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Capítulo 5

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ZAK ESPERÓ a que los guardaespaldas recogieran los restos del picnic y, cuando terminaron, se levantó y se fue en busca de Violet.

Por desgracia para él, ella había hecho algo más que echar un vistazo al lago: se había quitado la ropa, que había dejado cuidadosamente doblada en la orilla y se había metido en el agua, donde estaba sumergida hasta el cuello. Pero, en lugar de maldecir su suerte por desearla, se desnudó y se zambulló sin dudarlo un momento.

Violet se alejó nadando hacia la cascada, y él la siguió con rapidez. Quizá no fuera lo más sensato, pero necesitaba saber cómo era posible que aquella mujer se le hubiera metido en la cabeza, cuando las demás habían fracasado. Necesitaba explorar su relación.

–¿Vas a rehuirme toda la noche?

Ella soltó una risa cristalina.

–No sería mala idea.

Zak rompió a reír, sorprendiendo a Violet.

–¿Tan temible soy?

–No te halagues tanto. Has sido desagradable, descortés y maleducado, pero estás muy lejos de ser temible. Por lo menos, conmigo.

Él arqueó una ceja.

–¿He sido todas esas cosas? Lo debes de pasar muy mal…

–Soy perfectamente capaz de sobrellevarlo.

–¿En serio? –dijo, mirándola con intensidad.

Violet dudó y se alejó hacia la catarata.

–¿Hacemos un trato? Aunque solo sea por esta noche, te doy mi palabra de que intentaré ser más servicial.

–¿Y qué implica eso?

Él se encogió de hombros.

–Lo verás tú misma. Pero, si quieres que sigamos hablando, será mejor que te acerques. El ruido de la catarata no me deja oír.

Violet nadó lentamente hacia él, y se detuvo a solo un metro de distancia.

Zak sintió la necesidad de alcanzarla y alcanzar ese cuerpo que aparecía cada noche en sus sueños. Tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para refrenarse, y disimuló tan bien que ella se acercó un poco más, ajena al peligro.

Entonces, ella se pasó la lengua por sus sensuales labios, y él apretó los puños y perdió su cara de póquer.

–¿Nadie te ha enseñado que no se debe jugar con fuego?

Violet arqueó una ceja.

–Solo estoy nadando. Eres tú quien pareces… incómodo.

La plateada luz de la luna impidió que Zak viera el súbito rubor de sus mejillas, pero no necesitaba verlo para saber que estaba ahí. Y esa reacción inocente le empujó a hacerle una pregunta de carácter muy personal.

–¿Tienes novio, Violet?

Zak sospechaba que no, porque habría complicado el plan de su madre de casarla con un hombre rico; pero eso no significaba que no pudiera disfrutar de la vida y, antes de que Violet pudiera responder, añadió:

–¿O algún amante convenientemente clandestino, que te caliente la cama hasta que te canses de él?

Ella lo miró con cansancio.

–¿Esa es tu forma de ser servicial? ¿Qué te molesta tanto de mí? ¿Por qué te sientes siempre en la necesidad de irritarme?

Por primera vez en su vida, Zak se sintió avergonzado.

–No entiendo que mi forma de ser te interese tanto –prosiguió Violet–. Cualquiera diría que te desconcierto.

–Tonterías –replicó él.

Ella ladeó la cabeza.

–Es eso, ¿no? Desde que empecé a trabajar para ti, no has hecho otra cosa que analizar mi comportamiento, en busca de pruebas que confirmen tus sospechas. Pero no las has encontrado, ¿verdad?

–¿Cómo no las voy a buscar? Tu madre me escribe constantemente, interesándose siempre por su preciosa hija.

Ella se puso tensa.

–¿Y qué le has dicho?

–Hasta ahora, nada. La condesa no está en mi lista de prioridades.

Violet se giró para que él no pudiera ver su cara de alivio.

–Eso no quiere decir que no vaya a contestarle lo que merece –continuó Zak–. Pero siento curiosidad sobre una cosa.

–¿Cuál? –dijo, mirándolo de nuevo.

–Su constante insinuación de que tu presencia aquí es una especie de obligación, un paso lamentablemente necesario para acercarte a lo que buscas.

