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Capítulo 1

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VIOLET Barringhall recogió la carta a regañadientes, aunque se las arregló para dedicar una sonrisa forzada al mensajero antes de cerrar la puerta.

No necesitaba abrirla para saber quién la había enviado. La ligereza y calidad del papel indicaban que el remitente era una persona importante, y el emblema dorado que decoraba la esquina superior derecha habría hablado por sí mismo aunque ella no hubiera conocido a la familia que lo blandía con la arrogancia de varios siglos de historia. Y el más arrogante de todos ellos era Su Alteza Real el príncipe Zakary Philippe Montegova, autor de la misiva.

Pero no era una invitación.

Era una citación.

Violet lo sabía porque había enviado muchas cartas similares durante los tres meses que llevaba de recadera de Su Alteza Real. Tres meses infernales. Tres meses de órdenes constantes y expectativas imposibles, porque el príncipe esperaba de los demás lo mismo que se exigía a sí mismo, la perfección absoluta.

Como director del House of Montegova Trust, una fundación que se encargaba de cosas tan dispares como la gestión de los negocios internacionales de los Montegova, sus obras de caridad y su trabajo en pro del medio ambiente, Zak había conseguido que el pequeño pero inmensamente rico reino mediterráneo fuera famoso en todas partes.

Además, y con ayuda de la reina y de su hermano, el príncipe Remi Montegova, había llevado a su país a cotas incluso más altas que las alcanzadas por el difunto rey, que llevaba muerto más de una década.

De haber sido otro, quizá se habría contentado con disfrutar de su estatus de multimillonario y de la veneración que despertaba, pero Zak no era capaz de dormirse en los laureles. Trabajaba a destajo y de forma absolutamente vertiginosa, es decir, del mismo modo en que vivía. Y su forma de entender el amor no era diferente.

Sin embargo, Violet no quería pensar en sus muchas amantes. De hecho, habría dado cualquier cosa por dejar de pensar en él, aunque solo hubiera sido por unas horas.

Pero no podía, porque se había comprometido a estar a su entera disposición, como decía una de las cláusulas de su contrato. Y, aunque tuviera reservas sobre su jefe, tampoco podía negar que el trabajo en la fundación neoyorquina mejoraría sustancialmente su currículum de especialista en desarrollo y conservacionismo.

Por eso había aceptado el empleo cuando recibió la oferta. Le había costado mucho, pero no lo podía rechazar. Y no le había costado porque su madre estuviera empeñada en buscarle marido, aunque habría sido motivo suficiente, sino por algo más grave: porque había tenido un escarceo con él.

A pesar de repetirse una y mil veces que el incidente en cuestión era agua pasada, Violet no se lo quitaba de la cabeza. Volvía a ella como una pesadilla recurrente, y su imaginación lo proyectaba en tecnicolor cuando estaba en presencia del príncipe, algo que pasaba todos los días y durante varias horas.

Tres meses. Llevaba tres meses soportando esa situación, y aún faltaban tres más.

La cara de Zak se conjuró en su mente como si fuera la de un espectro. Era un hombre formidable, insufriblemente atractivo y aristocráticamente carismático. Un hombre que la había despreciado con toda la crueldad de su arrogancia.

¿Cómo olvidar lo sucedido seis años antes, en el jardín de su madre? Pero ya no era una jovencita de dieciocho años. Había madurado mucho desde aquella fiesta, por culpa del inesperado infarto de su padre y del descubrimiento de que la lujosa vida que llevaban dependía de una trama oculta de falsedades, humillaciones y un descarado y en última instancia fútil intento de robar a unos para pagar a otros.

La impactante revelación de que el conde y la condesa de Barringhall no eran tan ricos como intentaban hacer creer, de que en realidad estaban arruinados, se convirtió en un secreto a gritos. Y aunque Violet seguía en la universidad, muy lejos de su país, fue víctima de todo tipo de burlas y rumores malintencionados, porque la prensa del corazón aireó la verdadera situación de su familia.

