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VI
ОглавлениеGrandes aprestos por mar y tierra que los atenienses hicieron en el verano en que empezó la guerra y el invierno siguiente. Nuevas alianzas hechas con ellos en Tracia y Macedonia, y exequias públicas con que en Atenas honraron la memoria de los muertos en la guerra.
Mientras los peloponesios andaban robando y destruyendo la tierra de Ática, los atenienses hicieron salir de su puerto las cien naves que tenían armadas, en las cuales había mil hombres de pelea y cuatrocientos flecheros, que tenían por sus capitanes a Cárcino, hijo de Jenotimo, a Proteas, hijo de Epicles, y a Sócrates, hijo de Antígenes, para recorrer la costa del Peloponeso, hacia donde dirigieron el rumbo.
Volviendo a los peloponesios, estuvieron en tierra de Ática mientras les duraron los víveres, y cuando comenzaron a faltarles las provisiones, dirigiéronse por tierra de Beocia sin hacer mal ni daño. Mas cuando pasaron por la región de Oropo, que estaban sujetos a los atenienses, les tomaron una parte de tierra llamada Pirace. Hecho esto, regresaron a sus casas al Peloponeso, y se alojaron repartidos cada cual en sus ciudades.
Cuando los peloponesios partieron, los atenienses ordenaron su gente de guarda, así por mar como por tierra, para todo el tiempo que durase la guerra, y por decreto público mandaron guardar aparte mil talentos de los que estaban en la fortaleza, que no se tocase a ellos, y que de lo restante tomasen todo lo que fuera menester para la guerra, prohibiendo con pena de la vida tomar nada de aquellos mil talentos, sino en caso de mucha necesidad para resistir a los enemigos, si acometían la ciudad por mar. Con aquel dinero, hicieron cien galeras muy grandes y muy hermosas, y cada año ponían en ellas sus capitanes y patrones, mandando que no se sirviesen de ninguna de ellas sino en el mismo peligro, cuando fuese menester tocar al dinero guardado.
Los atenienses que iban en las cien naves contra el Peloponeso se juntaron con otras cincuenta que los corcirenses les habían enviado de socorro. Y todos juntos navegando por la costa del Peloponeso, entre otros muchos daños que causaron, fue uno, saltar en tierra y sitiar la ciudad de Metone, que está en Lacedemonia y a la sazón encontrábase mal reparada de muros y desprovista de gente. Estaba por acaso, en aquella parte, el espartano Brásidas, hijo de Télide, con alguna gente de guerra; y al saber la llegada de los enemigos, acudió con cien hombres armados, que tenía solamente, a socorrer la ciudad, atravesando el campamento enemigo, que estaba esparcido, y rodeando el muro con tanto ánimo y osadía que con pérdida de muy pocos de los suyos, muertos de pasada, entró en la ciudad y la salvó. Por esta osadía le elogiaron los espartanos sobre todos aquellos que se hallaron en aquella guerra. Partieron de allí los atenienses navegando mar adelante, y descendieron en tierra de Élide, en los alrededores de Fía. Allí se detuvieron dos días robando la tierra, y desbarataron doscientos soldados escogidos del valle de Élide, y algunos otros hombres de guerra que habían acudido de los lugares cercanos a socorrer la villa de Fía. Tras de esto, se les levantó un viento muy grande en la mar y una gran tempestad, a causa de la cual los navíos no pudieron quedar allí por ser playa sin puerto, y una parte de ellos, pasando por el cabo de Ictis, arribaron al puerto de Fía, donde los mesenios y los otros que no se habían podido embarcar al salir de Fía, llegaron por tierra, y habiendo tomado la villa por fuerza, como supiesen que venía contra ellos mucha gente de guerra de los de Élide, dejaron la villa, embarcáronse con los otros, y todos fueron navegando por aquella costa.
En este mismo tiempo, los atenienses enviaron otras treinta naves para ir contra los de Lócride y para guardar la isla de Eubea, dieron el mando de ellas a Cleopompo, hijo de Clinias, el cual, saltando en tierra, destruyó muchos lugares de aquella costa, tomó la villa de Tronio, donde hizo que le diesen rehenes, y venció en batalla junto a Álope a algunos locros que habían acudido para arrojarle de ella.