Ella respiró hondo.

–Si crees que voy a hablar mal de mi madre para darte la razón, te recomiendo que esperes sentado.

–¿No querías demostrar que eres digna de confianza? Pues demuéstramelo.

–Tenía la sensación de que ya te lo había demostrado.

–No, solo has aliviado mis dudas sobre tu capacidad profesional. Pero esto es diferente, esto es personal. Demuéstrame que no se trata de ningún jueguecito.

Violet entrecerró los ojos.

–¿Qué quieres que haga exactamente? ¿Que demuestre que puedo divertirme contigo unos minutos y marcharme después sin haberte sacado un anillo de compromiso, como crees que pretendo?

Él sonrió.

–Bueno, puede durar bastante más que unos minutos. Solo tienes que probar que no eres un títere de tu madre. Bastaría con una o dos horas.

Ella soltó un grito ahogado y, esta vez, su rubor fue perfectamente visible.

–Reconócelo, Violet. Tienes tantas ganas de besarme como yo de besarte a ti –declaró Zak–. ¿Por qué te da vergüenza? ¿Porque te dije que tendrías que rogármelo? Si es por eso, retiro la condición.

Violet intentó fingirse ofendida, pero fracasó porque no se pudo resistir a la tentación de clavar la vista en sus labios.

–No te comprendo. Según los periódicos, te puedes acostar con todas las mujeres que quieras. Y, si eso es cierto, ¿por qué te empeñas en coquetear conmigo?

–Porque no me puedo resistir a los desafíos –replicó él, deseándola más que nunca–. Quiero saber hasta dónde llega tu pasión.

Los ojos de Violet brillaron y, durante un momento, Zak pensó que había ido demasiado lejos. Pero luego, ella nadó hacia él, se puso en pie y llevó una mano a su nuca mientras le ponía la otra en el hombro.

Él se quedó completamente inmóvil, por miedo a que cambiara de opinión. Y entonces, ella se apretó contra su pecho y lo besó.

Zak se refrenó durante cinco largos segundos, hasta que la tomó entre sus brazos y se permitió el placer de acariciarla. Su boca sabía mejor que la primera vez, y los sensuales movimientos de su lengua lo estaban volviendo loco.

¿Cómo era posible que lo excitara tanto? La deseaba de tal manera que estaba al borde de perder el control de sus emociones. Y los gemidos de Violet no ayudaron precisamente a devolverle el aplomo, sino a provocarle una erección tremenda.

Consciente del efecto que causaba en él, ella volvió a gemir y aumentó la intensidad del beso. Ya no sabían dónde empezaba el cuerpo de uno y terminaba el del otro. Se habían internado en terrenos peligrosos y, al darse cuenta de que sus pasos los llevaban a hacer el amor, Zak se preguntó si quería llevar las cosas tan lejos.

La respuesta era evidente: sí. En primer lugar, porque Violet había aceptado su desafío y, en segundo, porque necesitaba demostrar a las Barringhall que jugar con los Montegova podía ser muy peligroso. Además, los dos eran adultos y sabían lo que estaban haciendo, aunque tenía la impresión de que ella no era tan experta como él.

Ya estaba a punto de dejarse llevar definitivamente cuando Violet cambió de actitud, le puso las manos en los hombros y lo empujó.

–¿Ya tienes suficiente? ¿Ya te he convencido? –preguntó ella, con voz ronca.

–No, en absoluto. No ha sido suficiente, bella mia –dijo Zak, recuperándose de su sorpresa inicial–. No lo ha sido en modo alguno.

Zak la abrazó de nuevo y bajó la cabeza.

Violet ardía en deseos de volver a sentir los labios y la lengua que saturaban sus sentidos y avivaban el hambre de su cuerpo, debilitándolo tanto al mismo tiempo que, si no hubiera estado aferrada a él, habría acabado en el fondo del lago.

Pero, ¿qué estaba haciendo?

Si pretendía demostrar algo, ya lo había demostrado. ¿O no?

No, ni mucho menos, porque Zak tenía razón al afirmar que no había sido suficiente. Se había limitado a derribar los muros que protegían sus emociones y a despertarlas de modo tan brusco y abrumador que ardía por dentro.