Destrozada, se concentró en su trabajo del International Conservation Trust. Y, cuando surgió la oportunidad de alejarse de Barringhall y de los intentos de su madre por casarla con un hombre adinerado, se aferró a ella y se fue a Oxford.

Poco después, descubrió que su carrera en la universidad británica estaba condenada a fracasar. Los puestos importantes acababan en manos de gente con experiencia y, como la suya era bastante limitada, decidió mejorar su currículum para conseguir algo mejor y escapar completamente de la órbita de la condesa, lo cual pasaba por aceptar el trabajo en el House of Montegova Trust.

Por desgracia, su madre era muy amiga de la reina de Montegova, y aprovechó la circunstancia para insistir en su cruzada matrimonial.

Violet consideró entonces la posibilidad de decirle que no se molestara, pero habría sido inútil. Su madre no sabía que Zak Montegova la había rechazado seis años antes, ni que la seguía rechazando todos los días, desde que trabajaban juntos.

Para él, ella no era nada.

Pero, si no lo era, ¿a qué venía la carta que tenía en la mano, aunque ardiera en deseos de tirarla a la basura? Sobre todo, teniendo en cuenta que acababa de volver del despacho, donde había estado sometida a diez horas de caprichos principescos.

Violet suspiró, abrió el sobre y leyó la breve y brusca nota que contenía:

Mi ayudante se ha puesto enferma. La sustituirá y me acompañará a la gala de recaudación de fondos de la Conservation Society, que empieza dentro de una hora.

Le envío un coche. No me decepcione.

S.A.R.Z.

La amenaza intrínseca de esa manera de firmar, usando la sigla de Su Alteza Real Zakary, la había mantenido más noches despierta durante los tres últimos meses que en toda su vida anterior.

Además, Violet se sentía obligada a ser ejemplar en todos los aspectos porque las fechorías de sus padres la hacían sospechosa de ser como ellos, y los medios de comunicación se encargaban de mantener vivo el escándalo cuando no era su madre la que empeoraba las cosas con su obsesión por el estatus social.

Pero solo tenía que aguantar un poco más. Solo un poco más para ser independiente y dedicarse a lo que le gustaba. Solo un poco más para demostrar a los escépticos como Zakary Montegova que estaban equivocados con ella. Y si eso pasaba por sustituir a la ayudante del príncipe, la sustituiría. En el peor de los casos, podría hablar con los conservacionistas que asistieran a la gala y ganar más experiencia.

Entonces, ¿por qué se le aceleraba el corazón ante la perspectiva de volver a ver a Zak? ¿Por qué ocupaba todos sus pensamientos?

El teléfono sonó en ese instante, sobresaltándola. Y ni siquiera habría tenido que acercarse al aparato para ver quién llamaba, porque su piso de Greenwich Village era tan pequeño que pudo ver la pantalla desde su posición.

Por supuesto, era Zak.

–¿Dígame?

–Ha recibido mi nota, ¿verdad?

Violet se estremeció al oír su ronca voz, con la mezcla de acentos españoles, franceses e italianos que subyacían en el idioma y la historia de Montegova.

–¿Por qué lo pregunta? Supongo que lo sabe, porque le habrá pedido al mensajero que se lo confirme –replicó ella, irritada–. Y, por cierto, buenas noches.

A decir verdad, la irritación de Violet no se debía a la mala educación de Zak, sino a que se había obsesionado con él.

Sin embargo, no se podía decir que fuera algo nuevo. Estaba obsesionada desde que tenía doce años, cuando lo vio por primera vez desde la ventana de su dormitorio, donde estaba con su hermana gemela, Sage. Y cada vez que leía un cuento de hadas, se imaginaba en el papel de la princesa y lo imaginaba a él en el papel del príncipe.

¿Quién no se habría aferrado a ese recuerdo? Cuando se miraron a los ojos, se sintió como si todos sus sueños se hubieran hecho realidad. Como si ese acto fuera una compensación por las interminables discusiones de sus padres, las conversaciones que se detenían cuando ella y sus hermanas entraban en la habitación y la obcecación de su madre por establecer amistades estratégicas.