También por entonces los atenienses echaron fuera a todos los moradores de Egina con sus mujeres e hijos, culpándoles de haber sido causa de aquella guerra, y porque les pareció que sería mejor y más seguro poblar aquella ciudad con su gente, que con la que era aficionada a los peloponesios, lo cual hicieron poco después. Mas los peloponesios, por odio a los atenienses y porque los de Egina les habían hecho muchos servicios, así cuando el terremoto que hubo en su tierra, como en la guerra que tuvieron contra los hilotas o esclavos, diéronles la villa de Tirea para su habitación con todo el término de ella hasta la mar para que labrasen. Allí viven algunos de los eginetas, los demás se repartieron por toda Grecia.
En este mismo verano, al primer día del mes a la renovación de la luna41, en cuyo tiempo (según se cree) solamente puede ocurrir eclipse, se oscureció el sol cerca de la mitad, de manera que se vieron muchas estrellas en el cielo y al poco rato volvió a su claridad. Y también en este verano los atenienses se reconciliaron con el abderita Ninfodoro, que antes había sido su enemigo, porque este podía mucho con Sitalces, hijo de Teres, rey de Tracia, que había tomado a su hermana por mujer, con esperanza de que por medio de Sitalces traerían a su partido a Teres. Este Teres fue el primero que acrecentó el reino de los odrisios, que gobernaba, y lo hizo el mayor de toda la Tracia, permitiendo a los naturales vivir después en libertad. Dicho Teres, no es el que tuvo por mujer a Progne, hija de Pandión, rey de Atenas, pues reinaron en diversas partes de Tracia. El que se casó con Progne tuvo la parte de Daulia, que al presente llaman tierra de Fócide, que entonces habitaban los tracios, en cuyo tiempo Progne y Filomena su hermana hicieron aquella maldad de Itis42, por lo cual muchos poetas, haciendo mención de Filomena la llaman el ave de Daulia, y es verosímil que Pandión, rey de Atenas, hizo aquella alianza con Teres que regía la tierra de Daulia por el deudo, y porque estaba más cercano a Atenas para caso de ayuda y socorro, antes que con el otro Teres que reinaba en tierra de los odrisios, mucho más lejana.
Este Teres de que al presente hablamos, hombre de poca estima y autoridad, adquirió el reino de los odrisios, y dejole a Sitalces, su hijo, con el cual los atenienses hicieron alianza, así por tener los lugares que él tenía en Tracia amigos y favorables, como también por ganar a Pérdicas, rey de Macedonia. Vino Ninfodoro a Atenas con poder bastante de Sitalces para concluir y confirmar la liga y alianza, y por esto dieron al hijo de Sitalces, llamado Sádoco, derecho de ciudadano de Atenas. Prometió conseguir que Sitalces dejase la guerra que hacía en Tracia para poder mejor enviar socorro a los atenienses de gente de a caballo y de infantería, armados a la ligera. También hizo conciertos entre los atenienses y Pérdicas, persuadiendo a estos para que devolvieran a aquel la ciudad de Terma. Por virtud de este convenio, Pérdicas se unió a los atenienses, y con Formión comenzó la guerra contra los calcídeos. Así ganaron los atenienses la amistad de Sitalces, rey de Tracia, y de Pérdicas, rey de Macedonia.
En este tiempo, la gente de guerra de los atenienses que había ido en la primera armada de las cien naves, tomó la ciudad de Solio, que era del señorío de los corintios, y después de robada y saqueada, la dieron con toda su tierra para morar y cultivar a los de Palero, que son acarnanios. Tras esta, tomaron la ciudad de Ástaco, con la cual se confederaron e hicieron alianza lanzando de ella a Evarco que la tenía ocupada por tiranía. Hecho esto, dirigieron el rumbo a la isla de Cefalenia, que está situada junto a la tierra de Acarnania y de Léucade, donde hay cuatro ciudades, Pala, Cranios, Same y Pronos, y sin ninguna resistencia ganaron toda la isla. Poco después, al fin del verano, partieron para volver a Atenas. Mas al llegar a Egina, supieron que Pericles había salido de Atenas con gran ejército, y estaba en tierra de Mégara. Tomaron su derrota para ir derechos hacia aquella parte, y allí saltaron en tierra y se juntaron con los otros, formando uno de los mayores ejércitos de atenienses que hasta entonces se habían visto, porque también la ciudad estaba a la sazón floreciente y no había padecido ningún mal ni calamidad.
