufrir, y determinaron, sobre todo los jóvenes, no sufrirlo más, saliendo contra sus enemigos.

Reunidos todos los del pueblo, tuvieron gran altercado porque unos querían salir y otros no lo permitían. Los adivinos y agoreros, a quien todos se atenían, interpretaban de diverso modo, y según la voluntad de cada uno, las señales de los oráculos. Por otra parte los acarnienses, viendo que les destruían la tierra, daban prisa a los atenienses a que saliesen, y les parecía que así debían hacerlo, siquiera por socorrer a los atenienses que había dentro de la ciudad. De manera que Atenas estaba muy revuelta y en grandes disensiones. Se ensañaban contra Pericles y le injuriaban porque no quería sacarlos al campo siendo su capitán, diciendo que él era causa de todo el mal, sin acordarse del consejo que les había dado y de lo que les había amonestado antes de la guerra.

Entonces Pericles, viéndolos atónitos por los males de su tierra, y que no tenían buen acuerdo en querer salir contra toda razón, no quiso reunirles ni pronunciar discurso, según tenía por costumbre, temiendo que determinasen obrar algo antes por ira que por juicio y razón, sino que ordenó la manera de guardar la ciudad y tenerla tranquila lo mejor posible. Empero, mandó salir al campo alguna gente de a caballo para impedir que los que venían del ejército enemigo a recorrer las tierras cercanas a la ciudad no las pudiesen robar ni hacer daño. Hubo algunas escaramuzas en el lugar que llaman Frigias entre atenienses y tesalios contra los beocios, en las cuales los atenienses y los tesalios no llevaban lo peor hasta tanto que la gente de a pie de los beocios acudió a socorrer a su caballería, porque entonces los atenienses volvieron las espaldas y fueron muertos muchos de ellos y de los tesalios: y en el mismo día llevaron sus cuerpos a la ciudad sin pedirlos a los enemigos, como era costumbre. Al día siguiente los peloponesios levantaron trofeo en este mismo lugar en señal de victoria. Esta ayuda que los tesalios prestaron a los atenienses fue por la confederación y alianza antigua que tenían con ellos: por eso entonces les habían enviado aquel socorro de gente de a caballo de Larisa, de Fársalo, de Parrasia, de Girtón y de Feras. Por capitanes de los de Larisa venían Polimedes y Aristónoo. De Fársalo, Menón, y otros de cada cual de aquellas ciudades.

Cuando los peloponesios vieron que los atenienses no salían a batallar contra ellos, alzaron el cerco de Acarnas y fueron a talar y robar otros lugares que estaban entre Parnes y el monte Brileso.

Historia de la Guerra del Peloponeso

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