Con el paso del tiempo, Violet se odió a sí misma por confundir los cuentos con la realidad. Los libros solo eran libros. No necesitaba que ningún hombre o jovencito la salvara. No podía vivir en función de un príncipe que se volvía frío y desdeñoso cuando la miraba desde alguno de sus brillantes deportivos.

En cualquier caso, Zak no le dio el placer de replicar inmediatamente a su comentario, y eso la puso de los nervios. Siempre conseguía que se sintiera incómoda. Y lo conseguía porque ella le había dado ese poder.

Si Violet hubiera tenido doce o dieciocho años, habría caído en su trampa y habría perdido el aplomo; pero tenía veinticuatro, y se mordió la lengua como si su corazón no se hubiera acelerado ni sus manos estuvieran repentinamente húmedas, en recuerdo del breve escarceo que habían tenido hacía seis años.

–Las relaciones con los mensajeros están fuera de mi jurisdicción, así que tendrá que disculparme por mi ignorancia –replicó al fin, enfatizando que un hombre tan importante como él no se mezclaba con los trabajadores–. Pero me alegra saber que ha comprendido la urgencia de la situación… Supongo entonces que estará preparada.

–No, no lo estoy. Su nota me llegó hace cinco minutos, y ni siquiera he decidido lo que me voy a poner.

–Pues decídalo deprisa, Violet. Estaré en su piso dentro de veinte minutos.

–¿Cómo? ¿No decía que la gala empieza dentro de una hora?

–Sí, pero ha habido un cambio de planes. El ministro de Defensa quiere hablar conmigo antes de que empiece.

–Eso no es problema mío.

–Lo es, porque va a sustituir a mi ayudante y tiene que estar presente en la reunión. Pero, si no se cree capaz…

–Alteza, está hablando con la persona que estuvo limpiando pájaros durante tres semanas por culpa de un vertido de petróleo. Y los limpié bajo un sol de justicia y prácticamente sin dormir –le recordó–. Estoy segura de que seré capaz de tomar notas en una reunión, Alteza. Salvo que no tenga intención de hablar en ninguno de los cinco idiomas que domino.

Violet sonrió para sus adentros. Había aprendido que no podía ser tímida con Zak. Bajar la guardia con él era una forma perfecta de que se la comiera viva y escupiera sus huesos con absoluta indiferencia. Además, tenía que recordarle que no estaba dispuesta a saltar como un perrito cada vez que se lo pidiera.

–Soy muy consciente de su currículum, lady Barringhall. No es necesario que lo saque a colación. Especialmente, cuando vamos mal de tiempo.

–Por supuesto que no, Alteza. Y, por la misma razón, tampoco le recordaré yo que es usted quien me ha llamado y quien está perdiendo el tiempo hablando por teléfono, lo cual impide que me vista.

–Oh, vaya. Suponía que era capaz de hacer varias cosas a la vez –ironizó el príncipe–. Pero, teniendo en cuenta que esa habilidad no aparece en su currículum, tendré que comprobarlo en la práctica. Le quedan quince minutos, lady Barringhall.

Zak cortó la comunicación, y Violet dejó escapar una palabrota. Esa pequeña catarsis la relajó un poco y la propulsó hacia el dormitorio, donde empezó a revolver su exiguo vestuario en busca de un vestido que no se había puesto desde el día que cumplió veintiún años.

Cuando lo encontró, frunció el ceño. La sencilla y elegante prenda de raso le recordó lo mucho que cambió su vida por entonces. Los trescientos invitados de la fiesta de su decimoctavo cumpleaños pasaron a ser veinticinco en la del vigésimo primero. Sus supuestos amigos la abandonaron como ratas saltando de un barco que se hundía, y algunos fueron tan crueles que no lo había podido olvidar.

Sin embargo, el origen del vestido no restaba un ápice a su belleza. De corpiño plisado y escote en forma de uve, dejaba al desnudo los hombros y la parte inferior de la espalda, cayendo después hasta los tobillos. Era una pequeña maravilla que, por lo demás, enfatizaba suavemente sus caderas.