Ahora, la simple idea de alejarse de él le parecía insoportable.

¿Sería más fácil si se dejaba caer otra vez en la tentación?

Violet ya había hecho oídos sordos a la voz de su razón, que intentó burlarse de su falta de lógica, cuando él la apretó un poco más; quizá, por seducirla de nuevo o quizá, porque estaba tan inseguro como ella.

Decidida a descubrirlo, lo miró a los ojos. Y, al ver su destello de pasión, soltó un suspiro y lo volvió a besar.

Solo quería un poco más. Solo un minuto más.

Zak y Violet se fundieron en una batalla de besos y voluntades que exigía un vencedor. Y, al notar su dura erección contra el estómago, ella sintió la urgencia de tocarlo y llevó una mano a su entrepierna.

Entonces, él la dejó de besar, la miró de forma extraña y la llevó nadando hacia la cascada, cuyo sonido era tan atronador que Violet tuvo miedo de quedarse sorda. Sin embargo, todos sus temores desaparecieron cuando Zak la agarró por la cintura al llegar a su objetivo, la sentó en una roca lisa y, a continuación, se puso entre sus muslos.

Violet intentó comparar ese momento con el que había vivido seis años atrás, en el jardín de su madre. Y no pudo. Para empezar, porque no había distancia alguna en los ojos del príncipe, sino un destello de hambre sexual y, para continuar, porque sus caricias eran intensas, decididas, posesivas, como si intentara demostrarle que solo se detendría si ella se lo indicaba, que estaba dispuesto a aceptar lo que le diera.

Al cabo de unos segundos, él apartó la vista de sus ojos para clavarlos en sus senos y, al verse liberada de su mirada, Violet echó un vistazo a su alrededor.

La roca donde estaba era lo suficientemente grande como para echarse en ella y lo suficientemente sólida como para aguantar el peso de los dos. Y, al estar detrás de la cascada, que los protegía del mundo exterior, era un lugar perfecto para seducirla.

¿Lo habría planeado desde el principio? ¿Eso es lo que pretendía?

Su corazón se aceleró al instante, pero las palabras que iba a pronunciar se apagaron en su garganta cuando él le acarició un pezón con el pulgar, arrancándole un gemido.

–¿Te gusta? –preguntó, repitiendo la caricia.

Violet volvió a gemir y se mordió el labio inferior, sin querer admitir un hecho tan obvio que Zak no podía tener ninguna duda. Y, tras un largo minuto de atenciones a sus senos, él le quitó el empapado sostén.

–Tus guardaespaldas… –dijo ella, asustada de repente.

–No nos molestarán. Su trabajo no consiste en vigilarme, sino en estar al tanto de posibles amenazas.

–¿Significa eso que no me consideras un peligro? Sinceramente, no sé si sentirme halagada o insultada.

Violet pensó que Zak le daría una réplica afilada; quizá, porque estaba deseando que dijera algo inadecuado, algo que rompiera su hechizo amoroso. Y se quedó sorprendida cuando él se limitó a decir, muy serio:

–Si me equivoco contigo, será culpa mía, no de ellos.

Ella tuvo la sensación de que sus palabras tenían un sentido oculto, uno que debía descubrir antes de que fuera tarde.

–Zak…

–Vaya, creo que es la primera vez que me llamas por mi nombre.

–¿En serio?

–Dilo otra vez, por favor.

–¿Por qué?

Él le puso una mano en la barbilla y la miró con pasión.

–Porque me encanta que pronuncies mi nombre. Es de lo más placentero.

–Zak –repitió ella.

Sus ojos brillaron al instante.

–Quiero probarte, Violet –declaró–. Si no quieres seguir, dímelo ahora.

Ella abrió la boca con intención de decir exactamente eso o, por lo menos, de reducir la velocidad del implacable tren que los llevaba; pero, en el último segundo, la cerró.

¿Qué estaba pasando allí? ¿Iban a hacer lo que no habían hecho seis años antes? ¿O solo era el preludio de otro rechazo? Violet necesitaba saberlo, porque no quería verse en la misma situación. Había soñado mil veces con él, y había deseado otras tantas lo que ahora le ofrecía, aparentemente.

