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ОглавлениеVirtudes y loables costumbres de Pericles.
Con estas y otras semejantes razones Pericles procuraba amansar la ira de los atenienses, y hacerles olvidar los males que habían sufrido. Todos de común acuerdo le obedecieron de tal manera, que en adelante no enviaron más mensajes a los lacedemonios, disponiéndose y animándose para la guerra, aunque en particular sentían gran dolor por los males pasados; los pobres porque veían aminorarse con la guerra su poca hacienda, y los ricos porque habían perdido las posesiones y heredades que tenían en el campo; y como continuaba la lucha, no en todos se disipó la ira que tenían contra Pericles, deseando algunos que le condenasen a una gran multa. Pero como el vulgo es mudable, le eligieron de nuevo su capitán, y le dieron absoluto poder y autoridad para todo, que si particularmente le odiaban a causa del dolor que cada cual sentía por los daños recibidos, en las cosas que tocaban al bien de la república conocían que tenían necesidad de él, y que era el hombre más competente que podían encontrar.
Y a la verdad, mientras tuvo el gobierno durante la paz, administró la república con moderación; la defendió con toda seguridad y la aumentó en gran manera. Después, cuando vino la guerra, conoció y entendió muy bien las fuerzas y poder de la ciudad, como se ve por lo dicho. Mas después de su muerte, que fue a los dos años y medio de comenzada la guerra, conociose mucho mejor su saber y prudencia, porque siempre les dijo que alcanzarían la victoria en aquella lucha si se guardaban de pelear con los enemigos en tierra, empleando todo su poder por mar, sin procurar adquirir nuevo señorío, ni poner la ciudad a peligro, todo lo cual hicieron al contrario después de su muerte. En cuanto a las otras cosas no tocantes a la guerra, los que tenían el gobierno obraban cada cual según su ambición con gran perjuicio de la república y de ellos mismos, porque sus empresas eran tales que cuando salían bien, redundaban en honra y provecho de los particulares antes que del común; y si salían mal el daño y pérdida era para la república.
Fue causa de este desorden que, mientras Pericles tuvo el poder junto con el saber y prudencia, no se dejaba corromper por dinero: regía al pueblo libremente, mostrándose con él tan amigo y compañero, como caudillo y gobernador. Además, no había adquirido la autoridad por medios ilícitos, ni decía cosa alguna por complacer a otro, sino que, guardando su autoridad y gravedad, cuando alguno proponía cosa inútil y fuera de razón, lo contradecía libremente, aunque por ello supiese que había de caer en la indignación del pueblo, y todas cuantas veces entendía que ellos se atrevían a hacer alguna cosa fuera de tiempo y sazón, por locura y temeridad, antes que por razón, los detenía y refrenaba con su autoridad y gravedad en el hablar. Al mismo tiempo cuando los veía medrosos sin causa los animaba. De esta manera, al parecer, el gobierno de la ciudad era en nombre del pueblo; mas en el hecho todo el mando y autoridad estaba en él.
Después de muerto ocurrió que los que le sucedieron por ser iguales en autoridad, cada cual codiciaba el mando sobre los otros, y para hacer esto procuraban complacer y agradar al pueblo con deleites, aflojando en los negocios, de donde se siguieron grandes errores, como suele acontecer en una ciudad populosa que tiene mando y señorío: y entre otros muchos el mayor de todos fue que hicieron una navegación a Sicilia, en la cual mostraron su poca prudencia, no solo en cuanto tocaba a aquellos contra quien iban para comenzar la guerra, que no debieran emprender, sino también en cuanto a los mismos que los enviaban, no proveyéndoles de las cosas necesarias, a causa de las diferencias y cuestiones que sobrevinieron en la ciudad sobre el mando y gobierno de la república, acusándose los principales entre sí. De esto provino deshacerse aquella armada de Sicilia y perderse después gran parte de las naves con todas sus jarcias y aparejos. A pesar de las cuestiones en la ciudad y de tomar a los sicilianos por enemigos, además de los otros; a pesar de que la mayor parte de sus aliados y confederados los habían dejado, y finalmente, de que Ciro, hijo del rey de Persia, se había aliado y confederado con los peloponesios, ayudándoles con dinero para construir naves, todavía resistieron tres años y nunca pudieron ser vencidos, ni cayeron hasta tanto que, después de quebrantados con sus diferencias y discordias civiles, desfallecieron. De donde parece claramente que cuando Pericles les faltó, aún les quedaban tantas fuerzas y poder que con su guía y prudencia, si él viviera, pudieran vencer a los lacedemonios en aquella guerra.