Como se había duchado antes de que Zak llamara por teléfono, solo tuvo que vestirse, cepillarse el cabello y recogérselo en un moño antes de maquillarse, ponerse su perfume preferido y completar el conjunto con el collar de perlas que había heredado de su abuela.

El timbre sonó por segunda vez en media hora cuando se disponía a meter las llaves en el bolso. Violet se sobresaltó, pensando que sería él; pero se dijo que el príncipe no era de los que se rebajaban a subir cuatro tramos de húmedas y oscuras escaleras para llamar a la puerta de un edificio de protección oficial. Y, cuando la abrió, se llevó una sorpresa.

–¿Siempre abre sin preguntar antes? ¿Es que no le preocupa su seguridad? –dijo Zakary Montegova.

Violet se quedó boquiabierta, contemplando sus intensos ojos grises y su alto e impresionante cuerpo.

–¿Qué está haciendo aquí? No era necesario que subiera. Podría haber llamado al portero automático. O haber enviado a uno de sus guardaespaldas –dijo ella, girándose brevemente hacia los hombres que lo acompañaban.

Él arqueó una ceja.

–¿Y perder la oportunidad de ver el sitio donde vive? –replicó–. Por cierto, ¿para qué quiere una mirilla y una cadena si no las usa?

Zak la miró de arriba abajo, haciéndola súbitamente consciente de todas las partes que acababa de escudriñar, incluidas las que no podía ver. Y esa sensación la irritó un poco más, porque también la volvió más consciente de lo bien que le quedaba el esmoquin a medida y de la potente e innata sensualidad que lo había convertido en uno de los hombres más deseados del mundo.

–Me dijo que estaría aquí en quince minutos y, aunque solo hayan pasado catorce, no necesitaba ser muy lista para saber que era usted quien había llamado –se defendió Violet–. Pero, ¿vamos a perder más tiempo con una discusión sobre protocolos de seguridad? Porque le aseguro que se me ocurren cosas mejores que hacer.

–¿Cosas mejores? Le recuerdo que firmó un contrato donde se dice que todo su tiempo es mío cuando está en comisión de servicio –declaró, mirando los muebles baratos del piso y el montón de libros que descansaban en la mesita del salón–. ¿O es que he interrumpido algo? ¿Se estaba divirtiendo, quizá?

Violet cerró la puerta un poco más, para que no pudiera ver su santuario. Estaba ordenado y limpio, pero era muy pequeño y, como no tenía dinero suficiente, no lo podía decorar como le habría gustado.

Además, Violet tampoco quería que el príncipe sacara conclusiones equivocadas de su precaria existencia. Conociéndolo, podía pensar que no había ido a Nueva York para ampliar su experiencia profesional, sino para casarse con algún hombre con dinero, como pretendía su madre.

–Creo que ha malinterpretado los términos de nuestro acuerdo, Alteza. Efectivamente, estoy a su disposición en el trabajo, pero eso no significa que todo mi tiempo le pertenezca. Lo que haga en mi tiempo libre es asunto mío.

–¿Está segura?

Ella sintió un escalofrío.

–¿Cómo que si estoy segura? ¿Qué significa eso?

Zak entrecerró los ojos, la miró en silencio durante unos segundos y, a continuación, se apartó de la entrada para que Violet pudiera salir y cerrar.

–Bueno, ya hablaremos de su seguridad y su tiempo más adelante. El ministro me está esperando.

Violet se quedó sin saber qué había querido decir, pero optó por quitárselo de la cabeza y empezó a bajar, con el príncipe a su lado. Cualquiera se habría dado cuenta de que Zak no era un hombre corriente. Hasta su forma de bajar las escaleras, insufriblemente arrogante, era un testimonio de su origen aristocrático.