Decidida a salir de dudas, lo miró a los ojos. Y no encontró nada que no fuera deseo. Pero tampoco lo había encontrado en el jardín de su madre.

Al notar su reticencia, Zak la dejó de tocar y apoyó las manos en la roca.

–No lo pienses tanto. Lo que hagamos aquí, se quedará aquí.

–¿Quieres decir que mañana nos comportaremos como si no hubiera sucedido?

–Si es lo que quieres, sí. Pero, en cualquier caso, tienes que saber que esto no llevará a nada más.

Violet estuvo a punto de preguntar por qué, pero se abstuvo porque conocía la respuesta. Los Montegova no mantenían relaciones con personas como ella. Remi se había comprometido con una mujer de pasado impecable, aunque fuera de origen plebeyo y, en cuanto a la reina, procedía de una familia de lo más prestigiosa. De hecho, se rumoreaba que el príncipe heredero ya estaba buscando otra novia impecable para sustituir a su difunta prometida.

No, Zakary no se complicaría la vida con una aristócrata de segunda categoría cuya familia había estado al borde de la bancarrota y cuya madre se dedicaba a vender primicias a la prensa del corazón.

–¿Por qué le das tantas vueltas? –insistió él–. No es tan importante.

Violet se volvió a morder el labio, presa de los nervios. Por mucho que quisiera entregarse a Zak, no podía hacerlo sin confesarle antes su secreto, que seguía siendo virgen. Y tenía miedo de que, al saberlo, la rechazara otra vez.

–Sé que me deseas, Violet.

–Yo no lo he negado.

–Entonces, ¿qué te preocupa?

Ella suspiró y guardó silencio.

–¿Hay alguien más en tu vida? –preguntó él–. ¿Por eso dudas?

–¿Crees que me habría puesto en esta situación si estuviera saliendo con alguien? –dijo, ofendida–. ¿Por quién me tomas?

–No pretendía insultarte –replicó Zak–. Y, aunque quisiera dar por buena tu respuesta, sigues sin contestar a mi pregunta. ¿Hay alguien más?

–No, claro que no. No he tenido ni el tiempo ni las ganas necesarias para mantener una relación –dijo al fin–. De ninguna clase.

–Está bien, pero era importante que aclaráramos las cosas antes de seguir. Siempre soy sincero con mis amantes, y espero de ellas la misma sinceridad. Si no quieres hacer el amor, dilo; si quieres, tócame.

Violet supo que estaba a punto de dar el paso. La invitación de Zak era tan irresistible que olvidó la idea de confesarle su virginidad. Ya lo descubriría y, si no se daba cuenta, tampoco cambiaría nada: cuando hicieran el amor, ella volvería a su vida normal e intentaría sacarlo de sus pensamientos.

–Dio mio, ¿me vas a obligar a rogártelo? –insistió él.

–Puede que sí. Puede que no quiera perderme un acontecimiento de tal calibre.

Él sonrió, pero sin dejar de mirarla con deseo, y ella se rindió y le pasó los brazos alrededor del cuello.

Segundos más tarde, Zak asaltó su boca con un beso arrebatador que la dejó sin aire. Pero duró poco, y sus labios se apartaron enseguida para iniciar una senda descendente cuyo destino estaba anunciado: sus senos.

Entonces, mordisqueó suavemente un pezón y le arrancó un nuevo gemido. Y, antes de que el sonido se apagara, empezó a lamer y succionar el otro, provocándole sensaciones que Violet no había experimentado nunca. Las llamas de placer que surgían de sus pechos se fundían entre sus piernas y hacían que apretara las caderas contra él en busca de satisfacción.

Por suerte, Zak no le hizo esperar demasiado. Sus largos dedos se deslizaron por la sensible piel del estómago de Violet, llegaron a sus braguitas y se introdujeron por debajo de la tela. Luego, alcanzaron la suave piel de su sexo y, tras separarle las piernas un poco más, la empezó a acariciar.

