Читать книгу Historia de la Guerra del Peloponeso - Tucídides - Страница 34
XI
ОглавлениеNuevos aprestos de guerra que por ambas partes se hicieron aquel verano. La ciudad de Potidea capitula con los atenienses.
Volviendo a la historia de la guerra: en este mismo verano45, los lacedemonios y sus aliados alistaron una armada de cien barcos: enviáronla a la isla de Zacinto, que está frente a Élide cuyos moradores son aqueos, aunque seguían el partido de los atenienses. Iban en esta armada mil hombres, y por capitán Cnemo. Saltando en tierra robaron y arrasaron muchos lugares, y trabajaron por ganar la ciudad: mas viendo que no la podían tomar, volvieron a sus casas. En el mismo verano46, el corintio Aristeo y el argivo Pólide en su nombre particular, y Aneristo, y Nicolao, y Pratodamo, y Timágoras, como embajadores de los lacedemonios, fueron a Asia para inducir al rey Artajerjes a que estuviese de su parte en aquella guerra, y les prestase dinero para la armada. Primero vieron en Tracia a Sitalces, hijo de Teres, para persuadirle de que dejase la amistad de los atenienses y tomase la suya, y trajese consigo gente de a pie y de a caballo, para hacer levantar el cerco que los atenienses tenían sobre la ciudad de Potidea.
Cuando estos embajadores entraron en el reino de Sitalces para pasar la mar del Helesponto, pensando hallar allí a Farnaces, hijo de Farnabazo, que los había de llevar ante el rey, se hallaron con Sitalces Learco, hijo de Calímaco y Aminíades, hijo de Filemón, embajadores de los atenienses: los cuales persuadieron a Sádoco, hijo de Sitalces, que había sido hecho ciudadano de Atenas, para que prendiese a los embajadores de los lacedemonios y se los remitiesen, porque sin duda venían a tratar con el rey cosas en daño de la ciudad de Atenas. Persuadido Sádoco, envió los suyos tras los embajadores de los lacedemonios, a los cuales hallaron a la orilla del mar, donde se querían embarcar, para pasar el Helesponto: y los prendieron y llevaron a Sádoco, el cual los entregó a los embajadores de los atenienses, y ellos los recibieron y llevaron consigo a Atenas.
Poco tiempo después los atenienses, temiéndose que Aristeo, uno de ellos que había sido causa y autor de todo lo hecho en Potidea y en Tracia les causara algún mal, además de los pasados, si se escapaba de allí, le mandaron matar y a los otros embajadores lacedemonios sin ser oídos en justicia, y después lanzaron sus cuerpos desde lo alto de los muros a los fosos, porque les pareció que por esta vía, con buena y justa causa, vengaban a sus conciudadanos y aliados mercaderes, que los lacedemonios habían cogido en la mar, y después los habían muerto y lanzado a los fosos.
Desde el principio de esta guerra los lacedemonios tenían por enemigos a todos aquellos que cogían en el mar, que siguiesen el partido de los atenienses (salvo a aquellos que no siguiesen ninguno de los dos bandos), y los mandaban matar, sin perdonar a ninguno.
Casi al fin de aquel verano los ambraciotes, con un buen ejército de bárbaros salieron contra los argivos que habitan la región de Anfiloquia, y contra toda su tierra, por cuestión que habían tenido nuevamente con ellos; la causa fue esta. Anfíloco, hijo de Anfiarao, que era natural de la ciudad de Argos en Grecia, a la vuelta de la guerra de Troya, no queriendo ir de nuevo a su tierra por enojos y diferencias que había tenido47, dirigiéndose al golfo de Ambracia, que está en la región de Piro, fundó una ciudad que llamó Argos, en memoria de aquella de donde él era natural, y le puso por sobrenombre Anfiloquia, la cual fue muy populosa entre todas las otras ciudades de tierra de Ambracia. En el transcurso del tiempo, teniendo muchas diferencias con sus vecinos, viéronse forzados a recoger a los ambraciotes, sus vecinos, en su ciudad. Estos primeramente les trajeron la lengua griega, de manera que todos hablaban griego, aunque antes eran bárbaros como son todos los otros de tierra de Anfiloquia, excepto los moradores de la misma ciudad. Después, andando el tiempo, los ambraciotes echaron a los argivos de la ciudad y la poseyeron ellos solos. Estos argivos que así fueron lanzados se acogieron a los acarnanios entregándose a ellos, y todos juntos vinieron a demandar ayuda a los atenienses para que pudiesen recobrar su ciudad.
Los atenienses les enviaron treinta naves de socorro, y por capitán de ellas a Formión, el cual tomó la ciudad por fuerza, la robó y saqueó, y después la dejó a los acarnanios y a los anfiloquios juntamente. Con este motivo comenzó entonces la alianza y la confederación entre los atenienses y los acarnanios y la enemistad entre los ambraciotes y los anfiloquios de Argos, porque los anfiloquios en esta empresa retuvieron muchos prisioneros de los ambraciotes, quienes al tiempo de esta guerra juntaron un gran ejército, así de los suyos como de los caones, y de otros bárbaros sus vecinos: vinieron derechos hacia Argos y robaron y destruyeron toda la tierra, mas no pudieron tomar la ciudad, volviendo de allí a sus casas. Todo esto pasó en aquel verano.
Al principio del invierno, los atenienses enviaron veinte naves al Peloponeso nombrando capitán de la armada a Formión, quien, partiendo del puerto de Naupacto, impidió que nave alguna pasase, ni entrase, ni saliese de Corinto ni de Crisa. También enviaron otras seis naves con Melesandro a Caria y Licia, para traer el dinero que del tributo cobrasen, y para guardar las naves mercantes de los atenienses que iban desde Fasélide de Fenicia, y desde la tierra firme, a fin de que no fuesen robadas de los corsarios del Peloponeso. Melesandro saltó en tierra y fue vencido y muerto, perdiendo la mayor parte de los suyos.
En este mismo invierno48, los potidenses, viendo que no podían guardar más su ciudad ni defenderla de los atenienses, que hacía largo tiempo la tenían cercada, por la falta de víveres y la necesidad en que los ponía el hambre, la cual era tan extrema, que, entre otras cosas intolerables que les ocurrieron fue comerse unos a otros, viendo que por ninguna guerra que hiciesen otros a los atenienses levantarían el cerco, pusiéronse al habla con los caudillos de estos, que eran Jenofonte, hijo de Eurípides, Hestiodoro, hijo de Aristóclides, y Fanómaco, hijo de Calímaco, y se entregaron con estas condiciones: que los de la ciudad y los hombres de pelea extranjeros que estaban dentro saliesen con una sola vestidura y las mujeres con dos, y sacasen también consigo cierta cuantía de dinero para el camino. Estas condiciones las aceptaron los capitanes viendo la necesidad en que estaba su ejército por razón del invierno y la gran suma que costaba aquel cerco que montaba más de dos mil talentos49. Los potidenses salieron de su ciudad y partieron a tierra de Calcídica cada cual como mejor pudo.
Esto disgustó a los atenienses, y se indignaron contra sus capitanes, diciendo, que pudieran muy bien haber tomado la ciudad, si hubieran querido. Pero al fin enviaron allí ciudadanos para poblarla.
Todas estas cosas se realizaron en aquel invierno, que fue el fin del segundo año de la guerra que escribió Tucídides.