Al llegar al portal, él admiró un momento la parte descubierta de su espalda, y sus ojos brillaron con deseo. Pero fue un momento tan breve que Violet se preguntó si se lo habría imaginado. A fin de cuentas, Zak Montegova no mostraba nunca lo que sentía. Su control emocional era absoluto, como si nunca hubiera dejado de ser el oficial de las Fuerzas Aéreas que había sido de joven.

Pero había excepciones.

Por ejemplo, la noche en el jardín de su madre, cuando su cuerpo se inflamó con una pasión tan desbordante que lo consumía todo. Y, aunque la hubiera rechazado después, Zak había bajado la guardia y le había enseñado un atisbo de lo que escondía tras su fachada de dureza.

Violet no había sido capaz de expulsar ese instante de sus pensamientos. O, por lo menos, de reprimirlo con tanta facilidad como él, porque a veces asomaba en su expresión, por mucho que intentara controlarse.

¿O también eran imaginaciones suyas?

En cualquier caso, sabía que no podría seguir con su vida si no lo superaba y, cuando llegó a Nueva York, se intentó convencer de que Zak no sentía nada por ella.

Y casi lo consiguió.

Casi, porque siempre se quedaba a las puertas de su objetivo.

El recuerdo de sus cálidas y habilidosas manos pesaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Por eso rechazaba a todos los hombres que se le acercaban. No era porque quisiera concentrarse en su carrera, sino porque Zakary Montegova estaba siempre allí, como un formidable fantasma con el que no podían competir, como una vulgar imitación del exitoso príncipe.

El aclamado príncipe era un genio. Mientras su hermano se encargaba de los asuntos internos de Montegova, él se encargaba de los intereses internacionales de su país. Y, en el transcurso de unos pocos años, había logrado que muchos presidentes comieran de su mano y se había vuelto increíblemente poderoso.

–Adelante –dijo Zak, abriéndole la puerta.

Violet salió a la calle, pero salió en el preciso momento en que un ciclista pasaba por delante, y tuvo que retroceder para que no la atropellara. Por desgracia, eso la puso en brazos de Zak, quien intentó impedir que perdiera el equilibrio y la volvió a mirar con deseo.

Ella se quedó sin aliento. No oyó el grito del ciclista, que se enfadó aunque no tenía derecho a circular por la acera. No oyó el ruido del tráfico. No notó el olor a salchichas y galletas saladas, tan típico de Nueva York.

De repente, el mundo se había reducido al contacto de su cuerpo y a la confirmación de su principal temor: que, a pesar de las maquinaciones de su madre y de las reservas del propio Zak, que al principio no había querido contratarla, el cuento de hadas de su juventud había resultado ser real.

Allí, en una sórdida esquina, acababa de descubrir que el hombre que la había besado años atrás mientras susurraba palabras cariñosas seguía vivo bajo su estoica fachada. Que el hombre con el que había estado a punto de perder la virginidad seguía siendo el hombre que anhelaba en secreto. Que ese hombre era la razón de que siguiera siendo virgen.

Y entonces, comprendió que Zak lo sabía. Estaba en sus ojos, en la tensión de su cuerpo, en los dedos que acariciaron su piel desnuda, como examinando sus debilidades.

Y se estremeció.

En respuesta, él apartó la vista de sus ojos y la pasó por su cuerpo, lo cual permitió que notara el endurecimiento de sus pezones y la errática cadencia de su respiración.

Violet no necesitaba ser muy lista para reconocer el cambio que experimentó un segundo después. Ya no la estaba admirando, sino analizando. Sopesaba lo sucedido para saber hasta dónde llegaba su poder sobre ella y si podía utilizarlo en su contra.

Súbitamente, Zak emitió un sonido que pareció una mezcla de gruñido y suspiro de satisfacción, como un depredador que hubiera acorralado a su presa.

Ese sonido fue todo lo que necesitaba Violet para salir de su estupor y redoblar sus esfuerzos por resistirse a las maquinaciones matrimoniales de su madre. Pero, sobre todo, fue todo lo que necesitaba para impedir que Zak confirmara definitivamente sus temores.

E-Pack Bianca agosto 2020

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