Ella echó la cabeza hacia atrás, sintiéndose al borde de un abismo. Él soltó un suspiro de gozo ante la húmeda evidencia de su necesidad, y durante los minutos siguientes se dedicó a darle placer mientras su lengua jugueteaba con sus pezones.

–Oh, Zak…

Zak la tumbó sobre la roca, le quitó las braguitas y admiró su cuerpo.

–Madonna mia, eres exquisita –dijo.

Los ojos de Violet brillaron con deseo, y Zak retomó sus atenciones anteriores mientras pronunciaba roncas palabras en su idioma que la excitaban más. Había cruzado la línea, y ya no podía ni quería resistirse.

Al cabo de unos momentos, llevó un dedo a la entrada de su sexo. Ella se estremeció y, aunque no hizo que cambiara de opinión, despertó un nerviosismo que apenas pudo disimular.

–Está tan tenso, tan ceñido… –comentó él en voz baja–. Cualquiera diría que no has hecho nunca el amor.

Ella supo que era la oportunidad perfecta para confesarle que era virgen; pero, por algún motivo, guardó silencio.

–¿Violet? ¿Hay algo que debas contarme?

Violet tragó saliva y fingió un aplomo que no tenía.

–¿Me vas a interrogar? ¿O vamos a seguir adelante? –replicó.

Él entrecerró los ojos y sonrió.

–¿Tan impaciente estás?

–No sé, tú eres el que conoce todas las respuestas. Dímelo tú.

Zak se inclinó súbitamente sobre ella, le succionó un pezón y, acto seguido, pasó la lengua entre sus senos y se concentró en el otro. Ella perdió hasta la capacidad de pensar, y se estremeció de nuevo al ver que descendía hacia su pubis, con la evidente intención de lamerla.

Atrapada entre el deseo y el nerviosismo, solo fue capaz de decir:

–Por favor…

Zak alzó la cabeza y clavó en ella sus intensos ojos grises.

–¿Vas a darme lo que quiero, Violet?

–¿Qué quieres?

–Probarte. Aquí –dijo, pasando un dedo por su sexo.

Ella gritó, y él le alzó un poco las caderas.

Violet no estaba preparada para lo que sintió a continuación. Su cuerpo se retorcía y estremecía mientras Zak la exploraba con la lengua, centrando sus atenciones en su clítoris y regalándole oleadas de placer.

No pudo hacer otra cosa que dejarse arrastrar al paraíso que le ofrecía, donde era vagamente consciente de sus propios gemidos, de las gotas de agua que le caían sobre los hombros y del sólido cuerpo de su amante. Todo lo demás había dejado de existir y, cuando la tensión llegó al punto más alto, alcanzó un orgasmo tan potente que estuvo segura de que nunca volvería a sentir algo así.

Estuvo como flotando durante varios minutos, con miedo de abrir los ojos y descubrir que había sido un sueño. Pero al final los abrió, y el corazón se le encogió al ver la magnífica realidad de un Zak absolutamente concentrado en ella.

En ese momento, comprendió por qué volvía locas a las mujeres. Si lo que acababa de vivir era solo una fracción de lo que podía darle, su arrogancia estaba más que justificada. Aunque eso no la obligaba a decírselo y alimentar un poco más su ego.

Entonces, se dio cuenta de que Zak se había quitado los calzoncillos, y se quedó maravillada al contemplar su erección por primera vez. Pero, ¿sería capaz de acomodar el viril miembro que mostraba sin vergüenza alguna?

Violet se sintió insegura, y él lo debió de notar, porque le dedicó una sonrisa, bajó la cabeza y asaltó su boca con un beso.

–Mírame –le ordenó, al ver que apartaba la vista–. Tócame.

Ella pensó que se había equivocado al creer que podía sobrevivir a esa experiencia y seguir con su vida como si no hubiera pasado nada. Zak le gustaba demasiado.

–Quiero ver tus ojos cuando te tome –insistió él.

Los pensamientos de Violet se esfumaron cuando Zak la penetró, rompiendo la última barrera de su inocencia. Y, al notar lo sucedido, él la miró con asombro y con algo que se acercaba bastante a la recriminación.

E-Pack Bianca agosto 2020

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