Eran diez mil hombres de guerra solo de los atenienses, sin contar tres mil que estaban en Potidea, y sin los moradores de los campos que se habían retirado a la ciudad, y que salieron con ellos, los cuales serían hasta tres mil, muy bien armados. Además había gran número de otros hombres de guerra armados a la ligera. Todos ellos, después de arrasar la mayor parte de la tierra de Mégara, volvieron a Atenas.
Todos los años fueron los atenienses a recorrer la tierra de Mégara, a veces con gente de a caballo, y otras con gente de a pie, hasta que tomaron la ciudad de Nisea. Mas en el primer año de que ahora hablamos fortificaron de murallas la ciudad de Atalanta, y al llegar al fin de verano, la destruyeron y dejaron desolada, porque estaba cercana a los locros opuntios, para que los corcirenses no pudieran guarecerse, y desde allí hacer correrías por tierra de Eubea. Todo esto aconteció aquel mismo verano, después que los peloponesios partieron de Ática.
Al principio del invierno, el tirano Evarco queriendo volver a la ciudad de Ástaco, pidió a los corintios que le diesen cincuenta navíos, y mil quinientos hombres de guerra; con los cuales y con otros que él llevaría, pensaba recobrar la ciudad perdida. Los corintios accedieron a su demanda, y nombraron por capitanes de la armada a Eufámidas, hijo de Aristónimo, a Timóxeno, hijo de Timócrates, y a Éumaco, hijo de Crisis, quienes, al llegar por mar a la ciudad de Ástaco, restablecieron en el mando a Evarco, y emprendieron en aquella misma jornada la empresa de ganar algunas villas de Acarnania que estaban en la costa. Mas como viesen que no podían lograr su propósito, se volvieron, y pasando por la isla de Cefalenia, saltaron en tierra junto a la ciudad de Crania, pensando tomarla por tratos. Los de la villa, fingiendo que querían tratar con ellos, los acometieron cuando estaban desapercibidos, mataron muchos, y los otros tuvieron que reembarcarse y volver a su tierra.
En este mismo invierno, los atenienses, siguiendo la costumbre antigua, hicieron exequias públicas en honra de los que habían muerto en la guerra. Las cuales se realizaron de esta manera. Tres días antes habían hecho un gran cadalso sobre el cual ponían los huesos de los que habían muerto en aquella guerra, y sus padres, parientes y amigos podían poner encima lo que quisiesen. Cada tribu tenía una grande arca de ciprés, dentro de la cual metían los huesos de aquellos que habían muerto de ella, y aquella arca la llevaban sobre una carreta. Tras estas arcas llevaban en otra carreta un gran lecho vacío que representaba aquellos que habían sido muertos, cuyos cuerpos no pudieron ser hallados. Estas carretas iban acompañadas de gente de todas clases, así ciudadanos como forasteros, y cuantos querían ir hasta el sepulcro, donde estaban las mujeres, parientes y deudos de los muertos haciendo grandes demostraciones de dolor y sentimiento. Ponían después todas las arcas en un monumento público, hecho para este efecto, que estaba en el barrio principal de la ciudad, y en el cual era costumbre sepultar todos aquellos que muriesen en las guerras, excepto los que murieron en la batalla de Maratón, a los cuales, en memoria de su valentía y esfuerzo singular, mandaron hacer un sepulcro particular en el mismo sitio. Cuando habían sepultado los cuerpos, era costumbre que alguna persona notable y principal de la ciudad, sabio y prudente, preeminente en honra y dignidad, delante de todo el pueblo hiciese una oración en loor de los muertos, y hecho esto, cada cual volvía a su casa. De esta manera sepultaban los atenienses a los que morían en sus guerras.
Aquella vez para referir las alabanzas de los primeros que fueron muertos en la guerra, fue elegido Pericles, hijo de Jantipo; el cual, terminadas las solemnidades hechas en el sepulcro, subió sobre una cátedra, de donde todo el pueblo le pudiese ver y oír, y pronunció este discurso: